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Domingo, 21 de junio de 2015

HOMBRES Y ENGRANAJES

VIDEO En la muestra de videoarte que presenta en el C. C. Haroldo Conti, Paula Massarutti se mete en un espacio casi nunca visitado por el arte contemporáneo –o por el arte el general–: una fábrica, en este caso la platense Ctibor, que produce ladrillos. A los obreros les pidió que hicieran su trabajo de memoria, en una coreografía, sin las máquinas. Y así, en Línea de producción, muestra la interiorización de un procedimiento productivo y también, de alguna manera, mira con cierta nostalgia las políticamente potentes fábricas argentinas de los años ’60.

 Por Leopoldo Estol

En su libro Los condenados de la pantalla, la artista y teórica alemana Hito Steyerl llama la atención acerca de lo difícil que es filmar aquello que acontece al interior de las fábricas. Como si fuese parte de un conjuro, la vida eclipsa su tendencia actual al registro instantáneo, sea selfie o video, de un momento compartido. Una enorme base de datos se completa dejando vacío el casillero disponible para el espacio fabril. Cuando le preguntamos a Paula Massarutti por su último trabajo, ella nos cuenta que no fue fácil. “Hace dos años que venía buscando armar una obra a partir de una fábrica, pero no se daba. La fábrica de ladrillos platense Ctibor realizó una convocatoria y me abrió las puertas. Las dificultades volvieron a la hora de mostrar. La gerencia no entendía nada, no los culpo. A veces olvidamos nuestra formación, nuestros años y años mirando y haciendo arte contemporáneo.”

Paula es alta, rubia y tiene un look elegante. Podría ser ejecutiva de algún banco. Nada más lejano. Le cuesta marcar su ingreso al mundo del arte, pero finalmente dice: “En la primaria le copié la firma a mi vieja y me empecé a firmar los boletines. Al momento de llegar a quinto año había adquirido una capacidad gráfica importante y firmaba las amonestaciones de mis compañeros”. Para inventar ese mundo paralelo que la represente mejor, estudió Arte en la Universidad Nacional de La Plata, ciudad donde aún vive. Sus esculturas sobrevivieron la inundación del 2013 aunque su práctica hacía algún tiempo ya, había comenzado a desmaterializarse.

De su paso por el Centro de Investigaciones Artísticas, una escuela que en su época supieron coordinar Roberto Jacoby, Gachi Hasper y Judi Werthein, remarca el clima de experimentación grupal y su abordaje a la organización de un espacio informal como puede ser una villa, en particular la 31, donde profundizó su compromiso con sectores sociales que habitualmente no aparecen en galerías. Al calor de lo comunitario, Paula moldeó obras que no sólo resultasen permeables al deseo de los demás sino también sirvieran como vehículo de reivindicaciones. Ella misma se sorprendió –sin ser fana de las tablas– interpretando a un obrero frente a los restos del Padre Mugica en una improvisada obra teatral de Renata Lozupone que tuvo lugar en la capilla villera. Algo de ese apetito por meterse en los recovecos menos explorados la llevó hasta una de las fábricas de ladrillos más antiguas del país. La investigación se extendió a través de meses en los que se fue compenetrando en la trama diaria de cómo un grupo de obreros transforma una montaña de arcilla en un ordenado conjunto de ladrillos listos para llevar al corralón.

Así como hay muros que separan, hay otros muros que soportan peso. Si para los primeros con usar ladrillos huecos alcanza, para los segundos habrá que evitar distraerse y poner ladrillos portantes. Los huecos son fácilmente distinguibles, son livianos, angostitos y se rompen con facilidad. Fruto de mirar, de pensar y sobre todo, después de ver pasar cientos de miles de ladrillos frente a su nariz, Paula logra sintetizar tres videos que están siendo exhibidos en la ex ESMA, el actual experimental y progresista Centro Cultural Conti.

La muestra consiste en tres salitas, con una proyección cada una. Son videos sencillos, en donde la escala colosal del espacio fabril cobija cálidos planos de trabajadores que no por ser partícipes de una singular obra de arte interrumpen el intenso ritmo productivo. Sin embargo, algo extraño acontece en el seno de la imagen. Algo que cautiva y atrapa. El video cobija, literal y misteriosamente, un montón de acciones y tareas. Pero ojo, que lo literal no pasa por largas entrevistas ni por una estructurada exposición del ciclo del ladrillo. Es mucho más sutil: el video muestra a los operarios realizando sus trabajos pero en lugar de respetar un enfoque documental clásico, despoja a los trabajadores de todo lo demás y les pide que muestren frente a la cámara solamente sus movimientos diarios: qué palancas accionan, cómo sacan los ladrillos de la cinta transportadora, cómo limpian las máquinas. Massarutti suprime las palancas, los ladrillos y cepillos. Los obreros juegan de memoria con sus actividades, haciendo una coreografía.

Los overoles manchados y las manos rasposas se mueven intermitentemente. En las imágenes vemos a obreros que han interiorizado un procedimiento productivo. No sorprende, duele un poco pensar en la monotonía de fabricar ladrillos. Paula lo señala de otro modo: “El trabajo se hace carne”. Hay una suerte de poesía, pero ¿dónde?

Quienes sospechen de la condición rídicula y un tanto absurda de la propuesta deberán sacarse los anteojos de sol y dejarlos en el estuche. Recordemos que las fábricas en los sesenta eran los sitios mismos donde se exhibían las películas revolucionarias, en cada fábrica donde se proyectaba La hora de los hornos, arriba de la pantalla se agregaba una pancarta que rezaba lo siguiente: “Cada espectador es un cobarde o un traidor”. Era un dispositivo que buscaba eliminar dudas, interpelar compañeros e impulsar al movimiento obrero. Varias décadas después y releyendo a Laclau, puede que conformar un movimiento involucre tanto una deriva desinhibida por distintos espacios habitualmente vedados para la sociedad en su conjunto como asumir un rol más activo desde lo personal. Por eso, el ejercicio corporal de pensar el trabajo que Massarutti le propone a los obreros mueve las aguas como quien arroja una piedra a una laguna. La pantomima es romántica, en su piel hay rastros de Buster Keaton y también de Chaplin. El “como si” en plena fábrica es un teatro border al punto de volverse onírico. Como quien soñando mira sus pies para descubrir que está descalzo. En ese registro seco y naif que roza lo inevitable y trascendente, el video jamás pierde la liviandad del juego. Massarutti dice que las condiciones de trabajo en la fábrica en general son buenas, aunque a veces los obreros parecen sedados. No se cuestionan el estar de ellos en la fábrica. “Si bien hay un trato amable y cercano con las directoras, no sé cómo no le explotan las arterias al tipo que entra dentro del horno para limpiarlo. Hay un olor a gas que te voltea y un calor insoportable. Eso me parece una negligencia. El doble discurso me molesta, amor filial en el trato pero cosas como ésta llaman mucho la atención.”

¿Ayudará el arte a reconsiderar rutinas y procedimientos consolidados al calor de lo que nunca se detiene? La conciencia que emana del proyecto de Paula Massarutti no solo redunda en cómo algunas personas empeñan sus horas y sus vidas en una serie pautada de acciones. ¡Bien hecho!, otra extenuante jornada cumplida. Fichar y volver a la madriguera. La particularidad radica en cómo nosotros en tanto trabajadores frente a otras máquinas y otras industrias nos reflejamos en ellos, para constituir con hidalguía (¿por qué no?) ese colectivo que lenta e inexorablemente nos traslada hacia algún sitio de la misteriosa historia latinoamericana.

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