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Domingo, 5 de junio de 2005

Inevitables: Salí - Teatro x 4

Tres Silvinas

El mundo de Silvina Ocampo en boca de tres mujeres.

Por Carolina Prieto
Con cambios en el elenco y la incorporación de un pianista, Inés Saavedra, en calidad de directora exclusivamente, vuelve a deleitar con una nueva versión de Divagaciones, segundo espectáculo basado en la obra de Silvina Ocampo después de Cortamosondulamos. Todos los detalles están cuidados y se integran en una puesta que captura el espíritu de la escritora y lo fragmenta en tres actrices, cuyas voces se entrelazan en una suerte de partitura musical de varios colores.
Erica Rivas, María Marta Guitart y Fabiana Falcón recrean a la poeta en diferentes momentos de su vida, desde la juventud hasta la madurez, y pronuncian versos y textos que se cruzan, de manera casi espontánea, en reflexiones sobre el amor, la soledad, la muerte, la espera, la mujer y el tiempo. “No son poemas enteros sino fragmentos que forman como diálogos”, comenta Saavedra, quien durante ocho meses tejió la estructura de la obra y se esforzó por quitarle todo sesgo de solemnidad, en el intento de ser fiel a la autora que podía abordar los temas más profundos con aparente simpleza. “Antes éramos cinco Silvinas en escena, ahora son tres y sólo una de ellas estaba en el elenco original. Sumamos además un músico, César Rojas, que también es poeta y tiene tal entendimiento de la palabra que sabe cómo acompañar desde la improvisación el fluir de las voces”, agrega. Las melodías de Ravel y Satie terminan de delinear el marco para un viaje a un mundo de ideas y sensaciones que se despliegan en una habitación y un patio interno, entre ventanas, vidrios de colores, plantas y muebles de época de una casona de la calle Medrano. Pero el disfrute comienza mucho antes, no bien se pone un pie en el Estudio La Maravillosa. Allí, licores caseros, fotos inéditas y libros dan la bienvenida a los espectadores que, una vez iniciada la función, sólo tendrán que entregarse a las ocurrencias del trío.

Divagaciones. Sábados a las 20.30 y domingos a las 20 en el Estudio La Maravillosa (Medrano 1360). Reservas al 4862-5458.

La gran enfermera

La medicina llevada al grotesco y el disparate.

Por C.P.
Madre e hijo permanecen sentados, inmóviles, uno al lado del otro, separados por el pie de metal que sostiene los sueros que alimentan a ambos. A un costado, una mujer imponente, de dimensiones enormes, lentes oscuros y aire enajenado, oficia de enfermera. Pero en realidad poco se ocupa de sus pacientes, mucho más atenta a lo que sucede afuera, a lo que puede espiar a través de una ventana que da al baño de hombres de una estación de tren. Allí se suceden encuentros ocasionales, escenas de sexo más o menos violentas que, en cierto sentido, prolongan las soledades, los sometimientos y las humillaciones que se respiran en el interior del cuarto.
Escrita y protagonizada por Hernán Costa, Las guardianas es una pieza breve, por momentos muy potente y de un humor negro que no aspira en lo más mínimo a describir los padecimientos físicos. Por el contrario, si el texto alude a trasplantes, ataques de epilepsias y diálisis, éstos son apenas el corolario de las alteraciones emocionales de la dupla y también de la seudo enfermera, un personaje de lo más freak que confunde medicamentos, padece lapsus mentales y explica todo en función de planetas y conceptos astrológicos. Así, la angustia cede enseguida ante el grotesco y el disparate. Y la desnudez escénica (apenas tres sillas y el suero, que los protagonistas desconectan caprichosamente o del cual beben como si fuera agua mineral) contrasta con la intensidad de los cruces verbales (algunos de una sordidez abrumadora; otros totalmente lunáticos, sobre todo en boca de la acompañante terapéutica que compone una impecable María Elena Mobi) y con los desplazamientos y juegos vocales del dúo, en el que se destaca Hernán Costa como un chico de muchas aristas, medio nerd y aturdido, pero también siniestro.

Las guardianas. Domingos a las 19 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). Reservas al 4862-0655.

