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Domingo, 18 de septiembre de 2005

FOTOGRAFíA > LOS “AUTOIDENTIKITS” DE LEANDRO BERRA

Sere mi espejo

Cuando Leandro Berra quiso reconstruir el rostro de un amigo suyo desaparecido durante la dictadura, dio con el programa de computación utilizado por Interpol para realizar identikits. Ese fue el punto de partida de lo que finalmente sería Autoidentikits, una obra que enfrenta a los espectadores a reconstruir su propio rostro de memoria... para después mostrarles la distancia entre quiénes son y quiénes creen ser.

 Por Eduardo Febbro

desde Paris

Los Encuentros de la Fotografía que cada año se celebran en la ciudad francesa de Arles son para la foto lo que el Festival de Cannes es para la cine o la Mostra de Venecia para el arte contemporáneo. Arles es la “catedral” de la imagen en todas sus expresiones y animaciones posibles. Todas las tendencias y los artistas más destacados acuden a esta cita que a lo largo de los años fue transformando su base para ofrecer un exhaustivo panorama que va desde el fotoperiodismo, las instalaciones conceptuales hasta la creación fotográfica más original. La 36ª edición de este “festival de la imagen” abierto hasta el 18 de septiembre no presentó un programa o un tema central sino una serie de temas diferentes. Arles 2005 exploró bajo diversas formas “Un mundo bajo tensión”, sección en la que cabe resaltar la obra del brasileño Miguel Río Branco y, sobre todo, el provocador y militante trabajo del israelí David Tartakover. El artista instalado en Tel Aviv no es propiamente un fotógrafo sino un “designer” que realiza afiches donde denuncia la ocupación israelí. Elaborados con fotos de atentados y parodias de las campañas de Benetton (United Color of Netanyahu) y de imágenes censuradas por la crítica oficial israelí, los afiches de Tartakover tienen la misión que él mismo define: “Ser un artista político, testimoniar sobre las catástrofes”.

La otra sección de Arles 2005, los “Retratos”, es mucho más innovadora. Es en esta sección en la que presentaron sus trabajos artistas como la holandesa Annet van der Voort, el brasileño Arthur Omar con su Antropologia de rostros gloriosos y donde se destacó la obra del artista argentino Leandro Berra, Autoidentikits –la exposición de Berra fue saludada de manera unánime por la crítica como la muestra más original del festival–. El retrato es un elemento que ha atravesado toda la historia del arte. La fotografía, desde su nacimiento, hizo de él uno de sus géneros principales. Podríamos preguntarnos si se puede todavía inventar algo nuevo en ese dominio: la respuesta es afirmativa. Obra inquietante, Autoidentikits propone un pacto inédito en el que el espectador, infaltablemente, está llamado a pensarse a sí mismo a través de lo que está viendo. Roland Bar- thes soñó alguna vez con una suerte de “mega texto” en cuya redacción intervinieran todos los lectores posibles. Berra realiza ese sueño en el campo de la imagen. La metodología es directa. El resultado es sobrecogedor. Berra hace intervenir a la gente mediante un programa informático utilizado por Interpol para la confección de identikits y con el cual cada persona realiza su propio identikit, su “autoidentikit”, es decir, su autorretrato. Posteriormente, Berra saca la foto de la persona y presenta, juntas, las dos imágenes. El contraste entre la “verdad” fotográfica del retrato y la representación que nos hacemos de nosotros mismos contiene una delicada y profunda variación. El espejo es imposible. “La gente se agrega atributos tanto como se mutila”, explica Berra. Como lo señaló la crítica de arte del vespertino Le Monde, “en Arles, el trabajo más destacado es sin dudas el de Leandro Berra, instigador de un perturbante juego de frente a frente con uno mismo”. ¿Cómo es nuestra boca? ¿Y nuestros cabellos? ¿Y nuestros ojos o nuestra frente? Si somos capaces de tener una idea global de nuestra propia fisonomía y alguna que otra certeza sobre algún detalle de nuestro rostro, recomponerse a uno mismo, parte por parte, como una maqueta, eligiendo entre una paleta de miles de ojos y cejas y labios y narices distintas las piezas de nuestra expresión, es imposible. Al mismo tiempo, cabe la pregunta: ¿la foto nos toma íntegros? ¿Somos realmente nosotros? Cuando nos toca decidir a nosotros mismos y de memoria cómo somos, el autorretrato se complica. Berra nos conduce a “armarnos” paso a paso, a componer pincelada tras pincelada la imagen de una identidad que, al ofrecérsenos disuelta, se deforma. El resultado final, si acaso lo hay, “son dos subjetividades que se encuentran”, dice Berra. El artista ya tuvo exposiciones personales de envergadura en París (Maison de L’Amérique Latine) y ha presentado sus creaciones en galerías y salones internacionales, actualmente en la galería Claude Samuel en París. En 1989 realizó en la Argentina una instalación en una estación del subte de la línea A, Esculturas furtivas, dos exposiciones en el Centro Recoleta (1993 y 2003) y una performance en el mismo lugar.

