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Domingo, 3 de enero de 2016

ENTREVISTA > DIEGO SCHISSI

HOMBRE DE NINGÚN LUGAR

Pianista pero fundamental compositor, Diego Schissi es dueño de una de las obras más potentes y originales de la actualidad. Al frente de su quinteto cree, como Piazzolla, que otro tango es posible. Y las armas que usa para encontrarlo referencian a Spinetta, Salgán, Gismonti, Troilo, Pat Metheny, el be bop y, siempre, a su propia biografía: hijo de Oscar Viale, tuvo una vida accidentada que va desde una infancia marcada por la tragedia hasta una temporada en Miami y en la banda del Puma Rodríguez. A punto de editar dos discos, Timba y Te, en esta entrevista habla de sus ídolos musicales y literarios, la relación con los músicos de su generación y por qué Horacio Salgán no lo aceptó como alumno.

 Por Mariano del Mazo

La obra de Diego Schissi es una de las más sólidas y originales de la música argentina actual. ¿De dónde viene ese vigor, esa incertidumbre que la hace paradójicamente poderosa? Debajo de esa obra parece acechar un volcán. Esa música es como un origami que, desplegado, deja al descubierto aspectos biográficos determinantes, que pueden funcionar como causa o consecuencia. Se supone que en toda obra artística ocurre ese mecanismo. Pero en el caso de Schissi el mecanismo aparece subrayado por una historia familiar densa, por una búsqueda musical obsesiva que incluyó una insólita parada en la banda del Puma Rodríguez; por una poética, digamos, de la desesperación.

Lo que busca Schissi es un lenguaje, el propio. Y en ese trayecto se convirtió, tal vez a su pesar, en un provocador. Aunque se define como un “tímido recuperado”, su temperamento musical tiene una intrepidez que crea la misma ilusión que alguna vez agitó Astor Piazzolla: que otro tango es posible. Al frente de su quinteto, Schissi camina el surco abierto por la revolución de Piazzolla pero con armas y espejos propios, elementos que referencian a Spinetta, Salgán, Gismonti, Troilo, Pat Metheny, el be bop y, siempre, a los ramalazos biográficos que se clavan en su obra; una vida, como diría Cadícamo, de “errante bohemio cubierto de males, bandeado de apremios”.

Pianista, pero básicamente compositor –en algún momento intentó invisibilizarse y componer sin instrumento (él dirá: “hacer el asado para que lo coman otros”)– la provocación de Schissi parte de cierta incomodidad. Anda siempre con una piedra en el zapato. Desde la más tierna infancia –cuando entre el cuestionamiento a sus padres y los kilómetros de diván pudo entender algunos enojos– hasta el disco que editará este 2016 y otro más que ya empieza a hornear, esa piedra permanece. El que sacará este año se llama Timba, y está basado en la numerología de los sueños que propone desde el fondo del inconsciente popular el juego de la quiniela. “Es con el quinteto y habla finalmente del azar. El 14 es El Borracho, el 13 La yeta, el 73 El hospital, el 58 El ahogado, y así. Así se titulan los temas. Varios los tocó en un ciclo de los jueves que acaba de terminar en Virasoro, con el grupo que completan Guillermo Rubino (violín), Juan Pablo Navarro (contrabajo), Ismael Grossman (guitarra) y Santiago Segret (bandoneón). La música tiene un relato velado. Una narrativa musical y ficcional, sin palabras. Son catorce temas, el disco cierra con el 48, El muerto que parla”.

Para el arte del disco incluirá un texto de la escritora Jimena Pautasso que da pistas del concepto de Timba. “Así de simple. No son más que lunas convidándonos batalla. Todo, absolutamente todo, empieza en los sueños. Detrás, vaya uno a saber. Detrás la suerte, el significado, la musa, el intento porfiado de cada día. La corazonada, el impulso. El azar irremediable y no. La inmensidad de un hombre que ya ha elegido y ahora es espera, la nada misma, el mundo entero, un todavía. No es perder. La cosa, más bien, está en perderse. Quema, toda apuesta quema. Hay timba, señores, y arde cada movimiento. No existe partida que no encienda. Es que se sabe: la timba es riesgo, fiesta y precipicio. Sí, se sabe: la música es fuego y juego”.

El otro disco que se viene tiene una concepción aún más curiosa. Se llamará Te, como el pronombre y como la letra –no como la infusión, que lleva acento– y son temas que está escribiendo sobre lo que le sugiere “Por”, tal vez la canción más radicalizada y surrealista de Luis Alberto Spinetta, del disco Artaud. “Fue fruto del azar. Yo tenía unas composiciones sin título y me acordé de ese tema increíble que es ‘Por’. La canción está hecha de cuarenta y siete palabras, y empecé a componer de acuerdo a cada una de esas palabras. Árbol, hoja, salto, luz, aproximación, mueble, lana, gusto, pie, té, mar, gas, mirada, nube, loba, dedo, cal, gesticulador, hijo, cama, menta, sien, rey, fin, sol, amigo, cruz, alga, dado, cielo, riel, estalactita, mirador, corazón, hombre, rayo, felpa, sed, extremidad, insolación, parecer, clavo, coito, Dios, temor, mujer, por... No sé sí voy a llegar a todas. Voy a hacer como en Timba, que de cien números/sueños hice catorce. Hasta ahora tengo ‘Arbol’, ‘Hoja’, ‘Salto’, ‘Luz’, ‘Mirador’ y un par más”.

