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Domingo, 2 de octubre de 2016

ARTE > CENTRO CULTURAL RECOLETA

LA CÁPSULA DEL TIEMPO

En la muestra Centro. Formas e historia del Centro Cultural Recoleta, con curaduría de Rafael Cippolini, la propuesta es vertiginosa: dar cuenta de casi cuatro décadas de historia del centro cultural porteño fundado en 1980, uno de los más activos y accesibles de la Argentina. El resultado es una exhibición desestructurada, un océano de información con ocho decenas de obras y una cronología donde conviven, por ejemplo, Macció, Garabito, Santoro, Demirjian, Gorriarena, Harte, Pierri, Prior, Noé, Suárez, Iniesta, Macchi, Benedit, Maresca y Ferrari. Además, está acompañada de una muestra paralela que revisa la injerencia del C. C. R. en la escena de la historieta argentina.

 Por Claudio Iglesias

En un futuro cercano una supercomputadora podría dirigir la Biblioteca Nacional. Una página sobre los últimos avances de la inteligencia artificial enumera las conquistas recientes de los robots: ya son capaces de manejar fondos de inversión y nadar en la sangre en busca de enfermedades intravenosas. La Biblioteca Nacional todavía les queda lejos. Hasta entonces, aunque sea hasta dentro de muy pronto, hay que conformarse con cerebros humanos para la tarea de organizar el archivo de la cultura. Se admiten a lo sumo Centauros: equipos ensamblados de seres humanos y tecnología como los que compiten en los torneos de ajedrez.

Centro. Formas e historia del Centro Cultural Recoleta es una muestra hija de uno de estos Centauros: el que forman el curador y ensayista Rafael Cippolini y un conjunto de máquinas capaces de recabar información, un pequeño ejército de asistentes y algoritmos de búsqueda. La estructura de datos con la que deben operar es cuantiosa: casi cuarenta años de historia del centro cultural más activo, juvenil y accesible de la Argentina. El resultado es una exhibición parecida al inconciente, un océano desestructurado de información, ocho decenas de obras, una cronología cultural que cubre las últimas cuatro décadas y una muestra paralela que revisa la injerencia del Recoleta en la escena de la historieta argentina. (Otra subhistoria es la que recupera la trama del LIPM, el Laboratorio de Investigación Musical devenido del antiguo CLAEM del Instituto Di Tella.)

La muestra está llena de felices desentierros y padece cierta anomia: es un poco confusa, críptica, desigual, pero no monótona. En cincuenta o cien años podría volverse a inaugurar e infundir la misma sensación que hoy: la de una cápsula del tiempo recién abierta con lo más bizarro del arte argentino de la democracia. Cippolini logra la convivencia de Pablo Suárez, Federico Klemm y Juan José Cambre. No le tiene miedo a Garabito, Santoro ni Renata Schussheim. No hay en toda la muestra ninguna idea refrendada en objetos, ni un atisbo de fundamentación conceptual: no tiene otra hipótesis más que la totalidad y transmite una idea del arte abierta a quien desee explorarla. Eso es el Centro Cultural Recoleta en sí mismo, un autorretrato de decenas de miles: “el primer ensayo de lo que podía ser un centro cultural a gran escala”, “un estilo de miles de estilos”, según el curador, “extremadamente argentino”. Recitales de Babasónicos, paneles de colores, obras de Marta Minujín y distintas capas geológicas de funcionarios: todo pasó por aquel Centro Cultural de la Ciudad de Buenos Aires inaugurado en 1980 en un antiguo enclave de la orden franciscana.

FORMAS DIAFANAS A LA DERIVA

PERRO ENJAULADO, CLORINDO TESTA.

Existe un género de exhibiciones que revisan la historia de una institución particular. Generalmente redundan en el archivo, las vitrinas con papeles impresos, las fotografías de época. De estos materiales consabidos, solo hay un video al fondo de la exposición, sin acreditar, y muchos afiches. Cippolini a todo le pone color, música y clima de revista. Formas e historia es una muestra sin aparato o cuyo aparato recuerda a la revista Pelo o la programación de un canal de música: es una muestra para hacer zapping. Ni siquiera hay carteles identificando las obras. El público debe contentarse con un breve texto a la entrada de cada sala y un mapa para navegar entre las obras, los títulos y los años. La curaduría descansa entera en la interconexión neuronal de los objetos. Es inevitable tejer sospechas y preguntarse por las decisiones que reúnen en un mismo espacio obras tan diversas de tantas personas: ¿Marcia Schvartz? ¿Pablo Siquier? ¿Tulio de Sagastizabal? Ocurre lo que temía Turing en su famoso test: ya no se sabe si quien está escribiendo del otro lado es una persona o un robot. La confusión reinante es un efecto buscado. Porque Formas e historia trabaja con la memoria de los espectadores, para situarlos en un espacio emocional lleno de recuerdos. Pueden venir a la mente indistintamente una muestra de Maresca de hace treinta años, una de Raúl Flores del año pasado o aquel día que te emborrachaste con tus amigos en la barranca. En el Centro Cultural Recoleta, y en el esquema curatorial que lo convierte en una exhibición, hay lugar para todo tipo de artistas: “consagrados y secretos, recurrentes y fugaces, revulsivos y conservadores”, según Cippolini. No importa si se trata de secretos muy bien establecidos o de consagraciones catastróficas.

