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Domingo, 6 de noviembre de 2005

NOTA DE TAPA

De regreso

El fin de su relación con la cocaína. Su pánico escénico. El disco que nunca salió (y que tiene sus mejores canciones). La nostalgia que lo hizo volver a vivir en la Argentina. Su adicción al psicoanálisis. El inesperado honor de ser sinónimo de música linda. El gesto de la Bersuit de hacerlo volver a ensayar... A punto de sacar El regreso, el disco en vivo grabado en el Luna Park durante sus primeros recitales en Buenos Aires después de seis años, Andrés Calamaro habla de lo mucho que cambiaron las cosas desde aquel raid compositivo inspirado y bestial que lo convirtió en el mejor cronista de su época y en un poeta maldito coreado por multitudes. Y de por qué el mejor Calamaro es el Calamaro por volver.

 Por Martín Pérez

“Soy un gauchito nuevo”, dice Andrés Calamaro, y su rostro se ilumina con una sonrisa de oreja a oreja. Así se definió en un luminoso mail que envió desde Nueva York un par de semanas atrás, cuando estaba mezclando el flamante El regreso, y así vuelve a definirse ahora, sentado en la cocina de un hogar porteño, tomando una y otra pava de mate con el grabador encendido. Y apagado. Y encendido otra vez. Como debe ser. “Hay que terminar con la tristeza”, anuncia este Cantante, decididamente de regreso, con un mate amargo entre las manos, como también debe ser. Toma un sorbo largo, y continúa, ya no tan sonriente: “Hay gente que no va a poder decir esto, principalmente los humildes y los enfermos, hay gente que nunca va a poder escapar de la tristeza y de la injusticia. Que nunca va a poder vivir la alegría que estoy viviendo yo, que estamos sintiendo nosotros en este momento... Sabemos que las adversidades existen, ¿no? Incluso que a todos nos va a llegar la hora, pero en este momento disfrutamos de un mate, que para muchos argentinos es lo único que pueden disfrutar, y que en el resto del mundo ni siquiera lo conocen”.

A punto de dar el punto final a un año de regreso con toda la gloria en una gira de tres shows por España acompañado por la Bersuit, hay que aclarar que hace tiempo que Andrés Calamaro no es más aquel entrevistado locuaz de otros tiempos. Aunque desde que volvió a Buenos Aires su sonrisa se ha ido ensanchando generosamente, y su relación con la música se fue normalizando –pasó de decir que casi era un músico retirado a volver a emocionarse sobre un escenario–, lo cierto es que quienes hemos tenido la suerte y el privilegio de ponerle un grabador delante sabemos que ante la luz roja parece cerrársele la garganta, y comienzan los titubeos, los largos silencios, y la minuciosa construcción de frases de las que se puede extraer más de un titular periodístico. Parafraseando una de sus letras, parece estar como Marlon Brando, rompiendo la camiseta, ya que en la búsqueda de las palabras adecuadas tironea de la remera rocker que viste en esta calurosa primavera porteña hasta casi romperla.

No le gusta mucho la metáfora a Calamaro, ya que aquel Brando que aúlla “¡Stella!” no se corresponde con su actualidad porteña, sin gritos y románticamente plácida al punto de merecer un pequeño tatuaje en su antebrazo derecho, que anuncia: AC/JC. Es que Calamaro está disfrutando de las mieles del amor después de muchas canciones (¡y muchos discos!) que dicen justamente lo contrario, y la responsable de gran parte de la placidez y la sonrisa responde justamente a esas dos iniciales de un tatuaje realizado en un arrebato matutino, y se llama Julieta Cardinali. Aun sin componer nuevas canciones luego de esa exhaustiva, agotadora e interminable ruleta rusa creativa que llenó primero un álbum doble, luego uno quíntuple y después más de un disco duro, Calamaro vuelve a tener a su lado a una mujer que le dibuja una sonrisa en el rostro, algo que siempre ha respondido a los mejores momentos de su carrera. ¿Hay que pensar entonces que se acabará la sequía, y volverán las canciones?

