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Domingo, 28 de agosto de 2005

PERSONAJES > EL POLéMICO CORIúN AHARONIAN

“Nadie menor de cuarenta está haciendo nada interesante”

Compositor, teórico, escritor, arreglador de Viglietti y Los Olimareños, profesor de músicos como Jorge Drexler y Leo Masliah, Coriún Aharonian es el factor común de casi todo lo ocurrido en Uruguay en materia musical. Pero también es un polemista militante. De visita en Buenos Aires, no perdió oportunidad de despacharse frente al grabador.

 Por Diego Fischerman

Una obra musical titulada como Homenaje a la flecha clavada en el pecho de Don Juan Díaz de Solís podría hacer pensar en un chiste. Pero no lo es. Y no porque a Coriún Aharonian le falte sentido del humor sino porque para él, en esa flecha, se inscribe un gran momento de la historia latinoamericana. Y porque el arte, para él, es, siempre, una manera de hablar de historia. Montevideano, fundamental como compositor, difusor, ensayista, maestro, investigador y polemista, discípulo de Héctor Tosar y de Luigi Nono, arreglador de Daniel Viglietti y Los Olimareños, y profesor de una larguísima lista de músicos que incluye a Jorge Drexler, Leo Masliah, Fernando Cabrera, Jorge Lazaroff y Luis Trochón, Aharonian llegó a Buenos Aires para participar del Sexto Congreso de la Rama Latinoamericana de la Asociación para el Estudio de la Música Popular, organizado por la Dirección de Artes de la Secretaría de Cultura de la Nación. Como siempre, se peleó con unos cuantos. Y es que, según él, el pensamiento sobre la música, la teoría, sólo es útil si sirve para alimentar la creación.

“La investigación necesita un objetivo”, dice. “Eso no quiere decir que haya que saber adónde se quiere llegar sino que hay que tener una dirección hacia adónde ir. En la musicología debe haber una intención en el sentido de que los estudios sirvan para algo, en la construcción de un futuro. El pasado ya fue construido y terminó, y el presente se consume a medida que se formula. Hay varias vías para que un trabajo de análisis y elaboración conceptual pueda volver a la sociedad. Por un lado, el autoconocimiento, la posibilidad de que esa sociedad pueda verse en el espejo, a través de la difusión de lo que se está estudiando; por otro, que eso alimente el trabajo creativo de mañana. Pero el resultado de estos trabajos, de los buenos y de los malos, es impredecible, puesto que todo lo que se inserta de alguna manera en el sistema educativo puede volver encarnado en presidente de la República, para el cual todo lo recibido en la escuela primaria es sagrado.”

Aharonian discurre acerca de la tradición educativa uruguaya y del laicismo, y opina que, lamentablemente, “algo está cambiando en tanto la pequeño burguesía decide pagar para lograr lo contrario de lo que el sistema escolar consiguió eficazmente a lo largo de años: separar cuidadosamente a sus hijos del resto de la población. Curiosamente, ése no es el país en el que esos padres se criaron. Es un dato –dice Aharonian– que Tabaré Vázquez mande sus hijos a un colegio privado, y católico para peor, y que uno de sus primeros actos de gobierno haya sido poner una estatua privada del Papa en un lugar público”.

La supuesta democratización de la cultura es, además, engañosa. Aharonian habla de los vendedores de espejitos, “que han convencido a los gobiernos de que lo único que está bien es tocar Chopin en pianos de cola y andar llevando esos pianos a las villas, con altísimos costos que podrían destinarse a cosas mucho más interesantes. Chopin es una parte de una cosa que pertenece a un sistema cultural. Yo pertenezco a ese sistema. Pero si me dedico a meter allí a gente que no pertenece, no le estoy haciendo un favor. No la estoy elevando. Ese es uno de los tantos preconceptos del mediopelismo y viene de un mal planteo de lo que es cultura. Hans-Joachim Koellreuter, que fue el introductor de la música dodecafónica en Brasil, decía, por ejemplo, que es muy difícil subir hasta el pueblo. Y es difícil porque implica un trabajo. Allí es donde la musicología es útil”.

Tan apasionado por la música culta (“prefiero esa palabra, que no quiere decir nada, antes que académica”) como por la popular, Aharonian sostiene que “hay diálogos que se dan o no se dan, pero también pueden inducirse”. Y dice: “Si hay dos muchachos que son compañeros de andanzas en la escuela secundaria y luego uno pasa a ser músico del área culta y el otro del área popular, es posible que dejen de tener diálogo. Eso es estúpido, porque si pudieran mantener esa conexión y esa confianza, los enriquecería a ambos. Pero eso se educa. Las exclusiones son la consecuencia de momentos históricos particulares, de presiones de los medios de comunicación, de la educación. Los maestros tienen un papel fundamental pero eso, en este momento, está teniendo, en la Argentina, un aspecto negativo. Aquí, la enseñanza de música se está universitarizando y, entonces, cientos de muchachos que tienen interés en la música y, la gran mayoría, en la música popular, están siendo inducidos por la presión de un sistema en el que lo único que se enseña es composición de música culta. Y eso es grave porque esos muchachos son el recambio de las próximas décadas de vida musical argentina”. Tal vez se relacione con eso. Quizá las causas sean otras. Pero Aharonian observa que “falta una generación”. No es un fenómeno local, dice. “En todo el mundo no hay nadie menor de treinta o incluso cuarenta años haciendo nada interesante. La nueva aparición en Uruguay es Jorge Drexler, pero tiene 40. Cuando los Beatles surgieron, el más viejo de ellos tenía 20 y cuando se separaron sólo uno había llegado a los 30. Hoy, por algún motivo, esa generación no está.”

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