radar

Domingo, 9 de junio de 2002

MúSICA

EL COÑO QUE CANTA

Boca roja, rimmel corrido por las lágrimas, cigarrillo y whisky. Y una voz acanallada que baja y sale por donde sólo una mujer puede sacarla. Eso es María Jiménez, símbolo sexual indiscutible del neoflamenco: un huracán emocional que lleva vendidas 130 mil placas de Donde más duele, el disco en el que sus ovarios de gitana reinventan entera la lírica de su fan número uno: Joaquín Sabina.

 Por Rodrigo Fresán

Si hay fotos que dicen más de mil palabras, entonces hay alguna palabra que dice más que mil fotos. Canalla, por ejemplo. Pero canalla en el buen y mejor sentido de la palabra y “me cago en el Diccionario de la Real Academia Española”, diría María Jiménez. Porque ahí, en ese libraco, dice: “Canalla: gente baja, ruin. Persona despreciable y de malos procederes”, y María Jiménez se sintió canalla desde siempre. Canalla, que equivale a voz desgarrada y rabia rubia y rea real y ganas de pasarla bien pase lo que pase y si hay que llorar se llora. Cantante canalla de canciones canallas y admiradora del canalla Joaquín Sabina que la admiraba a ella, desde siempre, por canalla y por mujer con los ovarios bien puestos. “Tú cantas con las tripas”, le dijo él cuando por fin se conocieron. Y ella lo corrigió: “No, Joaquín: yo canto con el coño”. Y después él le contó que se emborrachaba por ella, que le dedicaba sus borracheras y que más de una noche componía pensando en ella y le dijo que por qué no hacían un disco juntos. Ella le explicó que no tenía contrato ni discográfica, que no estaba pasando por el mejor momento, que mejor más adelante. Pero un día, tres años después, María Jiménez puso la firma en la línea de puntos, juntó a grandes músicos amigos (hay dos guitarras de lujo, Enrique de Melchor y Gerardo Núñez, y los formidables “jaleos” y palmas de Enrique Pantoja y las hermanas de Ray Heredia) y a un productor legendario (Gonzalo García Pelayo, que lo define como “el mejor disco de rock que nunca grabé”) y reservó estudio y se puso a buscarlo a Sabina sin encontrarlo por ninguna parte, hasta que se lo gritó desde un programa de televisión para ver si la escuchaba. “Sabina, ¡coño!, llámame, que vamos a hacer el disco”, gritó la canalla de María Jiménez. Y el canalla de Sabina llamó a la canalla de María Jiménez y ya se imaginan la que se armó...