Bichos

Del insecto al bípedo en 35 minutos butoh.

POR ANALIA MELGAR
Si se habla de piojos, pica la cabeza. Si de pulgas, aparece el escozor en toda la piel. Si de arañas, gritos y pavor. Sin embargo, en Didimas, coreografía de Daniel Vuillez y Pablo Fontdevila, un mundo de pequeñas alimañas toma posesión del escenario, pero nadie se sube a la butaca. Porque, por suerte, el desfile de pequeños insectos se condensa en los únicos dos cuerpos vivos visibles a lo largo de esta breve pero poderosísima obra. No hace falta Raid ni Cucatrap.
Todo en Didimas es original e impactante: está interpretada y concebida por dos hombres (combinación poco frecuente en la danza); sigue la extrañeza en la música de la finlandesa Kaija Saariajo; y continúa en los movimientos de permanente tensión. Con los músculos en estado de alerta, hormigas y sus congéneres parecen brotar de las formas bizarras que los dos bailarines consiguen, exponiendo sus cuerpos a posturas inorgánicas. Aprovechando los gestos exagerados de la danza butoh, la cara se vuelve una goma donde la danza modela caricaturas tragicómicas. El resto es investigación personal de estos dos artistas: Vuillez, de larga trayectoria, en particular con la compañía de Miguel Robles; Fontdevila, haciendo sus primeras producciones, con un futuro más que prometedor. Lo que ambos compusieron es una dinámica peculiar que respetan durante los 35 minutos: la trayectoria de los cuerpos describe una línea pura, pero fragmentada en micromovimientos, dando el efecto del montaje imperfecto en los primeros ensayos del cine. Didimas es un bombardeo visual, un estímulo constante a la imaginación, una propuesta para salir del teatro y pelearse con el espectador vecino, por las interpretaciones dispares que cada uno pudo haber concebido.

Didimas. Sábados a las 22.30. Teatro del Sur: Venezuela 2255 (tel.: 4941-1951).

La idea fija

El sexo según El Descueve.

POR A.M.
La carretilla, la medusa, la amazona o el misionero: elija usted qué posición le gusta más. Acomódese, eso sí, en su butaca, y dispóngase a ver Patito feo, el nuevo espectáculo de El Descueve. Seguramente se llevará algunas sorpresas. Este potente grupo argentino de bailarines, actores y cantantes es reconocido masivamente por el alto contenido erótico de sus trabajos, en particular de Hermosura, el más visto. Pero hazte fama y échate a dormir... Es cierto que las temáticas sexuales abundan en Patito feo, sin embargo funcionan sólo como disparador.
Mayra Bonard, Ana Frenkel, María Ucedo, Gabriela Barberio y Carlos Casella (a quienes se suman Daniel Cuparo y Juan Minujín como artistas invitados) toman la idea fija casi como excusa para revelar, desde los juegos de intimidad, problemáticas subjetivas y conflictos interpersonales revelados a través de los éxitos y fracasos amatorios. El show despliega la estructura eficaz, propia de El Descueve: una sucesión de escenas, cantadas, bailadas y teatrales. Ahora, con escenografía despojada y fría, apenas para sugerir un ambiente cerrado, la compañía reduce su acostumbrada desmesura interpretativa y deja espacio para lo inquietante. Como un cuento de Andersen invertido, El Descueve no presenta patos que ocultan cisnes sino personas que esconden su alter ego atemorizado por miedos, frustraciones, censuras, y también animado por sus furias. La sexualidad, omnipresente en Patito feo, es un ámbito lúdico e introspectivo donde se develan roles intercambiables, de sometedor y sometido. Al final, una escena impecable, imborrable. Un hombre cabalga una mujer, la manipula, la retiene, y ella se entrega, con el cuerpo laxo y disponible, a los impulsos de las caderas de su compañero. En la estilización plástica de la posición del perrito, El Descueve vuelve a convocar al público al que ahora le demanda velocidad para transitar entre el cachondeo y la autoindagación.

Patito feo, de El Descueve. Viernes a las 21.30 y sábados a las 22.30, en Cubo Cultural, Zelaya 3053 (4963-2568)

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