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Domingo, 23 de junio de 2002

MUSICA Un disco nuevo y una biografía autorizada pero polémica vuelven a poner a Neil Young en el centro de la escena. Tras una demora de dos años y un juicio por casi dos millones de dólares, las 800 páginas de Shakey actualizan el mito de un artista que siempre prefirió quemarse a desvanecerse. Romántico y melancólico, Are you passionate? homenajea al soul sesentista del sello Stax y se da el lujo de incluir una canción alusiva a los atentados del 11 de septiembre del año pasado. Obstinado y controvertido, el Young que ataca de nuevo no es perfecto, pero sigue siendo tan grande como siempre.

 Por Martín Pérez

Primero fue su voz, después fue la guitarra. Como escribió el novelista norteamericano Rick Moody en el New York Times, lo primero que los fans de Neil Young aprendieron a querer fue su voz. Una voz que luchaba por respetar la melodía, pero de una manera que parecía estar al borde del sollozo, tanto cuando era un minero buscando un corazón de oro como cuando cantaba sobre amigos perdidos en la aguja. Una voz que les recordaba que no se dejaran caer, aun cuando cantaba, como es obvio, desde el fondo de su propia caída. Una voz que a veces era apenas un suspiro, como la de un Al Green blanco, pero que en el espacio entre el suspiro y el murmullo lograba muchas más cosas que todo lo que los cantantes de rock pesado pueden lograr con sus aullidos.
Y si después fue la guitarra fue porque pocos guitarristas rudimentarios estuvieron tan cerca del centro de todo. Con la acústica, Young era un auténtico héroe del folk, y eso le hubiera alcanzado para ganarse un lugar en la historia. Pero fue la guitarra eléctrica la que lo llevó a ese lugar al que no iba nadie, como en el famoso solo de una sola nota de “Down by the rover”, o los de “Cortez, The Killer” y “Danger Bird”, que nunca eran rápidos, estaban siempre llenos de silencios y siempre dentro de la melodía. Y si la voz y la guitarra no fueran suficientes, agregaba Moody, estaban las canciones. Con precisión de fan, la enumeración de uno de los mejores escritores norteamericanos de su generación coincide claramente con la confirmación de la estatura del mito que sus sucedáneos porteños constataron hace poco más de un año en aquel olvidado Pop Festival que trajo a la Argentina, por primera y única vez, la voz, la guitarra y las canciones de Neil Young.
Aquella noche del verano pasado Young se hizo esperar, y mientras se hacía esperar una lluvia inminente ahuyentaba a la mayoría de los curiosos que pensaban ver a la leyenda del rock tras presenciar el show de Oasis. Pero cuando salió a escena, tan frágil y avejentado como el Señor Burns de los Simpson, con un sombrero de cowboy en la cabeza y la guitarra colgada al cuello, el show le robó los truenos a la tormenta y la obligó a respetar sus pergaminos y a esperar su turno, y la magia de su música supo ir incluso más allá de la suma de las tres partes enumeradas por Rick Moody: la voz, la guitarra, las canciones.
Considerado el primer cantautor del rock, respetado por los punks como ningún otro de sus contemporáneos –un respeto que él honró en la letra de uno de sus temas más famosos, poniendo a Johnny Rotten de los Sex Pistols al lado de Elvis Presley– y venerado por las nuevas generaciones del rock de los ‘90, con Nirvana, Pearl Jam y R.E.M. a la cabeza, la vida y la leyenda de Neil Young están plagadas de caprichos y contradicciones, en una trágica carrera que llegó a sacrificar coherencia y prestigio por la música. Y las tragedias y los caprichos y las contradicciones también dicen presente en Are you passionate? y Shakey, último disco y flamante y polémica biografía –respectivamente– de un artista que, como muy pocos de sus coetáneos, aún hoy sigue teniendo cosas que decir y dando que hablar. “La mayoría de la gente entrega su mejor trabajo cuando son jóvenes. Neil Young es tan bueno como lo fue siempre, lo que es todo un logro”, opina Randy Newman en Shakey. Y explica: “Es como si no hubiera trucos para él. No sé si hay alguien mejor que él que venga del rock and roll”.

