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Domingo, 12 de mayo de 2002

CINE

En el fondo son buenos

Con sugestivos títulos como Nuestros amigos de la banca, FMI: morir a crédito y La ganancia y nada más, a partir del martes podrá verse en la Sala Lugones del Teatro San Martín un ciclo de once documentales que registran los devastadores efectos de la globalización: impiadosas negociaciones con el FMI, devaluaciones, salarios pulverizados, pobreza y condiciones laborales inhumanas. Aunque no lo parezca, ninguno transcurre en el conurbano bonaerense.

 Por Horacio Bernades

Durante su reciente estadía en Buenos Aires, Naomi Klein, autora de No Logo, hizo referencia a una tendencia creciente, la de los documentales que le toman el pulso a lo que primero se llamó capitalismo salvaje, luego Nuevo Orden Mundial y ahora se designa con una palabra algo más débil: globalización. “Estas producciones permiten comprender mecanismos que se suponen fuera del alcance de la gente y son aptos sólo para los expertos. A través de ellas, los espectadores pueden entender la globalización y descubrir que no se trata de algo abstracto sino que determina si las personas van a tener trabajo, comida y educación. La idea que las anima es la de derribar una pared invisible creada por el sistema, acortar la brecha entre esas cuestiones y los ciudadanos comunes”.
A poco de finalizado el IV Buenos Aires Festival de Cine Independiente, donde un pelotón de estos documentales recientes fue acogido en la sección adecuadamente denominada “Globalización y barbarie”, el espectador porteño tendrá una nueva ocasión para seguir entendiendo cuáles son los hilos que mueven su vida diaria, hoy más tirantes que nunca. “Un mundo sin piedad” es el nombre que los programadores de la sala Lugones del Teatro San Martín y Fundación Cinemateca Argentina dieron al ciclo de once documentales que se extenderá durante una semana, a partir del próximo martes y hasta el 21 de mayo en esa sala. El ciclo, que incluye tres de las películas que formaron parte de “Globalización y barbarie” –Nuestros amigos de la banca, La ganancia y nada más y Obreras del mundo– y se completa con otras ocho producciones realizadas desde mediados de los ‘90 para acá, permitirá comprender, una vez más, que el aleteo del capital en Francia, Bélgica o Estados Unidos provoca tormentas en destinos tan distantes como Jamaica, Indonesia, Uganda o Bangladesh, para no hablar del conurbano bonaerense.

UGANDA, ARGENTINA
Ningún espectador de los que concurran en estos días a la Lugones necesita que le recuerden cuánta de esa lluvia negra se descarga también en Argentina. Las películas mismas se ocupan de hacerlo. Véase, por ejemplo, Nuestros amigos de la banca, que abre el ciclo de la Lugones el martes 14. Por más que transcurra en Uganda en 1995, ¿habrá acaso una clase magistral más reveladora sobre lo que sucede en Argentina en este preciso momento? Filmada por el inglés Peter Chappel, la película permitirá al espectador local asistir a aquello de lo que normalmente sólo le llegan ecos: el desarrollo de las negociaciones entre las autoridades del Banco Mundial y el FMI y los mandatarios de un país del Tercer Mundo, en vista a la concesión de un crédito.
El gobierno ugandés, endeudado con los organismos internacionales, necesita plata fresca para atender dos necesidades urgentes: combatir a partidarios del ex dictador Idi Amin, alzados en armas en el norte del país, y mejorar la deteriorada red vial. Amables, distendidos y en absoluto carentes de buen humor, los funcionarios del Banco Mundial están dispuestos a prestar dinero. Claro que no para cubrir aquellas prioridades, sino otra que el organismo considera más urgente: un violento ajuste económico. Y de paso, privatizar el Banco Central de Uganda. “Tenemos que estar relajados, no a la defensiva”, comenta un funcionario a otro, después de un partido de tenis y antes de una reunión clave con el presidente Meseveni y su gente, todos ellos ex militantes maoístas a quienes no les quedará más remedio que tomar ricino.