“Cuando uno es feliz, no hace falta escribir nada”, asegura Calamaro, poniéndose muy serio. Y agrega: “Toda la vida prefiero ser feliz antes que escribir canciones. Como dice Litto Nebbia en su libro Reflexiones, el arte y la poesía están en las cosas cotidianas. Yo siempre quise ser un músico y sacar chispas de mi instrumento, lo de escribir lindas canciones es un título que me honra y que lo acepto, aunque hubo otras décadas en que no parecía ser tan importante. Pero yo no hice las canciones para mujeres ni para hombres, las hice porque me gustó estar ahí, al lado de la música surgiendo, cerquita del volcán. Y, en el mejor de los casos, merecer el respeto de mis pares, de los otros músicos, de los especialistas, de la gente sensible que sabe escuchar música. No es verdad que lo único bueno que tenemos los argentinos es el fútbol, la carne y las mujeres. También están los cantores”. Esos que, como decía Troilo, nunca se fueron, y siempre están volviendo. O cantando su regreso.

Honestidad brutal

Apenas llegó a su asiento, lo primero que hizo fue tirar en el piso una pila de revistas que llenaba sus manos. Doce son las horas que se tarda en cubrir en avión el viaje entre Madrid y Buenos Aires, y pensaba pasar gran parte de ese vuelo leyendo todas esas revistas de rock que, lo sabía por experiencia, le iba a ser difícil conseguir de ahora en más si decidía quedarse en casa. Y lo había decidido: llevaba dos años lejos de su Buenos Aires querido, y se daba cuenta de que sus pensamientos eran ya letras de tango. “Había empezado a vivir de la nostalgia, y me parecía injusto”, explica Calamaro remontándose al comienzo de su regreso, aquel vuelo realizado a fines del año pasado, y que sólo obedecía a la obsesiva idea de pasar Año Nuevo en su hogar porteño. “No sabía muy bien a qué volvía a Buenos Aires. Porque fue un Año Nuevo muy solitario, en mi casa, mirando la tragedia de Cromañón por televisión. Pero tenía que hacerlo. Porque, cuando dejás pasar tanto tiempo, empezás a pensar que el reencuentro puede llegar a ser peligroso. Inclusive me di el lujo de imaginarme que podía encontrarme con una banda armada que supiera mis canciones, para así poder tocar... Así que tenía que volver. Era como Busco mi destino, aquella película de Peter Fonda y Dennis Hopper: tomar el avión fue como agarrar la moto, unos mangos, el tanque de nafta y salir a la carretera. ¡Por suerte encontré la vida, a diferencia de los moteros del cine!”

Perdón por la pregunta, pero es inevitable: cuando se habla de dejar España, el mito rocker es que quien se aleja de allí también lo hace de aquellas tentaciones químicas vinculadas con la Madre Patria, y se acerca a otras no menos tentadoras que abundan en el Nuevo Mundo...

–No fue mi caso. No vino por ahí la cosa, ya que yo me había quitado de la cocaína definitivamente. Tal vez si hubiese vuelto dos años antes, hubiese venido a consumir. Pero ya vine curado de espanto en ese sentido. Al final, no conocí ningún dealer, pero sí un psiquiatra. Confieso que cambié una droga por otra. Porque cortarla con la droga es tan complicado como cortarla con un amor, o con el tabaco, o con el alcohol. Fue difícil para mí porque la merca realmente hace desaparecer al resto del mundo, el resto de los pensamientos, y pone toda tu fuerza y toda tu vocación en enchufar esos cables, en grabar y en pensar, y realmente lo hace todo más fácil...

Es raro lo que decís... generalmente, cualquier músico o productor recomienda sacar la cocaína del estudio, porque aseguran que con ella no se siente nada...

–Lo que pasa es que yo no fisuraba. Lo hice también como un auténtico profesional, tal cual lo describe el periodista Enrique Symns, nuestro Hunter Thompson, en su libro El señor de los venenos. Allí cuenta cómo hay que tomar la cocaína, cuáles son los ciclos y cuáles las cantidades, y es exactamente como lo hacía yo. Ves salir el sol tres o cuatro veces por día, y es lo que el cuerpo aguante. Sin embargo, aunque no tengo nostalgias de escuchar... ¡mi risa loca! (risas), también reconozco que estoy desenchufado de la verborragia creativa, y enchufándome lentamente con otras cosas. Cuando hicimos El Cantante, por ejemplo, me era imposible tomar el mando de una grabación.

