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Domingo, 24 de mayo de 2015

CENIZAS QUEDAN

CINE Casi diez años después de El amor - primera parte, aquella película sobre un infierno conyugal con producción de Mariano Llinás, Juan Schnitman vuelve a filmar sobre la convivencia y la pareja en El incendio, una película que empieza como un thriller y se va descomponiendo hacia la crisis y la violencia. Con Pilar Gamboa y Juan Barberini, cuenta veinticuatro horas cruciales juntos de dos treintañeros que escalan en agresión y en las que entran en juego el dinero, la intimidad y el futuro.

 Por Mariano Kairuz

“Cuando mostramos la película en Europa, la gente al principio cree que los protagonistas están en una rara, que van a robar un banco. Porque allá las tran-sacciones inmobiliarias no se hacen con 120 mil dólares en efectivo, escondidos en el cuerpo; se hace una transferencia y listo. Así que lo primero que yo decía después de presentar la película es que eso que pasa en las primeras escenas es de lo más común en Argentina, que así se hace acá. Que es todo verdad.” Esto dice Juan Schnitman, y las escenas iniciales a las que se refiere son las de su película El incendio, que tras pasar por la sección Panorama del Festival de Berlín y la competencia internacional del último Bafici y empezar un largo recorrido internacional con paradas en Málaga, Barcelona, Bélgica, Holanda y Suecia, ahora se prepara para salir de local.

El incendio nos zambulle en la intimidad de una pareja en medio de una crisis dramática, pero empieza deliberadamente con el pulso de un thriller. La primera secuencia encuentra a los dos treintañeros, Lucía y Marcelo (Pilar Gamboa y Juan Barberini) por la mañana, mientras se preparan para firmar el boleto de compra de su primer departamento: el despertar, cierto nerviosismo en los preparativos, el procedimiento de esconder los fajos de billetes en la ropa interior, y una tensión que crece sin vuelta atrás a medida que alcanzan la calle, suben al auto, se enteran de que se ha postergado inesperadamente la operación, se encuentran de pronto otra vez en la calle y sin rumbo, con el dinero encima y en medio de una discusión, la primera de varias que habrán de partir al medio la jornada que sigue. “¡Sí, dólares, dije dólares!, ¿no se puede decir dólares?”, grita él, y la paranoia ya los tiene tomados del cuello. El dinero será uno de los ejes del quiebre en la pareja: el que tienen y ahora les quema las manos, el que señala diferencias entre ambos, genera desconfianzas y actitudes agresivas. “A mí la plata no me importa”, dice ella. “Sí, porque la tenés no te importa”, le espeta él.

“La idea original fue contar las últimas veinticuatro horas de una pareja. Pero primero, antes de que hubiera siquiera un guión, fue la imagen con la que empieza la película: los dos en la cama, ella despierta antes de que suene el despertador. Tiene una mirada ominosa. Es la tensa calma antes de la tormenta”, cuenta Schnitman, que escribió esta historia junto a Agustina Liendo y asumió la dirección, poniéndose por primera vez solo en el cargo de realizador, casi diez años después de debutar con el retrato divertido y sensible de otros infiernos de la vida en pareja de El amor - primera parte (codirigida junto a Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre, y con producción de Mariano Llinás) y de filmar, con el codirector Andrés P. Estrada, Grande para la ciudad, el documental sobre la banda uruguaya Astroboy. “Cuando se trata de un drama realista como éste, el proceso de guión deviene un poco en un intercambio de experiencias personales y ver qué de todo eso sirve para hacer ficción. Estos chicos de 30 y pico nos proponen un espejo raro. Creo que hoy como generación, biológicamente estamos haciendo todo mal, algunas cosas se alargan demasiado. Yo tengo la edad de los protagonistas y he estado en situaciones como las que se ven en la película, y también las vi en la gente que me rodea, para la cual comprarte una casa en pareja es el equivalente al casamiento de otras épocas.”

EL TERROR EN LA CARA DEL OTRO

La vida de pareja es el eje sobre el que se van desplegando varios temas; si el dinero (y cómo puede descuajeringar el acuerdo entre dos) es uno, otro, muy cercano, es la violencia, que cobra diversas formas. Hay tensión y violencia física y verbal en los ambientes de trabajo de ambos –ella es cocinera; él profesor de un colegio secundario– y ambos se llevan algo de esa electricidad, de modo más o menos reprimido, al hogar compartido. También está la violencia como parte integral de la intimidad, y hasta de la vida sexual. La citada secuencia introductoria de El incendio nos sumerge en situaciones en las que el espectador solo puede identificarse con cierta incomodidad: hay un juego de manos que empieza lúdico, más o menos inocente, pero de pronto da paso a algo más –las cosquillas que devienen cachetazos–; algo más ambiguo y riesgoso.

