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Domingo, 28 de diciembre de 2003

CINE

Lo que importa es la cerveza

Tras el éxito de Goodbye, Lenin (la película que lanzó a la vieja Alemania oriental al mercado del consumo nostálgico), el director Leander Haußmann profundiza la veta retro con Herr Lehmann, crónica de fines de los ‘80 en el legendario barrio turco occidental de Kreuzberg: un ghetto indolente, poblado de músicas de época y raros peinados nuevos, cuyos héroes son un hombre cualquiera, un perro vagabundo que adora el whisky y... la cerveza Becks.

Por Ariel Magnus

Herr Lehmann vuelve a su casa una madrugada, después de haber trabajado toda la noche en el bar. Tiene más o menos 30, anda más o menos zaparrastroso, es más o menos un don nadie y está más que menos ebrio. De pronto, un perro le cierra el paso. “¡¿De quién carajo es este perro de mierda?!”, grita muerto de miedo. Pero su pedido de auxilio se pierde en las calles vacías y otoñales de Berlín occidental a fines de los ‘80. Resignado, se sienta en la vereda, saca una botella de whisky y se pone a tomar. El perro se relame. Herr Lehmann frunce el ceño y prueba darle whisky. Al can le gusta. Le da más. Tiempo más tarde, dos policías los encuentran tirados uno al lado del otro. “Está borracho”, le dice un policía al otro. Conminan a Herr Lehmann a levantarse, cosa que al hombre parece costarle un poco. “Está borracho”, vuelve a informar el uniformado. “¡Ya sé que está borracho!”, sube el tono su camarada. “Me refiero al perro.”
Así empieza Herr Lehmann la película que lleva su nombre. Cien minutos (o un par de meses) después, tan o más borracho que al principio, nuestro héroe se reencontrará con el perro. Es el 9 de noviembre de 1989, la fecha de su cumpleaños número 30 y –pero eso no tiene mucha importancia– la de la caída del muro. Para entonces lo habrá dejado una mujer, tendrá a un amigo luchando contra una sobredosis en un hospital, una década se habrá desplomado y una nueva estará naciendo con la promesa –hecha con esa euforia que delata a los que ya saben que no cumplirán– de cambiarlo. Todo más o menos como al principio, sólo que ahora Herr Lehmann acaricia al perro y se va con él. Ya no tiene miedo de su alter ego: ya aprendió que nada los diferencia.

Kreuzberg (Berlín)
Primero fue el este. Goodbye, Lenin, que aún está en cartel en Europa, contaba la historia de la caída del muro desde la perspectiva oriental y se convertía en el acto en la película sobre el muro. Su éxito desató una ola nostálgico-kitsch por la RDA que alcanzó su apogeo con El show de la RDA, un programa casi tan aburrido como la RDA misma y –tal vez por eso– imperdible. Nueve meses más tarde, después del notable éxito de El show de los ochenta (por el mismo canal, con el mismo animador, igual de aburrido y de imperdible), Herr Lehmann cuenta la misma historia, pero esta vez desde el lado de acá.
Aunque el término historia es excesivo. La película de Leander Haußmann (director de la taquillera Sonnenalle, predecesora de Goodbye, Lenin) se basa en el best seller homónimo de Sven Regener, ex cantante de la banda berlinesa Element of Crime, fundada en 1985 en Kreuzberg, y cuenta cómo fueron los días finales del legendario barrio turco ubicado en el confín de Berlín occidental (o sea de Occidente, o sea del mundo). Ya se habían acabado los salvajes ‘70, que hospedaron sobre el final a Iggy Pop y David Bowie, venidos –según se cuenta– con la idea de “limpiarse” (que la inocencia les valga). Ya se estaban acabando incluso los ‘80, y Kreuzberg era un abúlico biótopo de intelectuales, artistas y demás obreros de la nada afanosamente concentrados en contemplar su desidia matinal, su languidez vespertina y su molicia nocturna. Pasaba poco pero pasaba de a muchos: de ahí esa nostalgia un poco inconfesable que los insiders –los que conocieron la Kreuzberg amurallada– prefieren presentar como intransmisible. Con todas las subculturas ocurre lo mismo: si no la viviste –claman los elegidos– no te podés hacer una idea. Hasta que te la da alguien que no tiene miedo de perder por ello su pasado.

