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Domingo, 21 de abril de 2002

TELEVISIóN

Mentiras piadosas

Una vez más, el batacazo de la ficción en la TV vino por el lado de las producciones alternativas. Este año de particular pobreza creativa, Los simuladores apareció dando la pelea con armas nobles: guiones bien hechos, actuaciones sobrias, dirección segura. El programa cuenta con las actuaciones de Diego Peretti, Federico D’Elía, Martín Seefeld y Alejandro Fiore

POR CLAUDIO ZEIGER
Es bastante curioso pensar que un programa que sale al aire por uno de los canales más masivos pueda conservar el discreto encanto de los objetos de culto. A pesar de sus 15 puntos de rating (o más, según el episodio) y casi imitando el hecho de que los clientes se recomiendan boca a boca al grupo de profesionales que protagonizan Los simuladores, el programa, en las últimas semanas, ha ido corriendo recomendado de boca en boca por la originalidad y el sentido del humor de su propuesta, como sucede más frecuentemente con algunas películas u obras de teatro. Y si bien no es cuestión de elogiar a uno en base a pegarle a los demás, cabe señalar que Los simuladores se destaca especialmente en un momento en que brillan por su ausencia programas como Vulnerables y Culpables (aunque acaba de empezar el nuevo ciclo de Tiempo final, caracterizado por su ya tradicional coctel de ideas bizarras y actores consagrados); y más allá del buen nivel actoral y técnico que ostentan, propuestas como Son amores, 099 Central o Franco Buenaventura son muestras bastante elocuentes de la alienación a la que está llegando la ficción televisiva cuando se insiste con los viejos y remanidos trucos de siempre: embarazos a granel, hijos perdidos y reencontrados, casualidades permanentes, ataques de amnesia, tiros y escenas espectaculares, pero huecas o costumbrismo simpático pero sin vuelo.
El naufragio de la ficción encuentra un buen islote en Los simuladores. Este programa asume riesgos y puede ser desparejo por la misma esencia de la propuesta, pero quiere ser distinto y eso ya lo eleva por encima de la media. Como se trata de unitarios, nunca es tarde para sumarse al tren de este programa (los jueves a las 23 horas por Telefé).
UN CAPITULO DE TU VIDA
Vamos a explicarlo como para un televidente que aún no se ha asomado ni cinco minutos al programa: un grupo de cuatro hombres que no son policías ni agentes secretos y que poco y nada dejan traslucir sobre sus vidas privadas, reciben casos donde los clientes, por diversas circunstancias, no pueden o no quieren recurrir a una instancia legal o relacionada con el Estado. Básicamente, la policía está excluida del juego, lo que convierte a la actividad de los profesionales en algo francamente ilegal (sobre todo cuando se disfrazan de policías o bomberos o paramédicos). Los cuatro tienen roles bastante definidos dentro del grupo: Mario Santos (Federico D’Elía) es el cerebro, el que lleva adelante los planes y contacta los clientes; Pablo Lamponne (Alejandro Fiore) está a cargo de la tecnología y la logística; Gabriel Medina (Martín Seefeld) hace las tareas de inteligencia y trata de descubrir el talón de Aquiles de la persona investigada; Emilio Ravenna (Diego Peretti) es un comodín que cubre varios roles a la vez. El método que utilizan es la simulación, el engaño, la creación de una “mentira” con fuerza de verdad implacable. El espectador va a seguir los pasos del engaño sabiendo que está viendo un montaje, y su convencimiento sólo tendrá lugar cuando la víctima del engaño se convenza que no tiene salida. Por ejemplo: un oculista español y amante psicópata encarnado por Osvaldo Santoro se convenció de que debía abandonar Argentina, donde vino a acosar a su víctima, cuando un falso abogado lo convence de que ha presenciado un fusilamiento perpetrado por la policía, y de que ésta lo va a perseguir vaya donde vaya.
