Que el hombre nunca pisó la superficie de la Luna es algo bien sabido. Que todo fue un camelo, que se hizo en un estudio de cine, que fue Stanley Kubrick, que esa huella, la del costado, refleja la luz en un ángulo inusual. Es casi imposible intentar convencer a esa gente de lo contrario: que luego del Apolo 11 fueron y vinieron otras seis veces, que no viajaron más porque no había mucho que hacer en aquellos pagos, que no creer en eso (como si se tratara de algo en lo cual creer, como si fuera un acto de fe) es como creer que Napoleón nunca entró en Rusia. Pero no hay caso: es tan difícil como intentar cambiarle la idea a aquel que piensa que Walt Disney vive en el Polo Norte. El mito del alunizaje pergeñado en la Tierra es fuerte y ha sobrevivido el paso de las décadas. Y no es la primera vez que un largometraje o programa de tevé se hace eco de sus reverberaciones. Sin embargo, Operation Avalanche –una de las joyitas de la sección Autores del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata– no es un falso documental más. Ni siquiera es un mockumentary, aunque sí exista un documental en progreso dentro de la ficción y todo gire alrededor de materialidades falsas, simulaciones y el poder sugestivo de las imágenes para convocar el concepto de realidad. El segundo largometraje del canadiense Matt Johnson nace de una anécdota de la infancia, similar a la que muchos han tenido y nunca han olvidado: escuchar desde un metro y pico de altura a dos adultos discutiendo la ridiculez de suponer que (realmente, vamos, no seas ingenuo) el ser humano había podido recorrer los 384.400 kilómetros que separan nuestro planeta de su satélite, dar unos saltitos, y volver por el mismo camino sin una abolladura. “Tuve esa experiencia cuando era chico y eso encendió de inmediato mi imaginación”, comenta Johnson desde Toronto. “Fue como cuando escuché por primera vez que Papá Noel no era real. Hmmm, ahora conozco un secreto: el mundo no es como mis padres me habían dicho que era. Un sentimiento poderoso y que te intoxica, en particular a esa tierna edad. Lo de Kubrick, claro está, vino mucho después”.
El afiche promocional del film recoge una de las imágenes en colores más célebres del histórico evento y le agrega, sobre el margen superior derecho, una mano que sostiene una pinza, a punto de mover algunos milímetros el cuarto creciente terrestre, para que luzca más en el encuadre. En la alucinada ficción creada por Johnson y su coguionista Josh Boles, un dúo de jóvenes empleados de la CIA se ofrece para infiltrarse en la NASA y descubrir quién es el posible “topo” que anda compilando información y enviándola hacia el otro lado de la Cortina de Hierro. El año es 1967, plena carrera espacial, cuando los EE.UU. y la URSS competían por ver quién tenía la trayectoria orbital más larga. Lo que descubren Matt Johnson y Owen Williams (los nombres de los personajes y también de los actores que los interpretan) es mucho más importante de lo que imaginan: es imposible llegar a la Luna con la tecnología disponible. ¿Y entonces, qué hacer? Kubrick es la respuesta: si él puede hacerlo en los Estudios Shepperton de Londres para el rodaje de su opus espacial 2001 (en el mayor de los secretos, como si fuera un agente especial), ¿acaso no puede replicarlo la CIA en un galpón acondicionado para tales fines? Rodada en múltiples formatos, tanto analógicos como digitales, con un uso de técnicas de cámara en mano que la acercan a una posible idea del paraíso terrenal del direct cinema –ese modo del documental definido por sus compatriotas québécois a fines de los años 50– y un look de época hiperrealista, el film de Johnson ingresa a un intrincado sendero de fábulas y mentiras desde el primer hasta el último fotograma. Un laberinto lleno de bifurcaciones, paredes falsas y saltos al vacío que desemboca en una realidad paralela tan probable como la realidad histórica misma. Ese es, precisamente, el juego de Johnson, tras los pasos del Welles de F for Fake: todo puede ser un simple acto de magia.

