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Domingo, 9 de mayo de 2004

PERSONAJES

Yo, Claudio

El batacazo de Resistiré lo puso en millones de pantallas, y él no dejó pasar la oportunidad de convertirse en una de las revelaciones del año: su soberbia actuación para encarnar al perturbado Andrés le valieron tanto elogios de los espectadores más exigentes como insultos en la calle por las maldades del personaje. Ahora, Claudio Quinteros apuesta a romper el molde de galán en El Deseo. Y eso es sólo lo que hace en televisión.

POR CECILIA SOSA

Creció al amparo de una tira que jugó a abolir jerarquías entre personaje e historias. Su intervención fue clave en ese laboratorio de experimentaciones siempre imprevisibles que fue Resistiré y que logró empujar la frontera entre buenos y malos al pasado de las telenovelas. Su “Andrés” desplegó más y más brillos, y logró arrancarle a la tira algunas de sus mejores escenas, nunca tan perturbadora la TV local. La primera fellatio televisada, por ejemplo, o esa sesión onanista donde se cruzaban las caras de tres inquietantes “musas” inspiradoras (de sexos y edades disímiles) y hasta un trío tan amoroso y varonil que podría ser la envidia de la cosmogonía onírica del propio David Lynch. El final de Gustavo Bellati y Mario Segade dejó para siempre a Andrés paseando del brazo de su tía-amor-Leonarda por un limbo casi perfecto. Pero Claudio Quinteros no vive en ningún limbo. Tiene 34 años, un estudio de actuación desde hace cinco, y una década de descollar en teatro dirigido por nombres como Rubén Szuchmacher, Laura Yussem, Norma Aleandro, Javier Daulte y Vivi Tellas. Lo raro es que para el público local este poderoso actor (ahora reclamado como galán por Natalia Oreiro en El Deseo) no tiene más de un año de vida. ¿Cómo puede ser? ¿El público argentino atrasa diez años?
–Y sí, no sé... Me siento raro con eso. Es lamentable, pero es así. Hay algo que se oficializa recién con la tele. Será por cholulismo o porque la gente de verdad no va al teatro, salvo que haya una megaestrella, no sé. Con el personaje de Andrés en Resistiré pude desplegar algo que sirvió para oficializarme ante mi familia. “Mirá: es buen actor”, parece que dijeron.
Se ríe y es encantador. Y con o sin atraso, muchos de los que llegan al Teatro San Martín para las últimas funciones de Panorama desde el puente, la obra que dirige Luciano Suardi sobre el clásico de Arthur Miller, lo hacen para ver a Quinteros metido en el rubio personaje de Rodolfo, un joven inmigrante italiano que llega Nueva York buscando fama, y que baila, canta y se enamora de Catherine (Carolina Fal), en contra de la voluntad de un casi irreconocible tío celoso (Arturo Puig), al que por las dudas Quinteros le regala algún puñetazo y también algún que otro beso compensatorio.
¡¿Le pegás a Arturo Puig?!
–Le pego, bah, algún cachetazo. También lo beso (se ríe). Un beso en la boca con Arturo Puig. Nunca pensé que iba a hacer eso, la verdad.
Ajeno a las oposiciones clásicas “actor de teatro vs. actor de TV”, Quinteros parece no querer “adaptarse” a nada. Parece sólo querer actuar todo y desaforadamente, aquí o allá.
–La tele está buena, pero por momentos no sé bien qué me pasa: no puedo criticar al medio ni a nada, pero me agarran unos bajones que no sé... A veces me pasa lo mismo en el teatro, cuando a algunos directores se les va el mambo con el trabajo de lectura o de análisis. Como actor necesito actuar y cuando hay un exceso de paja me mata. La tele es un sacudón y a veces está buenísimo, pero a veces esos excesos también te destrozan. O a mí por lo menos; no sé cómo manejarlos. El vértigo me deja como de piedra y el exceso de análisis, entumecido. Entonces necesito llegar a casa, poner música y saltar por el techo porque si no el cuerpo se queda seco. Me cuesta. Por eso primero dije que no al papel en El Deseo y después me senté, lo pensé, vi que los autores son tipos geniales, que no tenía que adaptarme a algo tan nuevo y acepté.
Bajo las cejas arqueadas y los rasgos afilados de Quinteros resuena algo de un pensamiento trágico que acumula contradicciones sin cerrar. Y esas mismas líneas de fuga son las que parecen latir en sus personajes en Ifigenia en Aulide (“Yo lloré con Alcón en Casapuerta y estuvo re bueno estar con él arriba del escenario”), en El zoo de cristal y en Casino, todos dueños de un temblor y una intensidad que vacila ante cualquier clasificación y los vuelve más y más entrañables. Como ahora, que yaempezó a desplegar las texturas más fumistas para Máximo, ese galán encantador y fraudulento que interpreta en El Deseo, la nueva tira de Bellati y Segade.
