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Domingo, 28 de agosto de 2016

WILLIAM SHATNER Y LEONARD NIMOY

GALAXIA AMISTAD

Mientras llega Star Trek-Sin Límites, de inminente estreno, es un excelente momento para celebrar una gran amistad. Desde que se conocieron en el rodaje de los primeros capítulos de Viaje a las estrellas, William Shatner y Leonard Nimoy (el capitán Kirk y el Señor Spock, respectivamente) cultivaron poco a poco una amistad que fue creciendo en cercanía y calidez y que terminó por durar casi cincuenta años, hasta la muerte de Nimoy en febrero de 2015. Leonard (aún inédito en castellano) es el libro de memorias en el que Shatner –autor de varios volúmenes de ficción y no ficción, además de actor– habla de sus historias paralelas desde la infancia (la suya en Quebec, la de Nimoy en Boston, los dos descendientes de familias judías provenientes de Europa del Este) y de cómo Viaje a las estrellas comenzaría como una serie no demasiado notable a mediados de los años 60 para convertirse, en la década siguiente, en el extraño fenómeno de una serie de culto de alcance masivo que marcaría sus vidas y sus carreras para siempre.

 Por Diego Brodersen

La evidencia no permite la falacia: el inminente estreno de Star Trek-Sin Límites, primera secuela luego del reboot iniciado por J.J. Abrams en 2009 y el lanzamiento de una mega caja de súper lujo con 30 discos blu-ray, (amén de decenas y decenas de extras y la olvidada tira de animación de los años 70) demuestran cabalmente que más allá de la prepotencia industrial y comercial de la creación de George Lucas, cada nueva batalla entre trekkies y fans de Star Wars suele definirse por penales. Más que una franquicia, Star Trek es una galaxia con sus bellos brazos en espiral, sus sistemas solares bien sostenidos por las fuerzas gravitacionales y una miríada de planetas y satélites girando sobre su propio eje y alrededor de la masa estelar correspondiente.

Saga original, películas, novelizaciones, dibujos animados, convenciones, ferias, muñecos y figuritas, nueva serie, nuevas generaciones de todo aquello que pueda ser renovado, relanzado y rebautizado manteniendo las virtudes (y algunos de los deméritos) originales. El caso de William Shatner resulta paradigmático: el actor que, para muchos y para siempre será y sólo será el capitán James Tiberius Kirk, acaba de publicar hace algunos meses el aún inédito en castellano Leonard: My Fifty-Year Friendship with a Remarkable Man, nuevo volumen en una extensa saga de libros de ficción y no ficción que el actor nacido en Montreal viene rubricando desde hace varias décadas. El texto, coescrito junto a su biógrafo oficial David Fisher y centrado en su relación de “cincuenta años de amistad con un hombre notable”, se suma a la autobiografía Up Till Now, a los libros Star Trek Memories y Star Trek Movie Memories (anecdotarios sobre la serie original y los seis largometrajes realizados entre 1979 y 1991) y Get a Life!, tomo concentrado en las experiencias disfrutadas y sufridas en decenas y decenas (¿cientos?) de convenciones de fans. A los cuales hay que sumarles la saga de novelas escritas a seis manos junto a la dupla integrada por Judith y Garfield Reeves-Stevens, que desde 1995 ocupan un espacio en el insaciable corazón de los trekkies, con nuevas aventuras –esta vez exclusivamente literarias– de sus héroes favoritos.

CONSEGUIRSE UNA VIDA

William Shatner nació en la ciudad más importante de la provincia canadiense de Quebec el 22 de marzo de 1931; Leonard Nimoy vio la luz del mundo por primera vez cuatro días más tarde, en Boston, Estados Unidos. Esa casi simultaneidad de origen y el hecho de formar parte de familias de origen judío en comunidades multiculturales ocupa una parte importante del primer capítulo del libro. “Leonard y yo éramos producto de una misma historia. Nuestras vidas fueron marcadas por los mismos odios históricos y el coraje y el deseo de nuestras familias, judíos que habían huido de Europa del Este para escapar de la persecución. La madre y el padre de Leonard vinieron del pueblo de Iziaslaven, Ucrania. Mis abuelos eran de Ucrania, Lituania y el Imperio austro-húngaro”, escribe Shatner en el inicio de su relato biográfico. “Crecí en un barrio eminentemente católico, mientras que el West End de Boston era el crisol de razas americano: italianos y judíos y polacos e irlandeses, todos aquellos venidos de Europa”, continúa el autor, antes de describir ligeramente sendas infancias y juventudes y de entrecruzar similitudes y diferencias entre los futuros miembros principales del reparto de la serie creada por Gene Roddenberry. “Actuar es una profesión tan extraña. Es un oficio en el cual pasas tu vida intentando convencer a la gente de que eres otra persona”, afirma unas páginas más adelante. Quizá sin saberlo (o de manera muy consciente), Shatner ironiza acerca de la transformación de su persona en Kirk y la de Nimoy en Mr. Spock. A los ojos del público de todo el mundo y para toda la eternidad, actores y personajes intercambiando sangre y huesos y carne y vísceras, los ADN entrelazados inexorablemente, un poco como los de Seth Brundle y la mosca luego de la fatídica teletransportación. De allí, por cierto, la famosa frase de Shatner/Kirk proferida durante una transmisión del programa Saturday Night Live en 1986: “Get a life!” (“consíganse una vida”), respuesta mitad en broma, mitad en serio dirigida a los miles y miles de fanáticos y seguidores –de varias generaciones y razas y religiones y sexos– de una de las dos más famosas sagas de aventuras espaciales jamás creadas.