Los ovarios bien puestos
Y hay rostros que se las arreglan solitos para valer por mil explicaciones. El rostro de María Jiménez en la tapa del compact-disc Donde más duele: María Jiménez canta por Sabina lo dice todo ahí afuera, antes de cantarlo todo ahí adentro. Un rostro de boca roja y rimmel corrido por las lágrimas. Un rostro al que se acerca ese cigarrillo que sostiene con una mano y ese whisky Johnnie Walker etiqueta negra (“Juanito Andante de luto”, le dice con perfecta picardía gitana) que sostiene con la otra. Un rostro enmarcado por una corona de plumas de pavo real que no alcanza a distraer de las arrugas marcadas a fondo, porque “¿de qué sirve esconder ná si te vas a morir?” El encuadre se abre –otras fotos– y ahí está María Jiménez de cuerpo entero, emperifollada “de fiesta para ir al mercao”, como una vedette golpeada por la vida y con ganas, por fin, de devolver el golpe: “Antes contaba más mi imagen que mi música. Se quedaban con la parte erótica y no entendían el mensaje. Por eso ahora me he vestido de pavo real. Para que me vean de otra forma, con las plumas. Ya no se asusta nadie de nada. Aunque debo confesar que acabo de operarme las bolsas de los ojos después de que vi unas fotos en Hola en donde yo salía buenísima. Me dijeron que estaban retocadas, que siempre lo hacían... Así que me acosté debajo del cuchillo y me la pasé cantando ‘Con dos camas vacías’ durante toda la operación”, declaró días atrás en la revista de El País.
La imagen de María Jiménez. Todo un tema. María Jiménez nacida en Sevilla en 1950, nieta de gitano puro, hija de gitano tres cuartas partes. María Jiménez se enteró de que era gitana cuarterona recién después de que murió su padre, que no hablaba de la gitanería porque le daba vergüenza. Recién a los 32 años, mucho tiempo después de que todo gitano con el que se cruzaba le asegurara que “tú no eres paya, eres gitana, María Jiménez”. Entonces vino una hermana y le dijo: “Tengo un recado que darte, tú eres gitana”. Así, la cuarterona María Jiménez –súbita gitana confirmada– a finales de los ’70, sin tener la más puta idea de quién era Janis Joplin y de rodillas en el escenario, medias de red, falda corta y melena larga y aullando canciones orgásmicas con títulos como “Háblame en la cama” o “Me muero, me muero” y letras donde se oyen cosas como “Por desabrochar tus ropas modernas/por cabalgar vientre con vientre/me muero, me muero”, junto a agitanados covers de “Gracias a la vida” o “Alfonsina y el mar”. Eran los últimos días del Destape y las primeras noches de la Movida: pensar entonces en María Jiménez como el nexo nunca reconocido del todo entre la tradición revolucionada y la modernidad revolucionaria. María Jiménez, que empezó a cantar antes que nadie el “Vámonos” de José Alfredo Jiménez, antes que Almodóvar y Sabina lo descubrieran vía Chavela Vargas. “Es más: los mexicanos descubrieron su ‘Con golpes de pecho’ gracias a mi versión”, asegura hoy sin miedo a las represalias y con orgullo andaluz. María Jiménez: el más indiscutido símbolo sexual del neoflamenco que ella ayudó a parir, y que ahora define como “flamenco rock-pop” sin demasiadas ganas de teoría intelectual o geneaológica, porque para ella la cosa siempre fue letra y música y palmas y taconeo, más allá de etiquetas y filias. Una cosa está clara: el flamenco –como el blues– viajó del campo a la ciudad. Y en la ciudad se divierte mucho.
Entonces María Jiménez giraba por tablaos –“un mundo muy bonito, ni peligroso ni malo, nada de nada”– y empezaba en lo suyo al mismo tiempo que Paco de Lucía y Camarón, el Elvis indiscutido del asunto. María Jiménez, que llegó a la gran ciudad luego de ser un mito en Sevilla ya a los 14 años. Porque una cosa era estar tan buena “como una muñequita” y algo muy distinto estar tan buena y cantar tan bien. Los caudillos de la región la miraban fijo y se emborrachaban y se quedaban dormidos, y María Jiménez se burlaba arrancándose perlas de su collar para tirárselas y despertarlos a la altura de los estribillos.
Cansada de tirarles perlas a los chanchos, María Jiménez se va a Barcelona con quince años y medio. No le da miedo irse y no le da miedo llegar. Se queda embarazada a los diecisiete y ni se le ocurre abortar porque, misteriosamente, seguía menstruando, y recién se da cuenta de que algo está pasando a los seis meses, cuando el cuerpo apenas le cambia. Vuelve a Sevilla, deja a la niña con sus abuelos, se va a Madrid. Ahí se convierte en la legendaria reina del legendario tablado Las Brujas –lo que no le impidió ser madrina de bodas de la aristócrata Beatriz de Borbón, compañera de juergas palaciegas– y sigue cantando a una velocidad legendaria: hasta ciento cuarenta y ocho galas por año. Y en 1976, con el legendario Franco apenas enfriándose, saca su legendario primer disco que se convierte en legendaria música de fondo para polvos legendarios. Sí, los españolitos y las españolitas de la transición follaban con la voz de María Jiménez y los hijos que han tenido hoy escuchan a la nueva María Jiménez cantando los polvos que le escribió Sabina, sin conocerla, con las letras justas.
Dice María Jiménez que cuando le puso Donde más duele a su hijo de 19 años, el chico “se levantó. Y me abrazó. Y empezó a llorar. Y me dijo: ¡Mamá, qué bien cantas!...”. Dice María Jiménez que ahora va por las calles de Madrid y desde las motos los chavales le gritan “¡Tú que eres tan guapa y artista!” y que ella les responde, siempre, con un “Olé, Olé”. Dice María Jiménez que volvió para quedarse.

