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Domingo, 25 de octubre de 2015

PERSONAJES > MATU KOCENS

PRÍNCIPE Y MENDIGO

En los años ’90 era el guitarrista de la banda Demente Caracol: les iba bien y grabaron dos intensos discos antes de separarse. Pero Matu Kocens, aunque ahora toca con otro grupo, Amigos del Viento, se dedica especialmente a su nuevo oficio: el de poeta popular. Recorre el país en tren con sus libros autoeditados, vendiendo poesía de Tucumán a Mar del Plata y de alguna manera homenajeando a su tío abuelo Javier Villafañe, que un día se puso a recorrer la Argentina con su carreta-escenario de titiritero.

 Por Santiago Rial Ungaro

“Te cuento cómo llegamos acá", dice Matu Kocens en el jardín de su casa, un terreno extenso y silvestre frente a las vías del Sarmiento, a pocas cuadras de la estación de Ituzaingo. "Yo hace 5 años vivía acá a la vuelta en un departamentito, y me estaban echando mal, debía un par de meses de alquiler y no teníamos donde ir, porque pagar el depósito y meses de anticipo era imposible. Y veníamos caminando con Emilio, mi nene, y de repente nos paramos acá enfrente y me empecé a imaginar al nene corriendo por el jardín y flashear como sería vivir acá... Y le toqué el timbre al vecino y le pregunté de quién era esta casa y medio que me dijo ‘no, esa casa está abandonada y la vamos a copar con mi hermano, tomatelas’”. Matu sonríe al sol al recordar la historia y cuenta cómo contactó al propietario y le explicó la situación, y le propuso pagarle un humilde alquiler y hacerla habitable: “No había cocina, no había termotanque, y para colmo cada vez que llovía se cortaba la luz porque estaba roto el techo. Pero ya arreglé el techo, la cocina y siempre pudimos pagar. Quizá si debo muchas cosas en lo afectivo, pero nunca quedé debiendo nada en ningún lado: mi actitud, mi forma de relacionarme con la gente es de corazón a corazón”, dice en su desvencijado palacio, Matu, príncipe y mendigo y artífice de un destino poético irrefutable. La anécdota ilustra el carácter de este entrañable poeta, suerte de rescatado del rock & roll devenido en vendedor ambulante de ilusiones poéticas: “Yo escribo porque tengo necesidad de expresarme, porque tengo algo que transmitir. Son como cuadros que no me salieron y se convirtieron en poemas”, dice sobre su trabajo: “Me dedico a esto y cada vez me va mejor: ahora tengo mis seis libros editados. No sé hacer otra cosa: se tocar la guitarra, intento escribir lo mejor posible y tengo una pila de cuadernos llenos de dibujos, poemas y canciones. Lo hago porque descubrí que a través de estos poemas de paz, de naturaleza, de amor y de amistad, al menos por un ratito le cambiás la vida a alguien”. Como si el oficio de poeta popular también fuera un terreno abandonado el ex Demente Caracol (su grupo de rock en los 90) cuenta que hace un tiempo atrás lo iban a publicar en una revistita artesanal, que el proyecto no salió y ahí le agarraron ganas de hacerla él mismo: “Hice uno y después hice otro y ahora me está yendo muy bien: lo escribo, lo diseño y los mando a una imprenta. Y los vendo más que nada por el interior: son poemas que hablan mucho de la naturaleza”. “Creo en la fuerza de un abrazo de un poema junto al fuego/ en los ojos que te brillan mientras cantan los amigos/ en respetar mis sentimientos hasta el final de mis días/ que está bien lejos de acá/ de este instante… que si no es lo hacemos mágico!!! En eso creo”, escribe Matu en sus viajes enunciando un credo que genera incredulidad: ¿En serio vive de esto? Sí: Matu Kocens lo hizo y, aunque no tiene auto (ni Internet, ni televisión), el hombre sabe