La descripción de los primeros pasos en el mundo de la actuación y los esfuerzos denodados por hacer de esa profesión no sólo un modo de vida sino, fundamentalmente, un trabajo que les diera de comer tanto a ellos como a sus respectivas familias, conforma uno de los bloques más interesantes y atractivos del libro de William Shatner. Lejos del glamour, las entrevistas con respuestas automáticas y la ilusión bigger than life del “estrellato”, las noblezas y miserias del actor o actriz que debe pelear por cada papel día a día, mes a mes, año a año, pintan un oficio cuyas características son compartidas por la inmensa mayoría de sus socios practicantes en todo el mundo. No muchos miembros de la troupe actoral, ante la consulta del entrevistador de ocasión, son capaces de bajar a tierra y hacer la clase de afirmaciones que Shatner suscribe, rotundamente, en su libro: “En la búsqueda de la mayoría de las profesiones, hay una suerte de camino hacia esa carrera más o menos definido. Existen requerimientos educacionales que deben ser cumplidos o habilidades mecánicas que tienen que ser dominadas o un programa de aprendizaje que debe ser completado. No hay ningún camino que lleve a una carrera actoral; no hay un buen o un mal camino, no existen pruebas que deban ser aprobadas. El talento importa, desde luego, pero no es suficiente. He conocido a mucha gente maravillosamente talentosa que simplemente nunca tuvo la oportunidad adecuada. A veces, es simplemente una cuestión de estar en el lugar justo en el momento justo y poseer una cualidad indefinida o un aspecto deseable”.

Todavía jóvenes y con la esperanza a flor de piel, tanto Leonard Nimoy como el autor del libro abandonaron sus respectivas ciudades natales para embarcarse en la más dura y difícil de las aventuras, mucho más salvaje, dolorosa y feliz que cualquiera de las disponibles en los ochenta episodios de Viaje a las estrellas. El futuro Spock en California, el aún no creado Kirk en Nueva York, ambos con experiencia en el teatro y alguna que otra aparición fugaz en un par de largometrajes, comenzaron a ganar algunos dólares en pequeños papeles o “bolos” en el reluciente y todavía en pañales medio televisivo.

VIAJANDO SE HACEN AMIGOS

Corrían los primeros años de la década del 50, la era de la tevé en blanco y negro y los programas transmitidos en vivo. Incluso aquellos de ficción que, bien tomando obras literarias o de teatro preexistentes, bien creando guiones ad hoc, no admitían el error o la corrección; mucho menos la retoma. “Leonard no podía encontrar un agente que lo representara. Uno de sus compañeros laborales en la heladería donde trabajaba le presentó a uno de los productores de The Pinky Lee Show, un programa de media hora infantil que se transmitía en vivo. Era el típico show para niños: un poco de música, un poco de baile, algunos sketches. La primera aparición de Leonard Nimoy en la televisión como actor profesional fue interpretando el rol de Knuckles, un ladrón desagradable que perseguía a Pinky Lee”. Casi al mismo tiempo, aunque todavía en Canadá, Shatner debutaba en el medio catódico en una serie llamada Space Command, en la cual un grupo de astronautas emprendía viaje hacia el planeta Marte. Desde aquellos primeros roles hasta su emparejamiento final en 1965 bajo el techo de una misma nave, la USS Enterprise, Nimoy interpretaría personajes de lo más diversos en series como Colt 45, Broken Arrow, The Virginian, Rawhide, Bonanza, La dimensión desconocida, Hospital General y Dr. Kildare, mientras que Shatner hacía lo propio en diversos episodios de Playhouse 90, Climax, El show de Alfred Hitchcock, Naked City,Ruta 66, El fugitivo y El agente de C.I.P.O.L. Fue precisamente en un capítulo de esta última serie, televisado en noviembre de 1964, donde ambos actores compartieron cartel por primera vez, aunque esa experiencia no sería recordada como algo memorable cuando algunos meses más tarde, fueron presentados nuevamente en las oficinas de producción donde se estaba gestando la futura serie espacial. “En ese episodio de El agente de C.I.P.O.L. yo interpretaba a un bon vivant teóricamente borracho; él era el villano de origen ruso. En nuestra primera escena juntos, pasé un brazo sobre los hombros de Leonard, levanté mi copa de Martini y dije entre dientes ‘¡Calvin Coolidge! ¿Cómo estás, Cal, querido? ¿Quieres probar esto?’. Pero nuestra amistad, la amistad que terminaría durando cincuenta años, realmente comenzó en julio de 1965, cuando filmamos nuestro primer capítulo de Viaje a las estrellas juntos”.

