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Domingo, 24 de julio de 2016

ARTE > BERNARDí ROIG

HOMBRES DE BLANCO

ARTE Hay que encontrarlos, escondidos o irrumpiendo en el espacio, siempre sorpresivos. Son los hombres-escultura de Bernardí Roig, uno de los artistas españoles más importantes de la actualidad, que ocupan el Hotel de Inmigrantes creando ficciones narrativas, presencias a punto de evaporarse. La muestra de Roig reúne, además, 145 dibujos, 6 esculturas y 3 videos pero son sus hombres calvos y tristes los que resultan más impactantes, figuras que, confiesa el artista, se parecen a su padre y en consecuencia son su autorretrato futuro.

 Por Marina Oybin

En el ambiente hospitalario del Centro de Arte Contemporáneo del Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref), sede Hotel de Inmigrantes, hay que descubrir las esculturas ocultas de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965), uno de los artistas españoles más relevantes de la escena internacional. Es necesario subir al primer piso, por uno de los ascensores vidriados que dan hacia el río, para ver una de sus esculturas: una figura pura blancura, de rasgos suaves, espectral, en el hueco, sí, casi rozando el ascensor, apenas a tres centímetros. Ya no hay posibilidad de bajar.

En el Centro de Arte Contemporáneo Muntref, sede Hotel de los Inmigrantes, la muestra de Bernardí Roig reúne 145 dibujos que integran su programa estético a la manera de un Bilder-Cabinet, seis esculturas y tres videos, con curaduría de Diana Wechsler. “Son dibujos negados, muchas veces tachados: de la misma manera que mis esculturas niegan su propia presencia”, dice el artista. En paralelo, se presenta la instalación Puerto de Memorias del artista argentino Leandro Erlich, que recrea la obra Port of Reflections, con una sala en penumbras y cinco botes que se mueven por medios de un sistema mecánico, presentada en Corea en 2014.

En el ex Hotel de Inmigrantes, los dibujos -que Roig llama “mapas sísmicos de los temblores de mi muñeca”- se exhiben evadiendo el status museográfico, iluminados con tubos fluorescentes de luz blanca, potente, fría, hospitalaria, en ocasiones apoyados en el suelo, que el propio artista dispuso.

A los quince años Roig dejó sus estudios y se metió a trabajar de camarero. Y a dibujar, claro. “A pesar de la experiencia mermada de la realidad y pocas cosas que contar, había una urgencia por ocupar un lugar que, curiosamente, era el del arte”. Se formó leyendo vorazmente, en contacto con artistas más grandes y visitando museos a ritmo vertiginoso. Arrancó con fuerza en la movida madrileña de los 80. Luego llegó París, empezó a exponer en galerías, ferias y museos. Hoy, Roig vive entre Mallorca y Madrid, donde tiene su laboratorio de ideas y su taller con asistentes para el trabajo escultórico. “Me fascina la idea del tránsito: ir de un lugar a otro”, dice. Pasa al menos un mes al año en África -Senegal, Tanzania y Kenya son sus sitios preferidos- para escaparse de todo y dedicarse a pensar nuevos proyectos. Su obra se ha expuesto en instituciones y museos de Europa y América. Recibió, entre otros, el Premio de Arte Contemporáneo Princess Grace Foundation (Mónaco 2003), el premio oficial de la XXI Bienal de Alejandría (Egipto, 2002), el Premio Especial Pilar Juncosa y Sotheby’s, Fundació Pilar i Joan Miró, Mallorca (1997), y el premio oficial de la XXI Bienal Internacional de Artes Gráficas (Liubliana, Eslovenia, 1995).

Agudo, cálido, Roig es una artista que hace de una entrevista un momento especial. Se sienta cerca de la mesa de mármol del comedor donde halló un dibujo tallado por un inmigrante que llegó a nuestras pampas hace un siglo. Roig encontró ese dibujo - “esa iconografía de la memoria del lugar” que le interesa aún más que las propias obras- y proyectó la imagen en forma temblorosa en el piso. “Como el temblor del barco del inmigrante y del oleaje, como la espuma que trae mis imágenes del inconsciente”, dice. Y agrega: “Como en Lascaux o en Altamira, en ese dibujo está la necesidad de dejar una señal”.

Con unas pocas esculturas, todas simbólicamente potentes, Roig copa el ex Hotel de Inmigrantes. Al subir las escaleras, junto a un ventanal que da al río una figura pequeña levita, vibra blanquecina casi colgada a un tubo fluorescente. Una figura de un hombre con gesto atontado, en escala real, a la que no le cierran los pantalones, espía tras una columna del edificio. En un pasillo, otro yace casi inconsciente.

Cerca, una figura espectral, atrapada e inmovilizada por pallets de construcción, está en un ángulo del comedor de este sitio que fue Hotel de Inmigrantes y que comenzó a construirse en 1906 para prestar servicios, alojar y distribuir a los que llegaban a nuestro país.