¿Cómo te llevás con el rol de galán?
–Hay algo en la estructura de la novela y en sus roles típicos que los hace bastante limitados, más allá de que seas buen o mal actor. El problema es que yo soy más actor que galán (se ríe). Y pido por favor escenas donde pueda encontrar algún giro, trascender ese rol; recién ahí me copo. Lo bueno es que Bellati y Segade también se copan armando esos giros.
Tus dos personajes televisivos son hasta ahora versiones distintas de la mano derecha del malo.
–Sí, pero Máximo es más luminoso, tiene más independencia. Andrés era un samurai. Eso es lo que a mí me parecía tremendo: Dobal (Fabián Vena) le podía hacer de todo y el tipo siempre iba a estar ahí otra vez. Máximo, no: está, pero sólo si le conviene; si no, se va. Me gusta eso: es bastante trucho, un tránsfuga, le gusta la guita, nada que ver con el otro, que era un samurai. Está bueno. Máximo y Rodolfo en Panorama... son personajes que yo agradezco porque son luminosos. Igual siempre me gusta mantener un misterio.
¿Es verdad que te gritaban cosas en la calle cuando interpretabas a Andrés?
–Sí, era tremendo. Me gritaban “enfermo” o “puto” en la cara. En un punto era divertido, pero también me daba bronca. Hay tipos que se te paran al lado en la calle, te miran a los ojos y te dicen: “¿Vos sos o no sos? Pero de verdad, en la vida, ¿sos o no sos?”. Yo no sé exactamente a qué se referían, pero en un punto tenés que decir: “Pará, loco, estoy actuando”. O que se paraban al lado de mi auto y gritaban (pone una voz terrible) “¡¡¡Dejalo tranquilo a Diego Moreno (por Pablo Echarri)!!!” (se ríe). Sí, una pavada, una pavada... pero a la vez no lo podés creer.
¿Cuáles fueron para vos los momentos más intensos de Resistiré?
–Uy, hubo momentos tremendos. Cuando Andrés se vestía de Leonarda era increíble. Ahí se juntaba algo de la imaginación de los autores, de los técnicos, de la producción, de la mía, de todos. El final de Andrés también fue buenísimo. ¿Se tenía que morir o no? Se habló mucho de eso. Algunos lo querían matar, pero creo que con ese final la novela se terminó de desestructurar en todo sentido. Fue muy elevado: él paseando con Leonarda mientras sonaba Ne me quitte pas. Increíble. Mucho más elevado que pegarle 100 tiros. Yo propuse la canción y la tomaron. Tenía que ver con algo del romanticismo entre ellos dos.
¿Cuál otro?
–Era genial cuando Andrés mataba a alguien. Entonces, como actor, yo lo tenía que bajar a otra cosa, ser lo opuesto de un asesino. Eso me encantaba. Era muy intenso estar desde las 9 de la mañana grabando esas escenas. O cuando Andrés se pega el tiro, ese suicidio de samurai, casi un harakiri delante a Dobal. Parecía Beckett. ¡Y después revivía! Realmente absurdo (se ríe). Me acuerdo de que con Tina (Serrano) nos íbamos cantando una canción infantil, Se va el tren, se va el tren, yo apretaba una pelotita, con la parálisis y todo, y ella me llevaba. Eran escenas que no se sabía en qué estadio entraban. Hubo mucho de eso en Resistiré.
¿Eran los actores los que proponían esas cosas?
–¡No! Los guionistas, los autores, los técnicos, todos. La gente de producción pedía los capítulos para leerlos por adelantado: no lo podían creer.
¿El trío con los marineros, por ejemplo?
–Sí, se trajeron también a los chongos holandeses. Pero también hubo charlas rarísimas. Con la masturbación de Andrés pensando en Leonarda, en Vanina, en Lupe. Si había alguno más, también entraba. Y en la edición,cuando acababa, ¡fundía en una fuente de fideos con crema en la mesa de Dobal! “Esto ya es Lynch”, decíamos. ¿Y va? Sí, va. También se discutía si la masturbación era con mano o sin mano, insinuada o no. Resistiré rompió con algo y no era mostrar sexo para subir el rating, era más para entrar en el personaje y ver qué había en la cabeza del tipo. Todo el tiempo eran invitaciones de los textos a actuar, actuar y actuar. Y yo nunca dije que no a nada.
Al contrario de lo que se suele pensar, la tele te permitió construir un personaje increíble.
–Sí, es raro. Un personaje como el de Andrés jamás lo tuve que actuar en el teatro. Es algo que se da. Fue clave nunca decir: “Mi personaje es así” o “mi personaje nunca va a tener una relación homosexual”. Nunca tuve ese problema y nunca lo voy a tener. Si viene esta escena es porque la historia va a girar para algún lado y nos vamos a divertir mucho. Con Andrés pasó eso. En tele, el personaje lo vas armando ahí, con lo que se ve, nunca sabés cómo va a terminar. En teatro o en una película siempre sabés.