“El objetivo era ese, caminar sobre esa delgada línea; ver qué hay de juego y qué de violencia, y descubrir qué hay de auténtico en esa violencia”, dice Pilar Gamboa. “Empezás como haciéndote cosquillas con el otro y se te va de las manos y te encontrás con que un toque te copa, y a la vez te duele. El límite para actuarlo fue siempre ese, no recrear un lugar común sobre la violencia en la pareja, sino encontrar la manera particular en la que esta situación los va llevando. Y tampoco es que lo descubren en estas veinticuatro horas, sino que es algo que traen de antes, pero justo estas veinticuatro horas en las que se desarrolla el relato son en carne viva. Lo que me impresionó de actuar estas escenas fue descubrir qué a mano tengo la violencia. Yo creo que no soy violenta, y en la vida real no tolero ver ni a dos taxistas agrediéndose en la calle o a dos pibes agarrándose a trompadas; me vuelvo loca. Pero cuando actúo, ahí aparece; por ahí lo que tengo es otra forma de violencia: no soy de alzar la voz pero sí del estilo tiqui-tiqui-tiqui”, dice, como describiendo la gota que de a poco horada la piedra con su insistencia: “Esa de la que decís: esta es una hija de puta”.

“La idea es que esté claro que ya vienen de algo muy difícil, desde antes, y que el comienzo del día es una especie de tregua entre los dos”, agrega el director, para quien además era importante “que no se entendiera como un tema de la agenda, como si estuviéramos hablando de violencia de género, de violencia hacia la mujer; porque esto es otra cosa, es algo entre los dos”. Cerca del final del día, la escalada de agresiones lleva a una intensa escena ambientada en el garaje de la casa de unos amigos, durante una cena en la que ambos continúan su belicosa relación, esta vez frente a terceros. Schnitman pensó la puesta en escena en base a ciertas fórmulas del cine policial y de terror: “El plano secuencia del final toma la idea del terror fuera de campo, el terror impactando en la cara del otro. El terror interno, el terror de pareja; la idea de que todo lo que te puede dar miedo de verdad está ahí, delante tuyo”.

EL LARGO CAMINO

Aunque cuenta con una larga trayectoria teatral y en los últimos años ha ampliado su público a través de la televisión (en producciones de Pol-ka como Los Unicos, Tiempos compulsivos y Farsantes) muchos descubrirán a Pilar Gamboa como actriz de cine en El incendio. Una escena particular –una suerte de monólogo terapéutico que le suelta a su médico clínico en medio de una consulta– pone a prueba su capacidad para sostener la tensión en el plano prácticamente ella sola, con intensidad y potencia dramática. A su vez, funciona como la confirmación de que la relación con el teatro independiente que mantiene el (ya no tan) nuevo cine argentino de los últimos años es una de las más interesantes y productivas. Hasta cierto punto, puede adjudicarse a Mariano Llinás haber abierto esa puerta cuando convocó para sus Historias extraordinarias a un grupo de actores y actrices que estaban trabajando en el off porteño, rompiendo un viejo prejuicio del cineasta (y el estudiante de cine y el cinéfilo en general) sobre el teatro como una disciplina enteramente distinta. Es más, Pilar integra, junto con el resto de las integrantes del grupo teatral autogestionado Piel de Lava (Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa) el reparto protagónico de la última película de Llinás, un proyecto de largo aliento –y fecha de conclusión incierta– que empezó a filmar hace más de cinco años, titulado La Flor. A lo largo de la última década, actores como Romina Paula, Esteban Lamothe, Esteban Bigliardi –y ahora también Juan Barberini–, todos provenientes del teatro independiente, se han ido convirtiendo en los rostros más recurrentes del “indie” argentino.