El edificio, con paredes de azulejos, grandes ventanales y amplios corredores, tenía comedor, cocina, panadería y carnicería. En los tres pisos superiores estaban los dormitorios, cuatro por piso con capacidad para 250 personas cada uno. La rutina en el hotel era estricta: a las seis de la mañana las celadoras despertaban a los huéspedes y se organizaba el desayuno por turnos de mil personas. Las mujeres se ocupaban de los chicos y la higiene de la ropa; los hombres tramitaban su colocación en la oficina de trabajo. Se servía el almuerzo, la merienda para los chicos y a partir de las seis comenzaban los turnos de la cena. Se ofrecían cursos sobre uso de maquinaria agrícola y labores domésticas, se daban además conferencias y proyecciones sobre historia, geografía y legislación argentina. Según la ley, el período de alojamiento no debía superar los cinco días, pero muchos inmigrantes pudieron quedarse más tiempo en este hotel que funcionó hasta 1953, y en el que a lo largo de su historia se alojaron un millón de personas.

En esto de apropiarse del espacio, Faces Project fue una intervención clave de Roig en la Lonja de Palma de Mallorca, un impactante edificio gótico civil del siglo XIII, sede del Colegio de Mercaderes. Por medio de un casting, Roig seleccionó más de 1700 personas que fueron fotografiadas con los ojos cerrados y expresión de rechazo. Esas fotos se imprimieron en grandes baldosones de medio metro de lado para integrar una gran vanitas colectiva con las personas del lugar. Una vez que terminó la exposición, que fue visitada por 250 mil personas, cada fotografiado podía llevarse el baldosón con su rostro impreso, desgastado por el tiempo, y en el reverso firmado por Roig.

Las figuras escultóricas de Roig, calcos de personas reales en tamaño natural, niegan la estatuaria: el blanco impecable les quita cualidad volumétrica, dan la impresión de flotar. Roig construye ficciones, narrativas. Transforma la escena con sus personajes de resina poliéster y polvo de mármol. “Me interesa el lugar, mis esculturas sólo activan el lugar”, señala. En este caso son esculturas que ya había presentado en otros sitios con las que crea una nueva puesta en escena. “A todas les tengo cariño y a todas las desprecio por igual”, dice con humor el artista de esas figuras que “se están escapando y que están en el último peldaño de lo soportable como presencia”.

En la muestra hay una serie de obras que incluyen películas rodadas en el estudio de Roig. Los artistas que más lo marcaron son cineastas entre los que figuran Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Robert Bresson y David Lynch. En muchas de sus instalaciones incluye fragmentos de películas que postproduce. “El cine me dio muchas imágenes: hay una necesidad de continuar lo dicho por otro, pensando que el otro no lo terminó de decir porque lo expresó de una manera insuficiente o equivocada. Sobre todo creo que ocurre eso con las imágenes con las que hemos construido nuestro imaginario de la cultura contemporánea, que son las de Grecia y el cristianismo”, dice el artista. Roig cuenta que se trata de imágenes que se alimentan de otras imágenes en una cadena de producción de significados incestuosa: el arte que habla del arte. El cine experimental le causa “un aburrimiento cósmico”, prefiere que haya un relato.

Roig está convencida de que hay que agitar el arte: “Todo los que está estático termina pudriéndose. Hay que intentar tomarse la arrogancia de hacer una imagen que no sea un confort sino que provoque la erección del ojo”.

Las esculturas en escala real que uno se encuentra en distintos sitios del ex Hotel de Inmigrantes, muchas veces ocultas, tienen un aire parecido. “Este personaje un poco maduro, entrado en carnes y calvo está inspirado en mi padre -cuenta el artista-. Por eso todos son un poco él y también son un autorretrato avanzado de cómo seré yo. Un autorretrato que me espera: seré gordo y calvo como ellos”. Son personajes comunes, contemporáneos, reales, grisáceos, que, observa Roig, no han cumplido sus deseos y ya empezaron, la cuenta regresiva. No hay alternativa.

“¿Piensa mucho en la muerte?”, le pregunto a Roig. “No tanto como ella piensa en mí”, dice. “Hacemos -continúa- una imagen para espantar ese fantasma trágico que nos acecha. Una imagen es un espejo que nos devuelve un rostro que arde: ese rostro que arde es el nuestro y esa imagen la hacemos para escapar o para conjurar”. “El arte -sigue- es sobre todo deseo. El deseo es arrogante porque insulta la realidad, insulta a la muerte. Pasamos la vida haciendo algo, sabemos que no hacemos nada que valga la pena ni que tenga algún sentido, pero de alguna manera blindamos nuestra soledad, espantamos el final”.

La exposición de Bernardí Roig, con entrada gratuita, podrá visitarse hasta el 18 de septiembre, de martes a domingos de 11 a 19 en el Centro de Arte Contemporáneo (Muntref) Sede Hotel de Inmigrantes, Av. Antártida Argentina 1355 (entre la Dirección Nacional de Migraciones y Buquebús). Recorridos guiados para público general de martes a domingo a las17. Para más información: http://untref.edu.ar/muntref/roig/

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Bernardi Roig, Last Dream, 2008.
 
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