muchacho PUNK
En los camarines del Teatro San Martín, desde un micrófono que parece surgir de las entrañas mismas del edificio, suena el segundo llamado para el elenco de Panorama sobre el puente. “Todavía falta, tenemos tiempo”, dice Quinteros sentado cómodo en su silla y todavía vestido de civil. Por los pasillos, corre Carolina Fal con el peinado a medio terminar y las medias de red, y pasea el resto del elenco que hace rato terminó con los preparativos. Sí, Quinteros es el entrevistado ideal: está contento de dar la nota, cuenta cosas, piensa, se entusiasma, no repite ningún casete. Y eso que parece que, cuando era chico, era tan pero tan tímido que muchos no lo escucharon nunca decir ni mu.
–Sí, era un desastre. Una vez, un amigo del secundario (el Mariano Acosta), que ahora no es más mi amigo, me dijo que era muy aburrido salir conmigo, que no hablaba, que ni existía. Y era verdad. Por un lado, tenía una imagen demasiado fuerte, estaba muy copado con el punk, los Sex Pistols, y eso, pero no hablaba. Supongo que era por algo de la edad, pero tampoco sé muy bien por qué. No era el centro de nada, no me interesaba demostrar nada, hacer nada. Tal vez sí hacer un poco un personaje, ser un poco músico, pero estaba en otra sintonía, y la verdad no sé cuál. Con el único que hablaba era con un profesor de Literatura.
Cuando terminó el secundario, a ese profesor de Literatura Quinteros le contó que pensaba estudiar Psicología. Y se anotó en el CBC. “Él me preguntó si no era que en realidad yo tenía que ir al psicólogo. Y era verdad; fui. Y no quería ser psicólogo ni en pedo. Después empecé a estudiar Comunicación Social, pero tampoco me sentía muy bien. Era más por elegir algo”, cuenta.
La verdad de la milanesa salió a la luz tres meses después, cuando se anotó en un taller de teatro en el Centro Cultural Rojas. “Ahí sí largué todo lo demás y empecé a estudiar teatro a lo loco. Fueron dos años muy intensos. Era esa época en el Rojas en la que actuaba Batato Barea. Después me dijeron que empezara a hacer algo más serio. Entonces probé en un par de estudios y terminé en el de la Boero (Alejandra), después con Suardi y Eduardo Rivas, todos maestros buenísimos. Pasé muchos años ahí y después hice el Conservatorio. Todo lo que no tenía ganas de estudiar antes, me lo despertó el teatro. Empecé a leer a todos los teóricos, los autores y también a dar clases.”
Hace cinco años que Quinteros abrió su propio estudio con otros tres actores. Se llama El Hormiguero y está en Villa Crespo, donde se cruzan Caballito y Palermo. “Dar clase es lo mejor. Es una estructura que nunca está cerrada. Con los alumnos que ya entrenaron bastante hacemos muchainvestigación y cuando uno empieza a investigar, todo se empieza a abrir y se empieza a actuar, y es el alimento de todo. No sé si podría haber hecho a Andrés como lo hice sin ese espacio. Los alumnos te cuestionan todo el tiempo, te dicen: ‘Che, es una boludez eso que estás haciendo’. Es un espacio donde doy mucho, pero también donde me vuelve algo increíble.”
Para Quinteros, la actuación no es sólo trabajo. Desde hace tres años está casado con la actriz Analía Couceyro, que hizo de alter ego de Albertina Carri en Los Rubios y brilló como una de las hermanas que acosaban al alicaído Don Juan de Ricardo Bartís en Donde más duele.
¿Cómo hacen? ¿Se critican mutuamente?
–Nos vemos, claro. Pero es relajado. No como esas parejas de actores donde uno parece tener la sabiduría y el otro no sé qué cosa. No. Tenemos claro que ella “ve” cosas que yo no veo y que yo “veo” cosas que quizás ella no. Y nos divertimos con eso. Ella estaba re copada con Resistiré.
De la época en la que no hablaba, a Quinteros le queda una pasión: un cuadernito de dibujos que lleva a todos lados. “Me gusta mucho la pintura. Cuando hago un personaje o pienso en alguno todo el tiempo, voy a la pintura y me busco cosas”, dice.
Y para Andrés, por ejemplo, ¿dónde buscaste?
–En El Bosco, esas imágenes tremendas; y en Goya, en la serie negra. Para Máximo miro cosas más pop, Andy Warhol, esa onda. Cuando tengo que hablar de una escena con mis alumnos o trabajar en algo, siempre pido que nos corramos a algo así. No es nada nuevo, es más una necesidad de entrar por otro lado. Además, siempre me gusta dibujar a los personajes o algo de ellos. Nunca lo hice como una técnica, me sale.

