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Domingo, 10 de abril de 2005

MúSICA > CAT STEVENS ASOMA DEBAJO DEL TURBANTE

Siete vidas

Sobrevivió al mandato paterno, a una tuberculosis, a la moda, a las reinvenciones que se propuso y a morir ahogado en el mar. Pero un día el Islam se lo tragó: renunció a la vanidad, donó sus royalties, cambió su nombre y hasta apoyó la persecución de Salman Rushdie... Y ahora que todos lo daban por perdido, Yusuf Islam resucitó una vez más con un disco en el que empieza a reconciliarse con aquel que alguna vez fue: Cat Stevens.

 Por Rodrigo Fresán

Barba mahometana, turbante coránico, bronceado del desierto; pero los que están cerca de él aseguran que Yusuf Islam -anotado en el registro civil del Soho londinense como Steven Demetri Georgiou en 1947, pero mundialmente conocido como Cat Stevens– no ha perdido ni una nota de su cerrado acento cockney. La misma sorpresa tuvieron quienes lo entrevistaron no hace mucho cuando el individuo en cuestión decidió abrirse, después de tanto tiempo, a responder preguntas, aclarar ciertos puntos oscuros y, de paso, hacer las paces con su propia y meritoria leyenda. Este songwriter –protagonista de una desaparición tan fulminante como la de Howard Hughes y J.D. Salinger, y renacido como lo que parecía ser un profeta fundamentalista pidiendo la cabeza de Salman Rushdie– era un tipo de lo más simpático. Tan simpático como aquel autor de canciones delicadas y formidables que brilló en los ‘70 y que ahora -con un nostálgico álbum en vivo grabado hace casi treinta años– vuelve a maullar aquello de “No es momento de hacer cambios, relájate, tómatelo con calma...”.

REVIVIR (O CASI)

El disco se llama Majikat, fue grabado durante la gira norteamericana de 1976 –una superproducción con proyecciones, magos, bailarines y un escenario mutante, también se ha editado un DVD musical– justo antes de que el artista abrazara el Islam en 1977 y dos años después, luego de haber vendido unos 50 millones de discos, dijera adiós a todo aquello por considerar incompatible el show-business con su nueva fe. Aquí y ahora, Yusuf considera que tal vez se pasó de rosca con eso de dejar la música en nombre de Alá y que –antes de donar todos sus royalties y rematar sus guitarras y renunciar a su alias artístico– “no supe entender que también hay canciones en el mundo musulmán y que pueden ser un modo de celebrar a Dios. Digamos que interpreté de un modo demasiado radical la prohibición del Corán en cuanto a exhibirse y vanagloriarse ante una multitud. Hay música en el Corán, no está prohibida; pero entonces a mí me pareció algo muy frívolo”. Con el correr de los años, Yusuf se fue amigando con la idea de la letra y música: en 1995 grabó un disco doble titulado The Life of the Last Prophet, narrando la vida de Muhammad; la guerra en Bosnia le inspiró su primera canción en muchos años, “The Little Ones”, incluida en el álbum colectivo/benéfico I Have No Cannons that Roar; en el 2000 editó el álbum infantil A Is for Allah y, en el 2001, Bismillah –junto a varias estrellas musulmanas– traía una nueva versión de su clásico “The Wind”. Días atrás colgó en su site –www.yusufislam.org.uk– una canción nueva, “Indian Ocean”, que se puede bajar previo pago de dólar y monedas que irán a un fondo de ayuda para los huérfanos que dejó el tsunami. Pero lo más importante ha sido, de un tiempo a esta parte, su indisimulado entusiasmo por la reedición del catálogo propio –en el 2001 coordinó la edición de una caja retrospectiva de cuatro CDs– y la percepción de que “hay cosas buenas y positivas en muchas de mis canciones”. De ahí que permitiera que primero Boyzone -”chicos buenos y limpios”, según sus palabras– y más tarde Ronan Keating –a quien acompañó en la voz del “padre”– grabaran sendos covers de “Father and Son”. También se mostró encantado cuando les ganó sendas demandas a los periódicos The Sun y The Sunday Times, que alertaron sobre su supuesta relación con terroristas luego de que el pasado septiembre se le prohibiera a Yusuf la entrada a Estados Unidos y puesto ipso-facto de patitas en un avión de vuelta a casa. El dinero de la indemnización fue, por supuesto, entregado a varias causas benéficas. Y el año pasado -animado por uno de sus cinco hijos de Fouzia Alí, mujer musulmana– volvió a tocar la guitarra y se declaró “encantado por esta nueva zambullida en el mar de la creatividad”. Síntomas todos que nos permiten pensar que cualquier día de estos puede volver a ser el año del gato.

