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Domingo, 12 de diciembre de 2004

PLáSTICA 1 - ¿EN QUé SE PARECEN LA MEMORIA Y UN MURO TRASLúCIDO?

Plástica 1 - Otro ladrillo en la pared

Aili Chen
“El Borde”Arte contemporáneo
Uriarte 1356
Hasta el 18 de diciembre

Por M. G.

Extendida como una pared –de hecho, una pared en sí misma–, la instalación de Aili Chen parece sostener la idea de que el cerebro no es un archivo que guarda los recuerdos como experiencias discretas que se pueden recuperar intactas. Recordar, señala ese muro de ladrillos traslúcidos que conservan la forma de algo que ya no está, supone apilar imágenes difusas. Y sucede, como los sueños lo vienen anunciando, que en ese acumular bloquecitos uno comienza a intuir que al final del día no somos más que pedazos de memoria desenfocada. Y que eso que nos constituye es a la vez nuestra celda más infranqueable. Saltar el muro de la memoria sería tan kamikaze y a la vez tan reconfortante como escaparse de uno mismo.
El muro de Aili Chen –nacida en Taiwan, radicada en la Argentina y entre otras cosas la protagonista y directora de arte de la película Sólo Por Hoy– ha sido construido por etapas precisas: “En una habitación semivacía –describe Jorge Macchi en el texto que acompaña la muestra– muy lejos de esta pared que ahora veo, ella extiende un papel traslúcido sobre la mesa. Lo moja con una esponja, coloca cuidadosamente en el centro un ladrillo y comienza a envolverlo, con la meticulosidad con que se envuelve un regalo. Deposita el ladrillo cerca de una estufa donde se acumulan otros ladrillos también envueltos. Repite esta acción decenas de veces. Al día siguiente toma los paquetes uno por uno y parece desandar el camino hecho el día anterior: los desarma, saca los ladrillos y vuelve a cerrar los paquetes, ahora vacíos, o aparentemente vacíos, porque conservan la forma de los ladrillos e incluso, en algunos casos, el polvo que se ha desprendido de ellos”. Uno a uno se irán encastrando como un juego de Tetris hasta formar esa pared que cruza la sala de punta a punta. Después, al intentar espiar a través de los bloques, como a través de un vidrio empañado, miramos, entrecerramos los ojos, y no vemos nada más que luz. “Me pregunto si no opera de esta manera el recuerdo, reemplazando al objeto cuando ya no está su peso, su color y su textura, como un fantasma transparente fijado frágilmente a la memoria, pero dispuesto a saltar a la conciencia ante el menor estímulo que lo convoque”, continúa Macchi. La memoria, entonces, como una gran arquitecta que diseña las paredes de nuestra experiencia y los ladrillos amagando con la posibilidad de atrapar –en algo como un tupper de plástico– un recuerdo intacto, y a la vez, sabiendo desde el vamos que esos bloquecitos rectangulares son puro humo, tan insustanciales que de intentar asirlos éstos no resistirían la presión de los dedos. Tanto como no se puede atrapar el pasado sin dañar la eternidad.
El muro de Chen tiene algo del clasicismo de una escultura antigua. De esas estatuas expuestas al viento del mar que poseen la blancura y la porosidad de un bloque de sal que se desmorona. Hay también algo de la condena del escultor por querer inmovilizar la vida y de dolor silencioso, de ese que de tan callado no puede esconder lo que las palabras disfrazan.
Un artista es alguien para quien hacer algo –escribir, dibujar, bailar, lo que fuera– es no sólo más difícil sino también más doloroso que para el resto de nosotros. El muro que Aili Chen levantó captura el frágil equilibrio que sustenta el acto de creación. Ese “elemento de vacío” que sentía Emily Dickinson y que no podía precisar ni cuándo se había instalado ni un tiempo cuando éste no hubiese estado ahí. Esa capacidad por hacernos temblar ante muros que, como Alpes, nos contienen, constituyen y finalmente asfixian, ha sido conjurada en la obra de Chen. Todo el hombre está ahí, su insistencia por encontrarle una forma inteligente al universo, su lucha por no olvidar y la derrota final donde el espíritu y la materia perecen a destiempo.

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