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Domingo, 20 de marzo de 2016

ARGENTINA-INGLATERRA

EL PARTIDO OBRERO

El 22 de junio de 1986 tuvo lugar el partido Argentina-Inglaterra, por cuartos de final del Mundial, en el Estadio Azteca, primer encuentro de ambas selecciones después de la guerra de Malvinas. Terminó por imponerse la Selección nacional por 2 a 1. Fue el partido de la mano de Dios y el barrilete cósmico y en rigor el comienzo del gran final: Argentina campeón del mundo, uno de los hitos centrales de la mitología maradoniana y también de los “héroes” de aquella batalla futbolera. Pero hubo mucho más. Tres años de trabajo le llevó al periodista Andrés Burgo (quien se define como un zaguero poco habilidoso) reconstruir los sucesos de ese partido de leyenda, entrevistando a jugadores de ambos equipos, cuerpo técnico, auxiliares, hinchas, periodistas. El resultado es una crónica entre la épica y el barro separados por escasos cuatro minutos, entre la picaresca criolla y el mejor gol de la historia. Y mucho más: un rosario de anécdotas increíbles con protagonistas como Burruchaga, Giusti, Passarella, el Vasco Olarticoechea, Bilardo, Batista, Ruggeri, entre muchos otros, incluyendo jugadores de fútbol ex combatientes. Radar presenta El partido (Tusquets), un libro excepcional sobre la memoria, las formas de ver y de recordar, siempre parciales, frágiles y emotivas.

 Por Angel Berlanga

Hay detalles como éste.

Está a punto de empezar el partido. Los titulares de las selecciones de Argentina e Inglaterra han subido emparejados los escalones que conectan los túneles y el césped del Estadio Azteca, han visto el cielo primero y luego las tribunas cargadas con 114.580 hinchas, han escuchado y cantado los himnos. Ya es casi el mediodía del 22 de junio de 1986 y está por largarse este cruce por cuartos de final: uno de los dos quedará afuera. Es el primer encuentro de los seleccionados tras la guerra de Malvinas y los jugadores dirán que trataron de abstraerse de eso, de independizar el fútbol de las batallas y los muertos, pero no lo consiguen del todo. Diego Maradona y el arquero Peter Shilton, los capitanes de los equipos, intercambian banderines: están a una hora y unos minutos de cruzarse en las coordenadas de la mano de Dios y del barrilete cósmico, sucesos de sus futuros inmediatos, en inminente gestación. En tanto, mientras cambian las insignias, el volante Ricardo Giusti, sin que nadie le preste mucha atención, “raspa con sus botines la raya del círculo central para hacer un pozo y esconder un caramelo que nunca comerá”. Escribe Andrés Burgo: “Lo que había sido una previsión del cuerpo técnico para los primeros partidos, una forma de combatir la sequedad de garganta que generaban el smog y la altura de la capital mexicana, el mediocampista lo transformó en la milésima liturgia: Argentina no arranca a jugar hasta que Giusti no oculta el caramelo en el césped”.

La escena, secreta como ese caramelo para la suerte o el esmog, es puesta a la luz casi al final de la primera parte de El partido, el fabuloso libro que acaba de publicar el periodista Andrés Burgo, en el que cuenta en detalle aquel legendario Argentina 2, Inglaterra 1, el antepenúltimo eslabón hacia la Copa Mundial de Fútbol ganada por Argentina en 1986, epicentro que expande sus historias y recorridos hacia atrás y hacia adelante en ese día, en esas semanas, en el tiempo. Tres años de trabajo le llevó componer esta crónica, armada a partir de entrevistas con jugadores de los dos equipos, entrenadores, auxiliares del cuerpo técnico, periodistas e hinchas, un caudal de voces de primera mano en diálogo con lo tamizado tras un rastreo minucioso de archivos diversos y una amplia bibliografía que incluye, por ejemplo, varias biografías de futbolistas ingleses. “Si hubiera que rescatar de un naufragio a un puñado de partidos de la historia universal –tres, cuatro, cinco partidos de cualquier época del deporte más popular del planeta–, el 2 a 1 contra los ingleses debería quedar a salvo –escribe Burgo–. Es el paraíso del fútbol argentino. Hubo cientos, miles de tardes y noches con más goles y con mayor belleza colectiva, pero ninguna con esa carga simbólica. Ese partido es un aleph del fútbol que lo tuvo todo, y todo lo que tuvo nos favoreció. El macho alfa de los goles y el más ilegítimo, la deificación de un futbolista en un puñado de minutos, el trasfondo de las llagas de una guerra todavía abiertas, y el contexto deportivo perfecto: los cuartos de final de una Copa del Mundo”.

