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Domingo, 30 de octubre de 2016

MúSICA > OMAR RODRíGUEZ-LóPEZ

QUE SE VENGAN LOS DISCOS

Durante el cambio de siglo, At The Drive-In y su mutación posterior The Mars Volta fueron referentes del rock más arriesgado: urgente, de guitarras ardientes y ritmos complejos, su estilo se destacaba de manera insólita entre el conformismo de muchos de sus contemporáneos. Al frente de las bandas siempre estuvo el guitarrista texano Omar Rodríguez-López, que ahora se encuentra embarcado en un fascinante maratón artístico que busca lograr la proeza de llegar a editar doce discos en la última mitad del año. Complotado con el sello de Mike Patton (Faith No More), este admirador de Sun Ra y Spinetta –del que cita la canción “Durazno sangrando”– lleva hasta ahora ocho trabajos editados online, con un resultado artístico admirable e inabarcable.

 Por Juan Andrade

Un disco nuevo cada quince días. Un ritmo infernal que, extendido a lo largo de seis meses, va a dar como resultado la friolera de una docena de lanzamientos. Omar Rodríguez-López y los responsables (es un decir) del sello Ipecac Recordings programaron esta verdadera locura, que a esta altura de la temporada, con la salida del flamante Infinity Drops, número ocho en la lista, acaba de completar dos terceras partes de su plan de acción. El frenesí compositivo y la compulsión por registrarlo se explican por la vena hiperprolífica que late en la obra del guitarrista y multiinstrumentista, compositor y productor, que en 2010 ya se había despachado con siete álbumes de su exclusiva cosecha. Pero el manantial de música grabada que está dando a conocer con cuentagotas no tiene antecedentes, desafía a las reglas más básicas de la industria discográfica actual y amerita una entrada de honor en la edición 2016 del libro Guinness de los records.

Como si lo anterior fuera poco, Rodríguez-López está trabajando en el nuevo material de At The Drive-In, la banda con la que saltó a la fama a mediados de los 90 y con la que volvió a tocar y salir de gira después de una década de separación. Y además fantasea con volver al ruedo con The Mars Volta, la nave alternativa y psicodélica que fundó junto a su eterno compinche del su grupo anterior, el cantante Cedric Bixler-Zavala, con la que dejaron su impronta en el rock del nuevo milenio. “Son nuestros bebés y los apoyamos: es lo que venimos haciendo con Cedric desde que éramos unos chicos de El Paso que tiraban piedras en el desierto”, dice este portorriqueño criado en esa zona mestiza de Texas que el curso del Río Bravo separa de México. Junto a Bixler-Zavala y a Flea, bajista de los Red Hot Chili Peppers, también le dan vida a Antesmasque, uno de los grupos paralelos de López-Rodríguez que se encuentra momentáneamente en pausa. El otro es Bosnian Rainbows.

El big bang cancionero dio sus primeras señales allá por 2008, mientras el guitarrista vivía en Zapopan, en el estado mexicano de Jalisco. Y más tarde se completó El Paso. "Tuve una gran explosión creativa en esa época. Fue mucha experimentación y me la pasé grabando", contó el músico en una entrevista publicada por el semanario L.A. Weekly. “Nací en Puerto Rico, pero viví cinco años en Puebla; además, El Paso se parece más a México que a Texas. Fue definitivamente como una especie de reencuentro con mis raíces, con todos esos perfumes, esa cultura, el huitlacoche y el queso panela. Todas esas cosas fueron inspiradoras para que pasara lo que pasó en aquel momento”, completó. Paradójicamente, luego de la fructífera residencia artística y en pleno duelo por la muerte de su madre, el músico había anunciado en 2012 que su objetivo era abandonar su s incursiones solistas, para redirigir sus energías hacia proyectos más “colaborativos”.

El material permaneció un largo tiempo archivado en su computadora. En el medio, entre sus múltiples actividades, López-Rodríguez produjo a Le Butcherettes, una banda que terminó siendo fichada por Ipecac Recordings, el sello independiente californiano de Greg Werckman y Mike Patton. Y fue a partir de esa cercanía que el líder de Faith No More y su socio le propusieron al violero boricua sumarse a su escudería para editar un disco solista. “No grabé nada desde 2013, pero tengo algunas cosas en el disco duro. Me pongo a buscar y se las mando”, les prometió. En Ipecac Recordings escucharon esa colección de carpetas y más carpetas de música y no lo dudaron: “¡Cool, hagámoslo!”. “¿Qué parte?”, indagó Rodríguez-López, incrédulo. “¡Todos!”, le retrucaron. Fue el punto de partida de esta seguidilla demencial que, luego de ser publicada en formato digital, será lanzada en un boxset con los 12 compactos y también en una edición limitada en vinilo.

