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Domingo, 9 de agosto de 2015

MUESTRAS BATATO BAREA

LAS COSAS QUE DEJÓ

Hasta fin de mes, estarán expuestas en la galería El Mirador Espacio objetos de Batato Barea, desde personales hasta los que usaba en sus performances. Y además, se pueden ver imágenes del artista tomadas, entre otros, por Marcos Zimmermann o Alejandro Kuropatwa: una auténtica memorabilia de su vida, curada por Seedy González Paz y elegida, en vida, por el propio Batato.

 Por Marina Oybin

“Todo lo que queda en esta casa es lo que sirve, el resto ya lo tiré”, le avisó Batato Barea a su mamá, Nené Bache. En un container frente a su casa del Abasto, ya había quemado cartas, diarios y fotos que no quería que nadie viera. Estaba por morir. Le pidió a Nené que cuidara sus cosas. Ella no dudó.

Por estos días, la galería El Mirador Espacio condensa parte de la vida de Batato Barea. Desde el souvenir que se entregó a los familiares cuando su nacimiento, pasando por los inolvidables “objetos batáticos” que encarnaban personajes en sus performances, hasta fotografías tomadas, entre otros, por Marcos Zimmermann y Alejandro Kuropatwa. Hay cartas, manuscritos, vestuario, vestidos, afiches de sus obras. Simbólicamente potentes, las fotografías y los objetos llevan sin escala al artista que marcó el under porteño post dictadura.

Hay fotografías que resultan hipnóticas: en escena o en el backstage, llegan al núcleo de los personajes. Aunque las piezas exhibidas integran la autobiografía que el propio artista preservó, uno tiene la extraña sensación de acceder a un espacio muy íntimo, vulnerable. Hay fragilidad en la vida de Batato: murió muy joven, ocultando hasta último momento su enfermedad: el sida había devenido estigma en aquellos años. El suicidio de su hermano, también gay, lo golpeó.

Batato corrió los límites. Desplegó libertad en su vida y en el arte, que en su caso eran indivisibles. Creó en la frontera difusa entre exaltación y desgarro. Su obra aún hoy es transgresora. Basta ver su desnudo sensual y al tiempo irreverente, cross a la mandíbula para el espectador desprevenido, en “La señorita Batato Barea”, una bella fotografía de Gabriela Malerva. La escena es teatral, la luz barroca: el cuerpo de Batato en escorzo, desafiante, sobre unas sábanas revueltas, contrasta con la expresión de su rostro casi en penumbras.

“Batato tenía actitudes suicidas: con medias caladas y vestidos cortos caminaba a la noche por el Abasto, pasaba por lugares en los que paraban grupos punks”, dice su amigo Seedy Gonzalez Paz, artista, curador de la muestra y albacea de su patrimonio. Recuerda que una madrugada cuando Batato terminó una performance llamada “La cama”, en la Estrella de Maldonado, salieron juntos a desayunar. Ya en el bar, recibieron un escupitajo. Sin mediar palabra, Batato enfrentó el oprobio: “Se sacó la cadena de plástico rojo que usaba como collar, se la enredó en el brazo y la transformó en arma de defensa”.

Exultante, Batato creó un híper kitsch periférico bien nac. & pop. Diseñaba sus joyas con tapas de gaseosas, espejitos, mostacillas, cotillón almodovariano. En la basura o en locales de ropa usada, seleccionaba su vestuario antiglamour. Muchas veces, cosía los vestidos con su madre. Lo suyo era el lujo oropel, como el de Ramona Montiel, que no imita ninguna moda: delata a simple vista su origen plebeyo.

OBJETO BATATICO: CAJA MUSICAL Y ANILLOS

En su caso, ponerse pechos fue una intervención estética y política. No cualquiera se animaba. Le inyectaron un líquido aceitoso que dolió. Estaba feliz: aseguró que el busto era un vestido más. “Tenía rasgos humanistas, era muy conocedor, luminoso, siempre estaba sonriente. Por más ternura que despertara, vivió al borde del precipicio, no se drogaba y jamás lo ibas a ver tambaleando. Era un chongo hermoso: todos lo amaban”, cuenta Seedy, que caracteriza a su amigo como un rapsoda de nuestros tiempos que le puso el cuerpo a la poesía. Batato tuvo amantes epistolares que contactaba en revistas para conocer gente. En una casilla de correo, recibía la correspondencia: le gustaba intercambiar poesías.

A Batato le obsesionaba documentar su vida y su carrera: “Con absoluta humildad, trabajó para hacer de su nombre una leyenda”, señala Seedy. Junto a Nené, conservó estampitas de comunión, su carnet del servicio militar, boletines, cuadernos y hasta dibujos escolares. Hizo un registro exhaustivo de todas las obras y películas que vio. Guardó fotos, videos de sus obras, artículos sobre sus trabajos. Batato construyó una memorabilia en vida. Cuando murió, Nené cortó un mechón de su cabello: sumó el último recuerdo.

En uno de sus libros de poesía, le escribió a su hermano ya muerto: “Todo esto es para vos. Y pensar que de chicos nos peleábamos tanto y, sin embargo, nos amábamos tanto”. Se apropió de los versos que amó, los recitó, los diseccionó en escena. “Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido”, escribió Pizarnik, y transcribió Batato en una hoja amarronada de su agenda. Con envidiable fervor, subrayó y marcó versos de una de las compilaciones de su admirada Pizarnik. Entre las hojas, aún se conservan plumas de gallareta que usaba como señaladores y pedazos de alas de mariposas.

Yo Soy Batato se puede ver en El Mirador Espacio, de martes a viernes de 15 a 21, y los sábados de 12 a 18. Gratis, hasta el 25 de agosto. El jueves 13 se proyectará a las 20.30 se proyectará Alfonsina y el mal, dirigida por Batato. Reservas inbox: [email protected]

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Imagen: Alejandro Kuropatwa
 
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