que siempre es mejor chocar en el auto de uno: “Este año ya estuve por Mar del Plata, en Córdoba, en el Norte, ahora tengo un pasaje guardado para irme a Capilla del Monte y en noviembre viajo a Tucumán. Viajo en tren, que vale 40 pesos.; y en el tren ya me vendo 10, 15 libros y con eso junto la plata para seguir subiendo. Me está yendo muy bien con los mochileros: hay gente que se sensibiliza y lo compran y se lo llevan a Colombia o Ecuador y después me escriben desde allá. Tardé 15 años en darme cuenta de que tenía razón el viejo Villafañe”. Matu recuerda con admiración a su tío abuelo titiritero, un tipo que agarró una carreta y la transformó en un escenario y viajaba por todo el país haciendo títeres: “Yo tuve mucha suerte de conocer a una persona que se llamaba Javier Villafañe; era el hermano de mi abuelo, pero mi abuelo murió cuando tenía 2 años y pasó a ser como mi abuelo. Y en un cumpleaños el viejo me retó y me dijo que como podía ser que nunca le había mostrado nada de lo que escribía; así que fui a la casa y le mostré los poemas y los dibujitos de aves, montañas, de cielos. “¿Qué vas a hacer con eso?”, me preguntó. Y me dijo algo que me quedó grabado: ‘Al mundo le hace falta gente que haga esto, alguien que vaya por las plazas y por los bares leyéndolos, vendiéndolos’. No le di mucha bola en ese momento pero el viejo tenía razón: tardé 15 años en empezar a hacerlo”. Matu también admite que la F.L.I.A (Feria de Libro Independiente), fue fundamental para que su proyecto actual tomara forma en la última década. Mientras deambula por su casa y muestra algunos trofeos (un slide que le regaló Jeff Beck, una versión original de Artaud de su adorado Luis Alberto Spinetta, algún cuadro de Skay, su abuela letona), mientras busca y encuentra viejos poemas: “Este es mi primer librito que hice cuando tenía 20 años. En ese entonces, 1994, yo tocaba con Demente Caracol y también escribía. Siempre era el más loco de todos, capaz que rompía un vidrio, me creía la de Jimi Hendrix. Todo eso me di cuenta que no va: ahora prácticamente no bebo, y cuando voy a tocar con Amigos del Viento ni se me pasa por la cabeza. Entiendo a los que les gusta estar chupando en el escenario del pico de la botella, pero ahora yo voy por el lado de la emoción”. Hace 10 años, en ese proceso de aprender a respetar su propia sensibilidad Matu Kocens estuvo internado: “Chupaba mucho alcohol, pero ahora no me banco ni la resaca: me pega onda Pink Floyd The Wall. Quiero poder levantarme y llevar a mi nena a la escuela: la posta es que mis amigos me cuidan, no me dejan tomar ni un vaso de birra porque saben que me hace mal”. Matu cuenta que estuvo en El Borda y después en otro neuropsiquiátrico, pero no cambia el tono cuando habla sobre eso: “Me ubicó, me hizo dar cuenta de para qué estoy en este mundo. Y cuando salí pensé en que yo tengo poesías. Cuando era chico yo pensaba en que quería ser músico o escritor. Y toco casi todos los fines de semana y los libritos se venden”. Mientras Matu busca en su jardín algunos rabanitos y algo de tomillo parece un duende, o, simplemente, un poeta: “Yo creo que hay que ser agradecido a la vida, agradecer desde lo más mínimo. Ahora tengo la muy buena suerte de haber hecho muy buenos amigos con los libros, algunos acá, otro en Capilla de Monte, otro en San Marcos Sierra, otro vive en Tilcara. Y voy para allá y toco todos los días. Yo estoy convencido de que puedo cambiar el mundo desde mis poemas. Y si no lo logro, por lo menos lo intenté.”

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Imagen: Catalina Bartolome
 
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