–¿Primero es la composición y después vas al título, o escribís de acuerdo a lo que te sugiere cada palabra de “Por”?

–Depende. Pasa de todo. Tenía unas músicas y las asocié a palabras. Y hay palabras que me piden música. Siempre funciono así. Necesito disparadores.

Diego Schissi nació en Buenos Aires en 1969. Su padre fue el extraordinario dramaturgo y actor Oscar Viale; su madre era maestra y se suicidó cuando él tenía 12 años. De una infancia feliz, barrial, en el partido de San Martín, pasó a la Recoleta. Con la tragedia a cuestas, detestó durante ese período esas veredas tan coquetas como impersonales. “Le tomé rechazo a esa zona cheta, tan ‘aspiracional’ para mis padres. Tiene que ver con la historia familiar. A partir de entonces siempre traté de vivir en barrios–barrios. Y hasta acá llegué”, dice y abre los brazos como abarcando el sitio de la entrevista, el departamento de recién separado ubicado en el corazón del Abasto, rodeado de bodegones peruanos.

Mientras veía cómo su padre se hundía en la máquina de escribir y en un ambiente colapsado de libros y discos, ingresó al Nacional de Buenos Aires. “En casa la banda de sonido era el ruido del tipeo de la Olivetti y los discos que ponía mi viejo: Brahms, Schumann, Bach, Vivaldi, Morricone, Rota. También fue importante su biblioteca. Me la sabía de memoria. Muchos libros me intrigaban… Me acuerdo cómo me atraía Sexus, de Henry Miller”.

¿Cómo recordás aquellos años?

–Mirá, mi adolescencia fue muy sufrida. Pasé unos años de mierda. Después, andá a saber por qué, a mi viejo se le ocurrió que yo tenía que ser músico. Tengo muchas cosas atravesadas con mis viejos, pero también dos gratitudes. Yo siento que la que me llenó de amor fue mi mamá. Ella había tenido un embarazo muy complicado con mi hermana, diez años mayor que yo, y los médicos le advirtieron que no tuviera otro hijo porque corría peligro su vida. Y aun así quiso tenerme. Lo veo como un gran acto de amor. Y con mi papá siento que me legó el deseo por lo artístico, que me empujó a la música. Empecé a tocar así nomás, y ahora puedo entender que la música funcionó como un refugio de todos los quilombos. Al principio componía algunas cositas a la manera de Charly y Spinetta, después entré en Gismonti y en Piazzolla y seguí con el jazz.

A los 20 años se fue a Miami. Su padre se había instalado ahí un tiempo atrás, convocado por el empresario argentino Toti Maselli para escribir el guión de una película del Puma Rodríguez que nunca se concretó. En un momento el Puma estaba buscando un tecladista y Oscar Viale avisó que su hijo era músico. Era 1989, la híper. Allá fue Diego: “Era un chiquilín y me metí de lleno en el laburo de la música. Apenas llegué me recibió el mismísimo Puma y me llevó de compras. Fuimos a una tienda de música y me dijo: ‘Elegí lo que quieras, te lo voy descontando de los recitales’. El tipo pelaba la tarjeta de crédito y chau. Estuve un año con él, haciendo en los teclados las trompetas y las cuerdas. En el medio mi viejo ya había vuelto a la Argentina. Yo me quedé seis años”.

¿Qué hiciste?

–Me puse a estudiar jazz en una universidad privada. La carrera era Intérprete de Jazz, y me recibí. Fue un período de transformación. La que había sido mi novia de la adolescencia –que es la madre de mis hijos– se vino a vivir conmigo. Puede parecer raro, pero en Miami y estudiando jazz me volví loco por el tango. Un casete de Salgán –que después me enteré que era propiedad de Pablo Mainetti– me voló la cabeza. Quería volver a la Argentina para hacer tango. Pero el retorno fue con el jazz. Yo conocía a Rodrigo Domínguez de la adolescencia y me habló de Juan Cruz de Urquiza, de Oscar Giunta... Así nació el Quinteto Urbano.

–¿Pero no querías hacer tango?

Sí, bueno, pero qué sé yo. Lo viví con cierta ambigüedad: contento por formar parte de un grupo de jazz pero también consciente de que yo quería hacer otra cosa. Entonces fue importante el Quinteto Urbano. Fue un grupo que marcó una pequeña época. Fue de los primeros que tuvo una identidad. En 2004 nos separamos.

