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Domingo, 30 de mayo de 2004

CINE

El hombre que no le hace asco a nada

Una parte del público argentino ya dio pruebas de su devoción incondicional por Takeshi Miike en los Festivales de Cine Independiente de los últimos años. Ahora, un ciclo en DVD permite conocer más acerca de este director que no se niega a ningún proyecto, filma con presupuestos irrisorios, lleva una marca de 60 películas en catorce años y, sin embargo, se ha convertido en el nuevo maestro de la escatología cinematográfica.

POR MARIANO KAIRUZ

El tipo es terriblemente prolífico. Tanto, que cada año que pasa, uno –que vive acá y no en Japón– se pierde tres, cuatro y hasta cinco de sus nuevas películas, incluso si el Festival de Buenos Aires programó una o dos. Es justamente en el Bafici que Miike Takashi se dio a conocer para parte del público argentino, en especial en sus noches y trasnoches. Con su carga de oscuridad, bizarría y escatología, y sus incursiones en el terreno fantástico, sus películas se han convertido en eso que los norteamericanos suelen llamar instant-cult: culto instantáneo. Una demarcación que puede y suele dejar afuera a buena parte del público. El ciclo que Urania (proyecciones de DVD en San Telmo, en lugar para comer y escuchar música) anuncia para los domingos de junio y julio promete acercar algunas de estas películas para aquellos que no conocen a su director (y podrían llegar a interesarse en sus excesos) y darles a quienes ya lo vienen siguiendo la oportunidad de ver otras inéditas por acá, dejando de lado un título imprescindible pero obvio de la filmografía sin frenos de Takashi, que es el único que se consigue formalmente en video. La ausente es Audition, y para quien ya la haya visto, vaya sólo una palabra (o tres): kiri-kiri-kiri. Que en la película es un sonido tan penetrante como las agujas que clava la chica de apariencia frágil en el cuerpo paralizado del protagonista. El bautismo Miike perfecto.

UN MUCHACHO COMO YO
No se sabe muy bien a qué mundo pertenece Miike, pero sí que arribó a éste hace casi 44 años, haciendo su primera escala cerca de Osaka. Al parecer, el cine no fue su vocación ni de chico ni de adolescente –sí vio películas, dice, pero las que veía todo el mundo; mucho Bruce Lee, bastante Hollywood. Si a algo sabía que quería dedicarse por completo era al motociclismo. Pero, como también declaró repetidamente, “para las carreras de motos hay que tener talento”. A diferencia de la dirección de cine, dice, que no requeriría de una habilidad especial, o tal vez sólo la de saber hacer contactos. No es que Miike realmente crea que cualquiera puede hacer películas buenas sino que está convencido de que cualquiera puede hacer películas, y punto. Y de que él mismo –que se inscribió en la escuela de cine del legendario Shohei Imamura porque era una manera de no estudiar ni trabajar, de “evitar convertirme en un adulto” y de irse de la casa de sus padres, y porque no había examen de ingreso– sería la prueba viviente de tamaña aserción. Sin buscarlo, consiguió un trabajo en una productora televisiva y allí pasaría más de una década como asistente. Eventualmente asistiría al propio Imamura, en cuya escuela había tenido asistencia bastante menos que perfecta. Su debut como director de largometrajes fue en 1991, es decir, en la década del boom de las películas niponas realizadas directamente para el mercado del video. Una industria que requería producciones de rápida realización y bajísimo presupuesto, y en cuyos esquemas Miike calzaba –y sigue calzando– a la perfección: el tipo asegura –no parece jactarse de ello sino que lo señala como la línea de conducta de alguien que jamás salió a buscar financiación para proyectos “personales”– que no rechaza ningún ofrecimiento. No habla tampoco de un estilo propio por más que desde Audition lo reclamen y lo esperen en festivales de todo el mundo, y opina que hay dos tipos de directores: aquellos que eligen cuidadosamente los proyectos, y los demás, los que agarran cualquier cosa y luego piensan –tal vez entonces sí, cuidadosamente– cuál es la mejor manera de contar sus películas. Las de Miike surgen de esta última manera. Y a veces se ruedan en no más de una semana y pueden llegar a costar menos de 75 mil dólares, como es el caso de Visitor Q, una de las más recientes.
Visitor Q es una cabal demostración de que la estructura que sostiene este tipo de producciones, si bien parece económicamente endeble, es funcional: la película es –debe ser– ultrabarata. Lo cual le da una libertad de trabajo tal a Miike que hace que eso, que es cine puramenteindustrial e innegablemente comercial en su propia escala, termine materializándose como algo más personal o al menos original que buena parte de lo que se estrena año a año en las carteleras occidentales. Como sea, Miike lleva hechas, entre largometrajes para cine, telefilms, videofilms y alguna serie o miniserie, seis decenas de películas en menos de catorce años como director. Miike filma mucho, pero sigue sin ser cinéfilo. Le tiran por la cabeza, todo el tiempo, infinidad de referencias –posibles antecesores japoneses y norteamericanos– y en muchos casos dice ignorar sus obras. Un tiempo atrás dijo no haber visto más que un par de las películas de Kitano. Miike está loco. O se hace.