SO 36 (Kreuzberg, Berlín)
Durante los treinta años de muro, Berlín occidental era una isla, y Kreuzberg una parte de ella. La película habla de una parte de esa parte de esa isla: el distrito postal SO 36. A Herr Lehmann, todo lo que está más allá (incluidos los otros códigos postales del mismo barrio) le parece Saturno. Suspira desconsolado cuando suamigote le dice que va a exponer en una galería de Charlottenburg (10 paradas de subte) y fracasa estrepitosamente cuando quiere cruzar el muro (200 metros). Hasta el SO 36 le queda grande: el mundo de este hombre sin atributos es el bar donde trabaja (“Idea”), más tres o cuatro de los alrededores. Ahí se encuentra con sus amigos, filosofa sobre el paso del tiempo durante las borracheras o la caída del Imperio Romano, conoce a la cocinera que luego lo deja por otro (al que conoció también en un bar), y ahí se entera de que cayó el muro.
Esto ocurre en su cumpleaños número 30. Herr Lehmann ya tiene adentro casi una decena de litros de cerveza y viene de dejar a su amigote en el hospital, después de verlo “deconstruir” (tirar abajo) la obra que iba a exponer en Saturno. Una mujer pide una cerveza y un tequila, los mezcla, toma un trago y anuncia: el muro se cayó. El dueño, aburrido como el resto de los comensales, que acaban de cantarle a Herr Lehmann el feliz cumpleaños, enciende la tele. Todos miran embobados el aparato; la mujer de la cerveza con tequila llora. “Habría que ir a verlo en vivo”, razona con calma Lehmann, “pero primero nos terminamos la cervecita”.

Becks
(SO 36, Kreuzberg, Berlín)
Como Goodbye, Lenin, Herr Lehmann es una película sobre la nostalgia. Pero mientras que del lado de allá lo que se añoraba era un proyecto político fracasado, del lado de acá es una marca de cerveza: Becks. Hay música ‘80, raros peinados nuevos ‘80 y las citas cinematográficas ‘80 que son de rigor, pero la magdalena de la historia es la etiqueta verde: aparece tantas veces que los créditos de la película se abren con la aclaración de que la marca no puso un euro en concepto de publicidad. Una apostilla para insensibles: la Becks es como la mamushka dentro de los bares dentro de Kreuzberg SO 36 dentro de Berlín. Basta haber perdido algo (el tiempo, sin ir más lejos, y el que esté libre de culpa que pague la primera ronda) para ver en ella algo así como el destilado de la nostalgia. Pero ¿qué tiene que ver uno con una marca de cerveza que se tomaba en un barrio ignoto en una década pasada? Nada, probablemente, y ahí está lo memorable de esta película más bien mediocre: Herr Lehmann muestra que se puede añorar lo que no se vivió, ese tiempo muerto, vacío como una botella. Herr Lehmann es un réquiem (por un barrio, una década, un mundo) que postula que la nostalgia es la inexplicable emoción que asalta al abstemio al ver una marca de cerveza.
Goodbye Lenin fue un éxito arrollador; Herr Lehmann, no. La vio bastante gente, algún crítico le dio su visto bueno y ya se armó el Lehmann tour por el Kreuzberg actual, pero en general no tuvo un recibimiento demasiado entusiasta. Lo más probable es que nunca llegue a salir de Alemania. Sea. La verdad es que podría no salir del SO 36. Podría incluso no haber salido de la botella que la inspiró. Como el Kreuzberg de los ‘80 para los que no lo vivieron, no hace falta haber visto Herr Lehmann para sentir la herida absurda de su nostalgia.

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