“Es que el cambio en el teatro y el cambio en el cine fueron dos cosas que ocurrieron juntas”, dice Schnitman. “En el cine argentino primero hubo una etapa de transición, de trabajar con actores no profesionales y después fue trabajar con actores de teatro. Apareció esta generación de dramaturgos/actores tan buenos que sería una locura no nutrirse de eso, que es tan genuino, tan nuevo. Es gente tan dispuesta a correr riesgos, que sería una locura hacerlo con otros. ¿Con quiénes? Y es cierto que Historias extraordinarias y Mariano son los grandes lobbistas de los actores del teatro independiente, que en Buenos Aires es una cuna de experimentación.”

Para Pilar, “está buenísimo que el actor investigue todos los formatos en los que puede probar la actuación” pero considera que el teatro independiente sigue siendo su lugar natural, que nunca fue un escalón hacia otra cosa. Unos pocos años atrás, fue convocada por Adrián Suar para hacer de una chica con un sexto sentido en la serie Los Unicos, que encabezaba Nicolás Cabré. Al principio le dijo que no, porque estaba por irse de gira a Europa con El pasado es un animal grotesco, la obra de Mariano Pensotti. “No conocía Europa e irme haciendo teatro me parecía que era como ganarme la lotería”, dice, pero Suar le ofreció acomodar los guiones para que pudiera grabar la tira, e irse de viaje. “Fue impresionante, pero la verdad es que no pensaba: ahora viene lo de la tele. Yo vengo de una familia de clase media-mediísima; mi mamá y mi papá eran dos empleados de oficina pero grandes consumidores de cultura, y no era raro que el fin de semana me llevaran a ver una obra de Cipe Lincovsky, y que yo me quedara dos semanas sin dormir pensando en Cipe, diciéndome ‘Uau, quiero hacer esto’. Es una familia en la que cuando dije que quería ser actriz se abrió un champagne; no fue eso de ‘de qué vas a vivir’, por ahí en todo caso ‘hacete un Letras si podés’, no para ganar guita, pero pensando que la docencia en todo caso era al menos una salida laboral. Lo cierto es yo supe desde que empecé, en algún lugar, que me iba a ir bien, porque era tan genuina la entrega. Hubo un momento en el que hacía cuatro obras distintas en una semana, trabajaba como loca, pero me decía ‘¡vamos, pago el alquiler!’, y estaba contenta de no tener que ir a una oficina. Así que lo de la tele estaba buenísimo: iba a probar algo nuevo y ganar un poco de dinero.” Ahora hace 12 años ininterrumpidos, dice, que hace teatro, en parte con experiencias autogestionadas como las de Piel de Lava y la Compañía El Silencio, que integra junto a Romina Paula y con la que pusieron en escena obras como El tiempo todo entero y Algo de ruido hace. “Desde el 2007, casi 2008 que vivo de la actuación, cosa que no está mal.”

“Yo hasta el año pasado tuve un comercio”, agrega por su parte Schnitman, confirmando que el cine independiente no es un medio de vida fácil para nadie. “Un negocio más bien bizarro. Tenía la concesión de la tienda de regalos del Museo Evita. Antes de empezar la película lo cerré porque no me daba el cuero y ya no funcionaba tan bien, pero durante cinco años viví de eso.”

Hoy, Pilar ensaya Vigilia de noche, de Lars Norén, junto a Luis Machín, Mara Bestelli y Walter Jakob bajo dirección de Daniel Veronese, a estrenar en la sala Cunill Cabanellas del San Martín, y ya mismo, los martes a las 21 se la puede ver en el Espacio Callejón con la obra Museo, que hizo junto a su grupo Piel de Lava todo el año pasado y acaba de reponer un par de semanas atrás. Mientras que Schnitman está desarrollando dos guiones: uno junto a Liendo de nuevo –y el marido de ésta, Martín Mauregui– que por ahora lleva por título Capitán y que narra un triángulo amoroso entre dos futbolistas y una mujer, y otro que surgió recientemente, a partir de los viajes a los festivales donde estuvo presentando El incendio, pero aclara que aún no tiene la financiación de ninguno de los dos. “El incendio fue bien recibida afuera pero no creo que eso me vaya a hacer ni un poco más fácil la producción de mi próxima película. En el mejor de los casos ahora tengo una red de contactos que antes no tenía, y que podría empezar a explorar.” También, dice, no descarta la idea de volver algún día a los protagonistas de El incendio. “Visitar a Lucía y a Marcelo, en otra etapa de la vida.” Nuevas escenas de la convivencia amorosa, o cómo sigue la vida después del incendio.

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Imagen: Juan Schnitman y Pilar Gamboa
 
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