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Domingo, 3 de marzo de 2002

MúSICA

Punto y aparte

Buenas noticias para los fanáticos de ese pop japonés que hoy se conoce mundialmente como el “Sonido Shibuya”: luego de cuatro años de silencio, el gran Cornelius acaba de editar Point, su cuarto álbum (¡de inminente aparición en nuestro país!), donde lleva la canción a terrenos insólitos, combinando belleza y adrenalina sin el menor prejuicio estilístico y cultural.

Por Marcelo Montolivo
El efecto estéreo suena rotundo, casi salvaje... hasta hace pensar en cuadrafonía (aunque, de hecho, tengamos sólo dos baffles delante). O en 3D: cuando el sonido se transforma en color, mientras los ritmos brincan entrecortados y complejos, las canciones se fusionan unas con otras, dominadas por coros subliminales, casi de fantasía, mientras las vocalizaciones (básicamente en japonés) utilizan el susurro para comandar unos temas de estructuras multiformes. Estamos hablando de Point, el nuevo álbum de Cornelius, un disco que literalmente desestabiliza con su compleja concepción, mostrándonos un mundo donde el caos se funde con la más absoluta belleza y la adrenalina de lo inesperado. Armado de un notable desprejuicio estilístico y cultural, Cornelius se introduce en los más variados caminos, siente que el mundo es suyo y se permite tomar de él todo cuanto quiere. Como si Brian Wilson en su momento más creativo se paseara por los paisajes oníricos del film Submarino Amarillo después de una larga sesión de comics nipones.
Así de delirante es el efecto que consigue este japonés nacido hace 31 años, cuyo seudónimo fue inspirado por la versión original de El planeta de los simios (aunque en el Registro de las Personas figure como Keigo Oyamada). Flequilludo y delgado, de look algo nerd, eso no quita que Cornelius haya sido, desde sus días escolares, uno de los tipos más solicitados y populares de cada ambiente en el que irrumpía. “Lo que me salvó, supongo, fue que desde muy temprana edad toco bastante bien la guitarra. Fui a un colegio bastante extraño, donde en cada división había varias bandas, y todas hacían covers. Algunas se dedicaban al repertorio de The Cramps, otras al de Jesus and Mary Chain, otras a los Smiths o a los Specials. Y, como no había buenos guitarristas en toda la escuela, siempre terminaban llamándome a mí. Llegué a tocar en cinco bandas a la vez. Lo más gracioso es que tenía que cambiarme el look varias veces por noche. De ahí el flequillo: con él podía simular una cresta punk, un jopo rockabilly o usarlo para rellenar el gorrito ska. Fueron tiempos de lo más divertidos, y al mismo tiempo significó un gran aprendizaje para un autodidacta como yo.”
Semejante ensalada cultural se refleja claramente en la música de Cornelius, pero también es la principal característica de esa ola japonesa conocida como el “Sonido Shibuya”: una serie de artistas que solían merodear, a principios de los ‘90, por un distrito de Tokyo llamado justamente Shibuya, la zona de la ciudad donde se encuentran las más sofisticadas disquerías, regenteadas por maniáticos especialistas, donde los precios son realmente prohibitivos para cualquier mortal del resto del mundo. Las características principales del movimiento eran un gusto inmoderado por el exotismo y su correspondiente buceo en aquellos estilos musicales occidentales marginados hasta entonces por la cultura rock (bossa nova, a go-gó, música de salón, bandas de sonido, chanson francesa de los ‘60), consiguiendo una mixtura novedosa, con mucho de kitsch, toneladas de pop y bastante de freak, que trascendió a tal punto las fronteras del Japón, que hoy es sinónimo (a través de los Pizzicato Five, ídolos indiscutidos de la movida, o la Fantastic Plastic Machine, o Kahimi Karie o el propio Cornelius) del pop nipón en todas partes del mundo.
“Sé que hay gente de otros países que gusta de mi música, pero nunca me he puesto a componer pensando en un público determinado”, explica Cornelius. “De hecho, salvo en contados momentos, canto en mi propio idioma, una costumbre que hemos mantenido con mis compañeros de generación. Cuando me pongo a hacer un disco, sólo pienso en lo que tengo ganas de escuchar.” De todas maneras, el sonido de Cornelius se aparta de la media del nuevo pop japonés. “Lo que me separa de los demás es que tengo una fuerte base rockera. Crecí escuchando a Black Sabbath y a Kiss, y eso le da un toque más violento a mi música.” Eso se comprueba alescuchar su segundo álbum 69/96 (1995, editado sólo en Japón, tal como su debut discográfico, The First Question Award, de 1994) y en algunos pasajes de Fantasma (su tercer álbum, y el primero editado internacionalmente, en 1997) donde las guitarras moldean el ruido como alguna vez lo supieron hacer británicos como My Bloody Valentine. Lo extraño de Cornelius es que, aunque su música requiere varias escuchas para ser asimilada, es un auténtico ídolo en su país, donde sus delirantes shows (auténticas muestras de arte futurista que incluyen efectos tridimensionales, video, karatecas del espacio y monos de fantasía) convocan audiencias masivas.
Cuando editó Fantasma, Cornelius partió de gira por Norteamérica y varios países europeos, donde se codeó con la flor y nata del mundillo pop, llegando a remixar a Blur, Beck, los movedizos Avalanches y hasta a Sting. Por su parte, sus nuevas amistades remixaron sus temas hasta conformar el álbum CM, favor que él devolvió haciendo más remixes (el álbum FM), ambos en 1998. Desde entonces la espera se hizo larga. Point llega cuatro años después (y milagrosamente, pronto será editado también en la Argentina), luego de una larga concepción. “Pasé más de un año encerrado en casa grabando el disco en mi pequeño estudio. Toqué casi todos los instrumentos y cuidé los detalles hasta el delirio”, confiesa el músico. Lo mismo vale para las letras: en el ingenioso “Point of View Point”, por ejemplo, combina las palabras left y right con el modo en que aparecen por los baffles (por izquierda y por derecha) además de jugar con el otro sentido de las palabras (right como “correcto”, left como “abandonado”), forzando la semántica tanto como en “I Hate Hate” (odio el odio). Eso no lo priva de ofrecernos momentos de belleza extrema como en “Birds Watching an Inner Forest”, hacer gala de su ocurrencia al armar el tema “Drop” en base al ritmo de un goteo de agua sampleado y dar rienda suelta a su genio kitsch cuando se interna en una inesperada versión del clásico carioca “Brazil”. El resto son canciones pervertidas, insólitas, perturbadoras, incómodas, obsesivas, con arreglos casi “progresivos” (en el sentido que tenía la palabrita en el ambiente musical de los ‘70). Un trabajo definido por su autor como “un disco para auriculares, pero que también funciona muy bien en el autoestéreo, porque los auriculares son muy peligrosos para manejar”. Mientras algunos críticos europeos ya coinciden con las hordas de fans nipones en considerar a Cornelius “el futuro de la música pop”, él prefiere las aguas más calmas de la modestia y el bajo perfil: “No siento que sea tan original, y tampoco entiendo a qué se refieren cuando dicen que mi sonido es típicamente japonés”, dice por debajo de ese flequillo que supo ser cresta punk, jopo rockabilly, relleno de gorro ska y caldo de cultivo de toda la música imaginable.

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