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Domingo, 24 de abril de 2005

LIBROS “EL SILENCIO”, LA NUEVA INVESTIGACIóN DE HORACIO VERBITSKY

“La Iglesia es el cerebro que arma el brazo militar”

En su nuevo libro, El Silencio, Horacio Verbitsky desmenuza la complicidad de la jerarquía eclesiástica con la última dictadura militar y saca a la luz los fundamentos teóricos que el catolicismo aportó para que se consumara la mayor masacre de la historia de este país. En esta entrevista, el periodista cuenta por qué la Iglesia argentina estuvo siempre del lado de las clases dominantes y conjetura los paisajes posibles que la elección del nuevo Papa dibujará aquí y en el mundo.

 Por Victoria Ginzberg

El primer recuerdo de Horacio Verbitsky relacionado con la Iglesia Católica es el del frío invernal del patio de una escuela primaria pública de la provincia de Buenos Aires. Allí era donde, hace más de cincuenta años, debía permanecer junto a dos compañeros mientras el resto del curso escuchaba la clase de religión. “Cuando terminaba y salían todos, siempre había alguno que nos decía ‘ustedes mataron a Jesús’ y se armaba la de trompadas. Treinta contra tres. No paraba hasta que alguna nariz sangraba o algún diente volaba. Si de mi abuelo (un judío practicante) tengo el recuerdo del ritualismo y el formalismo, de la religión católica recuerdo la agresividad, el triunfalismo, el fundamentalismo. También me acostumbré a pelear contra eso: éramos tres, pero no siempre eran nuestras narices las que sangraban. A menudo era la de alguno de los otros. Para mí también fue formativo”, señala el periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

El vínculo actual de Verbitsky con la Iglesia es del orden del análisis y la reflexión, la amistad con algunos sacerdotes tercermundistas que fueron perseguidos y la admiración por los pisos de la catedral de San Marcos, en Venecia, cuyas imágenes frente al escritorio de su oficina sin ventanas –pero con una gran biblioteca, fotos y cds– lo acompañaron mientras escribía su último libro.

Verbitsky acaba de publicar El Silencio, la historia de la isla del Tigre donde la patota de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) escondió de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a un grupo de detenidosdesaparecidos. La propiedad donde funcionó provisoriamente el centro clandestino del Delta había sido el lugar de recreo del cardenal arzobispo de Buenos Aires y, según figura en las escrituras, fue vendido a los marinos –que usaron documentos falsos a nombre de un ex detenido de la ESMA– por quien era secretario del vicariato castrense durante la dictadura, Emilio Teodoro Grasselli.

El Silencio no se limita a describir la complicidad de la jerarquía eclesiástica con la última dictadura militar –algo que también había abordado el fundador del CELS Emilio Mignone en el clásico Iglesia y Dictadura–, sino que desentraña el soporte teórico aportado por el catolicismo para la consumación de la mayor masacre de la historia argentina. “La Iglesia –explica Verbitsky– no sólo bendijo las armas de la dictadura y justificó la tortura con argumentos teológicos, sino que también fundamentó, a lo largo de todo el siglo XX, el desprecio por la democracia, por la voluntad popular, por la libertad de expresión y por la libertad crítica que está en la base de todas las intervenciones militares en la política. La Iglesia es el fundamento dogmático de lo que viene después: define los conceptos y se los predica a los militares. Es el cerebro que arma el brazo militar.”

El columnista de Página/12 rastrea los orígenes del término “subversión” tal como lo usarían luego los represores. Según revela, la elaboración que llega a Argentina está hecha por la organización integrista Cité Catholique que desembarcó en Buenos Aires en 1958, tuvo una inserción importante en el ejército francés, participó a través de militares y capellanes en la guerra de Algeria y justificó los métodos empleados en esa batalla, los mismos que usarían años después los represores argentinos. El cimiento dogmático hay que buscarlo en un libro de Jean Ousset, Le Marxisme-léninisme, donde se señala que el aparato revolucionario es antes ideológico que político, y antes político que militar. Verbitsky sostiene que éste es el fundamento de la amplitud de la represión: “En Francia, si bien tuvo una implantación fuerte en las capellanías castrenses y entre los propios militares, este sector fue rechazado por el Episcopado francés, que lo denunció y lo condenó. En Argentina, en cambio, esa línea fue hegemónica. El libro de Ousset fue traducido al castellano por un coronel del Ejército y prologado en su primera edición en castellano por quien era cardenal arzobispo de Buenos Aires y al mismo tiempo vicario general castrense, Antonio Caggiano, cuyo secretario familiar era monseñor Grasselli”.

El Silencio es la concreción de una vieja y postergada idea de su autor: narrar cómo fue posible que un campo de concentración funcionara en una propiedad eclesiástica y describir los cínicos encuentros de Grasselli con los familiares de desaparecidos y la participación del cardenal Jorge Bergoglio en el secuestro de dos jesuitas. Pero mientras hacía la investigación, Verbitsky fue acumulando material que le permitió escribir más de mil quinientas páginas y que guardó para un próximo proyecto: un siglo de historia política de la Iglesia argentina (1884-1983).

“Una de las cosas que me interesan –señala– es analizar por qué una rama local como la argentina tiene un proceso tan diferente a la de la brasileña. Tiene que ver con la estructura de clases del país, del clero y con la inserción de la Iglesia en las respectivas sociedades. La Iglesia argentina ha sido históricamente la Iglesia de las clases dominantes, aunque hubo una ruptura histórica importante con el liberalismo a fines del siglo XIX. Pero en la década del 20 esa fractura se cierra y la Iglesia pasa a ser el gran mentor ideológico de la oligarquía argentina y de las Fuerzas Armadas a partir del temor al comunismo, a partir de la revolución fallida de 1905 y la exitosa del ‘17. Descubrí que las grandes fortunas argentinas son aportantes de primer nivel a las finanzas del Vaticano. Hay reconocimientos explícitos por parte de la Iglesia por los aportes económicos que se hacían no sólo para sostener a la Iglesia argentina, sino para sostener al Vaticano con colegios e iglesias en Roma.”