El humor y el daño hecho
Algunos años atrás, cuando el legendario periodista británico Nick Kent describió la imagen de los primeros tiempos de Neil Young como la de un artista confuso, aislado, introspectivo y emocionalmente frágil, el autor de temas tan ajustados a aquella imagen como “The Needle and the damage done” negó todo con una carcajada.”Siempre pensé que había un lado gracioso en mi música. Pero mi sentido del humor no era realmente apreciado en aquel momento de mi carrera”, explicó. Y agregó: “Mierda, incluso ahora siguen sin apreciarlo”. A juzgar por los adelantos y las críticas de la biografía recién editada –no hay noticias todavía de una posible traducción al castellano–, el máximo logro del monumental trabajo (800 páginas, casi una década de investigación) que firma el periodista Jimmy McDonough es haberle dado voz al humor extraño y a veces malicioso del cantautor. “Heh heh. ¿Por qué no conseguís todo el dinero que puedas por el libro y después lo enterrás?”, propone en algún momento la voz que McDonough le asigna a Young en Shakey. “Podés huir a Panamá. Yo te cubro... heh heh. Y entonces, cuando me muera, todo el mundo podrá leerlo. ¿Qué te parece?”
Más allá de la broma, y pese a todas las promesas y facilidades brindadas por Young a McDonough desde que fuera convocado para trabajar en su biografía, Shakey estuvo a punto de correr ese destino subterráneo. La historia cuenta que Young conoció a McDonough –un periodista del Village Voice que había ganado notoriedad por su redescubrimiento de Jimmy Scott— allá por 1989, y después de ese encuentro lo invitó, primero, a que escribiese un texto para una antología que se editaría para el 25º aniversario de su carrera, y después le propuso que trabajase en su biografía. En 1991, ambos firmaron un contrato en el que Young se comprometía a autorizar el trabajo y su publicación y renunciaba a todo derecho de veto sobre lo publicado, salvo en lo concerniente a sus familiares más cercanos. Y el periodista, a su vez, debía donar el 25 por ciento de sus ganancias. Cuando el libro estuvo terminado, sin embargo, Young violó el trato y se negó a permitir su publicación. Así fue como, dos años atrás, McDonough le inició a Young un juicio por un millón ochocientos mil dólares, y el acuerdo al que finalmente llegaron no hizo más que volver al pacto inicial. Además de tener mucho de broma pesada, el conflicto hace honor a las caprichosas idas y vueltas de la voluntad de Young, tan bien presentadas en las voces que pueblan el trabajo de McDonough. “Neil hace lo que quiere cuando quiere hacerlo, y no hace lo que no quiere cuando no lo quiere hacer”, explica Joel Bernstein, un joven colaborador del entorno de Young. “Neil es un verdadero artista. Pero también es un impiadoso hijo de puta”, dice su amigo Gary Burden, director del arte de muchos de sus discos. “No es nada divertido trabajar con él. La diversión no está incluida en el trato. Pero es muy enriquecedor”, explica el legendario productor David Briggs, uno más del círculo de extraños personajes del Universo Young que McDonough reconstruye en un libro más largo, por ejemplo, que las recientes biografías de Mandela y Mao Tsé Tsung. Shakey logra muy bien el objetivo de testimoniar el caos, la grandeza, las ambiciones, los caprichos, los excesos, las tragedias y los logros. Y también las miserias. “No sólo las buenas tienen que estar ahí. También tienen que estar las canciones de mierda”, explica Young en el prólogo del libro, refiriéndose a la compilación, largamente demorada, que recorrerá toda su carrera. “¿Por qué?”, pregunta McDonough. “Así se va a notar la diferencia. Porque no quiero que sea un autohomenaje. No quiero un producto, sino algo real”, responde Young, que atravesó toda su carrera con ese objetivo entre ceja y ceja.

