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Domingo, 15 de febrero de 2004

EL OMBLIGO DEL MUNDO DE ACá, DE ALLá Y DE TODAS PARTES

Moviendo los culitos

La creadora de los Teletubbies, ese polémico programa de efectos hipnóticos sobre los niños, vuelve con un programa en los antípodas: Boohbah, o cómo hacer que los chicos se muevan sin parar frente al televisor.

 Por Laura Isola

Las diatribas contra la televisión, sobre todo las de niños-mirando-televisión, siguen en vigencia. Y continúan porque nadie se tomó el trabajo de observar bien qué es exactamente lo que miran y menos aún qué pasaría si no tuvieran ese estímulo. Pero esto es difícil de argumentar porque entra en el terreno de lo impensable. Lo que sí está a disposición de quien tenga unos minutos es comprobar las diferencias que se registran entre el entrenamiento, la información y, por qué no, la inteligencia que desarrollan esos niños respecto de los adultos. Así, los pequeños televidentes saben, en ciertos terrenos, mucho más que sus madres, padres y maestros: reconocen a los personajes en la pantalla, pueden seguir conversaciones en las que muchos adultos quedan afuera al primer nombre artístico, recitan la vida de los animales, recuerdan el sonido de instrumentos en ambientes en los que nunca se escucha música y también, hay que decirlo, consumen un poco de violencia, mal gusto y otras delicias no muy lejanas de sus vidas “reales”. Sin embargo, hay una señora que para hacer un programa de televisión infantil primero se puso a ver qué hacen ellos cuando no están mirando tv. Así nacieron los Teletubbies, protagonistas del ya histórico programa para niños. Y ahora, Anne Wood, su creadora, va por más.
A los 65 años, la madre de Twinky Winky, Dipsy, La-La y Po, en vez de estar cuidando el jardín con una linda capelina en su casa de las afueras de Stratford, tal como a una dama inglesa corresponde, se lanza a su nueva aventura infantil: Boohbah o algo así como “chicos, miren lo que pueden hacer con su cuerpo”. Y las cosas cambian, y quien promovió desde la pantalla el encanto de la contemplación para que sus cuatro muñecos bebés ejercitaran solamente piruetas de la imaginación, mechadas con alguna que otra corrida sin demasiado entusiasmo; quien pareció estar plasmando las experiencias de ciertas drogas psicodélicas en cada capítulo; quien pergeñó tanto escenografías –sus inolvidables conejos saltando entre flores y verdes praderas de ensueño– como argumentos que petrificaron ojos y cuerpo de millones de pequeños (y no tanto, aunque dicen que a los tres ya dejan de prestarle atención) frente al televisor casi hipnotizados; esa misma mujer ahora quiere hacerlos saltar, siempre a su manera.
Si bien tanto Teletubbies como este nuevo producto son globales y su consumo atraviesa casi todo el universo conocido, la relación verdaderamente problemática siempre ha sido con Estados Unidos. Como en una obra de Wilde, donde los norteamericanos son los rústicos, snobs y un poco estúpidos, lady Wood ha tenido problemas con sus patrones. La polémica entre ella y John F. Wilson, vicepresidente de programación de la cadena norteamericana PBS, se reedita: sentados en oficinas separadas por el océano, pero unidas por la videoconferencia, Wilson y Wood miraban el capítulo cero de Boohbah con algunos problemas de sincronización entre la imagen y la voz de los personajes, por lo que Wood dice: “Estamos un poco más adelantados que ustedes”. Wilson, un poco en chiste pero muy serio, replica: “No es la primera vez, Anne”. La pelea empezó cuando los Teletubbies tuvieron una crispada recepción en Estados Unidos: los grupos más conservadores creían que sus niños estaban siendo estupidizados y que no aprendían nada con esos muñecotes ociosos; el reverendo Jerry Falwell llegó a estar convencido (y quería hacer de esto una causa) de que la cartera de Twinky Winky y el personaje en sí promovían la agenda gay en la infancia. Aunque estos episodios son del pasado y las ganancias del programa fueron más efectivas que las reverendas prédicas, la rispidez continúa y el tema de la obesidad, la corrección política y el sedentarismo en la sociedad yanqui no son menores. La frase recurrente del nuevo programa es “Mirá lo que puedohacer” como incentivo para una actividad. Pero el señor Wilson propuso cambiarlo por “Mirá lo que puedo hacer, vos también podés”, que a sus oídos sonaban más a una invitación, temeroso de que sus gorditos coterráneos ni siquiera se movieran del sofá para buscar otra coca cola. Una vez más, Anne Wood se negó. La explicación es más que sensata: “El lenguaje corporal es el que invita, y no hay nada que estimule menos a los niños que la ansiedad de los adultos por que hagan algo”. Cualquiera que haya pedido a su hijo que diga el verso o cante la canción frente a extraños para demostrar sus habilidades únicas, sabe que es así.

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