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Domingo, 29 de agosto de 2004

TEATRO

Para comerte mejor

Es de Neuquén, tiene 27 años y el teatro no parece tener secretos para él: Lautaro Vilo actúa, canta, escribe y dirige, como lo demuestra en Un acto de comunión, la pieza en la que recrea con una espeluznante frialdad el caso de los caníbales alemanes que se conocieron por Internet. Identikit de una inquietante revelación escénica.

 Por Carolina Prieto

“‘Si tienes entre 18 y 25 años’, escribí, ‘eres mi hombre. Ven a mí. Me voy a comer tu deliciosa carne’.” El protagonista de Un acto de comunión pronuncia la frase con total naturalidad, como quien habla de algo tan banal como el tiempo. Y todo parecido con la realidad, desafortunadamente, no es pura coincidencia. Los nombres de los personajes no son los originales, pero Lautaro Vilo –autor e intérprete de la obra– tomó un caso real como punto de partida: la historia de los dos alemanes que a fines del 2003 se conocieron por Internet, en un chat para caníbales, y se pusieron de acuerdo en que uno se comería al otro. Y lo hicieron.
El espectáculo, que acaba de estrenarse en el Espacio Callejón, es una de esas rarezas que la escena teatral local depara de tanto en tanto. Más allá de la anécdota espeluznante que despliega, condensa riesgo, talento y belleza. Acompañado por Adolfo Oddone en guitarra eléctrica, Vilo, de 27 años, concibió un pieza pequeña y potente: permanece una hora sentado en una banqueta, micrófono en mano, con un pantalón y una camisa de manga corta, narrando en primera persona cinco momentos en la vida del asesino, desde su octavo cumpleaños hasta el juicio al que fue sometido. Una luz verdosa ilumina al actor y al músico, que tienen como telón de fondo la imagen enigmática de unos axolotes, también verde, como la alfombra del piso.
El clima, de rara belleza, se intensifica con la música, que casi no se detiene. Mientras Vilo habla, Oddone crea con su instrumento una atmósfera sutil, hasta plácida, y entre monólogo y monólogo el actor canta canciones muy bien elegidas. Las letras aportan sentido, y la voz de Vilo tiene una base grave, al estilo Nick Cave, que va poblándose de matices: suena muy profunda en “I’ll be your mirror”, de Lou Reed, juguetona en “You cut me to the bone”, de Robben Ford, y más dulce en “The nearness of you”, el tema con que Norah Jones cierra su álbum debut.
Mezcla de stand-up, recital y confesión pública, el texto tiene una sinceridad por momentos difícil de tolerar. El protagonista no ahorra detalles para contarlo todo: el festejo y la torta de su cumpleaños, el velatorio y entierro de la madre (único vínculo fuerte con el mundo exterior, que una vez desaparecido desata su apetito asesino) y el ritual del crimen: primero cocinaron el pene de la víctima saltado en aceite de oliva con un cabeza de ajo, después lo comieron acompañado de un beaujolais, como en una refinada propuesta del Gourmet.com, y por fin vino la descuartización, paso previo e imprescindible para la deglución de Franky, apodo con el que se había dado a conocer la víctima en la web). Cada fase tiene tal dosis de análisis y de obsesividad que los primeros monólogos dan gracia; sólo se espesan cuando denotan la soledad del entonces niño o en la ironía y el desapego afectivo con que se cuenta la muerte de la madre. Pero la cuota de humor vira directo hacia el horror en los monólogos sobre el asesinato. Más allá del espanto, sin embargo, el dúo crea un ritmo que envuelve al espectador en un relato del que es imposible despegarse.
“Cuando vi la noticia en la televisión dije: ‘Hay que hacer algo con esto’. Las noticias son como una especie de prosa inacabable del mundo; algunas son más metafóricas que otras. Ésta me pareció un caldo de posmodernidad: más allá de que uno no se suba a la locura del personaje, es cierto que hay nuevas tecnologías que generan nuevos comportamientos sociales. Y este caso puede funcionar como una metáfora: cuenta mucho más de lo que es”, asegura Lautaro Vilo, licenciado en Teatro en la Universidad Nacional del Centro, en Tandil. Allí conoció a su principal maestro, Mauricio Kartun, a quien actualmente asiste en la dirección en La Madonnita.
Según él, los cibernautas alemanes (dos respetables ingenieros en computación) pulverizaron siglos de filosofía occidental basada en losvalores de la vida y el humanismo. “Me pareció muy fuerte que el canibalismo fuera un ‘acto de comunión’ –según la expresión que usa el protagonista– con otra persona, que fuera la única forma de relacionarse y encontrarse con el otro”, agrega.
