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Domingo, 15 de agosto de 2004

NOTA DE TAPA

Todos tus muertos

Aunque los porteños se hagan los distraídos, Buenos Aires se consolida como plaza fuerte en el mercado del Turismo Sobrenatural. Mientras los viajeros convencionales se pasean en éxtasis por Puerto Madero, Palermo SoHo o Plaza San Martín, una raza más tortuosa de curiosos recorre el mapa oculto de una Buenos Aires negra, espectral, regada con la sangre de tragedias y crímenes legendarios. Mansiones hechizadas, cementerios con vida nocturna, campanarios que suenan solos, almas en pena arrastrando cadenas por patios y parques, embajadas que asilan espíritus demoníacos... El tour va a empezar. Bienvenidos a la capital del escalofrío.

POR MARIANA ENRIQUEZ
Los porteños son raros con respecto a sus fantasmas: se muestran reacios a hablar de ellos, como si las leyendas convocaran una mala reputación no deseada. Prefieren hacer alarde de racionalidad y no perder el tiempo con semejantes pavadas. Pero desde hace poco más de un año empezaron a recorrer la ciudad los tours turísticos de la Buenos Aires siniestra, al modo de Londres o París. La empresa Horizontes (www.circuitoshorizontes.com.ar) organiza dos por semana, de noche, a bordo de un micro. El circuito no es exclusivo de fantasmas; también incluye casas de criminales célebres: la de Yiya Murano, la de Jorge “El Descuartizador” Burgos (en Barracas), el conventillo donde acechaba el Petiso Orejudo o la casa de San Cristóbal donde Emilia Basil, en 1970, decidió cocinar al hombre que la acosaba. “Agregamos crímenes porque mucha gente pensaba que venía a hacer sesiones de espiritismo”, explica Diego Zigliotto, del equipo organizador de Horizontes. “Y por eso fuimos eliminando historias de fantasmas. El dueño de la casa de la palmera en la calle Riobamba nos ofreció una visita guiada por el interior cobrando entrada, por ejemplo. Y hace poco nos llamó para insultarnos una mujer que había trabajado en la supuestamente encantada Biblioteca Nacional, que nosotros no incluimos en la recorrida. Hay resistencia. Todavía no es algo propio del paisaje de la ciudad, como los circuitos de espectros de Londres.”
A Diego lo sorprende que lo consulten a menudo como a una autoridad en temas ocultos. Él no sabe mucho más que las historias involucradas en el tour, y sólo tuvo la buena idea de ofrecer un servicio de turismo alternativo. La mayoría de los que se suben al micro son porteños, aunque a veces se suman algunos viajeros de las provincias y unos pocos extranjeros. La que narra los casos es Alejandra Parents, y todos la festejan entre risotadas cómplices y risitas nerviosas. Lo que sigue es una selección razonada de algunos puntos álgidos del circuito, complementados por otros que no están incluidos, pero podrían estarlo. No es posible garantizar las presencias espectrales, pero sí algo de frío en la nuca.

Palacio de los Bichos,
Campana 3200, Villa del Parque

Muchos vecinos se enojan cuando se les recuerda la leyenda de este curioso palacete frente a las vías. “Por favor, no digan que hay fantasmas -repiten malhumorados–. Después la gente nos toca el timbre y éste es un edificio común: no pasa nada.” Pero los mitos urbanos no perdonan, y ninguna geografía fantasmal de Buenos Aires puede darse el lujo de omitir un caso tan famoso.
Hacia 1900, un rico italiano le encomendó al ingeniero Muñoz González la construcción de un suntuoso palacio destinado a su hija. Tenía cinco pisos, torreón y cúpula, y en el barrio lo bautizaron “De los Bichos” por los animales que decoraban sus paredes, similares a gárgolas. El italiano organizó una bombástica fiesta de casamiento para la nena, que heredaría el palacete. Pero cuando los novios, radiantes, partían en carruaje hacia la luna de miel, el tren los atropelló y los mató instantáneamente. El padre, que vio el accidente de lejos, mandó clausurar el palacio. Años después, en la mansión abandonada, las luces se encendían solas, salía música por las ventanas iluminadas y hasta se veían invitados fantasmales bailando valses. También las vías cercanas eran visitadas por los espectros de los novios. Hoy, el palacio es un edificio de departamentos con spa propio y otras comodidades.