Había tocado en un disco de Lidia Borda y un encargo del Festival de Tango terminó de acercarlo a lo que en breve sería su “lenguaje”: ni tango ni jazz, algo propio, experimental, híbrido, orgánico en esa hibridez. El encargo fue compositivo y Schissi escribió un tema llamado ‘Tren’, que luego fue el título de su primer disco. Significó el atajo de una crisis de identidad. “Yo estaba absolutamente enamorado del tango. Entendí que tenía que hacer algo que tuviera que ver con esa tradición. Pero en paralelo tuve una crisis con el piano y con la composición, y me encerré. Me quedé en Pampa y la vía musicalmente. Sentí que no quería tocar más el piano. Pensaba cómo hacer una música que me identificara a mí. Nunca me interesó la liturgia del tango, esa retórica. Para mi Troilo tiene que ver con Bach. Quise estudiar con Salgán… ¡pero no me aceptó! Y tenía razón: lo primero que hice fue tocarle un tema mío que se llamaba ‘Piazzolleado’… Estudié en la Orquesta Escuela y me sirvió muchísimo. Aprendí todo de las orquestas. Pero me faltaba algo. Y saqué las manos del plato del tango.

¿Cómo hiciste?

–Después de siglos de terapia, vislumbré que no podía dedicarme a estudiar tango diez años más. Tenía que hacer una música mía. Conseguí un subsidio y saqué el disco Tren. Busqué inspiración en la literatura.

¿Por qué?

–Necesitaba disparadores. El disco Tren son todas músicas instrumentales inspiradas en una serie de relatos de escritores que admiro: Julio Cortázar, Santiago Dabove, Felisberto Hernández, Macedonio Fernández y Juan Gelman. Esos textos fueron como aliados para organizar mis ideas. Me gusta mucho la literatura, y ahora estoy volviendo a la poesía, con clásicos como Gelman, Vilariño, Vallejo. Me estuve animando a escribir algunas letras. Pero no me considero un escritor de canciones. Voy tanteando.

Hay algo de marginal en tu discurso, y también en tu música. Algo de hombre de ningún lugar…

–Y sí. Lo acepto como una marca de origen. ¡Ese es mi lugar! Me interesa la gente que tiene ese discurso. Me gustan los discursos incompletos, lo no dicho. Yo adopté esas maneras. Nadie me puede correr por ningún lado. Ni siquiera me interesa tocar bien el piano. Es otra cosa.

¿Podés precisarlo?

–Quise usar mi capacidad de hacer música sin filtrar lo que me diera ganas de hacer, no meterme en un espacio definido si no que ese espacio se vaya definiendo en la producción misma. Salvando distancias, si te tengo que señalar un referente es Spinetta, que es un artista dentro del formato canción pero que ha hecho de todo. No le hace justicia pensarlo como “del rock nacional”. El rock lo excede.

Schissi ha sacado, dentro de esta línea de pensamiento, dos discos emblemáticos: Tongos –tangos improbables– y Tipas y tipos. El primero es una sinuosa demostración de su relación –su tensión– de cercanía y distancia con el género tango, casi una broma, pero una broma muy seria con el nivel de piezas como “Liquido 5”, milongas piazzolleanas en una vibración siglo XXI. Tipas y tipas es el homenaje oblicuo a hombres y mujeres que lo marcaron desde diferentes planos, desde “Luis Pez” (por Spinetta) a un tema que se llama directamente “Natalia Oreiro”. “Hay algo de humor también en todo esto. No me quiero tomar muy en serio. No pretendo ser un intelectual de la música, ni inventar la pólvora.”

¿Qué pretendés?

–Creo que lo único que hago es entregarme a lo que no entiendo. Me subyuga todo aquello que no puedo entender bien. Por otra parte hago lo que puedo. Me siento aliado de gente como Agustín Guerrero, Guillermo Klein, los pibes de Escalandrum, los de Aca Seca, el Pollo Raffo. Hacemos nuestra música, y está muy bien. Somos lo que somos. No somos Gardel que se juntaba media hora con Le Pera y te sacaba “Soledad”.

No.

–Y no. Yo creo que a nuestra generación le falta un poco de autocrítica. ¿Somos tan buenos? ¿No podremos hacer un poco mejor las cosas? Te digo más: faltan músicas que lleguen al oído popular pero también faltan músicas que tengan tal fortaleza más allá de que a la gente le gusten o no. Hay artistas buenísimos, claro. Ahí lo tenés a Agustín Guerrero, un genio. Pero no viene mal nunca un poco de autocrítica.

Todos tus discos empiezan con “T”: Tren, Tongos, Tipas y tipos, ahora Timba, Te…

–Diego Schissi se asoma a la vereda, ya en el final. El sol cae a baldazos. El Abasto tiene la histeria pringosa de esta altura del año, entre el shopping y las verdulerías y los manteros. Dice, al fin: “Sí, todos empiezan con ‘T’. ¿Qué querés que te diga? Esa ‘T’ es la ‘T’ del tango, no hay vueltas”.

La “t” del tango, con mayúscula o con minúscula: una espada que mata, paraliza, molesta o proyecta.

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Imagen: Nora Lezano
 
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