Vilo se pasó un mes leyendo material sobre el caso en particular y el tema del canibalismo en general. Luego, sorteado un obstáculo bien específico, se puso a escribir con fluidez. “Me costó encontrar el ritmo del texto. No sabía dónde poner al narrador. En un momento, se me ocurrió escribirlo como un caso clínico: empecé, pero era horrible, una cosa espantosa. Después imaginé un tono más antiguo, como un cuento de Hoffman, pero tampoco. Y de repente agarré un micrófono y empecé a contarlo. Me sirvió, porque fui a la computadora y ya lo tenía.”
Resultado: un texto contundente, sin puntuación, hecho de frases muy cortas que retoman a menudo ideas anteriores. Un extenso poema a doble columna.
¿En qué medida te permitiste alejarte del caso real?
–Bastante. Yo tenía muy pocos datos sobre la vida del tipo antes del crimen. Lo que hay de real en el primer relato es un solo dato: que cuando tiene ocho años, su padre y sus hermanos mayores lo abandonan a él junto con su madre. El, el menor, se queda solo con la mamá, algo muy desolador para un nene que ya tiene cierta conciencia de las cosas. Si bien la obra es en un punto una crónica policial, no me interesa lo que pueda tener de Mauro Viale sino toda la resonancia que puedo encontrar en ella. Y me parecía que debía haber algo en la vida anterior de él que explicara por qué llegaba a determinada situación. Y el dato de ese abandono era un gozne para mí. El otro que encontré es que, desde que muere la madre, él siente que no puede parar, que le es imposible frenar la necesidad de saciar su apetito. Y a partir de ahí empecé a imaginar situaciones. Por otro lado, el cuarto relato –la noche del crimen– es muy documental: casi no tiene agregados míos. Lo del Señor Spock es verdad: él lee una novela de Viaje a las estrellas y se entretiene con eso mientras el otro tipo se desangra. O antes, cuando lo va a matar, que tararea “Don’t Let The Sun Go Down On Me”, de Elton John. Como también el hecho de que, cada noche de luna llena, cuando comía un trozo, se sentía más fuerte. Leyendo un artículo sobre el tema me enteré de que lo que aumenta en el cuerpo al comer carne humana es la carga de aminoácidos, que produce una sensación de bienestar y de vigor.
¿Cómo trabajaron la combinación de texto y música?
–Con Adolfo (Oddone) formamos un dúo: Los Eminentes Patrones del Vapor. Hacíamos espectáculos en bares con canciones y monólogos de Rodrigo García. Me parecía que había algo bueno en eso: una forma interesante. Quizá porque me gusta mucho Lou Reed, que cuenta historias con música de fondo, o Tom Waits. O los actores que narran. Hay algunos videos de Orson Welles en los que habla directamente a cámara que son increíbles. Pero lo que nosotros hacíamos tenía sabor a poco, a divertimento de dos amigos en un bar. Y pensé en armar algo que hiciera progresar lo nuestro, en darle una forma acabada. Así llegamos a esto. Además, había algo antitético que me interesó mucho trabajar, porque en los espectáculos tipo stand up se hacen chistes sobre cosas muy cotidianas. Y acá se cuenta algo tremendo. Con Adolfo encontramos la manera de dialogar desde un lugar muy personal de cada uno. Él tiene una rara madurez: mientras los guitarristas suelen preocuparse por adquirir más técnica y tocar más rápido, él se preocupa por el sonido. Se permite parar por momentos y que sólo se escuche mi voz. Entiende el tempo teatral.
Tal vez por el entusiasmo que le transmitió Kartun, o por el apoyo de sus padres, que viven en Plottier (un pueblito cercano a la capital neuquina, donde fue criado), Vilo es francamente un hacedor: en Buenos Aires desplegó el mismo ingenio que ya le había permitido montar espectáculos enTandil. No sólo dirige, actúa y escribe: también suele hacer luces y sonido. “Nunca me pasó eso de sentirme un actor que sólo actúa. Siempre me gustó estar en un lugar que me permitiera muchas cosas. Y últimamente me está tirando la posibilidad de mudar el teatro a otras artes, de aparearlo con otras cosas.”
Mientras tanto, Vilo protagoniza La Pornografía, la imperdible versión libre de la novela La seducción (Witold Gombrowicz) que dirige Gonzalo Martínez. Martínez fue el director que lo impulsó a presentar su obra 23.344 a la convocatoria de dramaturgia 2004 del Centro Cultural Ricardo Rojas. El texto, que resultó ganador, subirá a escena el 10 de septiembre con dirección de Ciro Zorzoli, uno de los talentos más singulares del teatro off. La obra, dice Vilo, “tiene que ver con la adolescencia y las amistades, con la educación sentimental heterosexual, que siempre tiene un componente homo en el medio”.

Un acto de comunión, de Lautaro Vilo, los miércoles a las 21 en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759.

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