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Domingo, 6 de marzo de 2016

FAN > UNA DIRECTORA DE TEATRO ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: ANA ALVARADO Y FLORES DE FUEGO DE TAKESHI KITANO

DOS DISPAROS

 Por Ana Alvarado

Mi película es Hana-Bi (Flores de fuego). En inglés, Fireworks. Increíble película de Takeshi Kitano, de 1997.

Llegó a mi vida cuando ya desesperaba. El cine de fines de los 90 ya no tenía los tiempos, ni los silencios metafísicos, ni la descomunal proeza visual de un Tarkovsky, un Kurosawa y un Fellini, mis favoritos, para siempre.

Tenía sólidos guiones y mucha acción, en el mejor de los casos. Poco misterio. Un Tarantino pero ningún Godard.

Un año antes me había convertido en madre. Era enormemente feliz con mi maternidad pero no dormía nunca de corrido y veía cuánta serie o película caía en mis manos. En VHS, supongo y del inolvidable Master Video, de Caballito, casi seguro. Si eran policiales, mejor.

Estaba atravesando una crisis de pareja, después de varios años felices, mi matrimonio estaba cayendo en picada. Éramos dos personas más bien tranquilas y con poca tendencia a expresar el dolor a gritos o llantos. La melancolía nos atravesaba como un cuchillo, mientras en otros aspectos estábamos muy plenos y activos.

Alguien me dijo: “Hay un japonés que hace unas películas de acción geniales. Son sangrientas pero con mucho humor”. Mi psicoanalista más atinada y frente a mi interminable letanía tristona, me recomendó ver Flores de fuego.

La vi sola.

Soy directora de teatro, Kitano no podría considerarse un gran actor pero como muchos otros, norteamericanos por ejemplo, con cuatro gestos de su cara, con su cabeza ladeada, sus ojos estáticos, su piel cortada y su enorme inteligencia, actúa escenas inolvidables. Como el final de Hana-Bi.

Esa larga secuencia, llena de silencios, esas extrañas fotos fijas que construye inesperadamente, el mar, la nena que corre con la cometa partida, el asesino que espera, y la mujer, la esposa del personaje, diciendo: “Gracias” (pausa). “Gracias por todo”.

La síntesis del programa del cine debe haber dicho: Un policía que perdió a su hija queda enredado con la mafia japonesa, su mujer está enferma en estado terminal, su amigo y también policía está lisiado y se convierte en pintor. Él lleva a su mujer a dar un paseo final en pleno invierno, hacia el mar. Trágico final inesperado.

Pero es mucho más.

La pareja no se vincula con palabras, casi no habla en toda la película, simplemente se ven tristes o sonrientes pero muy tiernamente vinculados por gestos imperceptibles del rostro y el cuerpo. Frente a la cámara, como frente al mar, ella mirando inmóvil la inmensidad, el se ladea de vez en cuando, una cometa, una niña, bella toma del mar, la yacuza esperándolo, nueva toma del mar y la niña. Ella le agradece, le agradece por todo, larga mirada al frente, nuevo mar, dos disparos, uno primero y el otro un poco después, la cara de sorpresa de la nena de la cometa que ve algo que yo no veo. Música genial y yo llorando sin parar y a los gritos, entendiendo ese amor tímido y eterno entre un asesino casi de Scorsese y una Juliette Binoche japonesa y esa cámara loca de Kitano y sus geniales montajes parando la vida en instantes fútiles y a la vez llenos de sentido. Pudiendo entender ese amor sin palabras y ese agradecimiento por todo, todo que debe ser muy poco, una vida sencilla y un alegre paseo final antes de la muerte.

Mi llanto terminó con mi beba llorando a la par y mi vecino llamando por teléfono para ver qué pasaba. Un exceso que ofendería a la economía gestual de Kitano y su increíble partener Kayoko Kishimoto.

Según parece, Kitano estuvo al borde de la muerte por un accidente de moto antes de filmar esta película. Hay que agradecerle a la veleidosa muerte que siguió de largo pero lo dejó inquieto con el tema. La muerte y ese acto de amor que se lleva a los dos sin grandes gestos, ni cartas suicidas sino simplemente porque era lo mejor que podían tener en ese momento, así sencillamente.

La actuación es en todos los casos extraordinaria pero la actriz, Kayoko, trabaja ese abandono que produce la enfermedad, en el final es casi un adolescente con su gorra, un genérico y tierno humano, aferrado a su amor.

Amo a los actores precisos, económicos en gestos, intensos y que puedan conmoverme con lo mínimo. Los admiro. Estoy dirigiendo a uno de ellos ahora, por suerte.

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