El Silencio se publica diez años después de El Vuelo, el libro en el que el ex marino Adolfo Scilingo se “confesó” con Verbitsky y admitió su participación en el asesinato de prisioneros de la ESMA que eran arrojados vivos al mar desde aviones de la Armada. Las palabras de Scilingo –que el martes fue condenado en España a 640 años de prisión– iniciaron una nueva etapa en la relación de la sociedad argentina con los crímenes del terrorismo de Estado. Para muchos fue el momento a partir del cual ya no era posible negar los hechos. El nuevo período se nutrió con la aparición de una generación encarnada en los hijos de desaparecidos y de una mayor voluntad de escuchar a los sobrevivientes que –junto con el resto del movimiento de derechos humanos– denunciaban a los militares desde que lograron salir de los campos de concentración. Y además reactivó los juicios, en Argentina y en el exterior.

Verbitsky asegura que nunca logra anticipar la repercusión que pueden tener sus libros: ni las denuncias de corrupción de Robo para la Corona, ni los escándalos judiciales de Hacer La Corte, ni el hito que significó El Vuelo. No cree en Dios. Ni siquiera tuvo un atisbo de pensamiento místico cuando hace seis años estuvo “al borde de la muerte”. Pero admite que con El Silencio “pasan cosas muy misteriosas”: en el momento en que aparece –fue entregado a la editorial en septiembre del año pasado–, el vicario castrense Antonio Baseotto dice que hay que tirar al mar al ministro de Salud porque osó manifestarse a favor de la despenalización del aborto; se muere Juan Pablo II y Bergoglio es candidato al papado. “Si yo fuera creyente... diría que Dios lo quiso”, bromea el periodista.

Bergoglio se tuvo que conformar con el puesto de campeón moral que le atribuyen algunas crónicas y, en cambio, la Iglesia Católica designó como líder máximo al alemán Josef Ratzinger. ¿Puede influir en Argentina el nombramiento del nuevo Papa?

–Si uno toma en cuenta la última homilía de Ratzinger como cardenal –dice Verbitsky– es un regreso absoluto al integrismo: la idea de que hay una única verdad que es revelada por Cristo e interpretada en la tierra por la Iglesia y que todo tiene que ajustarse en esa única verdad. Ahora, en su primera misa como Papa, Ratzinger planteó retomar las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que es justamente la crítica del integrismo. Y estamos haciendo este reportaje antes de saber cuál va a ser su primer pronunciamiento doctrinario.

¿Tendrá alguna consecuencia palpable en Argentina?

–Si se conduce como Papa tal como se ha manejado como cardenal –porque eso está por verse–, no dejaría de tener consecuencias. Ratzinger fue el disciplinario que combatió la inserción en la Iglesia brasileña de la Teología de la Liberación. Podría pensarse que si Ratzinger se comportara en el papado como en el Santo Oficio, reforzaría todas esas tendencias y desalentaría cualquier intento de renovación. En esa última homilía se refiere a esas cosas como “modas” y dice que hay que luchar contra las modas.

¿Es posible un escenario de tensión entre el Vaticano y el gobierno argentino?

–Es difícil saberlo. Una de las características de la Iglesia es su acomodamiento con el poder temporal, su voluntad no confrontacional con los poderes temporales, de modo que por un lado está la línea marcada en sus años de cardenal por Ratzinger y por otro esta tradición tan arraigada de la Iglesia que tiene que ver con sus 20 siglos de supervivencia, que es la alianza permanente con todos los poderes.

¿Puede la Iglesia convertirse en el espacio que aglutine a aquellos que todavía reivindican el terrorismo de Estado?

–Nadie puede reivindicar la represión en la Argentina. La Iglesia tampoco. Hubiera sido distinto si Bergoglio hubiera sido Papa. Tal vez hubiera puesto todo el peso del Vaticano en la reivindicación de la dictadura, así como Juan Pablo II lo puso para acabar con el gobierno comunista en Polonia. Tal vez hubiera sido el surgimiento de un poder paralelo que hubiera creado una crisis política en Argentina, pero por suerte, o gracias a Dios, el Espíritu Santo eligió a un alemán, o sea que el problema lo va a tener Schroeder. No tengo temor de que la Iglesia les dé a los militares un espacio de aglutinación. Así como no lo han condenado a Baseotto, ningún obispo salió a reivindicar la dictadura. Hay serios indicios de que los militares procedieron como lo hicieron porque la Iglesia les dijo que lo hicieran. Pero la idea de que ellos iban a evitar la condena de la Iglesia y con eso se solucionaba todo el problema es una idea anacrónica, propia del fundamentalismo y del integrismo. Es creer que la sociedad se rige todavía por lo que dice el Vaticano o la Conferencia Episcopal Argentina, y eso no va más. Esta es una sociedad pluralista, diversa, predominantemente laica; no porque no haya creyentes, sino porque el Estado es laico y la sociedad también, en el sentido en que no es admisible que los preceptos de la religión guíen las instituciones del Estado y la vida cotidiana de las personas. Es un tema privado, de la conciencia de cada uno, y nada más.

El Silencio se presentará en la Feria del Libro el sábado 30 de abril. Participarán el artista plástico León Ferrari, Víctor Basterra (sobreviviente de la ESMA) y el sacerdote Eduardo de la Serna.

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