Llévame a la Luna

El primer largometraje de Matt Johnson, The Dirties, causó bastante revuelo luego de su estreno en el festival Slamdance en enero de 2013. Ese film relata la particular relación entre dos estudiantes secundarios (Matt y Owen; nuevamente, Johnson y Williams interpretando personajes que llevan sus nombres reales) y de cómo su obsesión por destruir al grupo de bullies que los acosan sin descanso termina en un baño de sangre, un poco a la manera de Columbine. Lo sorprendente del film es su tono, absolutamente enloquecido y humorístico, alejado de cualquier atisbo de gravedad, y el hecho de que exista una ficción dentro de la ficción: una película estudiantil dirigida por ese mismo par de amigos cuyo tema central es, precisamente, la aniquilación de los chicos malos del colegio, los “sucios” del título. Los puntos de contacto con Avalanche son muchos, demasiados como para no considerar a las dos películas como un díptico: dos amigos (uno de ellos parece tomar siempre las decisiones, el otro apoya y acata); un microcosmos como entorno (la escuela en un caso, un departamento gubernamental en el otro); la realización de un film como excusa para un acto más relevante. “Esa era exactamente la idea. De hecho, una de las cosas que no dije cuando buscaba financiación para esta película es que mi deseo era que Avalanche fuera la segunda parte de una trilogía, con esos mismos personajes. Es algo interesante y que nunca he visto con anterioridad: que un director joven mueva a su historia y a su personaje en el tiempo y el espacio. Usualmente uno no puede rehacer sus propias películas y si mencionaba eso a los posibles productores. Por supuesto que hay muchas diferencias entre las dos películas, pero si las ves una detrás de la otra, vas a notar que robamos varios diálogos de The Dirties. Las películas están muy conectadas: no hay muchas diferencias entre un chico que quiere convertirse en súper estrella al planear una masacre en la escuela y un joven adulto que quiere hacer la película más famosa de todos los tiempos. La egomanía es la misma, aunque expresada de otra manera. La tercera parte de la trilogía trascurrirá en el siglo XIX”.
En The Dirties, la película dentro de la película tenía director y camarógrafo, pero el espectador nunca sabía quién filmaba a los personajes de la ficción global. En Operation Avalanche, los cameramen que acompañan a Matt y Owen son criaturas reales, puede vérselas interactuar con sus jefes e incluso ingresan en cuadro en más de una oportunidad. “En The Dirties había una idea similar, aunque la sacamos a último momento, porque nos parecía interesante que aquel que viera la película no entendiera del todo aquello que estaba viendo, quién lo estaba registrando. Pero aquí era necesario que aquellos que manejaban las cámaras afectaran los procedimientos de manera directa e incluso participaran con su propia personalidad. Lo realmente desafiante en cualquier documental falso se relaciona con lo siguiente: estamos tan entrenados –por la manera en la cual están construidas la mayoría de las películas, desde los inicios del cine– que es muy difícil asociar una personalidad a un punto de vista; por ejemplo, al punto de vista de una cámara. Estamos adoctrinados para pensar en la cámara como un instrumento narrativo universal y omnisciente. Las películas han hecho un trabajo notable a la hora de entrenar a los seres humanos y forzarlos a decir ‘ajá, esta es una película, no hay que pensar en las razones de la posición de la cámara, porque eso me distanciaría de la historia’. Hacer exactamente lo opuesto a eso es casi como ir en contra de la naturaleza humana. Pero esa era precisamente la idea”. El proyecto Blair Witch no fue la primera película, ni mucho menos, en poner en tensión esas ideas: ¿quién está filmando? ¿Cómo lo hace? ¿En qué momento? 
Las referencias de Johnson a la hora de pensar Operation Avalanche pueden parecer disímiles al punto de la dispersión ecléctica, pero con un par de segundos de reflexión resultan absolutamente lógicas. Casi inevitables. “Escuchamos muchas veces la banda de sonido de Holocausto caníbal durante el rodaje e incluso pensamos en usarla en el film. La película de Ruggero Deodato es ineludible, aunque no creo que esos italianos estuvieran intentando reflexionar mucho sobre estas cuestiones, simplemente fueron pioneros de manera no intencional. Pero bueno, lo cierto es que ese film pisó terrenos absolutamente desconocidos. Holocausto caníbal, Man Bites Dog –la película belga de los directores Rémy Belvaux, André Bonzel y Benoît Poelvoorde– y, por supuesto, F for Fake, son las tres influencias formales más grandes en todo lo que he hecho hasta ahora, no sólo en Avalanche”.

