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Domingo, 26 de mayo de 2002

PERSONAJES

CONFESIONES DE 30

No se saca años. Fue anoréxica, bulímica, tomó anfetaminas, laxantes y diuréticos para sacarse kilos. Se casó a los 19 con un tipo que le pegaba. Tuvo un hijo al que crió sola. Vivió en pensiones. Pasó hambre. Recorrió castings y castings. Y cuando podía darse por satisfecha con el título de gran vedette nacional, Mónica Ayos decidió emprender el sospechado camino de convertirse en actriz. Y llegó.

 Por Mariana Enriquez

Hace unos días, Mónica Ayos fue a la panadería. Cuando el panadero la reconoció, no pudo evitar su sorpresa. “Pero, ¡sos una nena!”, le dijo, más asombrado que decepcionado. Es fácil entenderlo. Mónica Ayos no se parece a la tremenda mujer que desde sus calendarios decoró diversos antros masculinos, ni a la vedette que baja escaleras cubierta de purpurina en Reíte, país con Jorge Corona. Es sensual por todos los motivos que muchas de sus contemporáneas no lo son. Asegura que tiene varias operaciones, pero no se nota. Podría mentir y asegurar que todas sus curvas son naturales, porque parecen naturales. Si otras vedettes cultivan lo artificial hasta el límite de lo monstruoso, Mónica Ayos parece y se comporta como una mujer común de treinta años, mezcla de chica de barrio y femme fatale accesible, que anda por su casa en zapatillas y jeans, y está cansadísima porque trabaja mucho: todos los días graba la tira “Franco Buenaventura, el profe”, ensaya con Carlos Calvo en teatro la comedia Casi un ángel y se sube al escenario con la revista. Además tiene que hacerse tiempo para criar a Federico, su hijo de diez años, disfrutar de su noviazgo con el actor Diego Olivera (a quien conoció cuando hacían juntos “Matrimonios y algo más”) y participar de todo cuanto la llamen (un episodio de “Tiempo final”, cámaras ocultas de “El Show de Videomatch”, por ejemplo). “Necesito un clon –dice–; hay días que no sé cómo repartirme.”
Mónica Ayos está tratando de reinventarse. No quiere dejar atrás las plumas, pero tiene ganas de dedicarse casi con exclusividad a ser actriz. En el último Festival de Cine Independiente de Buenos Aires se estrenó su primera película como actriz protagónica, Mi suegra es un zombie, una comedia grotesca dirigida por Pedro Aguilar, donde interpreta a una de dos hermanas que pelean por un hombre. Está conforme con ese trabajo y con las buenas críticas que han recibido hasta ahora sus actuaciones, pero dice que le cuesta el doble, porque el derecho de piso que implica el cambio de rubro tiene que ser pagado. Es algo que comprende. Tampoco le molesta que la avalancha de trabajo apenas le permita salir de noche o siquiera tomar un café. “Ya viví la calle, y cómo. Son sacrificios que valen la pena. Además tengo que agradecer lo que me está pasando. Sé lo que es estar en la lona, y también sé lo que es pensar que no se va a salir nunca más de esa situación.” Mónica se refiere a su tormentosa juventud: cuando tenía diecinueve años se enamoró de un coreógrafo en Chile, y se separó de él cuando estaba embarazada. “Él me golpeaba: me pegaba sin el bebé, durante el embarazo y con el bebé chiquito. Todo el tiempo. Vivía en una habitación de pensión con una ventana que daba a otra ventana: ni siquiera se veía la calle. Mi mundo era muy distinto del que vivo ahora. Cuando estaba con el papá de mi hijo, pensaba que nunca más iba a ser feliz, que nunca más se me iba a dar, que todo siempre iba a estar mal. Las mujeres golpeadas se dejan volver a golpear una y otra vez, y lo que envalentona al golpeador es el miedo. Era un círculo vicioso. Pasaba hambre, mis viejos estaban en Japón, mi abuela en Italia y yo estaba completamente sola. Eso me ayudó muchísimo a comprender que es muy valioso cuando la vida te presenta un abanico de posibilidades en el que podés elegir lo bueno y lo malo. Creo que elegí bien, porque podría haber tomado muchos otros caminos que se me daban muy fácil y sin embargo tomé el del laburo.”
El papá de Federico se suicidó cuando el nene cumplió tres años, dos años después de la separación, y desde entonces Mónica crió a su hijo casi sola, con la ayuda de su ex pareja, Sander. “Fede lo eligió como papá, tuve esa suerte. Se ven seguido, está todo bien.”
¿Fue muy complicado hacer una carrera con tanta exposición y al mismo tiempo criar a tu hijo?
