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Domingo, 10 de julio de 2016

ARTE > GABRIEL RUD

PAISAJES DESCONOCIDOS

En su nueva muestra de arte digital, Gabriel Rud se presenta como un hombre enfocado en crear mundos enigmáticos que generan todo tipo de interrogantes. Siempre vacíos de presencia humana, sus paisajes pueden ser tanto ruinas de ciudades milenarias perdidas, como fósiles, minerales, piedras, raíces y ramas. O incluso seres microscópicos vistos por una poderosa lente. El nombre elegido para estas cosmogonías alternativas es En el Ignicio y no es casual: Rud, colaborador de Daniel Melero –hizo la tapa de los discos Disritmia y el reciente Atlas, además de trabajar con el músico como iluminador en los shows– está fascinado por los textos místicos y por la ciencia ficción, y encuentra en el estudio de la forma cierta cercanía con lo sagrado.

 Por Santiago Rial Ungaro

En 1998 Gabriel Rud, por entonces un adolescente ateo que cursaba el colegio secundario, empezó a leer La Biblia: “Tenía un amigo en el colegio que se había hecho Testigo de Jehová y, como por otro lado yo estaba muy influenciado por mi hermana mayor, quería tener elementos para contradecirlo”. Traductora y bióloga, anarquista, satanista y lectora de Cioran, Sade y Thomas Mann, su hermana Mariana y Los Libros del Pentateuco (en particular el Génesis) aún ejercen un cierto influjo y embrujo sobre este escultor digital disfrazado de fotógrafo contemporáneo: En el Ignicio, su nueva exposición en la galería de fotografía contemporánea Rud vuelve a sorprender por la insidiosa verosimilitud de un imaginario que le ha permitido de algún modo ser algo así como la oveja negra del arte digital. Entre las dos tendencias actuales, una generativa y más paramétrica en la que, regulando una serie de variables, se generan formas fractales, y otra en la que se intenta integrar lo gestual al modelar “como si fuera una arcilla virtual” a través del lápiz óptico de tableta Wacom, Rud opta la segunda opción: “Sé que soy un tipo muy pretencioso, en el sentido de algo anterior a estar tenso. Hay un trazo manual digital, pero también está la cuestión de pretender, de simular”. Rud descree del enfoque que considera a lo que ocurre en el mundo digital como una simulación de lo real o un proyecto en estado latente porque “puede también ser algo para sí mismo, dejar de ser un signo de lo real y ser algo más que una metáfora de lo no-digital. Para mí el ‘lápiz óptico’ no es un cincel, no es ‘lápiz’, ni tampoco es ‘óptico’: es una herramienta nueva que aún no encontró un nombre adecuado. El proceso de modelado es muy concreto: parto de una esfera que es en realidad un poliedro compuesto de una malla de pequeños triángulos, en la que voy generando gestualmente concavidades y convexidades hasta que considero terminada la pieza”.

De la búsqueda de respuestas de aquel adolescente que se puso a leer entera la Biblia desde el principio (sin saltearse ni una sola de todas esas enumeraciones de genealogías que aún hoy lo siguen fascinando) a este hombre enfocado en crear mundos enigmáticos que generan todo tipo de interrogantes hay un recorrido tan monstruoso como consciente. Siempre vacíos de cualquier presencia humana, estos inescrutables paisajes pueden ser tanto ruinas de ciudades milenarias perdidas como también fósiles, minerales, piedras, raíces y ramas. Gabriel Rud escucha la palabra raíces y se para para googlear “Troncos y raíces”, la última obra de Vincent Van Gogh, quizá su pintura más abstracta: “Ese cuadro, que curiosamente durante muchos años fue negado y aún sigue siendo muy poco conocido a mí me influenció más que toda su obra”. Hay algo abismal en la obra de Rud, que supo manifestarse en su momento en forma de monstruos (como la tapa de Disritmia disco de Daniel Melero de 2013) y que ahora parece haberse diluido en paisajes que aún conservan algo ominoso: quizá estas cosmogonías alternativas (que también se valen e de los principios de la fotografía de encuadre, iluminación, puesta en escena e impresión y que ya le valieron algunos premios), sean también una manera de reinventar su propia identidad: “El año nuevo pasado se murió mi viejo, después de un proceso de enfermedad largo y bastante tortuoso. Tenía cáncer, y cuando estaba desahuciado por la quimioterapia, con mi hermano Ignacio lo convencimos de probar fumar porro y al final eso era lo único que lo calmaba y se la pasaba fumando. En el 2011 fue el año le detectaron el cáncer a mi viejo, el mismo año que hice Estructuras Espectrales, una muestra que hice en Tecnópolis que para mí fue muy importante porque fue la primera vez que tuve el apoyo para poder producir algo y me dieron pantallas y anteojos 3D. Y justo el stand que estaba al lado era de la Asociación Argentina de Oncología, y me acuerdo que se me acercaban médicos a preguntar si mis obras estaban vinculadas a los tratamientos oncológicos”.