VIDA Nº 1

Pero antes de esto ya tuvieron lugar las correspondientes seis vidas. La primera de ellas nos muestra a Steven Demetri como el hijo de un popular griego-chipriota dueño de un restaurante muy conocido del West End –el Moulin Rouge– y de madre suiza. Steven Demetri no demora en ser apodado “Cat” por su propensión a trepar a los tejados del barrio. Su canción favorita es, claro, “Up in the Roof” de The Drifters y no demora en comprender que no le gustará demasiado heredar el negocio paterno. Cat adora a su padre, pero quiere ser otra cosa y, en el restaurante, hay un piano y tal vez sea ése el instrumento perfecto para la fuga y la tocatta. La colección de discos de su hermana es amplia –Sinatra, Gershwin, Holly– y Cat compone todas las artes, de regreso de su escuela católica en Drury Lane y antes de que abra el Moulin Rouge. En algún momento convence a su padre de que le compre una guitarra de 8 libras, y por las noches se escapa a un kebab-bar del vecindario y canta sus primeras canciones en público –nunca más de dos, Cat es muy tímido– y ofrece algún concierto en Hammersmith College of Arts que se ve interrumpido por un acceso de risa tonta. Y –a la hora de hacer memoria– se define como “un poco raro, un poco freak”. De ahí que no extrañe que las canciones por venir sonarán tan bien en películas protagonizadas por adolescentes disfuncionales y artísticos como Harold and Maude (1972) de Hal Ashby o Rushmore (1999) de Wes Anderson.

VIDA Nº 2

Y un entrepeneur griego amigo de su padre consigue una entrevista con el productor Mike Hurst de la Decca. El hombre se siente tan impresionado por lo que oye que ficha a Cat a los 17 años e inaugura en su honor el subsello Deram, al que más tarde llegarían David Bowie y The Moody Blues. Lo primero que desaparece es su nombre original y elige eso de Cat: “Un nombre inolvidable”. Lo segundo es buscarle un nuevo look y aquí viene este chico con aires de príncipe edwardiano enfundado en trajecitos de pana y terciopelo muy Carnaby Street. Lo tercero es su primer y extraño hit: “I Love my Dog”. Una cancioncita muy pegadiza, con arreglos barrocos de cuerdas y bronces, una voz que suena mucho más adulta de lo que en realidad es y un estribillo donde se afirma: “Amo a mi perro tanto como te amo a ti”. Alcanza el Nº 28 en las listas de ventas. Nada mal. Le siguen un puñado de pequeñas obras maestras –todas duran menos de tres minutos– de carácter igualmente extraño: la dickensiana y deprimente y muy en el espíritu de The Kinks “Matthew and Son” (que alcanza el Nº 2) y la violenta “I’m Gonna Get me a Gun” (única sobreviviente de un proyecto para un musical sobre Billy The Kid), la más normalita y acaso irónica “Here Comes my Baby”, y un clásico a prueba de balas: “The First Cut Is the Deepest”. Buscar y encontrar todos ellos en recopilatorios como First Cuts o Early Tapes o New Masters. Y, claro, Cat se hace amigo de Jimi Hendrix, y sale de gira con The Walker Brothers, y fiestas y clubs y discotecas y botellas e hierbas varias y chicas, y todo esto a los 18 años. Y una mañana de principios de 1968, luego de una noche larga, el gato se despierta tosiendo...

VIDA Nº 3

... y tose y tose y tose y no para de toser como uno de esos gatos atragantados con una bola de pelusa. Y lo que acaba escupiendo es sangre y el diagnóstico es pleuresía y tuberculosis. Y lo llevan al veterinario y queda internado y casi se muere ahí adentro. Y primera desaparición y larga convalecencia y adiós a la compañía de músicos y reencuentro con la guitarra acústica y la decisión de reinventarse: adiós a los trajes y bienvenidos los jeans y las remeras y la barba y el pelo largo y rizado y un sonido más acústico en perfecta sintonía con los tiempos que están cambiando: el sueño acuariano terminó y ya nadie cree en la revolución eléctrica o la utopía realizada y, para cuando se levanta y anda, Cat está en perfecta sintonía con el amanecer ocre de losresplandecientes cantautores confesionales. Y Cat piensa: “La Muerte es la Gran Recordadora. No hay modo mejor de recuperar la sobriedad que pensar en La Muerte”.