Increíblemente, cuando se pusieron a excavar entre los archivos encontraron todavía más música inédita, pero decidieron que la docena en cuestión era un buen punto de partida. El siguiente paso fue el pulido de esos fragmentos rústicos de audio casero: una mezcla apropiada para darles su acabado final. ¿Cómo los sacamos? ¿En qué orden? ¿Qué es ‘demasiado’? ¿Qué es ‘poco’? Las preguntas estaban servidas en bandeja para la entrada en escena del ingeniero y también productor Chris Common. “Por suerte lo tuve a Chris, que prácticamente vivió un tiempo en mi estudio. Lo que hice fue darle todos los discos duros y decirle: ‘Mirá, estas cosas las hice entre 2008 y 2013. ¿Podés fijarte qué hay, mezclar los discos y mandárselos a Ipecac?’”, contó Rodríguez-López. “Fue un proyecto divertido, especialmente porque fue como mirar para atrás. Hay un poco de nostalgia en todo esto, algo que me lleva a ese tiempo: es como mirar viejas Polaroids”.

Nada en esta historia parece seguir el camino pavimentado habitual, la línea de montaje que atraviesa las fases de composición, registro y publicación. Sin embargo, lo que se puede apreciar en la colección es que se trata de álbumes pensados como unidades de sentido con una estética propia: cada disco configura un universo sonoro particular en el que las distintas piezas encajan. No es el capricho de una celebridad alternativa que se ampara en su firma para justificar cualquier desmesura. Tampoco se trata de una suma de descartes o sobras de sus proyectos paralelos. Aunque desafía abiertamente los preceptos básicos del negocio musical, su materialización evita los rasgos de amateurismo, los descuidos, los temas a medio acabar, los ejercicios de virtuosismo o las muestras gratis de un ego en estado de insatisfacción. En definitiva, lo que justifica semejante arrebato no es otra cosa que su valor artístico.

Del post-hardcore a la neopsicodelia, el estilo desbordante, la inventiva y la energía incendiaria de Rodríguez-López lo ubican entre los violeros más destacados de su generación. Sus raíces se hunden en las tierras más fértiles del género que lo vio nacer, pero también se nutren de la herencia latina de sus antepasados. Y esta última veta no sólo se percibe en su estilo a la hora de tocar el instrumento, sino que también alcanza a su naturaleza de melómano inquieto. “Me hubiera gustado grabar con Luis Alberto Spinetta”, contó en una oportunidad, al evocar su encuentro con el ícono argentino en México. “Vos sos de Mars Volta, ¿no?”, indagó el Flaco. “¿Y tú eres el gran genio de la música rock de Argentina? Estoy de rodillas”, le confesó, a su turno. Su devoción finalmente quedó plasmada en Sworn Virgins, el disco que abre la saga: el punteo de la intro de “Durazno sangrando” de Invisible se repite, sampleado y procesado, como leitmotiv de “Saturine”.

A la hora de buscar antecedentes similares, su memoria recupera el caso de Sun Ra, que –explica Rodríguez-López– “en los 50's y 60's decidió montar su propio sello para lanzar toneladas de discos. Los artistas de verdad siempre están tratando de expresarse y crear. Cuando la industria empezó, se suponía que un artista tenía que hacer dos álbumes por año, como pasaba con los Beatles. Ahora a las bandas se las alienta para que saquen un disco nuevo cada tres años”. La realidad del mercado choca de frente con su inagotable impulso creador. “Cuando empezamos a revisar en la computadora, había discos que había olvidado y otros que había perdido por completo. A veces se vuelve un poco abrumador, por razones de salud mental. Entonces tengo que abandonarlo todo y enfocarme en una nueva dirección. Es la misma razón por la que la gente que trabaja en el correo se vuelve loca: las cartas no dejan de llegar. Y eso es algo que nunca tiene fin. Bueno, yo a veces me siento así”.

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