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Domingo, 25 de septiembre de 2005

POLéMICAS > EL LIBRO NEGRO DEL PSICOANáLISIS

Fuego contra el divan

Más de 40 especialistas, entre médicos, historiadores de la ciencia y hasta psiquiatras, se congregaron en el flamante Libro negro del psicoanálisis, que acaba de publicarse en París, para unir fuerzas contra “esa costumbre pseudocientífica que sólo perdura en Francia y la Argentina”. Pero el brulote no es tan bienintencionado como parece: detrás hay una polémica por la reglamentación de la profesión y el avance de las discutidas TCC (terapias comportamentales cognitivas).

 Por Eduardo Febbro

(Desde Paris)

¿Y si Sigmund Freud fuera un charlatán, los psicoanalistas unos irresponsables ególatras, el psicoanálisis una farsa y la historia de la disciplina y sus éxitos un tejido de mentiras? Así de concreto es el alegato de un libro explosivo que acaba de aparecer en Francia y que puso a los herederos del gran “brujo” vienés al borde de la crisis de nervios. El libro negro del psicoanálisis ataca frontalmente a una disciplina cuya aparición marcó la historia del conocimiento humano desde finales del siglo XIX. Las 800 páginas de la obra redactada por unos 40 especialistas de distintas disciplinas oriundos de Europa y América constituyen un atrevido e inédito ataque contra la disciplina freudiana. Las acusaciones son graves. El libro negro... retrata a los psicoanalistas como “individuos peligrosos”, adeptos a una “pseudo ciencia” que se impuso de forma “hegemónica” por medio de “un terrorismo intelectual que nada tiene que envidiarle al de los ayatolas”.

Hasta el mismísimo Sigmund sale mal parado. Según el historiador galés Peter Swales, Freud era “un charlatán ávido por llenarse los bolsillos”. Las legendarias Freud Wars lanzadas a principios de los años ‘80 en los Estados Unidos se nutren ahora de una jugosa ofensiva que retoma algunos de los argumentos conocidos, entre ellos el principal: el psicoanálisis es una farsa disfrazada de disciplina científica. Piadoso, el gran filósofo Karl Popper había dicho que, a lo sumo, el psicoanálisis era “una metafísica”. La publicación del libro es tanto más impactante cuanto que Francia no sólo se considera como “la primera hija de Freud” sino que, además, es la patria natal de otro de los renombrados psicoanalistas de la historia, Jacques Lacan. A este respecto, el voluminoso argumento contra los practicantes del diván afirma que el psicoanálisis es una “costumbre” que sólo perdura en Francia y en la Argentina. Estos dos países, “los más freudianos del mundo, están ciegos”. Según El libro negro..., en el resto del mundo el psicoanálisis se ha vuelto un “tratamiento marginal” y su “historia oficial ha sido puesta en tela de juicio por descubrimientos gigantes”. Terapias erróneas, teorías aproximativas, las flechas envenenadas no esquivan ningún campo. Así, el psiquiatra suizo Jean Jacques Degion va hasta acusar a los herederos de Freud de tener las manos llenas de sangre, de ser criminales encubiertos con el estatuto de médicos. Degion sustenta que la base de la toxicomanía es “neurobiológica” y que, por consiguiente, al impedir el desarrollo de tratamientos médicos de sustitución, los psicoanalistas provocaron “una catástrofe sanitaria” y, por ende, “contribuyeron a que murieran miles de individuos”.

El libro es de una virulencia que a menudo llega al insulto. El “librito” sostiene que los psicoanalistas son “perezosos” por cuanto se contentan con emitir repetidos “mmmm, hemmm, hejemm, para que los pacientes se sientan escuchados y se tranquilicen”. Y también son oportunistas, miembros de un selecto club dictatorial y oscurantista que hace todo cuanto puede para que la ciencia no progrese. Cita textual: “Los psiquiatras universitarios, los médicos y, sobre todo, los psicólogos, no tienen ningún interés en que las investigaciones recientes modi- fiquen lo establecido. Es el psicoanálisis el que les permite acumular sus ganancias”. La conocida historiadora del psicoanálisis Elizabeth Roudinesco salió en defensa de la disciplina freudiana. Roudinesco dijo que “los freudianos han sido puestos en el banquillo de los acusados. Desde sus orígenes, todos los representantes del movimiento psicoanalítico se ven atacados con una violencia poco común. Pero las cifras son falsas, las afirmaciones inexactas, las interpelaciones resultan a veces delirantes. Las referencias bibliográficas son erróneas y el índice es un tejido de errores. Francia y los países latinoamericanos están calificados de atrasados, como si, por razones oscuras, el psicoanálisis se hubiese refugiado ahí mientras que, en todos los países civilizados, el psicoanálisis ha sido borrado del mapa”. Dirigido por la editora Catherine Meyer, El libro negro del psicoanálisis agrupa las contribuciones de conocidos especialistas, algunos de los cuales se destacaron por sus trabajos críticos sobre los orígenes del freudismo, como Mikkel Borch-Jacobsen, o renombrados expertos en TCC (terapias comportamentales cognitivas), como el psiquiatra Jean Cotraux y el psicólogo Didier Pleux, fundador del Instituto Francés de Terapias Cognitivas. Responsable de la edición, Catherine Meyer explica que “para mostrar los caminos sin salida y los excesos de un dogma, así como los caminos posibles, se adoptaron varios enfoques: terapéutico, histórico, epistemológico, filosófico. La vida continúa después de Freud. Para mi generación, que se decía hija de Marx y de Freud, se trata de un cambio. Freud decía: ‘El psicoanálisis es como el Dios del Antiguo Testamento; no admite la existencia de otros dioses’. Ese monoteísmo no me parece sano”.

