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Domingo, 7 de diciembre de 2003

FOTOGRAFíA

La vida es sueño

Se llaman Guillermina y Belinda, son primas y viven en el campo, en la provincia de Buenos Aires. Ahí las descubrió la fotógrafa norteamericana Alessandra Sanguinetti. El resultado de ese encuentro es una de las muestras más notables del año: poniendo en escena a lo largo de cinco años las fantasías y miedos de las chicas, Las aventuras de Guille y Belinda y el enigmático sentido de sus sueños despliega algo que hasta ahora parecía irreductible a la imagen: el trabajo del tiempo, o el fin de la niñez.

por Rosario Bléfari

Las fotos de Alessandra Sanguinetti que se exponen en el Museo de Arte Moderno forman parte de una serie inconclusa, llamada a prolongarse en el tiempo en la medida en que Guillermina y Belinda –las dos primas retratadas– sigan encontrándose año tras año con su fotógrafa.
Cualquier relación entre dos niñas –o entre dos compañeros de juegos– es tan jugosa, tan múltiple y simple a la vez, tan intrincada y llena de pormenores, que en ella sola cabe el mundo entero. Hasta podría decirse que todas las relaciones que vienen después duermen a la sombra de ésa, tan temprana, en la que ambas integrantes son partenaires intercambiables. Y al mismo tiempo se podría decir que hay unidades o partículas tan distinguibles como las estampas de un álbum: cuando cristalizan en el campo fotográfico, se convierten en un abecedario que hace vibrar idiomas vagos, capaces de resonar en varios sitios a la vez. Al detenerse en la interpretación de un personaje, en el detalle de un estampado, en una de sus miradas, lo que se desprende es un alud emocional.
“No hay muchas chicas en el campo. Mucha gente se fue; la mayoría son hombres, y las mujeres trabajan a la par, pero siempre en un mundo masculino”, me recuerda Sanguinetti. Cuando las veo brindar –compañeras de pensar, de jugar y de abrazarse–, cuando las veo mirar cómo viene la tormenta –más compañeras que nunca en la soledad de la lente–, estoy con ellas como si supiera de qué se trata todo eso. Actuando una serie de figuras que fascinan sólo porque ellas las representan, Belinda y Guillermina terminan convirtiéndose en heroínas: al poco tiempo queremos mirarlas sin parar, en todas las poses y actitudes posibles, de las más espontáneas o insólitas –¿cómo llegaron a esto?, me veo obligada a preguntar al mirar una– a las más reconocibles, todas registradas en esa forma y en ninguna otra.
“Estaba sacando fotos para un trabajo anterior y pasaba mucho tiempo cerca de la casa de la abuela de las chicas, en Guido, provincia de Buenos Aires. Y ellas andaban dando vueltas por ahí. Tenían alrededor de nueve años, y pensé en hacer como un diario en el tiempo. Les propuse que hablaran de lo que les daba miedo, de lo que querían ser, y empezaron a improvisar con ropas, objetos, telas, juguetes. No hubo manera de introducir elementos que no les pertenecieran. Les empecé a sacar fotos en 1998, pero la idea es seguir sacándoles todos los años, aunque no tan intensivamente: menos imágenes, y que cada una sea más sintética y representativa. Entre otras cosas, porque yo ya no estoy acá.” Ahora Sanguinetti vive en Nueva York.
De su propia infancia, Alessandra reconoce que los momentos más felices los vivió en el campo. Pero no considera que la infancia sea un paraíso —hay pesadillas, dice– y tampoco que la vida consista en atravesar etapas que, una vez superadas, quedan atrás, inaccesibles. Sí, de eso tratan, también, estas fotografías. La fotógrafa ya conocía el campo antes de dar con Belinda y Guillermina; pasaba allí las vacaciones de verano y terminó volviéndose una visitante íntima. Ahora va y viene, pero sabe bastantes cosas y ya hay una confianza establecida. Los dos primeros años pasaba todo el día con Belinda y Guillermina, improvisando. Sanguinetti las dirigía y también las grababa en video. Empezaron a trabajar a la par, y las chicas no tardaron en entender de qué se trataba. Ahora, cada vez que Sanguinetti vuelve a verlas, su puntería es más certera.