Como corresponde en una serie inspirada en aquellas viejas series de detectives que hoy se ven por Uniseries, no importa tanto la faceta privada del héroe. ¿Qué sabíamos al fin y al cabo de John Steed de Los Vengadores o Simón Templar, El Santo? Apenas lacónicas, veladas referencias. Ellos son como ángeles-detectives, al estilo de Las alas del deseo, y al mismo tiempo son unos mercenarios. Con código pero mercenarios al fin. Son un escuadrón pero de la vida: capaces de engañar, simular o montar sofisticados cuentos del tío a cambio de una buena causa (siempre es la causa del cliente); son unos sofisticados agentes secretos al estilo Misión Imposible pero alejados de la intriga internacional, más bienaplicados a causas privadas, íntimas, de poca monta, como los casos que debería resolver un detective de verdad (un adulterio, una deuda impagable) o una bruja de barrio (cómo recuperar un amor, cómo lograr que un vecino no nos moleste).
La herramienta central es la mentira (vieja lección arltiana: crear una poderosa mentira para manipular la verdad), pero al ver el desarrollo de las emisiones, uno tiende a creer que se trata más bien de mentiras piadosas. El tono predominante es la ironía, creada por la distancia cómica que hay entre la sofisticación del simulacro y la módica grandeza del fin. La estructura es un juego de metaficción: para cumplir la misión, el equipo de actores que encarnan a los simuladores también debe actuar, fingir, montar un circo donde hay un engañado; lo deben llevar, mediante la ficción creada, a una situación sin salida, sin opción (otro ejemplo: un prestamista hipocondríaco debe enfrentar una operación donde el único dador pueda ser el deudor; convencido de que es así, condonará la deuda a cambio de la sangre).
El origen real de tanto juego de duplicidades es un grupo que se constituyó en cooperativa para hacer ficción: otro grupo de “profesionales” pero esta vez del cine y la TV compuesto por el director Damián Szifron y los actores ya mencionados: Federico D’Elía, Diego Peretti, Martín Seefeld y Alejandro Fiore.
Damián Szifron, que además está rodando su primera película, explica que se trata de una coproducción entre el canal y la cooperativa que armaron el grupo de artistas a quienes él dirige. “Inicialmente éramos un grupo de amigos y colegas, yo trabajé con los actores en diversos cortos, y ellos, como muchos actores, se empezaron a plantear las ganas de armar un programa no dependiente de las grandes productoras. La idea era empezar a hacerlo en cable con muy bajo presupuesto para después ofrecerlo en la televisión abierta. Hoy la TV es un gerente que tiene un horario, pone la estrella, contrata al guionista y al final de todo se encuentra la idea o el concepto que debería estar al principio. El espíritu nuestro era y es más cercano al cine que a la televisión. Pero cuando fuimos a los canales gustó mucho y enganchamos en Telefé. Pero mantenemos un estado de independencia para escribirlo, editarlo y dirigirlo. Creativamente es un estado ideal, y para mantener el trabajo artesanal hay que trabajar muchísimo. Nos planteamos trece emisiones unitarias de las cuales en este momento estamos grabando la número 11 y editando la séptima mientras en pantalla se verá esta semana la sexta emisión”.
Szifrón considera que a pesar de ser artesanal la producción de Los simuladores no es precisamente de bajo costo. “No es bajo presupuesto pero tampoco se gastan cien mil pesos en una estrella. No se van a ver actores carísimos. Y si los hay, cobran poco. La plata se pone en locaciones, utilería, en los grandes números se termina volviendo un programa barato”.
Por su parte, Diego Peretti se muestra gratamente sorprendido por encontrarse en el corazón del programa; no se limita a participar como actor sino que integra la “mesa chica” de la que brotan las ideas acerca de cómo puede ser un cliente, qué problema lo puede llevar hacia el grupo, qué resolución va a tener el simulacro.
“Yo no estaba acostumbrado a meterme tan a fondo. Aquí participamos en la idea, la producción y la escritura. Estoy aprendiendo a producir un programa en su totalidad, y eso lo vivo con angustia y felicidad cuando lo veo en la pantalla. Es muy entretenido hacerlo porque plantea un simulacro dentro de la ficción. El plan, la puesta en escena, está hecha sin guiños: quiero decir, si yo tengo que hacer un comisario tengo que serlo de verdad, porque el mensaje es que estos tipos no son truchos, son unos profesionales del engaño. No se trata de transmitir que el engañado es un bobo, sino que está entrando en una realidad que no le deja escapatoria”.
NUESTRO EPISODIO DE HOY
