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Domingo, 14 de noviembre de 2004

PLáSTICA 2

Arroja la bola, chico

El arte de intemperie de Hernán Salamanco o cómo hacer con materiales tan prosaicos como carteles de inmobiliaria, imágenes de Internet y hasta una bola de bowling algo que capture el pathos de la vida de manera inolvidable.

 Por María Gainza

“Flotar como una mariposa y picar como una abeja”, así describió alguna vez Muhammad Alí su estilo de boxeo, un comentario que curiosamente les sienta bien a las obras de Hernán Salamanco. Porque sus pinturas pertenecen a esa clase de acontecimientos en la vida que parecen fáciles, llamativos pero sin sustancia, pero que un día, de golpe y porrazo, te dan vuelta. Como algunas, buenas, películas de Hollywood. Es que a pesar de (o debido a) toda su espectacularidad, las pinturas de Salamanco son obras que se deslucen en la mirada al vuelo, pero que si uno aminora la marcha, o mejor aún, se detiene, comienzan a aparecer, lentamente, hasta volverse inolvidables.
El pop de Salamanco es algo con lo que el artista trabaja, no con lo que se define. Pero, la forma es el fondo, decía Antonio Gramsci. Hablaba del tan vapuleado tema de la forma y el contenido. Esas imágenes que Salamanco rescata de Internet, de bancos de imágenes, de revistas, no son ni una loa a la publicidad ni un guiño irónico al vacío de sentido de nuestro tiempo; son imágenes que, en su habilidad para condensar belleza y pathos, terminan convertidas ante todo en un barómetro de la existencia humana. Es difícil saber de dónde surge semejante comezón, pero lo cierto es que en las pinturas de Salamanco, como en el manierismo, todo resulta un poco desencajado: un hombre (que aparece y desaparece) arroja una pelota de bowling en un terreno que recuerda una cárcava; una mujer en cuatro patas, pañuelo sobre la boca, escapa de una nube de humo gorda y merengada; un oso polar acaso congelado atraviesa el cuadro; una desabrida casa suburbana arde en llamas (uno de los incendios más tristes y melancólicos que se hayan visto por este rincón del mundo luego de que Roberto Aizenberg realizara su incendio en el Colegio Jasidista de Minsk) y un avestruz esconde su cabeza mientras unas palmeritas, penachos al viento, campean por detrás.
“Me gustaría colgar en la calle, no entiendo por qué la gente tiene que privarse de ver obras que la puedan hacer sentir bien.” Es una de las razones principales por las que el artista elige trabajar con esmalte sintético sobre chapas de carteles de inmobiliarias (de esos que anuncian Se Vende o Se Alquila) para hacer (lo que parece ser) una pintura-poster. Podría entenderse como una burla a los perversos mecanismos del arte, pero termina siendo su declaración de principios. “Son materiales hechos para durar; la chapa no se oxida y puede recibir lluvias y soles fuertes”, y es esa cualidad todoterreno lo que Salamanco defiende: “Pinto a la intemperie principalmente porque no tengo lugar en mi casa, pero también porque algo ocurre ahí que me interesa. Trabajando afuera suceden cosas que no controlo y que son claves: las ralladuras, los golpes, los imprevistos.” Además el esmalte les da a las imágenes esa cualidad de sellado hermético, de impenetrabilidad tajante, que nos deja afuera y, al hacerlo, nos enfrenta. Mientras los colores –colores, como dice Florencia Braga Menéndez, “de cremas heladas y postres de utilería”– están, la mayor de las veces, separados de forma tan afilada que podrían cortar.
Un día antes de la inauguración, Cif y trapo en mano, Salamanco le saca lustre –como Homero Simpson– a su bola de billar. Salida de sus cuadros, una esfera gigante de plástico descansa en una esquina. Hasta que alguien la empuja, entonces las pinturas, las luces y nosotros, contenidos en el reflejo, rodamos por la sala. En esas piruetas late la conjetura de que sila realidad existe, entonces ésta cambia de lugar. Todo el tiempo. Tan enloquecedoramente que mirar la bola negra termina siendo como mirar una bomba: tic tac y uno busca la mecha antes que todo estalle.

Braga Menéndez / Arte Contemporáneo
Humboldt 1574
Andrés Sobrino
Hernán Salamanco
Christoph Schäfer
Hasta fines de diciembre

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