VIDA Nº 4

En junio de 1970, Cat Stevens publica –con producción del ex Yardbird Paul Samwell-Smith, quien le obsequiaría un sonido entre duro y delicado, sin adornos, pero con los toques justos a la hora de los preciosos arreglos– Mona Bone Jackon: su mejor trabajo. Allí está el hitsingle “Lady D’Arbanville” –dedicado a su, por entonces, novia Patti–, pero hay cosas mucho más interesantes: la cínica “Pop Star”, la furiosa “Mona Bone Jackon”, las amorosamente exquisitas “Maybe You’re Right” y “I Wish I Knew” y “Fill my Eyes” y “Trouble” y las ya casi místicas “Lilywhite” y “Time” y “Katmandu”, donde un muy joven Peter Gabriel toca una flauta muy shaolín. Ese mismo noviembre, Cat Stevens lanza Tea for the Tillerman, que incluye ya tres de sus clásicos: “Wild World” y “Hard Headed Woman” y “Father and Son” (malinterpretado como oda para superar la brecha generacional que, en realidad, no es otra cosa que el residuo de un proyecto para musical sobre... la revolución rusa). Y un saludable grupo de joyas más exóticas como “Longer Boats”, “Into White” y la breve pero tan emocionante “Tea for the Tillerman”. En septiembre de 1971, Teaser and the Firecat –”Peace Train”, “How Can I Tell You”, “The Wind”, “Morning Has Broken” (con Rick Wakeman al piano) y la canción favorita de Cat Stevens: “Moonshadow”– cierra lo que es, con justicia, considerada la trilogía dorada y jamás superada del artista. Canciones simples, pero dotadas de ese toque de genio que las separa de la obra de gran parte de sus contemporáneos y que las mantiene jóvenes hasta el día de hoy. Para entonces Cat Stevens es el indiscutible artista/estandarte del sello Island, es millonario (Tillerman y Teaser permanecieron, respectivamente, más de 79 semanas en las listas de discos más vendidos), pero...

VIDA Nº 5 ...

no se sentía –suele ocurrir en las alturas– satisfecho consigo mismo. En 1972, los primeros síntomas de esa incomodidad se dejan oír en Catch Bull at Four y en sus iracundos singles “Can’t Keep It In” y “Sitting”. Y, alerta roja, el título del álbum provenía de un tratado budista del siglo XII que enseñaba los pasos a seguir para conseguir la autosuperación. La búsqueda se continuaba con el pretencioso y un tanto críptico Foreigner (de 1973, y, por primera vez, con un único hit tarareable en “The Hurt”), Buddah and the Chocolate Box (1974, donde destacaba “Oh Very Young”) y un regalo providencial de David, uno de sus hermanos: un ejemplar del Corán. Es por esos días cuando –en medio de una gira triunfadora por Estados Unidos– La Gran Recordadora ataca de nuevo: Cat Stevens se mete en el mar de una playa de Malibú y la corriente es muy fuerte y la orilla de pronto está tan lejos y comienza a ahogarse y entonces supo “lo débiles y frágiles que somos. Le pedí ayuda a Dios y recibí su respuesta y, de pronto, las olas me llevaron suavemente hasta la orilla”. Y Cat se convirtió en Yusuf. Lo que siguió fue una suerte de anticlímax. El disco live obligatorio –Saturday Night, de 1974– y el rejunte de rigor pero no por eso menos espléndido Greatest Hits –de 1975, con la novedad desvaída de la carnal y posteriormente negada “Two Fine People” y “Another Saturday Night”, cover de Sam Cooke– dieron paso a álbumes tan desganados como extraños. Numbers (de 1975) es uno de los discos conceptuales –esa peste setentera– más bizarros de la Historia, narrando la historia de los números que van del 0 al 9 y el modo en que se drogan con algo llamado “Banapple Gas” para conseguir extrañas ecuaciones y todavía más extraños resultados. Izitso (1977) venía recargado de sintetizadores y con un single fracasado: “(Remember the Days of the) Old School Yard”. Back to the Earth fue lanzado en 1979 como un nuevo retorno, pero en realidad era el final de un largo adiós. A partir de entonces,recopilaciones, las mismas grandes canciones de siempre, alguna de ellas interpretada por algún artista de moda y, ay, Yusuf aprobando eso de que había que perseguir y matar al perro infiel Rushdie. Y así fue como la falta de curiosidad mató al gato.

VIDA Nº 6

La vida de ahora. Una suerte de animación suspendida que, de tanto en tanto, emite débiles pero atendibles señales como el DVD y CD Majikat. Cápsulas temporales –veinte tracks– en las que se ve y se oye representado lo espantoso (“Majik of Majiks”, “Banapple Gas”, “The Hurt”, “King of Trees”, “C79”), lo célebre (“Father and Son”, “Wild World”, “Oh Very Young”, “Moonshadow”, “Peace Train”) y lo para siempre sublime: “Lady D’Arbanville”, “The Wind”, “How Can I Tell You”, “Hard Headed Woman”, “Sad Lisa” y “Fill my Eyes”. Uno y otro son buenas y atendibles ocasiones -aunque por momentos esos arreglos nuevos y esas coristas nublen un poco el cielo– para recordar (Remember se tituló la antología de 1999, subtitulada The Ultimate Collection) la obra hecha vida de Cat Stevens. Un artista que parece empezar a reconciliarse con ese alguien –ese otro yo– que jamás dejará de brillar, incluso en la oscuridad de un retiro que, por fin, parece comenzar a retirarse.

VIDA Nº 7

Dios dirá. Alá es grande. Félix es todopoderoso. Oremos: Gato nuestro que estás en los tejados...

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