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Domingo, 18 de abril de 2004

TELEVISIóN

Reality reality

Primero vinieron las sitcoms. Después, los talk shows. Después, los realities. Ahora, la televisión norteamericana se lanza de lleno sobre su nueva ocurrencia: el reality con celebridades. Cantantes de segunda que aspiran a las grandes ligas, millonarias consentidas arrojadas al barro de la realidad, ex conejitas Playboy excedidas de peso, guitarristas de rock bizarros con una silla eléctrica en el living... The Simple Life (Fox), The Anna Nicole Show (E!), Newlyweds y Til Death Do Us Apart (MTV) están en las pantallas argentinas. A continuación, una guía para entenderlos.

 Por Mariana Enriquez

Desde el año pasado, toda la televisión estadounidense fue invadida por los realities, que dejaron en segundo lugar a las tradicionales sitcoms, e incluso a los talk-shows. El fenómeno es imparable y cada vez que se anuncia su decadencia, logra otra vuelta de tuerca que renueva el interés. Mientras en Argentina vuelve a instalarse la ficción –a los últimos realities les fue mal–, la televisión más rica del mundo recurre a estos programas de bajo presupuesto para sumar rating. Y se multiplican los subgéneros: el más reciente y exitoso es el reality con celebridades.
Algunos lamentan que estén protagonizados por “bellos”, dejando de lado la consolación que ofrecían otros formatos donde era posible ver gente “común”. Pero eso no es del todo cierto. American Idol, Operación Triunfo o Popstars no eligen siempre a las mejores voces sin tener en cuenta belleza o carisma: en OT Argentina fue finalista Pablito El Cordobés sólo porque era bonito, rubio y simpático. En los Gran Hermano locales los “feos” fueron eyectados rápidamente. Las chicas de Bandana son atractivas; apenas American Idol, que en su segunda temporada tuvo como triunfador a Ruben (negro, con sobrepeso y una voz prodigiosa) se erige como el más democrático. Pero hay que apuntar una diferencia radical: los ejemplos mencionados son programas de concursos y están a años luz de la nueva televisión-real. Cuatro programas de este nuevo subgénero acaban de estrenarse en el cable argentino: The Simple Life con la heredera Paris Hilton y Nicole Ritchie (hija de Lionel) por Fox, The Anna Nicole Show con la inclasificable ¿modelo? Anna Nicole Smith por E! Entertainment, Newlyweds y Til Death Do Us Apart, con parejas famosas, por MTV. Aquí nadie compite, no hay premio, no hay suspenso, no hay progresión dramática: son comedias con guión leve, baratas, trash. Es discutible que se trate del mismo género, pero se puede afirmar que el formato es por completo diferente.

