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Domingo, 16 de octubre de 2005

MúSICA > LA ANTOLOGíA DE RICKIE LEE JONES

Piratas y aviadores arrojados contra el techo del desierto

Admirada por generaciones de músicos y públicos, inspiradora de mujeres compositoras que van de Aimée Mann y Alanis Morisette a Quincy Jones y Emmylou Harris, dueña de un estilo literalmente único de hacer canciones que son como películas, viajes, climas y poesía a la vez, Rickie Lee Jones acaba de curar su propia antología: Duchess of Coolsville, una cajita de tres CD que destila toda una vida en 48 canciones que valen la pena.

 Por Rodrigo Fresán

Una de las grandes noticias de la temporada (que no tiene nada que ver con el tema de estas páginas, pero tal vez sí; porque por más que sus estilos sean tan distantes entre sí, una y otra se encuentran en el terreno del puro genio) es que el próximo 7 de noviembre Kate Bush abandona su retiro de doce años y publica, por fin, Aerial, álbum doble del que ya hablaremos cuando aterrice y suelte anclas.

La otra gran noticia es que Rickie Lee Jones –luego de algo más de un cuarto de siglo en el camino y diez discos de estudio, dos en vivo, y dos y medio de canciones ajenas que ella hace suyas– acaba de lanzar Duchess of Coolsville: an Anthology. Otro de esos pequeños milagros en los que hace tiempo nos viene haciendo creer la discográfica Rhino. Selección de la artista que provee textos y fotos al cuadernillo interno (donde se reproducen testimonios de admiradas colegas y se extraña y extraña la ausencia de Aimée Mann, acaso la única songwriter de los últimos tiempos con la que RLJ haría buenas migas y mejores colaboraciones); 48 canciones abarcando desde su debut perfecto con Rickie Lee Jones en 1979 hasta –luego de años de sequía y adicciones– el retorno triunfal con The Evening of my Best Day en el 2003, todas incluidas a lo largo de 3 CD (dos con temas ya conocidos pero jamás agotados y, ahora, con una brillante y necesaria remasterización; otro con rarezas y demos). Y la siempre bienvenida ocasión de reencontrarse con esta mujer que, en sus notas de introducción, invita y advierte: “Aquí adentro hay canciones que tratan de ventanas imaginarias, de calles, y de los espíritus. Chicos que salen al caer el sol y corren por los callejones que yo domestiqué y que me arrastran hasta el suave color violeta del crepúsculo, riendo, más jóvenes de lo que jamás fueron, en el atardecer de mi mejor día. He aquí a mis piratas y aviadores, arrojados contra el techo del desierto. Belleza insoportable contemplada a través de los ojos de un niño encaramado allí arriba y flotando, con la ayuda de cierta rara gracia, por encima del abismo de varios años en una terrible y solitaria batalla, pero aferrando el mapa que conduce de regreso a mí”.

VOLVER A ELLA

Y, sí, pocas veces la métrica y el fraseo y la filosofía y la mística beatnik fue mejor entendida y escrita y cantada que en las canciones sinuosas de esta mujer nacida en Chicago en 1954, admirada por público y colegas, y de la que –en uno de los tributos contenidos en el cuadernillo– Randy Newman, otro genio raro, se limita a afirmar: “Digamos que se trata de la persona más inteligente con la que jamás he trabajado”. Walter “Steely Dan” Becker –quien le produjo Flying Cowboys en 1989– corrobora lo anterior con un “es súper-astuta y ultra-intuitiva; todo lo que ella hace es importante”. Quincy Jones no ahorra admiración ni gasta palabras: “Es única”.

En principio entendida como una mezcla de Laura Nyro y Joni Mitchell pasadas por el tamiz visionario de Jack Kerouac; con el correr de los años y el girar de los surcos, Rickie Lee Jones –quien jugueteó con sintetizadores en The Magazine (1984) y con una muy particular aproximación al rap y al hip hop en Ghostyhead (1997)– se ha convertido en alguien que sólo se parece a sí misma y a quien pocos y pocas le hacen sombra. En este sentido, Duchess of Coolsville –sus canciones ordenadas por la responsable en perverso orden alfabético desordenando las fechas y los estilos y la discografía– es tan sustanciosa e imperfecta como sólo puede serlo la antología de alguien que se sabe más allá de los resúmenes y las síntesis. Pero Duchess of Coolsville funciona más que bien como recordatorio para el fan con ganas de cocktail y –recordando a esa otra cajita, I’ll Sleep When I’m Dead, que Rhino dedicó en su momento a Warren Zevon, también fuera de la ley y dentro de la maestría– como todavía mejor puerta de entrada para aquellos que aún no han volado o se han lanzado al abordaje. Y, de acuerdo, no están Danny’s All-Star Joint o ALucky Guy o Juke Box Fury o Tell Somebody; pero sí están la fantasmal The Last Chance Texaco y la épica We Belong Together y la eufórica The Horses y la brutal Ugly Man (terrible diatriba con George W. Bush como móvil) y la sublime torch-song que es Company y –una de las más hermosas canciones de amor de todos los tiempos– Stewart’s Coat (imposible escuchar aquello de “Abrázame, amor, otra vez no puedo dormir” sin sentir un feliz escalofrío), y tantas otras que suenan ahora mientras yo escribo esto.