“Quieren destruir el psicoanálisis para entregar las almas a los guardapolvos blancos”, objetan los psicoanalistas. “Es una sucia guerra entre disciplinas con historia, como el psicoanálisis, y otras emergentes como las TCC”, explica un psiquiatra del hospital Salpetrière de París. El psicoanalista Claude Halmos denunció el libro como digno de la “prensa abonada a los escándalos, la injuria y la calumnia”. Los autores de El libro negro... no lo ven así. Mikkel Borch-Jacobsen se rebela ante el espacio que el psicoanálisis pretendió ocupar en todos los ámbitos. Borch-Jacobsen se pregunta: “¿Qué hay en la teoría psicoanalítica que le permite ocupar tantas funciones?”. Y responde: “Nada en mi opinión. Es precisamente porque la teoría está vacía, porque es hueca, que pudo propagarse como lo hizo y adaptarse a contextos tan diferentes. Es una nebulosa sin consistencia”. Frank Sulloway, historiador de las ciencias, se muestra nostálgico y... demoledor: “Terminé por ver al psicoanálisis como una suerte de tragedia, como una disciplina que pasó de una ciencia prometedora a una pseudo ciencia decepcionante”. Más concretas son las críticas formuladas por los médicos y los psiquiatras. Estos acumulan una amplia gama de denuncias y ejemplos para interpelar a una disciplina que, en casos como el tratamiento de los niños o la esquizofrenia, se permitió afirmar hipótesis que se volvieron verdades cuando en realidad, según la doctora y psicóloga Violane Guéridault, “la psicología moderna entendió que la psiquis humana no es un terreno de juego donde podemos permitirnos enunciar pseudo verdades como si fuesen verdades tangibles”. Elizabeth Roudinesco rechaza esas afirmaciones y destaca que El libro negro... no “menciona ninguno de los aspectos positivos del psicoanálisis”. Roudinesco señala también que “los autores invitan a los pacientes que se analizan a dejar los divanes para dirigirse a los que, hoy, serían los únicos capaces de curar la humanidad de los problemas psíquicos: los psiquiatras partidarios de las terapias cognitivas”. Pero el problema de fondo que plantea en Francia el ataque al freudismo va más allá de los debates históricos o terapéuticos.

El libro apareció en un momento delicado para la práctica psicoanalista francesa, atacada también desde los bancos del gobierno. El año pasado, un diputado de la mayoría conservadora, médico de profesión, depositó una enmienda en la Asamblea Nacional con el propósito de reglamentar el ejercicio de la profesión. El doctor Accoyer encontró “anormal” que cualquier persona pudiese colgar una placa en su puerta con el título “psicoterapeuta”. En la primera versión de la enmienda, el diputado doctor incluyó a los psicoanalistas. Tras muchas polémicas, debates, enredos, insultos y presiones, la enmienda dejó afuera a los psicoanalistas. Sin embargo, la sospecha sobre la legitimidad de la disciplina se instaló en la sociedad. Peor aún, en el curso del 2003, el Ministerio de Salud francés publicó un informe sobre la “incomparable eficacia” de las TCC, terapias comportamentales cognitivas, frente a los misteriosos meandros del psicoanálisis. Nueva crisis. El informe fue retirado de la circulación y los representantes del TCC denunciaron lo que consideraron como “una censura científica” por parte de un ministerio. Una vez más, el psicoanálisis se encontró en la mira telescópica de la duda.

Catherine Meyer dice no estar en contra de Freud sino de su “hegemonía”. Para la editora del polémico brulote, lo que se buscaba era “abrir una brecha” y, también, poner al descubierto “las increíbles mentiras y estafas de Freud”. El medio analítico francés se siente injuriado y rebajado. Algunos autores de El libro negro..., en cambio, persisten en denunciar justamente el carácter “cerrado” de los psicoanalistas y su incapacidad para “revisar” sus esquemas. A este respecto, Philippe Pignare, uno de los autores, recuerda hasta qué grado absurdo los psicoanalistas tardaron en rever temas tan centrales como la homosexualidad o la culpabilidad de las madres, a las que se juzgó como únicas responsables del autismo de sus hijos. Existe, con todo, un consenso: más allá de la pluma envenenada de El libro negro..., se considera lícito restablecer la verdad sobre Freud. Frédéric Bieth, psicoanalista y miembro del “Cartel” freudiano de París, afirma que siempre “se ha presentado de forma excesiva el freudismo como un horizonte que no se podía sobrepasar. No fue entonces inútil hacer un libro de 800 páginas para salir de ese horizonte”. Lo cierto es que, pese a sus 800 páginas, El libro negro del psicoanálisis acaparó la atención de los lectores y, lógicamente, de quienes se sienten concernidos por los ataques, los freudianos. Los primeros llevaron el libro al octavo lugar en las ventas de ensayos, con más de 20 mil ejemplares vendidos. Los segundos organizaron la contraofensiva en todos los medios de comunicación disponibles. Y la guerra no es inconsciente.

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