Iglesia de Santa Felicitas,
calle Isabel la Católica, Barracas
Residencia del fantasma más célebre de Buenos Aires, Felicitas Guerrero de Alzaga. A los 15 se casó con el hacendado sexagenario Martín de Alzaga, con el que tuvo dos hijos que murieron en la infancia. A los 26 ya eraviuda; seguía siendo hermosa y muy rica. Se la disputaban dos jóvenes impetuosos, Enrique Ocampo y el estanciero Sáenz Valiente. Felicitas se inclinó por el segundo; Ocampo, que la cortejaba desde siempre, no soportó el desprecio y pidió verla antes de la boda. Discutieron, y Ocampo la asesinó de dos disparos el 30 de enero de 1872. Según la familia Ocampo, los Guerrero mataron a Enrique; según los Guerrero, el desesperado pretendiente se suicidó. Como sea, la familia de la joven muerta hizo construir como homenaje la Iglesia de Santa Felicitas en la parte de atrás de la casa, donde hoy está la plaza Colombia.
La leyenda sorprende a Felicitas paseando por detrás de las rejas de la iglesia todos los 30 de enero. Llora. Algunos le dejan pañuelos atados a los barrotes. Cuando la iglesia fue restaurada por primera vez, el arquitecto descubrió que todos los ángeles de la fachada tenían el ala derecha caída –a Felicitas le dispararon en el hombro derecho–. Cuando hizo el arreglo, las campanas empezaron a sonar solas. La de Santa Felicitas es la iglesia menos elegida de Buenos Aires para celebrar casamientos. Hoy está en proceso de restauración: la gruta detrás del edificio principal, llena de bancos, tiene un órgano y muchas moscas. La puerta principal está tapiada, lo que obliga a ingresar por el costado. Eso si los vigilantes gatos –una cincuentena– permiten la entrada.

Rufina Cambaceres,
cementerio de la Recoleta

La pobre hija de Eugenio Cambaceres podría ser la célebre Dama de Blanco. También podría ser la mujer fantasma que recorre el cementerio de la Recoleta por la noche. Podría ser cualquier cosa, porque una muerte tanhorrible sólo puede mitificarse. Rufina murió repentinamente a los 19 años, el 31 de mayo de 1902. La enterraron en la bóveda familiar, pero pocos días después los cuidadores advirtieron que el cajón se había caído y llamaron a la familia. Cuando lo abrieron, encontraron a la joven magullada y arañada: se cree que despertó viva en el sepulcro. Aparentemente, su madre la drogaba todas las noches con un tranquilizante, de modo que la chica durmiera mientras ella tenía relaciones con su amante, a la sazón novio de Rufina. Pero la noche de la supuesta muerte habría redoblado la dosis. El novio se suicidó veinte días después, frente al Café Tortoni. Un año después, la familia hizo construir una bóveda art nouveau: la estatua de Rufina está en la puerta y tiene una mano apoyada en el picaporte, como si al fin pudiera salir. Su ataúd es el único de un solo bloque de mármol milanés en toda la Recoleta.
Versiones más racionales dicen que el ataúd fue forzado por ladrones que buscaban robar las joyas de la difunta, pero nadie quiere escucharlas.