¡Cuando antes era imposible sacarte el mando!

–¡Es verdad! Inclusive habíamos intentado durante varios meses trabajar con Guido Nisenson como productor, preparando música para una película de un amigo como es Mariano Galperín, y estábamos restaurando mis viejas canciones y probando grabar cosas nuevas en casa. Pero progresábamos más con el wok que con la música (se ríe). Guido me ayudó muchísimo, pero finalmente terminé pidiéndole ayuda a Javi Limón, e hicimos juntos El Cantante.

Limón dice que te comportaste como un señor profesional, yendo a grabar de lunes a viernes, de diez a dieciséis...

–Es verdad... Lo que pasa es que es difícil: al revés que los superhéroes de las historietas, sin la kryptonita perdés toda tu fuerza. Ya no podés volar, ni derretir objetos con los ojos, ni ver a través de las cosas (se ríe). Superman hay uno solo... ¡como Gardel! Pero me duele que esas canciones aún no hayan sido editadas. Todo eso que nosotros llamamos El 22 de agosto, El tilín del corazón, o La sociedad de los poetas de la zurda. Me sigue pinchando un poco que ese período siga siendo desconocido. No haber podido mostrar lo que para mí son mis mejores canciones... Con Guido avanzamos bastante para poder recuperarlas, y cuando viajé a Buenos Aires, hace casi un año ya, interrumpimos lo que iba a ser un box de nunca editados. Estábamos a punto de armarlo, pero si seguía escuchando esas canciones me iba a volver loco. Quiero decir, un hombre no puede traicionar sus sueños. Sí puede traicionar su voluntad, a sí mismo, a su familia, a los amigos... ¡Ser un hijo de puta! Pero los sueños, sueños son. Y hay que tener cuidado, porque se cumplen. Y yo sabía que el verano lo iba a pasar acá, en Buenos Aires...

Estadio Azteca

Una de las primeras cosas que hizo Andrés Calamaro cuando volvió a Buenos Aires, cuándo no, fue hacerse presente en los recitales de ciertos amigos. Pero cuando fue a ver a Los Auténticos Decadentes recuerda especialmente que Cucho lo llevó aparte y le dijo: “Preparate, porque acá está pasando algo muy serio con tus canciones y tu repertorio”. “Lo que más me sorprendió en todo este tiempo fue descubrir cómo me bancó el público, y el lugar de respeto y veneración que guardaron para mí los demás músicos. Lo mismo me pasó en España cuando conocí a Diego El Cigala o Enrique Morente. ¡Pensé que me estaban confundiendo con otra persona! Y acá me pasó lo mismo...”, explica Calamaro, que celebra que su apellido se haya convertido en un adjetivo que significa música linda. Y recuerda cuando se encontró con el Vasco Bazterrica, una noche que su ex compinche de Los Abuelos de la Nada fue a verlo al Luna Park. “Por entonces aún estaba envuelto en mis superpoderes”, recuerda Calamaro, juguetón. Frente a Bazterrica, le preguntó: “¿Qué estilo querés que hagamos? ¿Cuál te gusta más?”. Y el Vasco le respondió: “Lo que más me gusta es la música linda. Cuánto más linda, más me gusta”.

–Por eso yo me alegro mucho, y agradezco, incluso con cierto sonrojo, que se considere mi nombre y apellido como sinónimo de música linda. Porque la música tiene que estar bien hecha, tiene que decir la verdad y tiene que tener feeling. Menos de eso no puede tener una canción. Tiene que ser lo suficientemente heroica como para dar la sensación de poder detener el tiempo por un instante... Hace poco vi un especial de Frank Sinatra, de estos que hacía en Navidad, e invitaba a la hija y a todos. En un momento, Frank hace un par de chistes y después agradece a los músicos, y dice que sin las canciones, los recuerdos y las emociones de la gente quedarían dispersos en la oscuridad del silencio. Por eso, como te digo, sufro un poco cuando pienso que nadie escuchó las que tal vez fueron mis mejores canciones... ¡Pero es que eran tan buenas que nos conformamos con escucharlas sólo nosotros!