Si Shatner utiliza las palabras “amigo” y “amistad” en muchas, quizás demasiadas ocasiones, casi como si temiera que la naturaleza profunda de esa relación no fuera evidente, la enorme empatía, afecto y comprensión entre ambos quedan diáfanamente certificadas cuando, luego de un par de capítulos dedicados a los años de oro de Viaje a las estrellas, el texto deja de lado la producción de la serie, abortada luego de cuatro años, y comienza a describir el resto de sus vidas profesionales y personales, que –como las del resto de los talentos involucrados, tanto delante como detrás de las cámaras– estuvieron obligadas a transitar otros senderos. Lo cierto es que el programa no fue un gran éxito de público durante sus exhibiciones originales y sólo adquirió la enorme popularidad que la acompaña hasta nuestros días luego de que comenzaran sus repeticiones durante la década del 70, tomando la extraña forma de una serie de culto de alcance masivo. Fue a partir de entonces, a la sombra del miedo al futuro y el pavor a quedar atados al pasado, que la cercanía profesional con Nimoy comenzó lentamente a convertirse en algo diferente, en una amistad. Dice Shatner: “El nuevo miedo que reemplazaba el ‘nunca trabajaré de nuevo’ era que su fuerte identificación con Spock no le permitiera escapar de él. Para alguien que solía describirse a sí mismo como un actor de carácter, existía una aterradora posibilidad de no poder interpretar otra clase de roles por estar tan fuertemente ligado a un personaje. Su primera autobiografía, publicada en 1975, fue titulada No soy Spock”.

Luego llegaría el inicio del resto de sus carreras y sus vidas personales, los roles en films de lo más diversos, el comienzo de las convenciones de fans, visitadas al principio con algo de reticencia y resignación, finalmente con respeto y alegría, más allá de los ingresos económicos correspondientes que, con el correr de los años, se harían cada vez más importantes. Algunos años más tarde: el reinicio de la saga en la pantalla grande, la posibilidad de Nimoy de ponerse detrás de la cámara y dirigir sus propias películas, su alcoholismo creciente, las relaciones de pareja no siempre armoniosas.

Detrás de las orejas puntiagudas y el particular saludo vulcano de Spock había un artista consumado, afirma en varias ocasiones Shatner, un poeta talentoso y un preciso y creativo fotógrafo. Como si hubiera intentado escapar durante toda su vida del personaje que le dio fama –aunque sin renegar de él, aceptando que formaba parte de su vida–, Nimoy buscó en otra clase de experiencias creativas completar lo que la actuación le había ofrecido en términos profesionales y personales.

Los últimos dos capítulos de Leonard describen el comienzo de la enfermedad que terminaría llevándose su vida hace poco más de un año, el 27 de febrero de 2015, y destacan la incansable lucha por rearmar algunas de las relaciones familiares que había quedado dañadas por su adicción al alcohol y otros problemas de índole personal. “Hay una fotografía donde aparecemos juntos que amo especialmente. En ella, ambos estamos doblados por la risa; y nos estamos riendo el uno del otro. Con Leonard, te ganabas su risa. Estábamos en una convención, respondiendo preguntas sobre el escenario. No había habido preparación alguna, nuestras respuestas eran espontáneas, y estaban pensadas para responderle al público, pero también para disfrutar mutuamente con referencias a los secretos que compartíamos. No había filtros ni una dirección acordada previamente y en esa fotografía queda claro que habíamos hallado la esencia de nuestra amistad y que nos deleitábamos en ella. Fue un momento de puro disfrute de quienes éramos, de lo que habíamos logrado juntos, el vínculo que compartíamos –no sólo entre nosotros, sino con la enorme audiencia de Star Trek– y la alegría que habíamos hallado en la mutua compañía. Cuando pienso en nuestra relación, cuando pienso en el hecho de que estamos celebrando el 50 aniversario de Star Trek, eso es lo que elijo recordar”.

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