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Domingo, 25 de enero de 2004

CONTRA LA CORRIENTE

TEATRO OFF

Por carolina prieto

Las partículas elementales
Con una estética a la vez mínima y sofisticada, Elemental –el nuevo trabajo de Marcelo Katz– despliega una formidable batería de recursos (sombras chinas, globos, proyecciones, diapositivas) para narrar el hipnótico viaje de un hombre en busca del amor.

De elemental no tiene nada. Al contrario: va a contramano de las obras para grandes y chicos que empalagan, abrevan en lugares comunes, multiplican compulsivamente los estímulos y subestiman al público. Elemental, la nueva creación de Marcelo Katz, uno de los fundadores –junto a Gerardo Hochman– de La Trup (el grupo de nuevo circo que produjo espectáculos renovadores como Emociones simples y En órbita), tiene una estética a la vez despojada y elaborada, mucho humor, poesía e ingenio. Mariana Rub, una de las jóvenes intérpretes del elenco, lo explica con claridad: “El título surgió durante el proceso de creación. Empezamos a trabajar con los juegos de la infancia, con elementos como agua, arena, aire. De ahí lo de ‘elemental’”.
Como en un bello sueño se suceden imágenes potentes y sintéticas, que por momentos parecen surgir del pincel de Rousseau o Magritte y, por otros, de algún artista naïf. Casi no hay palabras, pero sí una banda sonora muy rica que recorre un amplísimo espectro musical: jazz, música de circo, música clásica, bolero, letras en francés y hasta una voz grave como la de Leonard Cohen. Los enteritos coloridos, tan típicos del vestuario teatral infantil, han sido reemplazados por smokings rigurosos o por kimonos blancos, además de pelucas ingeniosas y máscaras blancas como en el teatro oriental. Con estos elementos, el elenco desgrana su amplia batería de recursos: sombras chinas, proyecciones de luces y figuras sobre una pantalla, globos inflados con helio y su hipnótica lentitud aérea (que usan a modo de sables o palos manejados por los samurais), interacciones de los personajes con diapositivas y hasta una orquesta que se va ensamblando al ritmo de Blue Moon con instrumentos de lo más raros. “No sacamos del todo la palabra pero sin dudas privilegiamos lo visual”, asegura Rub. Responsable de puestas elogiadas como Allegro ma non troppo y Guillermo Tell, Katz sabe cambiar los climas, dosificar el uso de objetos y enhebrar los distintos números en la historia de un hombre que busca un amor y se topa con toda clase de dificultades. El personaje de Rub es el objeto de esa búsqueda; ella es la que causa –en parte– las idas y vueltas escénicas, materializadas por una especie de cinta transportadora (que el público no ve y acaso ni exista, en cuyo caso es asombrosa la habilidad con que los actores cambian el ritmo de sus desplazamientos) que hace que los personajes, ni bien la pisan, se muevan velozmente.
Allí el protagonista pierde su eje: ya no sabe dónde está, ha perdido de vista a la mujer que lo desvela y luego debe soportar el acoso de tres doncellas. Entonces suena Bésame mucho en una versión cómica, con mucho acordeón, mientras en una gran pantalla blanca se proyecta la imagen del hombre y del trío que le canta sin ningún tipo de tapujo. “Se puede seguir el cuento, pero también es bueno que la gente se deje llevar por las imágenes y disfrute”, comenta la actriz. A esa entrega casi hipnótica invita el espectáculo al comienzo, con la aparición del protagonista rodeado de unos jarrones con luz que se mueven y generan reflejos parecidos a los de la luz en el agua, o cuando las tres chicas, totalmente envueltas en sábanas, bailan un rap con aires fantasmales. Lo que el público ve, en ese caso, son las tres figuras proyectadas: sombras nítidas que desconciertan, porque son sólo formas oscuras sobre un fondo blanco, sin detalles, meras variaciones de colores y texturas.
Puede que el final no sea del todo feliz, pero para Mariana Rub el acento está en otro lado: “Más allá del resultado, lo que importa es el viaje: es ahí donde al protagonista le pasan cosas buenas”.

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Elemental, de jueves a domingos a las 21 horas en la sala A-B del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551).

