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Domingo, 8 de mayo de 2005

MúSICA > KENJI “DAMO” SUZUKI CANTA CON LA REYNOLS EN BUENOS AIRES

La voz samurai

Lo reclutaron en una calle de Munich, donde adoraba al sol aullando, y desde entonces –1970– fue la voz cantante de la legendaria banda alemana Can. Después renunció y se hizo testigo de Jehová. Volvió a la música a mediados de los ‘80, pero recién en 1997 puso a punto una nueva criatura sonoro-anarco-conceptual: el Damo Suzuki Network, una red musical planetaria que celebra conciertos instantáneos y opone a la violencia del poder la vitalidad espontánea de la comunicación.

por Norberto Cambiasso

La conjunción intempestiva entre la fortuna y la irresponsabilidad fue la encargada de que Kenji “Damo” Suzuki subiera por primera vez a un escenario. Cierta tarde de mayo de 1970, Holger Czukay y Jaki Liebezeit –la base rítmica de una banda alemana que el tiempo volvería legendaria– ven desde la ventana de un café de Munich a un músico callejero, un japonés que parecía estar gritando mientras adoraba al sol. Uno le comenta al otro: “Aquí está nuestro cantante”. El otro responde: “No puede ser verdad”. Acto seguido, Czukay sale a la calle y le pregunta al japonés: “¿Puedes venir esta noche a un concierto?” “Sí, no tengo nada mejor que hacer”. Así, de esa forma repentina y despreocupada, Damo Suzuki se convierte en el nuevo vocalista de Can. Esa misma noche, Suzuki empieza el concierto en un tono muy tranquilo, casi zen, hasta que se larga a aullar como un samurai y a gritarle a la audiencia. Razón suficiente para que se desencadene una batahola y el público abandone la sala. Apenas un puñado de fans permanece hasta el final del show.

Damo participa de la época dorada de Can, la que abarca discos como Tago Mago (1971), Ege Bamyasi (1972) y Future Days (1973), los puntos álgidos de sus fabulosos talentos. Allí alcanzan una síntesis perfecta de elementos contrapuestos: su asombrosa capacidad instrumental sometida a una voluntaria economía de recursos, el gusto por la espontaneidad y la obsesiva atención a los detalles, un mecanismo compositivo basado en extensas improvisaciones y la cuidadosa edición en estudio por parte de Holger Czukay, quien demuestra toda su genialidad en la tarea.

Can se aproxima a los géneros musicales como si fueran materiales en crudo. El jazz, el rock, el soul, el funk, el reggae, la electrónica, el minimalismo, la música étnica y hasta el tango y el vals son reelaborados por la banda en un caldero de influencias que genera un sonido que sólo se parece a sí mismo, pero que muchos imitarían en el futuro.

El japonés contribuye con las inflexiones eróticas de su voz, sin decir nada en particular pero comunicándolo todo en esas texturas melódicas que rechazan el canto en favor de la improvisación. En sus propias palabras: “No puedo cantar, uso la voz como un instrumento. No estoy demasiado interesado en nada en particular, por eso no canto sobre algo concreto. Improviso la melodía y la textura. A veces suena como inglés, francés o alemán, pero realmente es el lenguaje de la Edad de Piedra”.

En septiembre del 73 renunciará para casarse con una alemana y convertirse a la fe de los testigos de Jehová. Recién en 1984 retornará a los escenarios, esta vez como miembro estable de otra banda germana, Dunkelziffer. Y tres años más tarde formará su propio grupo, la Damo Suzuki Band.

Pero será a partir de 1997, con la constitución del Damo Suzuki Network y el proyecto complementario de una gira interminable cuando recuperará su antigua condición de trotamundos. Interrogado sobre esa gira, a la que bautizó Never Ending Tour, Damo cuenta que la idea se le ocurrió mientras “regresaba a Europa y en el aeropuerto Kennedy escucho la noticia de que Estados Unidos estaba bombardeando a Irak. Ese simio de presidente mató a muchos niños y civiles. Los norteamericanos, a diferencia de los europeos, aún creen en la violencia. Piensan como se pensaba en Europa durante la Edad Media. La violencia no sirve para nada: sólo trae más violencia. Pensé que tenía que hacer algo para que las futuras generaciones puedan vivir en paz y en libertad. Lo más importante en la sociedad humana, además de vivir, comer y vestirse, es la comunicación. Y la música es maravillosa porque te permite comunicarte más allá de las diferencias de lenguaje”.

En eso ha estado empeñado durante estos últimos años: en comunicarse con una asombrosa cantidad de músicos de todo el mundo. El resultado –el Damo Suzuki Network– es una suerte de apología del momento, un intento de reconstituir los lazos entre las personas en un entorno amenazado por laviolencia. Se trata de una red de contactos que funciona a través de lo que denomina “correos sonoros”: “Los músicos me contactan y organizamos un concierto en cualquier parte del mundo. No hace falta ensayar, ni ningún concepto. La información te quita libertad. Crear el momento vuelve a la gente mucho más fuerte”.

Y aunque de esas asambleas espontáneas de músicos ha surgido una considerable cantidad de discos, Damo insiste en que “la idea no encaja con un capitalismo del que mucha gente es esclava aunque no se dé cuenta. Como correo sonoro me divierte crear con otros jóvenes correos sonoros desconocidos, y espero que ellos mantengan la cosa en ese plano, de generación en generación”.

Una curiosa ceremonia anarquista del instante que no renuncia a cierta trascendencia. ¿Un modo, también, de transformar el mundo desde abajo? Tal vez el público argentino pueda obtener una respuesta parcial el próximo 11 de mayo, cuando Damo se presente en Buenos Aires acompañado por Anla Courtis y Roberto Conlazo, dos músicos que ayudaron a dar vida al experimento Reynols, el grupo más heterodoxo de nuestro país en la década pasada y en cualquier otra. Damo promete que asistiremos a un proceso de composición instantánea cuyas diferencias con la improvisación, dice, misterioso, “podrán apreciar cuando concurran a nuestra performance en vivo”. Habrá que estar allí, entonces, para participar de la magia de esa comunidad restaurada, un ideal que el cantante japonés viene persiguiendo desde sus tempranos inicios con Can.

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