KINSKI Y LA SECTA
DE LOS PLATINADOS
A Quinteros lo puede Klaus Kinski, el actor fetiche de Herzog. “No sé qué me pasa: cuando, pasando canales, lo engancho, siempre me quedo y capaz me morfo dos horas y la película no está tan buena. Pero a él le compro todo, me vuelve loco. No puedo creer cuando muere al lado de Isabelle Adjani en Nosferatu. En cine, todos hacen de la muerte una ceremonia de lo sutil y él no: respira, cae, se araña, rebota contra la pared, muere, no muere. Se caga en todas las leyes americanas del cine. Es un monstruo tremendo.” Entre sus películas para llevar a una isla desierta, además de las de Herzog, figura Con ánimo de amar de Won Kar-wai. “Sí, es una película hermosa. Cuenta algo muy simple con picos estéticos increíbles. Todo el tiempo es como una caricia, hasta en la música.”
¿Se puede preguntar algo que nada que ver?
–Sí.
¿Por qué hay tantos platinados en El Deseo?
–No sé, ¿qué pasó, che? Algo pasó ¿no? Alguien tiene que decir: “Somos todos rubios”.
Y... son cuatro.
–La Bruzzo (Alicia)... (cuenta).
Sí, y Solita (desde siempre, pero cuenta), Natalia Oreiro y vos...
–Y sí, algo tiene que pasar... cuatro rubios (se ríe). El impacto más fuerte fue con la Bruzzo; cuando nos vimos con los pelos así en un exterior, nos miramos y le dije: “Mami, soy tu hijo”.

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