Los tórtolos
La revitalización de los realities del tipo “Encuentre al amor de su vida” con The Bachelorette, The Bachelor y otros, rebotó en los realities con famosos y casi famosos en MTV vía Newlyweds (“Recién casados”) y Til Death Do Us Apart (“Hasta que la muerte nos separe”). En los anteriores el mecanismo es de “¡Se ha formado una pareja!”, pero en los de MTV la pareja ya está consumada y el voyeurismo es ver la vida cotidiana de los famosos en diferentes estadíos: Newlyweds sigue los primeros meses del matrimonio que forman Jessica Simpson –solista joven de voz exagerada, cruza de Christina Aguilera y Britney, pero sin carisma, buenas canciones ni éxito– y Nick Lachey –ex 98 Degrees, boy-band de escaso vuelo, y con nulas posibilidades de convertirse en Justin Timberlake–; Til Death Do Us Apart es más vistoso, porque acompaña en el camino al altar a una pareja estrambótica e interesante: Carmen Electra —hermosa bomba sexual, ex Baywatch, ex Playboy, ex de Prince– y Dave Navarro –talentosísimo y guapo guitarrista de Jane’s Addiction, con breve paso por los Red Hot Chilli Peppers, ex heroinómano–. Ambos programas, puede argumentarse, se inscriben en una suerte de ola neoconservadora que prioriza los matrimonios bendecidos por el Señor y la monogamia; pero también es cierto que es difícil aventurar un análisis sociológico de EE.UU. desde aquí, y quizá se produzcan realities de parejas famosas sólo porque venden bien: durante el último año, los medios estadounidenses ganaron fortunas con J. Lo & Ben Affleck, Justin & Britney, Tom & Penélope, por mencionar sólo los noviazgos más célebres.
Cierto, The Osbournes era mejor y más divertido que Newlyweds o Til Death..., pero aquí nos encontramos ante el viejo dilema original-fórmula: The Osbournes se metía por primera vez en una casa famosa y, para delicia del televidente, la familia era adorable, disfuncional pero amorosa, cómica, tierna; Sharon, Ozzy, Kelly y Jack lograron un buenísimo programa de televisión y al mismo tiempo se hicieron querer. Con semejante antecedente, las parejas la tienen muy difícil. Newlyweds ya terminó su primera temporada en la MTV latina y se puede dar el veredicto: es un plomo. En los realities con famosos la idea no es contar una historia; la trama importa nada, porque están sostenidos sólo por el carisma de los protagonistas y un guionista capaz de elegir buenos remates y situaciones absurdas o extremas. Todo falla en Newlyweds: Jessica es demasiado tonta y a Nick le montaron un personaje sensato, pero queda patente que es igual o más tonto que su mujer; todo es bastante pobre: ella llegó virgen al altar y se pone celosa porque en el video de él aparecen chicas hot y hace pucheros; la pareja se va de campamento a un bosque y se espanta por la noche; tienen problemas de desorden y lavandería; largo etcétera. Que las situaciones sean triviales no es una crítica válida: las mismas trivialidades con los Osbournes como protagonistas eran un banquete de alta comedia: hay que recordar que el 70 por ciento de The Osbournes lo ocupaban los problemas de la familia con los perros y los vecinos; sólo en la segunda temporada se le agregó alguna realidad dura, con el cáncer de colon de Sharon y la adicción múltiple del pequeño Jack. Newlyweds aburre porque Jessica y Nick son aburridos y es imposible interesarse por las vicisitudes de su matrimonio. Al serio problema de guión y actuaciones, se suma que los protagonistas no son del todo celebrities, y el porcentaje de desesperación de los cantantes de segunda por acceder al cielo de las celebridades de primera le da un involuntario aire de vergüenza y pena.
Til Death... empezó bien. Carmen & Dave son, por mucho, más astutos que Nick y Jessica. De él se sabe que, cuando era adolescente, vivió una tragedia espantosa: su madre fue asesinada por su novio, y Dave estaba presente. Dave exorciza ese espanto con un gusto mórbido: tiene una silla eléctrica en el living, su cuarto semeja una bóveda (paredes tapizadas en terciopelo negro, mucha calavera) y en el brazo se tatuó un famoso cuadro de Gustav Klimt, una mujer embarazada, en homenaje a su madre muerta. Hace unos años, cuando era parte de Red Hot Chilli Peppers –tocó en el oscuro disco One Hot Minute–, se la pasaba besando apasionadamente al cantante An-
thony Kiedis, desatando rumores de romance que ninguno de los dos desmintió. En Ritual de lo habitual, el mejor disco de Jane’s Addiction, posó desnudo junto al cantante Perry Farrel para la pintura de la tapa.
Carmen Electra es una especie de Pam Anderson con menos escándalos, menos fama, más belleza y una ambición a toda prueba. Es obvio que no llegó virgen a ninguna parte, y la playmate no intenta hacerse la puritana; mucho más vivaz y sensual que la pobre Jessica, se ríe con cariño de su familia que vive en trailer y publicita sus videos de striptease aeróbico. En fin: es la pareja rockero y modelo-con-calle clásica. Sobran los ejemplos: Mick Jagger-Jerry Hall, Keith Richards-Patti Hansen, David Bowie-Iman, Tommy Lee-Pam Anderson. Si algo tiene de interesante Til Death... es que provocará las iras de los rockeros fundamentalistas que esperan de un héroe de la guitarra cierta abstracta e ilusoria integridad, cuando la evidencia demuestra que los rockers son exhibicionistas por definición y las prefieren bellísimas. Carmen y Dave son narcisistas: basta ver el enorme poster de ellos mismos escasos de ropas que la pareja colgó en el living. En el caso del atormentado Dave, su narcicismo es una suerte: después de presenciar el crimen de su madre, después de años de adicción a la heroína, ¿quién puede condenarlo por ganar una pequeña fortuna vendiendo meses de su vida privada?
El primer episodio, que salió al aire el miércoles pasado, no fue ninguna maravilla, pero tuvo momentos sumamente entretenidos. La sesión de fotos para la tarjeta de invitación, por ejemplo: Carmen y Dave fueron retratados por David LaChapelle sobre mesas de autopsia, maquillados como muertos y de la mano, para simbolizar que estarán juntos en el más allá. Cuando le dibujaron unas tremendas venas sobre el maquillaje blanco, Dave reflexionó: “Si las hubiera tenido así hace diez años, me iba al cielo de verdad”. Cuando Carmen lo vio, le pidió que dejara de fumar. Dave retrucó que le dejara de romper las pelotas, porque ya había dejado bastantes cosas. Carmen parece encantadora y sinceramente enamorada; Dave tiene un sentido del humor retorcido, parece dulce y raro. Til Death... no hará historia, pero es pródigo en excentricidad y candor.