Hubo tres de esas canciones –Estadio Azteca, Las oportunidades y La libertad– que se salvaron del naufragio, y asoman en El Cantante. ¿Qué sentís cuando las escuchás?

–Para mí ése fue un error. Yo realmente quería grabar un disco sólo de versiones. Y por eso inmediatamente de salir El Cantante con esos tres temas míos agregados, comenzamos a grabar un disco sólo de tango con Javi Limón. Yo querría no haber grabado esas canciones en El Cantante, porque después de tanto insistir con que las versiones estaban bien como estaban, no sé qué hacía grabándolas de nuevo...

Pero, para la historia, contame quién eligió Estadio Azteca...

–Limón ya conocía el material, de cuando habíamos grabado La ranchada de los paraguayos para el disco de Josele. Su favorita era una que se llama Patas de rana, que es una canción muy oscura. También prefería una que se llama Para torero, donde yo hablo todo el tiempo de Sevilla y Andalucía. Y mi favorita es Mi bandera: “Mi bandera es la favorita/ de cualquiera que escuche/ el tilín de su corazón”...

Pero Estadio Azteca tiene algo especial, ¿no?

–Siempre estuvo iluminada. Fue un momento de inspiración muy especial de Marcelo Scornik, el Cuino, y también de la música. Es una canción que dice mucho más de lo que parece. La letra es misteriosa, no se puede explicar. Cuenta la historia personal de Marcelo pero, a través de él, la de toda la Argentina. Habla del exilio, de la muerte, del fútbol, de los hinchas, de la droga, del corazón que tenemos y que no tenemos. Es una canción muy importante. Así que, en verdad, a esta altura no me jode haber grabado esas canciones. La libertad, escrita con Gringui Herrera. Las oportunidades, que fue la primera canción mía que me hizo derramar lágrimas. Son canciones que merecían estar en un disco, y grabarlas fue una concesión que hice para Alfonso, del sello Dro, para el público caprichoso y para la mecánica de la industria. Pero no para su parte siniestra, sino para la auténtica mecánica, la que nos gusta, que hace que existan los discos y que se editen...

Las oportunidades

Durante toda la semana pasada, antes de viajar a España, Andrés Calamaro retomó la costumbre de ensayar diariamente con la Bersuit. Todas las tardes, cantante y banda se sumergieron en los Estudios TNT, recuperando los temas tocados en el Luna Park, y ensayando los temas que van a agregar especialmente para los shows de la próxima semana en San Sebastián, Madrid y Barcelona: Sin documentos y Me estás atrapando otra vez. “Llevamos unas diez mil entradas vendidas en Madrid, es una barbaridad”, dice Calamaro, entusiasmado.

La historia oficial del regreso cuenta que, a fin del año pasado, la Bersuit convenció a Calamaro de subirse al micro que los llevaría a Mendoza, al cierre de la gira nacional de presentación del álbum doble La argentinidad al palo. Con ellos, Calamaro cantó La libertad y Estadio Azteca, y acompañó a Gustavo Cordera en un tema clásico de la banda, que ya formaba parte de su repertorio allá por el ’91, cuando se conocieron: Mi caramelo. Inmediatamente después de ese encuentro llegaría la propuesta del grupo de hacer las veces de banda de Calamaro en su retorno a los escenarios. Algo que se concretó, primero, con Calamaro como invitado en los shows veraniegos de la Bersuit. Después llegaría ese Festival Calamaro en Cosquín Rock, y por último la emoción del Luna Park.

Recién contabas que anhelabas tanto volver a Buenos Aires, que soñabas que aquí iba a haber una banda lista para tocar tus canciones... ¿Te imaginaste alguna vez que esa banda podía ser justamente la Bersuit? ¿Cuántas veces pensaste en ellos estando en España?