El rock no morirá jamás
“No me morí, ¿no es cierto?”, fue lo primero que dijo el pequeño Neil a los adultos que presenciaron su regreso al hogar después de la traumática hospitalización que sufrió a los seis años de edad, a raíz de la epidemia de polio que afectó a Canadá allá por 1951. “Neil estuvo muy cerca de la muerte”, cuenta Rassy, su madre, en Shakey. “Nunca pudo engordar desde entonces. Era todo piel y huesos. No estábamos seguros siquiera de si iba a volver a caminar”, recuerda su madre, evocando aquella tragedia que hizo trizas una infancia idílica en Omemee,esa ciudad cerca de Ontario de la que hablan los primeros versos de “Helpless”. Para peor, poco después, superado ese trance, sus padres se separaron: Neil se quedó con su madre mientras su hermano mayor se iba a vivir a Toronto con su padre, un conocido periodista deportivo canadiense. Después llegaría el rock y salvaría a ese sobreviviente solitario, fanático confeso de Dylan, los Stones (“Lo que más me gustaba era Richards y Brian Jones tocando juntos”) y Randy Bachman (guitarrista de los Guess Who y luego líder de Bachman Turner Overdrive). El final de la adolescencia encontró a Young buscando suerte en California, donde se topó con su amigo Stephen Stills por casualidad, en medio de un embotellamiento. Poco después formaban allí Buffalo Springfield, el primer hito de sus carreras.
La mayor parte del libro de Mc Donough se ocupa del fértil período creativo que se abre con aquel primer álbum de Buffalo Springfield, en 1966, y se cierra con la edición de Rust Never Sleeps con Crazy Horse, en 1979. Dentro de ese paréntesis aparecen una epilepsia recurrente en los shows de aquella banda iniciática con Stills (que hacía que Young terminara los recitales sufriendo un ataque en el escenario, luego de su último solo de guitarra) y también la ambición, confesada a su compinche y productor Jack Nitzsche (colaborador de Phil Spector y pianista de los Rolling Stones), de ser quien llenara el hueco entre Bob Dylan y los Stones, un lugar clave en la escena rocker de entonces. Ése fue el rumbo que tomó Neil con sus primeros logros solistas y su papel en Crosby, Stills, Nash & Young, una carrera que lo ubicó muy rápido en una posición privilegiada. Un lugar del que supo escapar esquivando el éxito a conciencia durante el resto de los años ‘70, hasta lograr una obra coherente sólo por sus búsquedas e intenciones. Y plagada de tragedias. Como la muerte por sobredosis de Danny Whitten, el guitarrista de Crazy Horse, que lo inspiró a escribir “Tonight’s the night”, un disco que también intentó –sin éxito– convertir en un musical de Broadway. “Era la historia del asistente de un músico que lograba llegar al éxito y después moría de una sobredosis”, revela Young. El título problable sería From Roadie to Riches, algo así como De plomo a millonario). “Pero, como te podrás imaginar, para el Broadway de 1974 era demasiado.”
Con los ‘80 llegó la época del traumático nacimiento de su hijo Ben, víctima de un severo caso de parálisis cerebral. “Recuerdo que caminaba por el hospital preguntándome qué había hecho, si había algo malo en mí”, explica Young, cuyo primer hijo, Zeke, también había tenido la enfermedad, pero mucho más leve. De los infructuosos intentos por comunicarse con Ben nacería Trans, un disco incomprendido que le valdría un juicio del sello Geffen. Le reprochaban a Young que no hiciera discos “como Young”. Según revela el libro de McDonough, sobre el final del pleito Young llegó a grabar un álbum de música new age con el sonido de los grillos para desafiar a Geffen a que lo editase. El final de la década del ‘80, tan errática musicalmente, llegó con el regreso de Crazy Horse y el reconocimiento como abuelo del grunge gracias a discos como Ragged Glory o su relación con bandas como Pearl Jam o Sonic Youth, a las que llevó de gira con su banda en 1991. “Aún recuerdo un show en Bufalo en el que me di vuelta para mirar al público y todo lo que pude ver fue un mar de manos mostrándonos el dedo medio”, recuerda Kim Gordon en el libro. “Nos llevó de gira con él sólo para desafiar a su público”, explica la bajista y cantante del combo neoyorkino, explicitando un concepto que recorre toda la biografía de McDonough. El libro, por lo demás, abunda en revelaciones como la forma compulsiva de evitar la luz que tiene Young, sus maratones nocturnas de tequila, su obsesión por capturar la espontaneidad en la música grabando en una sola toma y componiendo canciones en el estudio. Y, por supuesto, la crónica de las miserias del combativo Stephen Stills, que se negó rotundamente a ser entrevistado para el libro. Otra vuelta de tuerca “Yo creo que mi carrera está construida sobre la base de un patrón que no hace más que repetirse una y otra vez. En ella no hay nada sorprendente”, explica el propio Young en Shakey. “Mis cambios son tan fáciles de predecir como las salidas y las puestas del sol”, asegura, por lo que la aparición del romántico y melancólico Are you passionate? –que felizmente ya tiene una edición local– no debe sorprender a quienes tengan presente las idas y vueltas de su carrera. Con Booker T. and The MG’s como banda de acompañamiento (los había llevado de gira en 1993, pero nunca había grabado con ellos todo un disco), lo que Young logra en el trigésimo octavo álbum de su dilatada carrera es un sentido homenaje al sonido del sello Stax de los años ‘60, homenajeando incluso directamente a Otis Redding en los primeros acordes del álbum. Muy melódico, con un par de canciones de amor perfectas como “You’re My Girl” y “Are you passionate?” destacándose como lo mejor del disco, la polémica que suscitó –y que levantó las críticas más merecidas– se debe a la inclusión de “Let’s roll”, un tema inspirado por las últimas palabras de Todd Beamer, pasajero del avión que presumiblemente fue tirado abajo por sus propios pasajeros el 11 de septiembre del año pasado. A pesar de ser claramente el punto flaco del álbum, “Let’s Roll” es en realidad el tema alrededor del cual se construyó el disco, ya que Young lo grabó y le pidió a su discográfica que lo enviase a las radios antes de que existiera siquiera como simple. En su artículo del New York Times, el fan confeso Rick Moody se pregunta si, a la luz de “Let’s Roll”, no es posible pensar que un tema como “Rockin in the free world”, lejos de ser una ironía, no iba totalmente en serio. Y confiesa que no puede creer que Young sea capaz de escribir semejante canción. “Escribí esa canción porque la historia me shockeó como un acto de heroísmo increíblemente puro”, explicó Young. “Pero estaba seguro de que iba a ser malinterpretada. Casi como todas las canciones que he escrito. Aunque decir que pueden ser malinterpretadas está en realidad fuera de discusión. Porque las canciones deben ser interpretadas por quienes la escuchan”. Y así volvemos a la contradictoria historia de Shakey, donde la música y el instinto están por delante y todo lo demás –prestigio, carrera, incluso público– corre detrás.

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