Dale tu mano a Kubrick

Hay un momento espeluznante en la película de Johnson, cuando la trama ya ha avanzado bastante y la pareja de espías decide hacer un viaje al Reino Unido y visitar de incógnito al director de Lolita y Dr. Insólito (film que aparece proyectado una y otra vez, como una obsesión audiovisual de los protagonistas). Con una cámara compacta escondida en un pequeño bolso de viaje, Owen filma a escondidas el fugaz apretón de manos de Matt con S.K. En ese momento el espectador –en particular, el cinéfilo– se pregunta cómo lo hicieron, porque el tipo que está ahí en pantalla no sólo se parece a Kubrick. Es Kubrick. Y se mueve. Y habla. “Esa secuencia es en blanco y negro, está mal filmada y la resolución es muy baja, de la misma manera que las imágenes del alunizaje en 1969 estaban mal filmadas, eran de baja calidad y en blanco y negro. Lo que intentamos hacer fue, de alguna manera, replicar, no literalmente, las imágenes del alunizaje en la ficción de nuestra película. Lo explico mejor: algo que luce increíblemente real, pero que quien lo está mirando sabe que es absolutamente falso. Como si uno mirara el alunizaje y supiera que no es real. Esa es la sensación que tratamos de lograr con el momento Kubrick: la audiencia sabe que es falso, pero tratamos de hacerla increíblemente real. Por supuesto, no podíamos hacerlo con el alunizaje en sí, porque las imágenes ya existen, son reales y la gente las conoce muy bien”. 
Los esfuerzos para lograr ese truco –sin exageraciones– increíblemente real merecen un pequeño paréntesis: los herederos de Kubrick no permitieron el uso de imágenes en movimiento del rodaje de esa escena de 2001 (Johnson: “ellos dicen eso, pero yo creo que no las tienen, no existen. Nadie las ha visto, nunca”), por lo que debieron recurrir a siete fotografías tomadas por la revista Time en el set, cuyos negativos se conservan con una excelente calidad de imagen. Esas fotos fueron escaneadas y, a partir de ellas, se creó un ambiente virtual con figuras en movimiento digitales, a las cuales se les sumó la voz de Stanley Kubrick, robada de algunos fragmentos del documental sobre El resplandor dirigido por Vivian Kubrick, la hija del director. Y al propio Johnson, desde luego, quien de esa manera logra darle la mano y aceptar el autógrafo del cineasta frente a la cámara. Un trabajo de muchos meses que ocupa apenas poco más de un minuto en el film terminado. Un truco de magia.
El otro pequeño secreto de la película son las escenas filmadas en la NASA para las cuales el realizador/actor y el resto del reparto simuló ser un equipo de estudiantes de cine rodando un documental. La ficción escapa nuevamente de las fronteras de la narración y empapa la realidad misma del rodaje. “Eso fue lo primero que filmamos y en ese punto no teníamos guión. Y tuvimos que ser muy veloces para lograr todo lo que queríamos, por ejemplo, filmar el centro de control, que ha sido conservado y luce exactamente igual a como era a fines de los años 60. De haber tenido que reconstruir ese sitio en un set, eran millones de dólares que no teníamos”. A medida que los personajes se acercan al gran momento, a la simulación del alunizaje transmitido en vivo y en directo a millones de televidentes en todo el mundo, la paranoia comienza a ingresar al torrente sanguíneo. Operation Avalanche  se reserva un par de sorpresas más –incluida una notable incursión en el cine de acción más físico– y un sentimiento de melancolía que termina recubriendo todo el operativo (cuyo nombre secreto es, por supuesto, Avalancha) y tal vez persiga durante el resto de sus vidas a los personajes. “The Dirties y Operation Avalanche son películas que se esconden detrás de su estética. Detrás de esa apariencia poco profesional, que parece ser el producto de un director neófito, de un diletante, hay un exhaustivo trabajo de construcción. La forma está motivada por el personaje, el personaje motiva la forma. Si fueran películas formalmente impecables, serían menos interesantes. Serían aburridas”. Algo o bastante de eso –otro juego entre realidades y ficciones– hará acto de presencia en Nirvanna The Band The Show. Al menos eso es lo que han destacado aquellos que vieron el adelanto que se proyectó hace un par de meses en el Festival de Toronto. La serie producida por la cadena canadiense Viceland (cuyo principal mentor es el realizador Spike Lee), dirigida y coprotagonizada por Johnson, comenzará a emitirse en enero en los territorios de América del Norte. Pero esa historia –la del show de la banda que quiere tocar en el famoso local de Toronto The Rivoli y que se esconde tras ese particularísimo nombre– es otra historia.