Algo menos de cuatro minutos pasaron entre los dos goles de Maradona. La reconstrucción que hace Burgo sobre ambos es extraordinaria. Muchos de los protagonistas no vieron, en el momento, el puñetazo con el que Maradona primereó a Shilton: el juez de línea de ese lado, el búlgaro Dotchev, estaba de frente y vio la maniobra ilícita, pero quedó a la espera de lo que decidiera Bennaceur, el árbitro tunecino, que por la velocidad de la jugada y tapado por el movimiento simultáneo de la cabeza del diez no pudo ver la mano. Mientras Maradona enfatizaba su festejo para disimular y algunos ingleses reclamaban un poco, Bennaceur miró a su compañero y, con la telepatía fallada, marcó el centro de la cancha. Burgo va entreverando las declaraciones de todos, las inmediatas al partido y las que fueron decantando en el tiempo, y así sabremos de dónde sale esto de la mano de Dios y que Shilton nunca le perdonaría el agravio al tipo al que una hora antes le había dado amablemente el banderín, pero también que muchos de los jugadores ingleses no dramatizarían tanto la trasgresión en sí, porque el fútbol está lleno de maniobras equiparables, sólo que ésta tenía contexto y trasfondo cargadísimos.

Burgo plantea, sin embargo, que en el fondo su libro es sobre personajes secundarios. “Hablé con muchísimos, con diez de los titulares de ese equipo y con un montón de gente, pero con Maradona no hablé, y lo digo al principio del libro, quería ser honesto –dice en un bar de O’Higgins y Manuela Pedraza, barrio Núñez de Buenos Aires–. Hay dos opciones para llegar a él: una es ser su amigo, y otra es hacer una buena oferta.” Burgo cuenta que hizo un leve intento, sin convicción: lo intuía imposible. En dos meses Maradona publicará un libro propio, a treinta años del Mundial. “Tampoco cambiaba demasiado que me lo hubiera dicho a mí o que apareciera en archivo, y Maradona habló muchísimas veces de esto –explica-. Entonces reconstruí todo lo que fue diciendo en este tiempo e hice que los otros protagonistas y testigos fueran contando lo que hizo, una especie de rueda a su alrededor. Yo siento cierta debilidad por los personajes secundarios, por las historias menores dentro de la gran historia. Son como los sherpas que acompañaron a Maradona al Everest. Igual estamos hablando, por ejemplo, de diez grossos, que salieron campeones del mundo. Más secundarios son los utileros, o los masajistas, o algunos hinchas. También incluí a los ex combatientes que habían sido futbolistas, que pongo al final: varios jugadores del plantel son clase 62 y pudieron haber ido a Malvinas. Héctor Rebasti, uno de esos ex combatientes, mientras jugaba en las inferiores de San Lorenzo le atajó un penal a Oscar Ruggeri. En el 82 Rebasti entrenaba en Huracán junto con Omar de Felippe, que hoy es técnico: los dos compartieron trinchera en Malvinas.”

