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Domingo, 13 de marzo de 2005

MúSICA > BUENOS AIRES NEGRO: EL úLTIMO GRITO DEL TANGO ALTERNATIVO

El dedo en la llaga

No se juntaron para hacer tango. Les salió. Inventaron Tango en zapatillas, un ciclo de conciertos improvisados al calor de las asambleas populares y las primeras fábricas recuperadas. Tocaron con Norberto Minichillo, el Chango Farías Gómez y Palo Pandolfo. Con ustedes, Buenos Aires Negro, el grupo que renueva la tradición orillera porteña a fuerza de letras duras y rabiosa energía rockera.

 Por Karina Micheletto

Quiero una turra
que me quite el corazón
si es que lo tengo
si es que lo encuentro.

Que baje la fiebre
de todo el odio que siento
para amarla, para odiarla
como un boludo.

Quiero una turra
que me pinte la cara
que haga conmigo lo que quiera
va a ser mejor de lo que yo tenga ganas.

Quiero una turra
que me mate por dentro
así no siento el olor
de tanto pibito muerto.

Esta es la letra de un tango que Buenos Aires Negro grabó en el CD Turra vida. Lo canta Peche Estévez, autor de casi todos los temas del grupo, con un estilo más cercano al de un rocker con mucho escenario que al de un Charlo o un Gardel. Lo canta como con rabia, con una voz áspera, pesada. Detrás de esa voz suenan sets de batería, bajo, guitarra eléctrica, bandoneonazos y un trío de metales.

Si hubiera que atenerse a las delimitaciones de género, habría que decir que Buenos Aires Negro no es un grupo de tango. Ni en la formación instrumental, ni en las armonías, ni en los arreglos. Ni en la métrica de sus letras. Aun así, lo que suena en su música es el espíritu de los márgenes donde nació el tango prostibulario, reo, carcelario, podrido, sucio. Negro. Suena el arrabal del siglo XXI, si tal cosa fuera posible. La canción no es la misma, claro. Hoy la habitan los miles que viajan amontonados en un tren a José C. Paz, la travesti de tristeza eterna que sale en la murga del barrio, los chicos que se drogan en las plazas, los repudiados “artistas de living”. Hoy el varón pide a gritos una turra que le arranque el corazón. Cosas que pasan en este Buenos Aires Negro.

Hace unos días, el grupo actuó en el Festival de Tango con un compañero artístico que le calzó bastante bien: Palo Pandolfo. Acorralados entre ser “un grupo de tango con espíritu de rock” o viceversa, según se mire, ellos transitan un circuito reducido, en gestación: el del “tango alternativo”. Y es probable que lo que ya no tiene para decir el rock, cada vez más repetido y ombliguista, esté naciendo en estos nuevos espacios de tango negro.

Ellos explican que no se juntaron para hacer tango. Que les salió. A la formación actual del grupo la precedió otro Buenos Aires Negro que definen como “cavernario”. “En el ‘99 entró Riki (Ricardo Culotta, trompetista y arreglador) y la cosa se empezó a refinar”, explica Estévez. Más tarde se sumó el guitarrista Mariano Pini, recién llegado de diez años de girar por México y Europa. Durante un año estuvieron todos los viernes en el IMPA Ciudad Cultural, en un ciclo que marcó una etapa en el grupo. Lo que empezó como una serie de ensayos con día fijo en la fábrica recuperada terminó siendo un ciclo que duró un año. “A los ensayos caía uno, caía otro con los amigos, ya después alguien llevaba un vino y un cajón de cerveza, y otro... Cada vez había más banda que venía a escuchar, y para acompañar la bebida yo empecé a cocinar: sandwich de lomito (que de lomito no tenía nada, pero le pegábamos unas hervidas que quedaba bárbaro), pastel de papas, guiso de lentejas... Y cuando vimos que eran muchos los que venían empezamos a cobrar la comida, se armó primero una zapada y después un ciclo de recitales”, relata el cantante.

Podían pasar muchas cosas en aquellos viernes de Tango en zapatillas, como quedó denominado el ciclo. Podía pasar, por ejemplo, que se llenara de gente o se sumaran músicos como Norberto Minichillo o Chango Farías Gómez. O que se desatara una tormenta, se cortara la luz, lloviera también adentro del IMPA y todos terminaran tocando para las únicas tres chicas que habían llegado. “Entraron tres minitas agarradas de la mano, con caras de terror. Supongo que nunca más volvieron, pobrecitas. Es que era todo sin libreto: iba sucediendo”, recuerda Mariano Pini. Eran épocas, además, del surgimiento de las primeras fábricas recuperadas. “Había un gran signo de interrogación. La Fábrica fue la primera empresa recuperada y nadie entendía muy bien qué era eso de recuperar una fábrica. Y nosotros estábamos en el medio”, dice Estévez, que milita en el IMPA y en el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. Como viejo integrante de la JP, Estévez tenía el background necesario para pasar a integrar las filas del nuevo movimiento de empresas recuperadas. Allí conoció a Ricardo Culotta, que había llegado “para ver qué onda”.

Culotta: –Pero a la tercera asamblea dije: ¿qué hago acá? Tendría que estar tocando la escala que me tocaba estudiar, no escuchando todas estas discusiones al pedo.