Casa de los Leones,
Montes de Oca 140

Esta mansión de estilo francés, rodeada de un bello parque, fue propiedad del millonario Eustaquio Díaz Vélez, hombre emprendedor con una rara y extrema pasión por los leones. Pasión literal, además: los criaba en la misma mansión, donde los animales paseaban y ocupaban leoneras –los restos de las extrañas jaulas todavía están en el parque– comunicadas con la casa por una escalera exterior, que también se conserva. La leyenda dice que uno de los animales atacó y mató al prometido de su hija el día de la fiesta de compromiso. La chica se suicidó. Poco después de la tragedia, los fantasmas de la pareja comenzaron a recorrer las habitaciones y el parque de la mansión, haciendo lo que habitualmente hacen las apariciones: gritar, susurrar, mover objetos, pasar como sombras, arrastrar cadenas. A modo de exorcismo, don Eustaquio se deshizo de los animales, aunque rindiéndoles un extraño homenaje: hizo tallar cabezas de animales sobre las arcadas de las puertas de entrada a la mansión y emplazó estatuas de leones en el parque. La más impresionante representa a una fiera que lucha con un hombre cuyo brazo está enterrado en las fauces del animal.
Hoy, la mansión es sede de la Fundación Vitra, un centro de rehabilitación de discapacitados respiratorios. Algunos residentes admiten que por la noche se escuchan ruidos extraños. Todo el parque está superpoblado de gatos, parientes menos feroces de los leones de piedra.

Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco,
Suipacha al 1400

Es el lugar más encantado de Buenos Aires. El edificio de estilo neocolonial –el Palacio Noel– se construye en 1920 y funciona como Museo desde 1937. Las impresionantes colecciones de platería de Potosí, las hieráticas figuras jesuíticas, los retratos de difuntos –en especial el de María Luisa Lacas de Suárez, espeluznante– y las secciones de arte decorativo peruano son inquietantes de por sí. Todo se confabula para darle un aire bellamente siniestro. Y sus fantasmas tienen procedencias diversas.
En el siglo XVII, el solar estaba ocupado por una compañía importadora de esclavos que, encerrados y desesperados, invocaban a sus ancestros. Más tarde, todos –los espíritus de los esclavos muertos y sus deidades– eligieron el Museo como lugar de residencia. Se cree que vagan por allí espíritus desorientados de ingleses: cuando se trasladó el cementerio de los Ingleses Disidentes que ocupaba el terreno sobre la calle Cerrito, sólo se llevaron las lápidas. También puede que los fantasmas sean los dueños de los objetos que integran las colecciones de arte decorativo. Como sea, Oliverio Girondo y su esposa Norah Lange, que vivían al lado del Museo, veían aparecidos. Y el siempre supersticioso Manuel Mujica Lainez creyó entrar en contacto con alguno de ellos.

La Dama de Blanco,
cementerio de la Recoleta

Luz María García Velloso murió en 1925, a los 15 años, de leucemia. Su bóveda se encuentra a la derecha de la avenida principal de la Recoleta. Allí hay una estatua yacente de una criatura de pecho plano, muy hermosa, muerta en su lecho. La madre, desesperada, durmió durante meses a los pies de la imagen, en un pequeño espacio detrás de las rejas.
A Luz María también se le atribuye el protagonismo de la leyenda urbana más popular del mundo: la Dama de Blanco. Se sabe: un joven se encuentra con una bella chica, la lleva a bailar o a tomar algo, ella siente frío, él le presta su saco, ella lo mancha de café. Al día siguiente, cuando el joven quiere recuperar su saco en casa de la chica, la madre le comunica que está muerta, enterrada en la Recoleta. El joven va al cementerio y encuentra su saco sobre la bóveda. Enloquece. O se suicida. Hay una versión que prescinde del encuentro con la madre: la chica entra al cementerio una vez terminada la salida y se pierde entre las bóvedas, mientras el joven la sigue y comprueba que estuvo paseando con un espectro.
El actor Arturo García Buhr decía que la conocía. Y la historia fue llevada dos veces al cine: en 1942, por Enrique Santos Discépolo, con el título Fantasmas de Buenos Aires; en 1950 como Ha entrado una mujer, dirigida por Carlos Hugo Christensen. Durante años, los jóvenes porteños evitaron seducir a chicas en la esquina de Vicente López y Azcuénaga, lugar favorito de la adolescente fantasma.