Del mismo barro
José María Muscari reunió una galería de freaks en bikini para postular su concepto actual de teatro: no hay escenario sino ring, las relaciones entre personajes son un torneo de obscenidades y la lucha libre la única forma de conflicto dramático.

“El espectáculo es una aplanadora. Produce un impacto muy fuerte. Hay tipos que leen lucha de barro y sexo entre mujeres y van a ver eso y punto. Pero buscan algo que no encuentran, porque si bien es caliente, la experiencia no es un porno-show. Y también hay gente que se levanta y se va porque no se lo banca.” El que habla es José María Muscari, el director y actor que sacudió el under con Mujeres de carne podrida y tuvo una deslucida incursión en el teatro comercial con Desangradas en glamour, y la “experiencia” que describe es Catch (Lucha de barro + sexo entre chicas), su última creación, recién desembarcada en el Teatro Lorange de la avenida Corrientes.
La obra tuvo un comentado preestreno en el Centro Cultural Adán Buenosayres el año pasado, cuando un integrante del elenco –un chanchito– generó una serie de problemas judiciales. Una vecina denunció que el Centro Cultural mantenía en cautiverio a un animal no doméstico, lo que obligó a someterlo a distintos tipos de pericias para comprobar su estado. Aunque los resultados de las pruebas fueron satisfactorios, Muscari prefirió devolver el animal al campo donde lo compró y hacer la última función con un elenco ciento por ciento humano, para luego aceptar la propuesta de Carlos Rottemberg de trasladarse al Lorange.
De jueves a domingos, unas cuatrocientas personas por función (principalmente gente joven y hombres solos) hacen cola para ver el show con entrada a la gorra. Los primeros cuatro días pasaron cerca de dos mil personas. La acción comienza en plena avenida, con un travesti y una actriz que recorren la larga fila invitando al festín. Adentro se oye a todo volumen el tema Malchik Gay, del popular dúo ruso TaTu, y las actrices se lanzan a un feroz entrenamiento de lucha y boxeo.
En el ambiente se respira el aire provocativo que ya es un sello personal del director. Las chicas, que manejan un lenguaje procaz, se desnudan, se insultan, se dividen en dos bandos rivales, se golpean, rechazan y atraen. En el ring que ocupa casi todo el escenario, los dos personajes del comienzo comandan la rutina; la mujer –una morena estilizada, de gestos mandones y voz imperativa– impone cierto orden en la agresión que traspasa las cuerdas. Las mujeres se maltratan en función de sus rasgos físicos, y su principal objetivo parece ser ganarse un lugar a costa de la otra.
“Ninguna de las actrices es Pampita”, comenta Muscari. “Todas salieron de un casting. Hay morochas, una pelirroja, hay gordas y viejas, hay una del interior y otra con cuerpo de patovica. Están fuera de los cánones socialmente aceptados. Y me interesó reflejar qué pasa con el diferente, cómo se lo trata, qué se le dice. También jugar con una idea bastante subvertida del sexo: un hombre que quiere ser mujer, una mujer que quiereser hombre, mujeres entrenando para alcanzar una especie de masculinidad que las legitimaría. La lucha de barro me atrajo por la onda patética. Quise investigar el tema y usarlo como excusa para hablar de los distintos niveles sociales que solemos ver como peligrosos. Y volviendo a Pampita, mientras miramos sus curvas en las revistas, hay un montón de cosas que suceden y de las que no nos percatamos, porque son dolorosas y difíciles de sostener. Pampita, como universo, es inofensivo.”
Las ideas de Muscari suenan interesantes, pero para acceder a ellas hay que sortear primero el impacto que produce esta performance con su arsenal de malas palabras y sus toques de lesbianismo guarro. Los dos maestros de ceremonias hacen pis en escena, hay una mujer casi anciana que se desnuda y Cristian Morales –el actor que hace de travesti– se hace cargo de muchos momentos de humor (algunos distienden, otros cansan por lo soez) y se pasea entre las butacas para encarar con menor o mayor sutileza a algún caballero de la platea. Inútil esperar algún tipo de crecimiento dramático: el fuerte de Catch son los antagonismos brutales, primitivos, esquemáticos. Según Muscari, “en un ambiente tan hostil como el que aparece en escena, la violencia, el desnudo y lo procaz son elementos casi naturales”.

