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Domingo, 18 de septiembre de 2016

CRIATURAS MITOLÓGICAS

 Por Silvia Renée Arias

Kurt Vonnegut salió de su oficina en la biblioteca del Smith College y se fue a fumar afuera, aunque estaba nevando. Era el invierno del 2000. Se le acercó entonces Paola Kaufmann, bióloga y escritora argentina que por entonces hacía un post doctorado en Neurociencia y trabajaba en el Departamento de Psicología de dicha universidad, y al cabo de presentarse le pidió que la orientara sobre cómo escribir una biografía novelada. Le contó que escribía cuentos (de hecho, había sido una de las mejores alumnas del ya legendario taller de Abelardo Castillo), pero necesitaba algunos consejos para emprender la tarea de contar la vida de Emily Dickinson a través de su hermana Lavinia. Ella sabía, porque se lo había dicho otra gran escritora, Sylvia Iparraguirre, que tenía el narrador y el tono, y con eso la mitad de la novela. Vonnegut le dio entonces tres consejos: que pensara la novela como si fueran ocho episodios y trabajara cada uno como si fuera un cuento, manteniendo siempre la idea de la novela de fondo, porque de esa manera todo iría articulándose solo; que escribiera, escribiera, escribiera hasta tener por lo menos cincuenta páginas, porque a ese material ya podría corregirlo y de ese modo no iba a tirarlo a la basura. Y que se la creyera. “Si no, no va a ir a ningún lado. Y si no se la cree, miéntase. Miéntase. Tiene que creer que lo que está haciendo es importante y está bien”, concluyó Vonnegut.

Y fue importante. Y estuvo muy bien. Con La hermana, Paola Kaufmann ganó, a fines de enero de 2003, el Premio Casa de las Américas. El libro fue editado en la Argentina por Sudamericana y en España por Siruela. Ya a fines del 2000 había ganado, con su libro de cuentos El campo de golf del diablo, el premio del Fondo Nacional de las Artes.

Nacida en General Roca el 8 de marzo de 1969, Paola Kaufmann obtuvo en 1998 el Doctorado en Neurobiología en la Universidad de Buenos Aires, pero además de eximia científica era, por sobre todas las cosas, escritora. La escritura era su modo natural de expresión, y le sobraba talento para plasmarlo en un universo de narraciones nutrido con la complejidad de lo monstruoso, lo inexplicable, la soledad y los secretos oscuros del alma, a lo que añadía un ácido e inteligente sentido del humor del que, por supuesto, no estaba exenta ella misma.

Fueron las criaturas mitológicas –seres salidos de la realidad que por no merecer definición resultan monstruosos–, las que a principios de 2002 volvieron a ella desde la lejana infancia, y poco a poco las ideas comenzaron a decantar. Sería finalmente una historia compleja que entremezclaría el plesiosaurio de los lagos, la Segunda Guerra Mundial y los horrores del Holocausto y de los años 70 en la Argentina. La historia de Ana Mullin. El libro se tituló El lago y ganó el Premio Planeta en noviembre de 2005. Pero otros –o los mismos– monstruos acechaban, y dieron cuenta de su preciosa vida. Paola Kaufmann se fue el 24 de septiembre de 2006, a los 37 años. A diez años de su muerte, quedan cuentas pendientes con ella, pero sobre todo con los lectores que conocen su obra pero no han podido leer todavía lo ya publicado (las dos novelas y el libro de cuentos El salto, que editó Planeta en 2012). Bienvenidas serían nuevas ediciones de los mismos y la publicación de otro libro de cuentos que permanece inédito. Volverían así a revivir el moribundo visitado por un maestro de yoga que enmascara la muerte que alivia el dolor; el mito japonés que tal vez inspiró a Edgar Allan Poe; la desopilante cola en un cine para ver una improbable película; la razonada defensa de una secretaria contra su jefe, desvirtuada por un infortunado hecho doméstico, y hasta la premonición de su propia muerte traducida de forma conmovedora en “El visitante”. Y lo merecen porque, por sobre todas las cosas, en sus historias el verdadero sentido está dado por insospechadas consecuencias, por historias mínimas que subyacen para convertirse, en las últimas líneas, en lo revelador del texto. Y no es otra cosa la literatura, y no es más que eso la vida.

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