¿Qué es lo que aparece cuando ponen en escena sus ocurrencias? “Aparece lo posible”, contesta Sanguinetti: los sueños de una vida posible. En sus fotos veo algo que no tiene nada que ver con las circunstancias particulares. Algo nos acerca en esa representación de las posibilidades de la vida. Lo alegórico y la personificación siempre serán de este mundo, ya se trate de inventos que forman parte de la marea cultural –que se afirma en lo animal como los sueños en lo real–, ya de escenas espontáneas de la propia vida: un casamiento, una carneada, un funeral simulado. Hay una correspondencia inevitable con la vida real, en la que lo posible se mezcla con lo imprevisto. Es como el reconocimiento de unlímite en el que se puede entrever el paseo hondísimo y acotado de nuestra existencia, múltiple en experiencias personales que no se comparten y sueños hechos con la sustancia de lo real.
Siempre estuvo y estará presente, en toda práctica plástica, el intento de poner en escena lo que no se ve a simple vista, lo que ven los ojos cerrados en la proyección onírica: la ambición de encontrar la imagen ignota y, con ella, la forma externa de nuestros sueños. Pero cuando se trata de ver fotografiado el intento de representar “lo otro”, entonces la obra se ubica en otro camino de búsqueda: la búsqueda de lo intratable. Cuando –por descuido o provocación– cae en la red de la realidad fotográfica, ese intento pasa a formar parte de la realidad y podemos “verlo”. En una fotografía de Isadora Duncan bailando de alguna manera conseguimos “ver” una entidad griega. Incluso “vemos” algo en todos esos sospechosos testimonios fotográficos de presencias sobrenaturales. Las niñas disfrazadas de las fotos de Lewis Carroll son las criaturas imposibles que se nos permitió ver.
Guillermina –no sé si la persona que ella es o la que yo alcanzo a conocer en estas fotos– está presente en cada momento de cuerpo entero, entregada, mientras que Belinda, aunque tampoco se esconde, duda, piensa, se ríe. Desde el piso del bosque nos mira, en medio de una ensoñación, con la mirada propia del ensoñado, tan difícil de mostrar. “Tiempo después de haber sacado esa foto, leí que las jovencitas de los cuentos de hadas que se duermen en los bosques, al cruzarlos, caen siempre en esa especie de sueño particular del que luego despertarán transformadas.” El sueño de la crisálida, el registro de una transfiguración. Pero también uno podría preguntarse: ¿quiénes son realmente los niños? La infancia y la inocencia no existen. Ahora mismo nos reconocemos en Guillermina y Belinda –tan inocentes como ellas, tan todo lo contrario– porque una misma fibra recorre todas las miradas: se han detenido un momento frente al lente y parecen saberlo todo. Fueron fotografiadas en un simulacro, ese sueño representado que la foto trae hasta nosotros.
Nada entusiasmó tanto a las chicas como representar a las dos Ofelias muertas en el agua. Cuando Alessandra les mostró una postal del cuadro (Ofelia, John Millais,1851-2), hacía demasiado frío para ir al arroyo, así que hubo que esperar a que llegara el verano. Pero fue lo primero que mencionaron Guillermina y Belinda cuando volvieron a verse, casi un año más tarde. Las heroínas se adueñan de Ofelia en el arroyo; las dos son Ofelia y el partenaire, en este caso, es el arroyo, pero todo puede ocurrir. Esos pétalos naranjas con los que Alessandra sorprendió a Belinda al llegar a la casa se los había pegado con cinta adhesiva y los llevaba como si fueran uñas postizas. Su cuerpo es de junco, femenino e infantil, y hasta hace poco fue el más pudoroso. Pero todo cambia, y no sabemos más. Guillermina, en cambio, aparece extravertida, segura de sí, con una sensualidad desenvuelta, emocional. Hay una foto en la que llora de verdad: tenía que mudarse al pueblo para poder seguir la escuela. Ahora –me cuenta la fotógrafa– está feliz viviendo allí. Los acontecimientos van más rápido de lo que la mirada llega a percibir. Nada permanece en su lugar: las aventuras de Guille y Belinda siguen su curso.

Las aventuras de Guille y Belinda y el sentido enigmático de sus sueños, de Alessandra Sanguinetti. Del 27 de noviembre al 25 de enero de 2004 en el Mamba, avda. San Juan 350.

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