Estévez: –Y, sí, siempre está ese problema del reunionismo, juntarse a discutir cuatro horas para ver quién va a ir a atender el teléfono. Por eso yo siempre entro y salgo de la militancia. Si no, te quedás muy encerrado en un solo panorama. Te embotás.

Pini: –Yo iba a las asambleas porque tenía una novia que militaba ahí. Lo veía de afuera y decía: señores, acá falta un jefe; si no, es una eterna discusión. Y eso es justamente lo que una asamblea busca evitar.

Va cayendo gente al baile

Con el tiempo se fueron sumando otros músicos. Primero Pablo Yanis, un bandoneonista que Culotta reclutó después de escucharlo tocar en el subte. Más tarde el flautista Juan Pablo Di Leone, que también integra el grupo de Chango Farías Gómez. Y el trombonista Pablo Jiménez, bajista de La Portuaria y sesionista múltiple. Y Damián Papi en batería. Y Santiago Cariboni en bajo. Igual que el público que los sigue, la composición del grupo es heterogénea, y las procedencias múltiples. A priori podría decirse que es difícil que la vida cruce a un melómano como Culotta, que se dedica a atesorar discos obsesivamente y es capaz de identificar casi cualquier intérprete o tema de jazz con sólo escuchar una frase, con alguien como Peche Estévez, que además de cantante y poeta es... limpiavidrios.

Desde hace más de veinte años, Estévez tiene su propia Pyme unipersonal del vidrio. “Soy de la comunidad del cristal”, se ríe. “En un tiempo me colgaba en vidrios altos, tipo hombre araña. Han salido de las oficinas pidiéndome ‘flaco, por favor, bajate de ahí’. Así fui perdiendo trabajos”, se sigue riendo. “Cuando la música iba para atrás, llegué a ponerme en empresario: me hacía volantes, todo. Ahora se me complica, porque en la música tenés que acostarte tarde y al otro día a la mañana, estar colgado limpiando un vidrio... es difícil. Ojo: yo limpio con seriedad y dejo todo reluciente”, dice, y larga una risotada. “Tengo un nombre para mi empresa: Buenos Aires Transparente.”

El hippismo gastabochas

“Se encuentran en la selva una serpiente y un conejo, los dos ciegos, y empiezan a tocarse para reconocerse. ‘Vos sos peludo, suave, con dientes para afuera... Debés ser un conejito’. ‘¡Sí! Y vos no tenés oreja, sos frío, no tenés sangre... Para mí que sos productor de discos’.” Los integrantes de Buenos Aires Negro cuentan el chiste y se ríen con ganas. Desde que el nombre de la banda empezó a sonar en el panorama under del tango y del rock, las anécdotas sobre “productores” que se les acercan con propuestas se acumulan. “¡Hay cada delincuente! Es gracioso: ven que no tienen nada para sacarte, pero igual se las ingenian para zarparte aunque sea unos discos, unas remeras... Son unos campeones”, dice Estévez. “La clave es no preocuparse por esas serpientes”, concluye Mariano Pini.

Estévez: –En el tango muchas veces te dicen “qué profesional que es éste”. Cae el chabón y pela el bandoneón como si fuera una máquina de escribir que está por apoyar arriba de un patrullero. Vos les ves las caras y están aburridísimos: se miran como diciendo “¡uy, todavía faltan quince compases!”.

Culotta: –Lo que nos falta a nosotros es creérnosla. A Peche le preguntan a qué se dedica y dice que es limpiavidrios...

Estévez: –¡Pero si vivo de eso, man! Además, hay cada perro que se dice cantor...

Varios de los integrantes off -shore de la banda se fueron sumando “espontáneamente”. El artista plástico Sebastián Maissa hizo el arte del disco y se encarga de los afiches y escenografías de los shows. Espontáneamente, también, apareció un sonidista, Rafael Chinchilla. “Es director de cine, productor, un tipo que viaja por el mundo, un capo. Se acercó por las suyas y nos dijo: ‘Lo que hacen está muy bien, pero suenan muy, muy mal’. Y se ofreció a hacer el sonido, de onda. Lo mismo Alejandro Arteta, que es un chabón que labura en el Colón y cayó a hacernos las luces sabiendo que no había un mango.” Así fueron surgiendo fotógrafos, diseñadoras gráficas y, por último, hace un mes, un manager.

Cualquiera que se haya juntado con otros para formar un grupo de música –de cualquier género– sabe cuáles son los pros y los riesgos de este tipo de funcionamiento “espontáneo”. Pros: “Nos pasan cosas muy locas con mucha gente que se acerca solamente porque le gusta lo que hacemos, gente que nos da un montón de afecto, buena onda”, dicen. Contras: “Nuestro hippismo es muy arraigado, y el hippismo te gasta la bocha. Todo está armado ahí, prendido con pinzas. A veces sale bien, pero también puede salir mal. Podés hacerte cien kilómetros con todos los equipos al hombro porque hablaste con un gil que te dijo que fueras, que estaba todo bien, y llegar y encontrar que no hay nada ni nadie. Si seguís en el hippismo no podés comprometer a la gente en el trabajo”.

El próximo domingo (20 de marzo) a las 18,
Buenos Aires Negro toca en el Parque Rivadavia, gratis, en la presentación de las revistas barriales
Diario de Cartas y Comuna del Centro.

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