–Yo soy una gran estratega. No pospuse ser artista ni realizarme como mujer, pero tampoco pospuse lo principal en mi vida que fue tener un hijo muy joven y haberme hecho cargo de él. Me quise realizar para no pasarlefrustraciones a Fede el día de mañana. Estuve muy sola y fue muy duro, pero hoy por hoy estoy recanchera, me organizo con los horarios. Es darse maña. No siempre sale tan bien y a veces me vuelvo un poco loca: las demandas de un nene de diez años son urgentes. Él pide, no mide. Por ahí tengo que estudiar un libreto gordísimo, ensayar, ponerme las pestañas postizas a la noche, y Fede me pide si en el cumpleaños le puedo contratar un karaoke. Pero le puedo decir: “Nene, pará porque hoy estoy loca”. No es un nene susceptible que se pone a llorar y cree que lo abandono.
Mónica Ayos no lo dice brutalmente, pero insinúa que, cuando era chica, se sintió abandonada. Sus padres, Víctor y Mónica, eran bailarines de tango y pasaron años viajando por el mundo. “Acompañaban a Mariano Mores y a mí me dejaban al cuidado de mi abuela. Cuando podían, me llevaban, por eso conozco todos los escenarios habidos y por haber, tanto de tango como de otros géneros. Recorrí toda la Argentina y algunos países limítrofes. Viajes más largos no hice porque iba al colegio, y me quedaba con mi abuela en Mar del Plata. Tuve un poco de cada cosa. Mi abuela se encargó de la educación de casi toda la primaria, y de lo hogareño, los valores de mamá común y silvestre, y mi mamá me enseñó lo que es estar arriba del escenario: me enseñaba cosas de mamá fuera de lo común, de mamá artista, cómo maquillarte, qué luces te quedan mejor sobre el escenario”.
¿Te llevás bien con ella?
–A mi mamá la adoro, pero me cuesta mucho expresarle que la quiero. Me pasa algo loquísimo con la tira “Franco Buenaventura” en ese sentido. Greta, mi personaje, puede decirle a su mamá que la quiere, y yo no. Me sorprende con qué facilidad ella puede expresarles amor a los padres. Mis viejos se han portado maravillosamente conmigo y no tengo nada que reprocharles salvo algún abandono que pude sentir cuando ellos se fueron de gira. Pero ya entendí que fue una cosa mía: ellos me dejaban para laburar. Por supuesto, está la fantasía de tener una mamá soñada, full time. Pero cada mamá es como te toca y todas son adorables.
¿Cuándo empezó tu carrera?
–A los catorce años hacía bolos en el ciclo de Luisa Vehil “Las 24 horas” o “El Pulpo Negro” de Narciso Ibáñez Menta. Siempre estaba al pie del cañón, esperando que me dieran algún papelito. Yo quería ser actriz: iba de casting en casting, golpeaba puertas. Se me hacía muy difícil, porque hay bastante oferta y poca demanda, y es un círculo bastante cerrado. Después tuve un parate largo porque empecé a engordar y estaba acomplejada, no quería mostrarme demasiado. Me daba vergüenza ir a canales y pedir trabajo.
¿Entonces cómo empezaste a trabajar como vedette, donde mostrar el cuerpo es fundamental?
–Fue un proceso. En 1986 iba a segundo año, justo cuando se empezó a poner de moda estar súper flaca. Hasta ese momento se aceptaban más las curvas, pero agarré la transición y era discriminatorio total. En esa época se usaban los pantalones By Deep y no había talle para mí. Yo no era obesa, pero era recontra rellena y ni en pedo me entraba un talle 36. Estaba con las de perder: ni siquiera podía seducir a un chico, no tenía armas para hacerlo. Pasé por todos los desórdenes alimentarios posibles: fui anoréxica, bulímica, tomé anfetaminas para adelgazar, laxantes, diuréticos, cualquier cosa. Mi cuerpo soportó de todo. Por suerte di con un médico homeópata que era la persona adecuada: niveló mis hormonas y me estabilicé a los 18: ya podía comer tranquila y bien. El clic con mi envase estuvo ahí. Si no, hubiese sido una actriz común y corriente, sin darle demasiada bola al cuerpo. Me hubiera preocupado por lo que me interesaba, que era contar historias y crear personajes. Pero el rollo con la gordura me cambió la vida. Sentí que el cuerpo era muy importante en esta sociedad, sobre todo para entrar a ciertos círculos. Para mí, todoslos círculos eran impenetrables. Entonces me preocupé por el cuerpo, que era lo que en ese momento me estaba haciendo ruido.
¿Sentiste alguna vez que estabas explotando tu cuerpo?
–No. Tengo que reconocer que siempre tuve suerte. Los comienzos son difíciles y surgen situaciones de explotación, donde te obligan o te ves obligada a hacer algo. Pero las cosas que hice en su momento estaban bien. Mi cuerpo es una herramienta de laburo y no tengo tapujos con eso. El lomo es un instrumento y también lo uso como actriz. No soy mediocre porque tengo curvas. No tengo que ser hippie y taparme toda para ser seria. La seriedad no pasa por tapar tus formas sino por tu manera de moverte y, fundamentalmente, por los códigos. Sé lo que hago y nadie me obliga a hacer nada. La explotación del cuerpo, si vale la pena y es justificada, la uso. Si es al pedo, es un no rotundo. Además, si me sacás de contexto, soy muy vergonzosa. Por rebelde no voy a salir en bolas a la calle.