LO VIVO Y LO SOLIDO

Boina y guitarra y cigarrillo y piano y voz que sube y baja y la mujer –que alguna vez fue novia de Tom Waits, de la que se enamoró Chuck E. Weiss (el de esa canción que fue su primer éxito) y que por estos días suele cruzar de vereda para, misma calle, darse una vuelta por los discos de Lyle Lovett– no ha dejado de crecer y de agrandarse en un paisaje azotado por los vientos no idiotas pero sí livianos como los de Sheryl Crow (faux RLJ con aquellos All I Wanna Do y Leaving Las Vegas) o, por estos días, Beth Orton y tanta electric jazzie cowgirl indie-country pastando por allí.

Duchess of Coolsville arranca con el melancólico casi vals A Tree on Allenford de su último disco –ecos de Suzanne Vega; o de lo que Suzanne Vega, otra de las contadas muy respetables, hizo quizá inspirada por experimentos de Rickie Lee Jones como la suite Rorschachs– y cierra con el festivo Woody and Dutch on the Slow Train to Peking. Pero las alegrías flamantes aguardan en los 15 tracks del CD número 3: reveladores demos de Young Blood, Easy Money y After Hours; versiones en vivo de The Evening of My Best Day; revisitaciones de clásicos como My Funny Valentine, Autumn Leaves (con Rob Wasserman) y Makin’ Whoopee! (junto a Dr. John); covers formidables del Sunshine Superman de Donovan y del Easter Parade de The Blue Nile junto a... The Blue Nile; el inédito Rondó for 3 Apartments on 34th Street y, como práctica de sus teorías, las dos aproximaciones a Atlas’ Marker (una en vivo y otra en demo) que demuestran cómo funciona “y crece y cambia de forma la idea de un sonido, cómo se ajusta a una nueva información y como, también, permanece intacta como algo sólido: una iglesia, un puente” y cómo una canción es “una entidad que no deja de evolucionar. No está estancada; se mueve. Como un árbol o el trazado de un camino. Es algo vivo, un espíritu que ha sido capturado. Nosotros, los escritores de canciones que también las interpretamos sobre un escenario, sabemos muy bien que así es nuestro trabajo”.

En el cuadernillo de Duchess of Coolsville, Rickie Lee Jones confiesa –y no suena afectado ni improbable– que no puede escuchar sus canciones sin ponerse a llorar y que lo que la hace derramar lágrimas “es la profunda gratitud por haber vivido tanto tiempo, llegado tan lejos y poder mirar atrás por encima de mi hombro y comprender que somos lo que creamos”.

LATIDOS

Quien firma esto recuerda a la perfección el día de 1981 en que se compró una Rolling Stone con Rickie Lee Jones en la portada en un quiosco de Córdoba & Florida y se acuerda todavía mejor de la noche del 1º de febrero del 2001 en que la vio y la oyó en vivo y en directo en una sala de Barcelona y de cómo su voz pasó de un susurro a un gruñido cuando, en We Belong Together, cantó eso de “mirando pasar a los latidos de corazón”.

Muchos latidos de corazón entre ese día y esa noche y esta mañana del 2005 en que Duchess of Coolsville me recuerda que hay personas que te acompañarán toda la vida.

Y que no hacía ninguna falta que te lo recuerden; pero que tampoco está mal –está muy bien y es una gran suerte que así sea– que no te permitan olvidar el que jamás podrás olvidarlas.

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“Ni antes ni desde que Rickie Lee Jones irrumpiera en la escena musical alguien se ha acercado a su marca coolsville.
Su música ha sido un faro para mí a través de mis momentos más oscuros y me sigue guiando hasta el día de hoy.” Tori Amos
 
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