“Yo creo que todos le encuentran un parecido con alguna serie como Misión Imposible, Brigada A o Los ángeles de Charlie porque en realidad recupera un estilo de relato clásico, y por eso te resuena algo ya visto”, cree Szifrón. “Yo, por ejemplo, lo veo asociado a El Padrino por la perspectiva ética: una justicia alternativa que funciona cuando la otra no puede intervenir. No son amorales pero son ilegales; escuchan, infiltran, roban, aunque si alguien viene a plantearles un asesinato por encargo no lo aceptarían más allá de que tienen la moral del mercenario”.
El episodio que pudo verse el último jueves es un buen ejemplo de la diferencia entre ilegales e inmorales; como nunca, en este excelente capítulo titulado “El joven simulador”, se puso en juego la enorme distancia entre el medio y el fin: los simuladores debieron esforzar al máximo sus sofisticados recursos... para que un chico (interpretado por Nazareno Casero) pasara de año en el colegio.
En el comienzo (después del microepisodio que opera como una especie de introducción a la materia: en este caso un juez que tiene debilidad por los travestis), un hombre se entera de que su mujer está muy enferma y el médico lo previene especialmente de someterla a situaciones estresantes. Mientras tanto sucede un pequeño drama doméstico: su hijo se está por llevar siete materias y se niega a ponerse a estudiar por considerarse a sí mismo una causa perdida. Por lo tanto, al hombre, que en su desesperación llegó a pensar en sobornar a los docentes, no le queda mucha más salida que recurrir a los simuladores, recomendado por un amigo médico, que le advierte: “Son un grupo de personas que se ocupa de resolver problemas: usan métodos poco convencionales pero muy eficientes”. Ellos le garantizan el éxito pero eso sí, le va a salir caro.
La escena fue desopilante. Los cuatro simuladores sentados frente al pobre pibe, que escucha con asombro el resultado del trabajo de inteligencia: profesor por profesor, cada maña, cada vicio, cada manía, cada debilidad de cada uno de ellos, son enumerados con prolijidad de lección recitada de memoria; además saben la fecha de cada examen y ya preparan la manera de zafar. Cada profesor requiere un truco diferente; la profesora de geografía será sorprendida por un falso inspector del ministerio que viene a visitar la escuela. Él se hace cargo del examen y por supuesto le pregunta al estudiante temas previamente arreglados. A medida que pasan los exámenes los métodos se irán complejizando. Una vez más deberán disfrazarse de policías y simular un operativo (recurso que suelen hacer en casi todos los episodios) hasta llegar al máximo desafío: el profesor de matemáticas es un psico total, que encierra a sus alumnos bajo llave, les quita celulares, calculadoras, llaves, todo, como si estuvieran en prisión. Un ingenioso método combinará logística, tecnología y hasta un profesor que resuelve los problemas del examen. La hoja es filmada desde el hueco del aire acondicionado y retransmitida por una pantalla (el profesor, como el físico nuclear y el químico que participan de esta simulación, habían sido asistidos unos años atrás: una cláusula los obliga a prestar apoyo cuando se los requiere para otro caso).
Desde el comienzo, nadie puede dudar de que el operativo va a ser exitoso: el deleite consiste en ver cómo se va desplegando el arte del simulacro delante de nuestros ojos y cómo el engañado no tiene alternativas. Nunca va a poder optar. Por eso, muchas veces los métodos de convicción rozan la coerción. Pero siempre hay que aceptar que la causa, aunque haya dinero y espíritu mercenario de por medio, es una buena causa. Si hay algo que finalmente colabora para subrayar la irrupción de Los simuladores en la ficción televisiva, es el tono de las actuaciones: impersonales, distanciadas, apenas jugadas al borde del grotesco o la burla, sin sobrepasarlo nunca. Es muy poco frecuente encontrar este tipo de actuación –sobre todo cuando se trata de un estilo deliberado que vale para todos los actores implicados– en la TV, donde suele imperar el exceso de gestualidad, el desborde emocional o simplemente la libre inspiración. Quizás, el mayor logro de estos profesionales es haber logrado abrir un nuevo camino: reformular el viejo espíritu serial para empezar a pensar nuevos productos, contra el desgaste casi siempre inevitable de las costosas tiras diarias.

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