La idea de Leandro Berra nació con una ausencia, con una marca de nuestra historia. La necesidad de recrear el rostro de un amigo desaparecido durante la dictadura militar lo condujo a utilizar un programa destinado a realizar identikits. La búsqueda se prolongó más allá. Berra invitó a gente a anónima a recrear, sin fotos ni espejos, su propio rostro. La obra expuesta en Arles presenta ese contraste, esa deformación entre cómo nos ve la cámara y cómo nos vemos a nosotros mismos. Colocadas una al lado de la otra, las dos imágenes trascienden el propósito aparente de la confrontación. La experiencia es tanto más fascinante cuanto que pone en escena los límites de la memoria que tenemos de nosotros mismos. Si bien el programa de Interpol ofrece 1200 narices posibles frente a los 6 mil millones de narices existentes, el problema no está en el programa sino en nuestra percepción, en nuestro recuerdo. ¿Mis pestañas son largas o sólo medianamente largas? ¿Y mi nariz, es acaso tan grande o pequeña como me dicen? “Las imágenes –reconoce Berra– son perturbadoramente extrañas, a la vez capaces de evocar a alguien sin llegar jamás a restituirlo realmente. Esto me interesa porque esa ambigüedad cuenta un límite inherente a todo retrato; Rembrandt, que, quizá, realizó los autorretratos más intensos de la historia de la pintura, fracasó en cada uno de ellos intentando revelar la ‘quintaesencia’ de su persona. Creemos conocernos, pero gracias al dispositivo que propongo constatamos hasta qué punto la memoria está también hecha de olvidos. Los dos comentarios que más se repiten entre aquellos que han hecho la experiencia son el que dice cuán mal nos conocemos y el que reconoce haber logrado una imagen que lo evoca. Pero más que el resultado de la imagen final lo que me interesa de este dispositivo es la intensidad que resulta de crear un espacio donde alguien debe acordarse de sí mismo, donde puede contarse sin recurrir a las palabras.”

De ambas maneras, Berra nos hace caer en la trampa y en la confusión de nuestro modesto o exagerado narcisismo. Si hacemos nuestro autorretrato estamos confrontados a las inexactitudes de nuestro “auto espejo”. Y si sólo somos espectadores, la obra de Berra nos interpela doblemente: primero, como desafío: ¿soy capaz de componer mi imagen de manera más exacta de lo que estoy viendo? Después, como identidad: ¿quién soy... y cómo soy? Es decir, cómo me veo a mí mismo. ¿Quién soy en el difuso y cambiante reflejo de la vida? A la pregunta de la mujer mala de Blancanieves, “...espejito espejito, dime ¿quién es la más bonita?”, Berra interpone otra, la de la semejanza, en cuya respuesta cabe toda la fragilidad humana: “Yo, muéstrame cómo soy”.

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