REQUIEM REGGAE
“Es llamativo que las recetas económicas sugeridas por el FMI a los países endeudados son siempre las mismas, no importa el caso”, dice una testimoniante en Jamaica/FMI: morir a crédito, producción de la cadena de televisión francesa La Sept y el Canal ARTE, que podrá verse en la Lugones el miércoles 15. La película se remonta hasta los años 70 pararecorrer, a partir de allí, la historia reciente del país caribeño, que es como un espejo de la nuestra. Mientras aquí asumía Cámpora, allí lo hacía el socialista Michael Manley –uno de cuyos más notorios partidarios supo ser su casi homónimo Bob Marley– imponiendo una serie de audaces medidas económicas, que incluyen un alto presupuesto para salud, una masiva campaña de alfabetización y una radical reforma agraria.
En cuanto Manley amenaza con nacionalizar la banca, comienzan los disturbios, los sospechosos brotes de violencia, su desprestigio público a través de los medios y el surgimiento de Edward Seaga, político opositor que cuenta con el respaldo explícito de Ronald Reagan y había sido, oh casualidad, ex representante del FMI en Jamaica. Mientras tanto, el FMI le dicta al gobierno jamaiquino un programa económico. El propio Manley, que actualmente se gana la vida trabajando para un consorcio comunicacional, detalla los ejes de ese plan: inmediata suspensión de los programas sociales, devaluación sin incremento de salarios, supresión de las subvenciones a los insumos básicos de la población, alza de impuestos y tarifas públicas.
Si suena conocido, más aún lo es el resultado de esa política económica: una deuda externa que crece en progresión geométrica, un saldo comercial exclusivamente destinado al pago de intereses y la miserabilización en masa de toda la población jamaiquina. “Hasta ahora, no existe un solo ejemplo en el mundo entero de un país que haya seguido las recetas del FMI y haya crecido”, se oye sobre el final de Jamaica/FMI: morir a crédito.

LEVI’S DESTIÑE
Es posible que después de ver Obreras del mundo (sábado 18 y domingo 19), más de uno lo piense dos veces antes de comprar un Levi’s. En 1998, la realizadora Marie-France Collard se entera de que esa firma se apresta a cerrar tres fábricas en Bélgica y otra en Francia, y a partir de allí tira del hilo y sigue su recorrido, hasta que todo el tejido que lo sostenía queda expuesto. Aunque el gerente europeo de Levi’s afirma que sólo obedece a razones de “reestructuración”, lo que está detrás del cierre –que de por sí dejará a 1400 empleados en la calle– es una de las mayores perversiones del capital internacional de hoy en día: el progresivo traslado de la producción a países del Tercer Mundo, donde los salarios son de hambre y los beneficios se multiplican astronómicamente.
Como en un viaje al corazón de las tinieblas, el hilo que Collard tira en el centro de Europa la lleva primero hasta Turquía, donde acaba de abrirse una fábrica que pertenece a Levi’s (y donde el solo hecho de hacer declaraciones a la prensa puede costarle el puesto a una operaria) y finalmente al infame submundo de los talleres de costura de Jakarta, Indonesia, donde las huelgas son ilegales, hay dos baños sin agua corriente para quinientos empleados, los niños trabajan de sol a sol y el salario de una tejedora –que labora unas doce horas por día, los siete días de la semana– equivale al costo de uno solo de los pantalones que fabrica, en cualquier tienda europea.
Así como cualquiera de estos documentales cumple de por sí una extraordinaria función didáctica en relación con sus espectadores (¿cuándo comenzarán a exhibirse fuera del circuito cerrado de las salas de cine?), Collard no deja de hacer pedagogía con las propias protagonistas de su película, al sentar a un puñado de obreras indonesias frente a un televisor y mostrarles cuál es la realidad de las colegas que trabajan para la misma firma en Bélgica y Francia. “¿Es verdad que cobran diez veces más que nosotras?”, pregunta una, azorada. “¿Pero cómo, el sindicato no pertenece a la empresa?”, interroga otra. “¿Pueden hacer eso sin que las castiguen?”, exclaman a coro al observar una huelga y una manifestación callejera. Pero no hay esperanzas para nadie: poco después de las huelgas y manifestaciones, las fábricas belgas y francesas cierrany sus trabajadoras se quedan en la calle, como indonesias en su propio país. No por nada el ciclo se llama “Un mundo sin piedad”.

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