Las princesas
Hace cinco años, las herederas del imperio hotelero Hilton, Paris y Nicole, aparecieron en un largo artículo en Vanity Fair que las lanzó a la fama. Flacas, rubias, abismalmente frívolas, las chicas escandalizaron con su estilo de vida frenético y superficial; tanto se habló de ellas que hoy, se las considera it-girls; no tienen habilidades particulares, pero son celebridades en sí mismas, y dicha de los paparazzi. Son raras, también: quieren brillar sea en el cine o sobre las pasarelas, como si ignoraran que están condenadas al éxito; Paris, la hermana más extrovertida, posa para los fotógrafos como una starlet recién llegada a Hollywood. En ese camino de aprovechar el buen momento de la chica que nadie puede dejar de ver, Fox y el tandem Bunim-Murray Productions –la productora detrás del reality pionero, The Real World– le hizo un programa a su medida: The Simple Life. La heredera de 23 años y su mejor amiga Nicole Richie (la hija adoptiva de Lionel Richie) fueron enviadas a pasar una temporada en el pueblo de Altun, Arkansas; la familia campesina Leding ofició de anfitriona. Vestidas como para una fiesta en las colinas de Hollywood –en términos del pueblo, semidesnudas–, las chicas demostraron total discapacidad para llevar a cabo actividades cotidianas, algunas complejas como desplumar un pollo muerto –vomitaron–, otras sencillas como hacerse la cama o matar insectos. Para incredulidad de los Leding, Paris ignoraba totalmente qué significaba “Wal-Mart” (por lo de “wal” supuso que sería una tienda de ladrillos); para horror de la familia, las sexualmente activas jovencitas quisieron llevarse a la cama a los jóvenes y pacatos hijos de sus anfitriones.
En el capítulo más revelador de una serie del todo obscena, divertida e irritante al mismo tiempo, las chicas fueron enviadas a trabajar a una suerte de exposición ganadera. Después de fracasar en cada intento de ordeñe, se las mandó a comprar a un supermercado, donde descubrieron que podían cargar lo adquirido a cuenta. Ignorantes del significado del ahorro, el trabajo, el gasto y otras obviedades de la gente que debe ganarse el sustento, compraron de todo, como si estuvieran en Rodeo Drive, y fueron amonestadas, pero no escarmentaron.
The Simple Life es un show sobre la injusticia y la monstruosidad. Es injusto que estas chicas tengan una vida tan grata y licenciosa, e indignante que osen reírse de la sal de la tierra. Y es monstruoso que existan jóvenes tan ricas, tan alejadas de la normalidad, auténticas freaks aunque en su exterior sean bellas y lleven bolsos Louis Vuitton. El show, por morboso, fue un éxito. Lo vieron un promedio de 10 millones de personas. En la segunda temporada, que se está preparando, se van de viaje: las chicas conocen todo el mundo, pero nada saben del interior de su propio país –Utah no es un templo al glamour, claro–. Antes, Nicole Richie tiene que recuperarse de su adicción a la heroína (está en rehabilitación) y Paris deberá ponerles punto final a sus problemas judiciales: su ex novio Rick Solomon comercializó un video “porno” donde se los ve revolcándose juntos, y los Hilton demandaron horrorizados, porque la heredera tiene los mismos problemas que la vulgar Pam Anderson.