Gabriel Rud es especialista en Lógica y Técnica de la Forma y diseñador de Imagen y Sonido de la UBA y actualmente trabaja como jefe de trabajos prácticos en la cátedra de Diseño Audiovisual de Luis Campos y Carlos Trilnick, a quienes reconoce como parte de su genealogía personal, así como también a Gabriel Valansi y a Melero: “La verdad que me costó escapar de su influencia. Y creo que en esta muestra aún hay una conexión con su obra”, admite. Además de haberle hechos algunos videos y haber vuelto a hacer la la tapa del flamante y excelente Atlas, Rud también colabora con Daniel Melero en sus shows como iluminador: “En algún momento empezaron a aparecer algunos monstruos sin rastros antropomórficos, pero eran solamente experimentos hechos por la mitad que nunca cobraban entidad, ni pensaba hacer una muestra antes de conocerlo: era un placer culposo como también lo es leer ciencia ficción, que es un género menor pero me apasiona por sus temáticas. Yo veo que a todos los artistas que Daniel elige o adopta los termina influyendo mucho, no tanto por dejarte entrar en su propio mundo si no por su absoluto interés en tu obra, que en su exageración te termina haciendo pensar que en realidad no es tan importante eso que uno hace; todo lo contrario a lo que siempre sucede, que es que uno quiero convencer al otro de lo que hacés es importante. Me interesa también de Melero que no está construyendo una carrera, si no que asume su capacidad para cometer errores como parte de un proceso permanente”. Lejos de cualquier intención vanguardista, Rud siente una fascinación por la basura informática, esa avalancha de escombros digitales que generan imparablemente las leyes de obsolescencia del mercado: “Yo no vengo a decirte que soy un creador de universos, que es una actitud que no solo es pedante y ridícula, sino que también podría ser casi la actitud de un loco de mierda peligroso: yo lo hago con la humildad de estar jugando un juego, aunque en el juego me interese ponerme el rol de demiurgo siempre me observo a mí mismo: pero no quiero hacer un bestiario, aunque en el disco de Daniel apareció otra vez uno. En la galería me preguntaban si tal forma era tal figura o tal otra, y eso es justamente lo que intento evitar: que cada uno se sienta libre de imaginar lo que quiera”. Rud cuenta que cuando hizo su maestría, su profesor (el Arquitecto Roberto Dobert), le advirtió lo erróneo que es el concepto de amorfo, deforme o de no-forma: “Todo lo concebible entra en el campo de la forma y pasa lo mismo en la categoría de ‘monstruoso’. Hasta que lo metieron en alguna taxonomía el manatí fue monstruo: ahora es un animal, mamífero, acuático. En el Génesis también hay mucho de eso: Dios pone a Adán a asignar nombres a todas esas cosas que había creado, animales, plantas, hongos, alimañas, al punto que te lleva a pensar que quizá esa sea la principal razón por la que el hombre fue creado es para ponerle nombre a lo informe, a lo monstruoso. Me metí en un tema que era mucho más sagrado de lo que a mí me parecía. Después de coquetear con eso desde un lugar distante, capaz que no irónico, pero si más cercano al juego, al meterme más desde un entendimiento científico de la forma de los polígonos, apareció el vértigo de lo místico. Y no desde la geometría sagrada, que también es fascinante, si no en cuanto el estudio de la forma, del análisis los poliedros, del análisis de la geometría y la morfología pura. Ahí aparece una cosa muy extática, porque hay una belleza que excede la capacidad del hombre”.

En el Ignicio se puede visitar de lunes a viernes de 13.30 a 19.30, hasta el 29 de julio en la galería Leku, Arenales 1239, Planta Alta “P”.

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