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Catch, los jueves, viernes y sábados a las 23.30 y domingos a las 22 en el Teatro Lorange (Corrientes 1372).


Belloso ve los colores
Después de Pará fanático y Dr. Peuser, Carlos Belloso vuelve a explorar su proverbial humor monstruoso en Ojo!!!, un unipersonal centrado en el tema de la mirada que incorpora, además, el hit musical “Nerón no era miope”.

¿Cómo no identificarse en algún punto con los personajes de Ojo!!!? En su nuevo unipersonal, Carlos Belloso muta en una serie de criaturas exageradas, inadaptadas, fuera de órbita, que transmiten algún tipo de desajuste con alguna zona de la realidad: el miope que directamente no “ve” la realidad ni tolera a su madre, el psicoanalista que disocia el mundo, el mentalista perdido... Un abanico de disfunciones que el ex integrante del dúo cómico Los Melli (donde hacía tándem con Damián Dreizik) despliega a partir del tema de la mirada. Como un camaleón con su guitarra a cuestas (la lleva colgada a modo de mochila), Belloso pasa de un personaje a otro sin previo aviso. Y si le bastan unos pocos minutos para expresar el mundillo de cada uno es porque sabe apoyarse en su gran capacidad histriónica, por momentos expresionista y grotesca, que maneja con total solvencia.
Esta vez, Belloso suma además unas breves y delirantes canciones de su autoría –Nerón no era miope, No maten más vacas, Heladera Siam– en las que demuestra mucha habilidad para cambiar ritmos y tonos de voz: puede emular a Elvis, sonar blusero, rapero o bien liviano, casi imperceptible. Ya los títulos de las canciones dan una idea de la amplitud de temas que el doble ganador del Martín Fierro (por los personajes de Willy, en Tumberos, y El Vasquito, en Campeones) encara en esta obra.
Enseguida se crea un clima íntimo y directo entre el actor y el público, que lo sigue muy de cerca desde las mesitas de la pequeña sala Gargantúa. Belloso busca la complicidad del otro y se pone a improvisar cuando alguien suelta alguna frase o una carcajada sostenida y estridente. Su versatilidad se impone con una fuerza avasalladora, y la velocidad con que despliega su coctelera de agudezas y juegos de palabras produce algo parecido a una embriaguez. Y todo empapado de un lenguaje gestual que coquetea con la monstruosidad.
Sin embargo, la intensidad de la primera parte del espectáculo no se sostiene hasta el final: el primer personaje resulta el más orgánico, pero con el devenir de la obra los monólogos van perdiendo consistencia, y lo que prometía ser un banquete –la mirada, tema abordado por biólogos, pintores, psicoanalistas y filósofos, puede generar en el público expectativas tal vez desmedidas— deja un sabor no del todo convincente. El desfile de personajes se evapora sin dejar una huella firme, las situaciones casi no tienen un desarrollo dramático y el tema de la mirada no alcanza para darle cohesión a lo que sucede en escena.
A diferencia de los unipersonales anteriores, Pará fanático y Dr. Peuser, aquí Belloso asumió también la dirección del espectáculo, una decisión que acaso le reste peso a la propuesta. El desdoblamiento no es sencillo, y menos aun cuando el meollo supone tantas perspectivas de análisis. Nada de todo eso altera, sin embargo, la adhesión del público, unánime desde el día del estreno, a tal punto que hubo que sumar dos nuevas funciones a las iniciales del viernes y sábado. Belloso está felizmente sorprendido. La revelación de su faceta musical (que iniciara con el personaje de Lito, el loco rockero de la tira Sol Negro) resulta un grato hallazgo, y, más allá de ciertos desajustes, Ojo!!! no defrauda a quienes buscan diversión y encontrarse con un actor intenso y generoso.

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Ojo!!!, los jueves y domingos a las 21 y los viernes y sábados a las 23 en Gargantúa (Jorge Newbery 3563).