Por rumbas y bulerías
Porque María Jiménez se había ido. Luego de su explosión de nova sexual donde se reconocía salvaje pero no erótica, porque “ser erótica es algo más sofisticado”, María Jiménez comenzó a padecer los problemas que padecen los grandes en serio. Los grandes en serio son tan grandes que no se sabe por dónde agarrarlos, y María Jiménez fue rechazada como “folklórica hortera” por los modernillos de la Movida –a pesar de ser protagonista de primer orden del nuevo flamenco setentero, pero, se sabe, entre el ‘79 y el ‘80 hubo un año luz– y nunca tuvo a su favor a la crítica progre, que la consideró un producto para clase media baja. Con Los Chichos y Los Chunguitos alcanzaba y sobraba para que los raros peinados nuevos conectaran un poquito, lo justo, con las raíces lumpen y el corte de pelo cola-de-pato antes de arrancarlas de cuajo. A eso se sumó la pronta asimilación de su cuerpo por la crónica rosa: romances, bofetadas, gritos y su matrimonio con el galán Pepe Sancho (una especie de padre ibérico de George Clooney) que se convierte en folletín de multitudes y se rompe y se pega y vuelve a romperse hace unos meses, cuando María Jiménez, siempre perfecta en el rol de Juana La Loca, es abandonada por el actor.
Pero lo que de verdad quebró a María Jiménez en dos fue la muerte de su hija Rocío, de dieciséis años, en un accidente de auto a mediados de los 80. Ahí se encerró en su chalet a cal y canto, como mujer escrita por Lorca, y se la vio poco y nada. Grabó un disco en silencio, sí, creo. Porque lo suyo era sufrir a los gritos y a solas. En su casa. Algún año se iba a hacer el Camino del Rocío, esa festividad folklórica con virgen, jarana y estrellas de la farándula flamenca, y cantaba para los amigos de siempre y los amigos de hace cinco minutos. Ya lo dije: meses atrás, otra vez en la prensa rosa. Dicen que Pepe Sancho, que le metió los cuernos a lo grande y se fue, ya está arrepentido. Pero María Jiménez ya está en otra: está en poner todo ese dolor acumulado en años en un solo lugar, un lugar redondo como un compact.
En realidad, la vuelta había comenzado antes que la revuelta. Un doble recopilatorio de grandes éxitos en 2000 volvió a ponerla en todos los tímpanos. Y, además, lo más importante: El Lichis, voz del popularísimo grupo La Cabra Mecánica, se cruzó con un poster de María Jiménez en una calle de Malasaña y se le ocurrió que estaría muy bien que ella cantara con los suyos el tema “La lista de la compra”. María Jiménez ya sabía de los neorrumberos de La Cabra Mecánica: “Había escuchado esa canción que dice ‘Que te follen, que te follen, que te follen’ y me dije ‘Pero yo tengo que grabar con estos tíos...’”. Cuando llamaron a su puerta, María Jiménez les tiró un “traedme una botella de Johnnie Walker etiqueta negra y yo les grabo lo que quieran”. Le cambió un poquito la letra a “La lista de la compra” y la grabaron y después estuvieron tomando cubatas hasta el amanecer y El Lichis volvió a su casa y jura que no pudo parar de llorar de la emoción durante dos días y de allí se fueron juntos hasta los primeros puestos de ventas y listo el terreno para el postergado ingreso de María Jiménez a la modernidad, a esa nueva manera de entender lo popular y lo ibérico que hoy mezcla como en coctelera punk-ska, raggamufin, tex-mex, chotis, pasodoble, beat, rumba y lo que venga, con tal de que sacuda los pies y haga dar palmas y saque a Joaquín Sabina de su propio encierro (luego de sus problemas de salud). Porque poca cosa hay más fuerte que dos encerrados y cansados de tanto encierro. La impresión que se tiene al oír Donde más duele –mucho, muchísimo más que un simple disco de covers– es que por fin todas esas canciones de Sabina encontraron la voz que las andaba buscando.