¿Por qué sentís que es difícil que te tomen en serio como actriz?
–Todo tiene un precio: no te podés llevar todo de arriba. Preocuparme tanto por el envase tuvo un precio muy caro: ahora me cuesta todo el doble, por ser sexy o bonita –aunque yo no me creo bonita–, o por ser vedette. Por haberme ocupado de mi cuerpo se me abrieron muchas puertas. Ahora quiero ser actriz y tengo que demostrar el triple, porque mi imagen era otra. Hay gente de mi generación a la que no le cae demasiado bien que sea actriz de la noche a la mañana. A mucha gente le ha pasado que en un momento el cuerpo predominó y después se torció en el camino. Eso me está pasando ahora, y creo que tengo todo el derecho de correrme de lugar, haber aprovechado el trabajo de vedette y haberlo amado, pero también ganar otros espacios y demostrar que tengo otras aptitudes artísticas. Por otro lado, me revienta que se diga “vedette” como una mala palabra. Te tiene que dar el paño. Si te ponen con plumas arriba del escenario, podés pasar el papelón de tu vida. Es un género respetable que no todas pueden cumplir. Ser vedette es ser artista. No quiero estar dentro de la bolsa de las que no aportan nada.
Como vedette siempre fuiste respetada, sin embargo.
–Es que, a diferencia de quienes entran por sus curvas y para ser famosas, mi idea era ser artista. Ahí está la consistencia de mi laburo. No es volátil. Conozco el medio desde que nací. Cuando llegué al teatro de revistas, mi actitud era: “¿Qué es lo que hay que hacer? Estoy dispuesta a servirle a esta revista y ser generosa con lo que pase arriba del escenario, no conmigo, bailoteando un poquito”. Nunca pensé que ser vedette era lo más facilongo. Porque no es fácil. Obviamente, si vas a robar, podés hacerlo así nomás. Eso me diferenció: nunca quise robar. Quería aprender y tener talento, y eso asombra, sobre todo ahora que la revista de oro ya fue, y se deterioró muchísimo por personajes que han arruinado el género.
¿Dedicarte a la actuación implica abandonar tu trabajo como vedette?
–No, para nada. Pero ya tengo treinta años y tengo que empezar a pensar en el futuro. Pronto se me va a empezar a caer todo. Además de que siempre quise hacer esto en el fondo, también es una forma de parar la pelota. Hace un par de años pude tomar la decisión de desacelerar un poco. Es un nuevo comienzo, pero también una forma de decirme: “Ya lo lograste, ya saliste”. Toda una época de mi vida fue como cuando te pasa algo y salís corriendo. No parás más porque tenés tanto miedo de que te vuelva a alcanzar la tragedia, o la angustia, o la depresión, que seguís corriendo. Hasta hace un par de años seguía escapándome y ya había pasado la tormenta. De verdad estoy agradecida porque todo esto es mucho más de lo que yo pedí y de lo que soñé. Se me fue el miedo totalmente: obviamente tuve ayuda psicológica, porque no soy la mujer maravilla. Conocer a Diego (Olivera) es un antes y un después. Me hizo bien: me ayudó a ver cosas que tenía anestesiadas de tanto estar dándole para adelante, con miedo a quedarme en el tiempo, o estancada, o fracasar, o no tener, o no tener para Fede. En este momento soy capaz de encarar una etapa nueva, que tiene sus riesgos, pero sin pánico.
Siempre tuviste bastante habilidad para evitar escándalos. Han aparecido ex novios tuyos, acosadores, de todo, pero de alguna manera tu figura quedó al costado.
–Prensa hay que tener, pero trato de resguardarme. Y se vuelve a pagar un precio, porque las energías que gastás estando afuera son más que si estuvieras adentro del tiroteo. Es muy fácil mandar a la mierda a alguien, pero después eso sigue y es interminable. Salir de eso ilesa, en el medio del tiroteo, en pleno Oeste, es muy difícil. Si estás en el tiroteo y tenés armas, a alguno vas a bajar. Pero mi intención no es bajar a nadie: prefiero cambiarme de condado, mudarme de pueblo. La mudanza constante te hincha las pelotas, es verdad. Pero no quiero ni quise nunca formar parte de escándalos. Mi intención no es ser popular y famosa sino ser artista. Y si con ser artista viene el amor y la aceptación de la gente, bienvenido sea, porque de la gente vivo y de los aplausos comemos mi hijo y yo.

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