La desaforada
Aunque cuando de vulgaridad se trata, nadie puede competir con Anna Nicole Smith. Texana exuberante que ya ha pasado los treinta años, nacida Vickie Lynn Hogan, fue striper, playmate favorita de Hugh Hefner, rostro y cuerpo de una famosísima campaña de Guess? y luego modelo de talles grandes. En medio de todo esto, se hizo ultrafamosa por un escándalo de proporciones: en 1994 se casó con J. Howard Marshall II, un magnate petrolero nonagenario. La unión duró un año –Marshall no sobrevivió–, pero fue muy publicitada: Marshall le compró casas y autos lujosos a su esposa, le entregaba de a cien mil dólares para festejar Navidad, la tenía en una foto enorme sobre su lecho de agonizante; Anna lo veía poco y nada, le mostraba los pezones a condición de que él depositara, y no lo visitó en el último mes de su vida. Sin embargo, ninguno de los dos admitía juicios: Marshall podía pagar a una joven voluptuosa, ella necesitaba un benefactor, negocio perfecto. Y según Anna, además había cariño. Por lo menos, ésa fue su defensa cuando llevó a juicio a los herederos de Marshall: el anciano no hizo testamento a favor de su esposa, pero Anna afirmaba que le había prometido “la mitad” (la cifra es atroz, cercana a los 500 millones de dólares); así comenzó el primer show mediático de Anna, muy excedida de peso, sufriendo en el tribunal, llorando su viudez, algunas veces vestida con gusto impecable, otras con ropas y peinados aterradores. Una actuación soberbia. Por la misma época, una revista la puso en tapa, en pose guaranga, con el título “White Trash Nation”; Anna, que proviene de una familia muy pobre, se indignó y dio una entrevista a Larry King donde explicaba que no amaba a Marshall como a “un hombre” sino como a un “abuelo bueno”, que no tenían sexo convencional pero disfrutaban y, en fin, que ella no veía por qué no merecía un pedazo de la torta petrolera. ¿Acaso una chica de trailer no podía ser millonaria? Al mismo tiempo, perdía sus contratos con Playboy y Guess? y caía en el infierno de las películas clase Z. Icono de la clase baja norteamericana, invitada soñada de Jerry Springer, el impacto de Anna Nicole en la cultura pop es mucho mayor de lo que la distancia permite adivinar.
Los primeros en ver el filón Anna fueron los imbatibles productores de E! Entertainment. Cuando The Anna Nicole Show debutó el año pasado, fue el reality con mayor rating de la historia del cable. Allí se la ve arrastrando su enorme humanidad de casa en casa –la viuda busca una nueva vida y un nuevo hogar–; rezonga porque las bañeras son demasiado chicas para sus curvas, y la persigue Sugar Pie, un perrito insoportable que toma Prozac. Anna habla como si estuviera profundamente drogada, en ocasiones llora porque recuerda a Marshall, está de malhumor porque no tuvo tiempo de masturbarse, y la acompaña su hijo Daniel, de 16 años y normal. Cuando mira un noticiero, dice: “¿Por qué le muestran estas cosas a la gente? ¡Es deprimente!”. Cuando le sugieren que en una entrevista hable a favor del Estado de Israel, frunce la nariz y, sensata, replica: “Mejor me callo. No sé nada de nada”. Cuando llama por teléfono a su hijo, le pregunta: “¿Me querés más que todas las gotas de lluvia y todos los peces del mar?” (Daniel apenas gruñe que sí mientras navega por Internet). Ver a Anna Nicole es un placer culpable, una pérdida de tiempo; fuente de asombro permanente –imposible descrifrar si es estúpida o terriblemente astuta–, ahora que su programa ya ha finalizado en EE.UU., adelgazó todos sus kilos de más, y sin duda lanzará otro show que tendrá como línea argumental su dieta. ¿Nuevas comedias o pura explotación? ¿Se movilizarán los actores norteamericanos desempleados? Todo indica que la polémica recién empieza.

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1. Anna Nicole Smith o cómo sacarle el jugo hasta al último gramo.

2. Paris y Nicole (y mascotita), dos consentidas ganandose el peso.

3. Los tontos tortolitos de Newlyweds.

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