UN UNIVERSO PARADOJICO Y CONTINUO

GOTA DE AGUA HIDROESPACIAL, GYULA KOSICE, 2010.

Ser inclusivo equivale a ser contradictorio, y Formas e historia admite la paradoja. Un argumento de la metafísica especulativa compara la violación del principio de no contradicción con un agujero negro al que caen arrastradas todas las diferencias entre las cosas. Un ente paradójico no tendría fin ni principio, y albergaría todo: a su esencia se le pegarían lo rojo y lo no rojo, lo caliente y lo frío, etc. Por eso, sigue el argumento, si el universo admitiera la paradoja nada dentro de él podría cambiar, y no habría lugar para la historia. El Centro Cultural Recoleta tempranamente asumió la tarea de incluirlo todo en su misión institucional. La exhibición tiene una cronología detallada hasta la obsesión, y sin embargo invita a un escape de la historia hacia un terreno imposible, continuo e hiperabarcativo. Los objetos que ahora conviven en la sala Cronopios refractan la luz del limbo.

La diferencia entre la sala consagrada a la cronología y la muestra principal no es que la cronología está pegada a la pared en vinilo (un elemento que en esta exhibición tiene una especie de renacimiento eufórico) sino que en ella los datos están parseados por el orden acumulativo de los años. Las obras en cambio deambulan en una cierta soledad. Cada una recorre un filamento propio y elemental. Se organizan en una serie de esculturas que salen al paso frontalmente (Schussheim, Garabito), hasta disolverse en el gesto crítico y el material encontrado (Ferrari, Maresca, Benedit). Las obras en las paredes, en cambio, tienen algo de analogía y verso pareado. En una pared conviven retratos; en otra, grillas lineales. (También hay excepciones totales como Klemm y Jacques Bedel, que no encuentran un claro compañero de baile.) El resultado sugiere vagamente cómo sería la Colección Guerrico si a la Argentina de la época de Rosas hubiera llegado un contingente de artistas del futuro. La sala Cronopios está subdividida por paneles de colores, de un estilo muy francés. Y allí es donde se produce un encuentro arquetípico: el contacto entre un público por definición anónimo y un conjunto de obras completamente ocasional.

El Centro Cultural Recoleta es el lugar indicado para este tipo de citas. Artista y espectador casi nunca saben uno del otro al momento de enfrentarse. El paseante ocasional, el niño aburrido en la visita guiada, el que fue porque hay un recital y hace tiempo recorriendo las salas, la parejita mormosa que camina con el bebé se topan allí generalmente con un artista que está dando sus primeros pasos y que tampoco conoce mucha gente. Cippolini devuelve este clima de repentina entropía mediante una decisión muy simple: enfrentar al espectador, sin darle aclaraciones, con algunos de los objetos más anómalos que hayan pasado por la historia del Recoleta.

EL PASADO

SILLA DE HUESO, LUIS BENEDIT.

Sin embargo esta muestra sin hipótesis simplonas encubre lo contrario de una hipótesis: una suerte de obliteración de todo lo que ocurrió en el arte argentino desde el año 2000 a la fecha. Macció, Garabito, Santoro, Demirjian, Gorriarena, Harte, Pierri, Prior, Noé, Suárez, Nora Iniesta, Macchi, Benedit, Maresca y León Ferrari casi no pueden convivir en la misma oración. Pero tienen en común participar de un espacio epocal restringido: el de las últimas décadas del siglo pasado. Algunos de ellos están vivos, otros muertos, pero todos son artistas que salieron a relucir, lo más tarde, durante los años noventa. Formas e historia contribuye así, paradojalemente, a cierto malditismo recurrente del arte de los 2000. Pero esta decisión curiosa, este filtrado de todo lo que sea parecido al pasado inmediato, es la clave de la personalidad de la exposición: quien se interne en la Sala Cronopios se predispone a ver algo como la prehistoria ampliada del arte contemporáneo argentino, a tener solo recuerdos muy lejanos o desorientarse en un ataque de amnesia. Con excepción de un cúmulo fortuito de obras canónicas de las décadas de 1980 y 1990, Formas e historia cuenta una historia sin historia, o que podría haber tenido muchos distintos finales: realidades adyacentes con tradiciones y legados subterráneos, destapes y eclipses, todo con un rastro antiguo, un cierto carácter de pasado, algo de exploración arqueológica y algo de nave alienígena abandonada.

Los curadores tuvieron un recorrido similar a la historia cultural de los robots. Comenzaron como criadas y personal de servicio de las grandes casas del arte. Luego centralizaron sus funciones, adquirieron autoconciencia y se convirtieron en una amenaza. Finalmente se dedicaron a enfrentar asuntos pequeños con gran eficiencia, en una enorme disparidad de ambientes y situaciones. Centro. Formas e historia del Centro Cultural Recoleta es, dentro de la curaduría argentina, lo más parecido a la supercomputadora que se intentó.

Centro. Formas e historia del Centro Cultural Recoleta se puede visitar en el CC Recoleta, Junín 1930, hasta el 13 de noviembre. De miércoles a viernes de 13.30 a 22, martes de 13.30 a 20.30, sábados domingos y feriados de 11.30 a 22. Entrada libre.

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EL PIBE BAZOOKA, PABLO SUAREZ, CIRCA 1988.
 
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