La otra cara del tango
Montado en los aires de renovación que respira el dos por cuatro, el varieté Tangoservicio Tararira desacraliza el dogma musical porteño con monólogos de humor, coreografías paródicas y tangos a ritmo de bossa y de candombe.

Se juntaron para poder hacer todo aquello que en otros escenarios les estaba vedado. Provienen del tango y de la actuación, y la mayoría se conoció en el musical El Romance del Romeo y la Julieta. De allí surgió una amistad que derivó en cenas y discusiones interminables sobre el dos por cuatro. Hasta que la propuesta de Mauricio Dayub les dio el empujón final y Tangoservicio Tararira tomó su forma definitiva.
En Palermo Hollywood, la flamante sala Chacarerean Teatre recibe los viernes por la noche a Federico Mizrahi, Luis Longhi, Guillermo Fernández, Claudio Gallardou, Julio Zurita, Carolina Pujal, Myriam Santucci, Alfredo Piro y el Chino Laborde, una troupe de artistas que oscilan entre los 30 y los 40 y tienen ganas de desacralizar el tango. “Somos tangueros”, aclara Longhi, un eximio comediante que se acercó al bandoneón para completar su formación actoral, estudió con Rodolfo Mederos e integró durante años el quinteto Tangata Rea. “Pero nos interesa ofrecer nuestra visión y hacer verdaderamente lo que queremos.”
El nombre del show puede sonar algo confuso, pero las miles de voces grabadas que tararean tangos al comienzo del espectáculo disipan las dudas. Lo que sigue es una sucesión de momentos de música en vivo, canto, baile, monólogos, recitados y mucho humor. Fernández ofrece una hermosa versión de Viejo smoking en ritmo de bossa; Longhi abre la noche con un monólogo desenfadado sobre las mujeres, y luego se transforma en un maestro ruso de violín con debilidad por sus alumnas; Claudio Gallardou, además de hacer la percusión en muchos temas, recita un emotivo texto de su padre; y los bailarines se lucen por partida doble: en un número serio y en otro que parodia los estereotipos tangueros.
El clima es totalmente distendido, acorde con la atmósfera de las noches amistosas en que se iba macerando el espectáculo. Los intérpretes toman su copa de vino, aprovechan que no les toca actuar para sentarse en el piso del escenario y cada noche suman al show a invitados como Horacio Fontova y el guitarrista cordobés Hernán Reinaudo, uno de los músicos jóvenes más talentosos del momento. El público participa tarareando, y sobre el final se anima a unirse al elenco en el clásico Volver, en clave de candombe.
Compositor y arreglador, Mizrahi es en gran medida responsable de la calidad musical del show. Desde su piano brinda composiciones notables, y hasta un collage de fragmentos de canciones de películas debidamente tamizados por las armonías tangueras. En el 99, Mizrahi creó con Longhi Demoliendo Tangos, otra obra con formato café-concert que sigue recorriendo salas porteñas con tangos y textos influenciados por el rock y por Piazzolla. “En ese primer show nos interesó abrir nuevos campos de acción para el tango”, cuenta Longhi, que el año pasado participó, bandoneón en mano, de la tira Hospital público. En Tangoservicio Tararira, el dúo decidió abrir la apuesta a otras expresiones de la música ciudadana y hacerlo con amigos. “A Claudio (Gallardou) lo invitamos para que nos acompañe en algunos temas, pero se entusiasmó tanto que pasó a formar parte del elenco estable. Y Fontova, Reinaudo, todos quieren volver. Pero tuvimos que fortalecer la estructura de la obra, porque llegó un momento en que tanta informalidad nos superaba”, confiesa. Estrenado a fines del 2003, este varieté tanguero ofrece en su nueva temporada un elenco aggiornado y un par de novedades: la versión a dúo de Bajo un cielo de estrellas, por Piro y Laborde, y Recuerdo, que Laborde canta acompañado por Fernández en guitarra. Enmarcada en la apertura que el tango atraviesa desde hace unos años, Tangoservicio Tararira es una experiencia que sorprende.

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Tangoservicio Tararira, los viernes a las 23.30 en Chacarerean Teatre
(Nicaragua 5565).

 

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