Se dice de ella
A María Jiménez se la ha comparado con James Brown (por su manera de darlo todo en el escenario: una noche se reventó la vejiga bailando), con Bob Dylan (por el modo en que pone la intención exacta en la palabra justa) o con Marlene Dietrich (por cómo fabrica silencios entre una estrofa para llenarlos con su figura). Pero lo cierto es que María Jiménez canta rumbitas del mismo modo en que Tita Merello cantaba milongas: por las suyas y con las piernas abiertas, o –como define El Lichis– “como un mujer muy de raza, de sacar el potorro y ponerlo encima de la mesa”. “¡Yo siempre he sido auténtica...! ¡Puedo cantar hasta enpelotas!”, retruca María Jiménez vestida de pavo real en el clip de “Con dos camas vacías” y llevándose la mano a la nariz cuando llega a la parte de “Ya no cierro los bares/Ni hago tantos excesos”. María Jiménez dice lo que se le canta y canta como si lo dijera. Y así está cantado Donde más duele, subtitulado por la propia María Jiménez como El no follar se va a acabar. Construido alrededor de doce canciones de amor desamoradas –“En la música yo busco la interpretación, y se interpreta el desamor mejor que el amor porque es más fuerte”–, arrancando con un inédito de Sabina (ver recuadro) y girando alrededor del leitmotiv de la hembra abandonada pero invulnerable, María Jiménez ni se molesta en cambiar los masculinos (de los versos de Sabina) a los femeninos (de ella) porque se entiende igual, y no hay nada más unisex que un corazón roto con ganas, también, de que lo arreglen. De ahí el clima de jolgorio y alegría desesperada que recorre todo el disco: “Me ha costado gotas de sangre, tenía mucho dolor dentro, una herida abierta tan grande que he ido al estudio llorando, sin dormir, después de pasarme la noche gritando. He cantado como he podido, a base de cojones. Siempre digo que todo está de Dios y que tenía que pasar esto para que yo cantase así. Estando tan jodida, tan dolorida, no veía el momento de contar todas las cosas desagradables que llevaba dentro... He disfrutado mucho”.
María Jiménez –que nunca soportó a esos gilipollas que le piden que se ponga a cantar en cualquier parte– dice que “soy cantante pero no tonta” y que sólo canta “cuando le sale del coño”. Y nunca le ha salido mejor que aquí.
Volver
Cuando a María Jiménez le preguntan cómo cree que va a funcionar su nuevo disco, ella se lo piensa un poco y responde: “Pues con un discman, por ejemplo. Ja, ja”. Después se pone un poco seria y responde que “la cosa pinta bonita” y que está bien que “de tanto mal rollo salga algo bueno”. Por el momento, en un par de semanas, en pleno furor de los clones de Operación Triunfo, lleva vendida la nada despreciable cifra de 130 mil copias. Y sigue subiendo y sumando. Y ya viene la gira del verano –“Tres días por semana, no pienso dejarme la piel”– y el circuito televisivo y su aparición como figura invitada y reinventada en galas de músicos jóvenes que se rinden ante esta señora más joven que todos ellos juntos, que llega ahí caminando como el Juanito Andante de luto y ahí se para y mira fijo y abre bien grande la boca para que la voz le baje hasta las tripas, taconee un poco y, entonces, directo y derecho hasta alcanzar el coño para que, cuando le salga del coño, uno la oiga cantando aquello de “cada vez son más tristes las canciones de amor”.

Las declaraciones de María Jiménez que aparecen en esta nota fueron extraídas de diversas entrevistas con la cantante publicadas en El País, Rolling Stone, diversos sitios de Internet y otros medios españoles. El autor de estas líneas agradece a todos ellos.

Compartir: 

Twitter

SUBNOTAS
 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.