Ah, las fantásticas pequeñas historias dentro de la gran historia. Las camisetas de ese partido, por ejemplo, procuradas de apuro un par de días antes, con los números cosidos a mano y versiones varias sobre cómo las consiguieron. La clasificación agónica para el Mundial y la racha previa de partidos horribles, que provocaron que el entonces presidente Raúl Alfonsín le preguntara a su secretario de Deportes, Rodolfo O’Reilly: “¿Y, cúando lo echás a Bilardo?”. El enfrentamiento hasta hoy irreparable entre César Luis Menotti, campeón del mundo en el ‘78 y también técnico en el 82, con Bilardo, y el traslado de la trifulca a la capitanía de la Selección, Daniel Passarella en esos dos torneos, Maradona en éste (y también lo sería en los dos siguientes). La seguidilla de percances y lesiones que le impidieron jugar a Passarella, que vio este partido internado en un hospital del DF. La liturgia extravagante de las cábalas, desde el caramelo de Giusti hasta el pantalón corto de Maradona, los pasos reiterados por comidas, diálogos, ubicaciones, canciones, llamados, afeitadas. Los relatos fuera de serie de Víctor Hugo Morales, que pescó al toque que el primer gol había sido con la mano y fue (mal) corregido desde estudios centrales de la emisora, desde donde le aseguraron que había sido con la cabeza, y se mortificó en los minutos siguientes pensando que le había pifiado en una instancia tan crucial, y desde ahí armó esa ¡fenomenal! narración, que incluye el “Maradona en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos”, y el “barrilete cósmico, de qué planeta viniste”. Burgo remonta de dónde viene esto de “barrilete” y también repara en el foul que le hace Batista a Hoddle en la previa a ese gol: la pelota deriva hacia Cuciuffo, que toca para Enrique, que tras breve finta toca a Maradona y ahí sí, “arranca por la derecha el genio del fútbol mundial”, que no hubiera arrancado nada si el tunecino cobraba antes la infracción. El recorrido de Olarticoechea: desde su convocatoria cinematográfica de último momento, sin mucha convicción para ir al Mundial, hasta la salvada milagrosa a dos minutos del final, cuando despejó un centro envenenado en la línea ¡con la nuca! “Si algún día tengo un programa de radio me gustaría que se llame ‘La nuca de Olarticoechea’”, dice Burgo.

Por el momento hace, en Vorterix, una sección deportiva llamada “Burgo sin ese”. Nació el 20 de agosto de 1974, está a punto de ser padre por primera vez y se define como un zaguero “poco habilidoso” que sabe ubicarse tácticamente. “Como soy pelado, se puede decir que soy una especie de Moner, de Morquio”, se ríe. “Mi ídolo deportivo es el Chapu Nocioni –dice–. Es raro, entre Nadal y Federer, yo me quedo con Nadal. Me sensibiliza mucho más el esfuerzo, la resiliencia, esa cuestión casi homérica, que el talento. Que por supuesto es maravilloso, pero como que hay algo innato en el talento. Todos estos son monstruos, pero también está lleno de talentosos que no hacen nada. Creo que en esto un poco también incide que no soy habilidoso: cómo podría aspirar a un Maradona, si jamás conté con esa posibilidad. Por eso prefiero mirar a los Nocioni: prefiero Nocioni a Ginóbili.” En sintonía, a Burgo le interesa enfocar también en “la clase trabajadora que se carga el partido sobre los hombros” cuando Maradona “entra en hibernación”. Escribe: “Futbolistas samaritanos y menospreciados, parias sobre los que pesará una eterna sospecha (‘Si Maradona hubiese jugado para Canadá, Canadá habría sido campeón del mundo’), casi como si fueran parásitos del prestidigitador”. Trascartón, apunta que siete de los jugadores de ese equipo consiguieron, por esos años, campeonatos continentales y mundiales con sus clubes. Ruggeri, Enrique y Pumpido con River; Valdano con el Real Madrid; Batista con Argentinos Juniors; Burruchaga y Giusti con Independiente. “Jóvenes menores de 29 años que no son hijos de un talento sobrenatural –escribe Burgo–, pero sí del esfuerzo y también –como Maradona– de biografías agitadas”.

