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Domingo, 15 de mayo de 2005

PERSONAJES > QUé FUE DE TADZIO

Venecia sin ti

 Por Moira Soto

“Aschenbach advirtió con asombro que el joven tenía una cabeza perfecta. Su rostro pálido y preciosamente dibujado, encuadrado de cabellos de color miel, su nariz recta, su boca fina y una expresión de deliciosa serenidad divina, le recordaron los bustos griegos de la época más noble. Y siendo su forma de clásica perfección había en él un encanto tan extraordinario que el observador debía de reconocer la imposibilidad de hallar nada más acabado.” Así recibía el flechazo el protagonista de Muerte en Venecia, la nouvelle de Thomas Mann que narra el loquísimo amor de un prestigioso escritor cincuentón por un tierno adolescente, nada más llegar al Lido de Venecia en pos de descanso y olvido.

Ese fue el chico que salió a buscar Luchino Visconti por Suecia y países contiguos para que adornara su personal versión cinematográfica del libro. Durante el invierno de 1970, el director italiano, arrebujado en pieles según se lo ve en un documental que se hizo sobre esa ansiosa gira, anduvo a la caza del rubito fatal que reemplazara a Miguel Bosé (su ahijado y primera elección, pero papaíto Dominguín, el célebre torero, se negó cautelosamente, con lo que apenas retrasó un poco las tendencias de su bonito crío). Por fin en Suecia y gracias a una abuela cholula, Visconti se encontró con –volviendo al relato del escritor alemán– “la cabeza de Eros, la piel de marfil, los rulos dorados” de Björn Andressen, el Tadzio soñado. Bello como un ángel de Filippino Lippi, como una virgen de Messina, con la ambigüedad de la dama del armiño de Leonardo... Y en la justa edad fronteriza entre la infancia y la juventud.

“Esa película me lo quitó todo. Por eso ahora les hago pagar a los que quieren oír hablar de ella”, dijo en enero pasado, a duras penas disimulando su hastío y su amargura, un Andressen hecho pedazos a los 50. El coprotagonista de la obra maestra de Visconti fue invitado a celebrar su cumpleaños en París por la cadena gay Pink TV. Frente a la prensa, precisamente a la edad que tenía el personaje del escritor convertido en músico (y caracterizado como Gustav Mahler) en el film, Andressen destiló su hondo malestar: “Soy el niño más viejo del mundo”. Recordó que a los 14 estudiaba piano –que sigue tocando, incluso compone– y que un mal día, empujado por una abuela que lo criaba –su madre se había suicidado cinco años antes– se vio posando para Visconti con el torso desnudo (acaso el cineasta quería comprobar el dibujo de sus costillas debajo de la piel, si sus omóplatos eran suficientemente lisos y si sus venas azulinas se notaban a través de la piel traslúcida, como quería Mann).

Por cierto, este actor quebrado precozmente, que después sólo hizo algunos papelitos intrascendentes en cine y teatro, afirma que cuando rodó Muerte en Venecia no tenía la más remota idea de cuál era el sentido de su personaje, de que estaba encarnando al objeto sexual más idealizado, más deseado, más turbador de la pantalla en mucho tiempo. Con un resto de pudor, en esa ronda de periodistas, Björn no contó que cuando se presentó Muerte... en el Festival de Cannes, Visconti y Bogarde lo pasearon como un trofeo por los bares gay de la costa francesa.

Al chico que mató de amor a Dirk Bogarde en la Venecia de 1911 con sus trajes marineros y sus maillots de baño, le pasó casi lo mismo que a tanto niño prodigio y adolescente marcados por un personaje de gran impacto, por un éxito fulminante en una etapa de la vida que a veces vuelve irremontable una carrera. Shirley Temple y Mickey Rooney quedaron detenidos, ellos también niños viejos. Sue Lyon no pudo ir más allá de Lolita. Judy Garland y Natalie Wood terminaron mal, muy mal. Linda Blair quedó como poseída y no hubo padre Von Sydow que la salvara. Edward Furlong y Macauley Culkin andan a los tumbos intentando normalizarse... Björn Andressen, que sólo cobró 4 mil dólares por la película que fue su maldición, perseguido por rumores nefastos a través de los años, hoy apenas quiere que lo llamen para actuar o dar conciertos. Aquel Tadzio soñador que retozaba en la playa, andrógino y gracioso bajo la mirada enamorada de Gustav Aschenbach, lo ha dañado irreparablemente.

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