LES PRESENTO A MIS FAMILIAS
El público porteño-festivalero conoció a Miike en circunstancias explosivas. Una fue la proyección de la hipnótica Audition (mucha gente sale de verla repitiendo el temible kiri-kiri-kiri). Ésa es en rigor casi explosiva, porque pareciera que el cuerpo torturado del protagonista va a explotar en cualquier momento. La otra película de iniciación local –y occidental en general– fue Dead or Alive, cuyo final es –ahora sí– literalmente explosivo. De lo más parecido a un dibujo animado que se haya visto. Todo vuela en pedazos, lo cual no impidió la producción de dos películas llamadas Dead or Alive 2 y Dead or Alive 3, que pueden no ser exactamente secuelas, o lo son en un sentido en que buena parte de la filmografía de Miike está vinculada entre sí por algunas obsesiones que reaparecen una y otra vez.
Una de las obsesiones de Miike parece centrarse en las relaciones familiares, en las que siempre hay algo que es grotesco y por momentos perturbador, y por momentos todo eso junto y más. En La felicidad de los Katakuri, el grupete del título tiene un hotel en la montaña y se transforma en el cuerpo de canto y baile de un musical con zombis, uno de los múltiples cambios de género y derivaciones argumentales que pueblan su esquizofrénico y muchas veces agotador cine. En Visitor Q hay un chico que golpea a su madre, que se prostituye a cambio de drogas, mientras su hija se prostituye también pero a cambio de dinero y en alguna ocasión con su propio padre como cliente. La madre termina por inundar el piso de la casa con su propia leche, mientras su marido se entrega a una especie de “acceso” de necrofilia. Cómo se llega de la primera escena hasta la última de una película de Miike, cuáles son los increíbles y muchas veces revulsivos caminos que llevan de un extremo al otro, bueno, a veces es un misterio incluso cuando recién acaba de terminar la proyección.
Pero si hay que recomendar una, una sola para ver en el ciclo de Urania, vale apuntar la que abre la programación el primer domingo. Realizada hace seis años, es decir, en términos takashímicos, hace mucho mucho tiempo y 36 películas atrás, Andoromedia: es una historia de amor, sufrimiento y horror adolescente, en la que la chica ha muerto violentamente y su “alma” es mantenida con vida por medios cibernéticos, por obra y desgracia del padre. No es Astroboy, no es Frankenstein y no es Robocop. La chica “vive” en una computadora, y así se reencuentra con el chico con el que aún le quedaban muchas tardes para pasar juntos a la sombra de un cerezo: así de melosa y melodramática es la película. Es una de adolescentes. Una de amor (aunque Miike diga que no filma románticas porque no entiende del todo a las mujeres). Una de música pop. Pero con una familia -.madre muerta, hijo enfermo, padre asesinado, hija accidentada– donde se juntan todas las desgracias imaginables. Una familia a lo Miike Takashi.




Junio
Domingo 7: Andoromedia (1998).
Domingo 14: Visitor Q (2001).
Domingo 21: Dead or Alive: Hanzaisha (1999).
Domingo 28: Ichi The Killer (2001).

Julio
Domingo 5: Dead or Alive: Tôbôsha (2000).
Domingo 12: Gozu (2003).
Domingo 19: The Happiness of de Katakuris (2001).
Domingo 26: Dead or Alive: Final (2002).

Urania queda en Cochabamba 360,
San Telmo. Abre a las 20 y proyecta
a las 21. Entrada: $ 4.

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