Un par de años atrás, y en coautoría con Alejandro Wall, Burgo publicó El último Maradona: cuando a Diego le cortaron las piernas; en 2006 había dado a conocer, también, Diego dijo: las mejores mil frases de la carrera del diez, escrito junto a Marcelo Gantman. El partido empezó a gestarse tras publicar Ser de River en las buenas y en las malas, centrado en el descenso del club del que es hincha y en todo lo emocional que acarreó. “Primero pensé que a este Mundial le faltaba un libro, pero luego dije no, es Argentina-Inglaterra, ese partido –dice Burgo–. Sabía que ahí había diez mil pequeñas historias dando vueltas. Tenía una punta con las camisetas, estaba pendiente el tema de las barras con los hooligans, faltaba ahondar en lo de Malvinas. Era también el partido en el que supuestamente Bilardo hace su revolución táctica, el de los goles más famosos, el de la primera gran frase reconocida de Maradona, la mano de Dios. Y hay otro componente: ¿viste que Javier Marías dice que el fútbol es recuperación semanal de la infancia? Para mí también era como volver a la infancia. Yo viví con una intensidad descomunal los mundiales del ‘86 y del ‘90, tenía once y quince años. Pero de ese partido la única imagen que tenía era la de mi viejo volviendo de una pizzería que estaba acá nomás y ya no existe, sobre Crisólogo Larralde. ‘Che, el pizzero dice que fue con la mano’, me dijo mi viejo. ‘¿Cómo con la mano, si nadie vio eso?’ Porque no se sabía; terminaba el partido y no es que seguías viendo, ya la tele pasaba a otra cosa. Todos pensamos que fue con la cabeza. ¡Ni la gran mayoría de los jugadores la vieron! Shilton dice que no la ve; Hodge, el que intenta rechazar y manda ese tiro elevado hacia atrás, tampoco. Da para pensar que en el banco de suplentes argentinos no la ve nadie, y en el de los suplentes ingleses la ven todos... Es otra de las cosas que planteo en el libro: no se puede llegar a una verdad. Te cuentan cosas distintas”. A tres décadas de distancia, talla también otro asunto: la pulseada, escribe Burgo, entre lo que pasó y lo que los entrevistados recuerdan que pasó. “Creo que muchas veces nos inventamos recuerdos de cosas que no existieron –dice–. Y no creo que los entrevistados mientan: están convencidos de lo que están diciendo. Y nos pasa a todos. La memoria en cierta forma es una elección: elegimos qué recordar. En el fondo es también un libro sobre eso, sobre la memoria. En el archivo ves cómo un mismo jugador va contando un mismo hecho de distintas formas, y cómo se va convenciendo de ese relato.”

Un par de detalles que robustecen este trabajo. Este libro forma parte de la colección Mirada crónica, que dirige Leila Guerriero, que trabajó en el proyecto y editó el material. Y este libro es para Ezequiel Fernández Moores, según escribió en La Nación, uno de los mejores que leyó sobre fútbol en la Argentina. Tusquets sacó a comienzos de este mes una tirada de 4000 ejemplares y ya va por la segunda: profetizamos más. Dice Burgo que es tímido, que en general es difícil llegar a los jugadores y que “en este equipo hay buena gente”, que sus favoritos son Olarticoechea y Enrique, que tuvieron “una predisposición maravillosa”, y que Giusti, Brown, Burruchaga y Pumpido también se portaron bárbaro con él. Dice Burgo que este partido es “la santísima trinidad” y que Héroes es una de las películas de su vida. “Como Trainspotting –sopesa–. Yo decía: ¿por qué no hay un libro de esto? Si estamos todo el tiempo viendo el segundo gol de Maradona, idiotizados, ¿por qué no profundizamos un poco? Si nos copamos y nos prendemos con cualquier noticia relativa a este partido”.

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Imagen: EDUARDO LONGONI
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