La casa de la palmera,
Riobamba al 100

Está atrapada entre edificios del centro, casi invisible tras una gigantesca palmera. Tiene nueve habitaciones y un subsuelo, y fue propiedad de Catalina Espinosa de Galcerán, viuda de un médico célebre durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871. Catalina tenía seis hijos, cinco varones y una mujer: la devota Elisa. A medida que los hombres -todos con fama de libertinos– iban muriendo, Elisa clausuraba sus habitaciones. Hasta que sólo quedó el subsuelo. La mujer murió en 1992, y la leyenda dice que los fantasmas de los Galcerán siguen allí dentro. Ahora, la casa –donde hasta hace poco funcionó una escuela llamada “Puertas Abiertas”– está en venta. Algunos creen que sirvió de inspiración para el cuento Casa tomada de Julio Cortázar, pero la versión es completamente falsa.

Embajada de Alemania,
Luis María Campos y Villanueva, Belgrano

La mansión, en su época sede de grandes fiestas mundanas, fue construida por la familia Tornquist, y luego comprada por los Blaquier. Dice la leyenda que fue escenario de un crimen que los propietarios acallaron, y que el fantasma del muerto se aparece en los amplios salones y entre las plantas del parque para pedir justicia.
Pero hay otra leyenda más inquietante. La actual Embajada de Alemania queda justo al lado de la Iglesia de San Benito –a cargo de monjes benedictinos–, la única sede autorizada, en su momento, para realizar exorcismos. Como no podían quedarse en la Casa de Dios, los espíritus malignos huían hacia la mansión de al lado. Los que moran en la embajada no serían almas en pena; serían demonios.

Los otros
De entre todas las mujeres fantasma porteñas, Elisa Brown es una de las más célebres. Era hija del almirante Guillermo Brown, y se suicidó en las aguas del Río de la Plata poco después de enterarse de la muerte de su novio, el capitán escocés Francis Drummond, en alta mar. Suele pasearse por La Boca; la llaman La Novia de Arena. Su casa, en la calle Martín García, fue demolida. Pero cerca de allí, en Almirante Brown entre Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós, hay un edificio rematado por una torre circular llamado la Torre de La Boca. La leyenda menciona a una pintora llamada Clementina que desapareció después de que un periodista fotografiara su obra y descubriera, mirando los negativos, imágenes de pequeños seres duendes-demonios en los cuadros y entre los muebles.
Y más fantasmas. La Planchadora del Parque Rivadavia en Caballito, espíritu de una esclava negra degollada que corre con una plancha al rojo vivo entre los árboles; la niña espectral del Banco Nación frente a la Casa Rosada; el edificio está asentado sobre un terreno llamado “Pozo de las ánimas”, donde estuvo la primera capilla de la colonia, con su respectivo cementerio; la legión que aún habita la esquina de Luis María Campos y José Hernández, donde estuvo el Palacio de los Leones –hoy demolido–: del interior vacío salían nítidos chistidos y cada tanto se asomaba una mulata vestida de celeste; el fantasma de Alleno, viejo cuidador de la Recoleta que está enterrado en el cementerio y todavía hace tintinear sus llaves en el laberinto de bóvedas; la chica que quedó atrapada tres meses en el ascensor del petit hotel de Las Heras y Ayacucho, cuando la familia, que salía de vacaciones, cortó la electricidad y se olvidó de ella (hoy funciona allí el restaurant Grant’s); y hasta el obrero que en los años ‘30 cayó por el hueco interno del Obelisco, cuando un rayo hizo temblar la estructura. Se lo escucha gritar en las noches de tormenta.

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