–Un año antes de toda esta historia, ellos estuvieron tocando por España, y en Madrid tocaron en La Riviera. Por entonces yo no salía para ver ningún concierto, estaba solarizado, pero fue a verlos Olga, mi hermanager, y me contó que sobre el escenario tocaron los acordes de Estadio Azteca, ya que la tenían lista por si hubiese sido yo aquel de los años ’80 en Buenos Aires, que subía espontáneamente a todos los escenarios. Así que, cuando llegué acá, quise ponerme en contacto con ellos y agradecer de alguna manera ese gesto. Aunque jamás se me hubiera ocurrido pedirles semejante mano. Pero tengo una poderosa telepatía. Yo veo el futuro y soy de esos que pueden provocar hasta una lluvia. Pero seamos justos: le correspondía a Gustavo Codera, el cantante de la Bersuit, derribar mi voluntad de no querer tocar. Sin embargo, confieso que yo puse la telepatía, y la idea se le ocurrió al Pelado. El corazón, eso sí, lo pusieron todos los Bersuit. Mucho corazón y mucho amor. No sé si fue voluntad o fue sadismo, pero prácticamente me obligaron a ensayar...

Fue muy gracioso, porque primero tuvieron que casi obligarte a ensayar... ¡pero después no querías dejar de ensayar nunca!

–¡Es que yo me pasé todos estos años sin volver a tocar sobre un escenario porque la decisión de volver a tocar la quería tomar en una sala de ensayo! Porque la sala es el segundo hogar de los músicos. Nosotros somos músicos porque nos gusta tocar, no para conseguir chicas, ni por el sexo, la droga y el rock’n’roll. Esa es la broma de Spinal Tap, y el que se la cree es flor de gil. Lo que se agradece es el compromiso con la música, la ética, la identidad. Por eso yo no quería decidir ni una gira ni una serie de conciertos antes de haber estado en una sala de ensayo. Además, yo disfruto mucho del ensayo... y hasta ahora disfruté más de los ensayos que de los conciertos. Espero dar vuelta esa tortilla, y empezar a disfrutar más de los conciertos...

Tu regreso a los escenarios en la Argentina fue con un megaconcierto veraniego, un festival de dos días en Cosquín, programado para que lo cierres tocando vos... la sensación de quienes estuvieron allí en aquellos días, desde mucho antes de tu show, fue de una emoción muy especial... ¿Vos qué sentiste ese día?

–Yo no veía la hora de que se termine. Me la pasaba mirando la lista de canciones a ver cuánto faltaba. Era imposible probar sonido, y yo soy muy perfeccionista. Y a la vez me gusta cuando el rock es todo improvisado, ¿verdad? Al contrario del jazz, en el rock nos pasamos veinte años tocando el mismo acorde, intentando cada vez que suene un poco mejor. Pero no nos da vergüenza tocar ese mismo acorde toda la vida...

Hablando de Cosquín, después del show me diste una cinta con el último ensayo antes de salir de gira con la Bersuit, y me dijiste que era lo mejor... ¿Es mejor esa cinta que la del Luna Park?

–A mí me gustan siempre más los ensayos. Además, después de veinte días ensayando, realmente sentí que estaba tocando y cantando de verdad otra vez. Pero la diferencia con el Luna Park es que estaba la gente. Su presencia le dio una dimensión heroica y muy emotiva al regreso...

Si en Cosquín no disfrutaste... ¿En el Luna Park tampoco?

–Bueno, tuve dos momentos de emoción: cuando canté Por una cabeza con Juanjo Domínguez, y cuando saludé a Jorge Larrosa, que estaba en el foso de los fotógrafos haciendo su trabajo, mientras cantaba la canción suya. Fueron dos momentos, no ya de disfrutar, sino de emoción, casi dolorosa...

¡Vos dijiste que no te emocionabas

arriba del escenario desde que habías presentado a Ciro Fogliatta en Rosario, en tu última gira...!

–Es verdad. Y en el Luna Park me emocioné dos veces, que ya es un lujo. Fueron tres funciones seguidas, y tengo que confesar que las terminé con alivio. Pero la emoción de la gente, las lágrimas de los adultos y de algunos amigos que estaban ahí, pudieron más que yo. Igual, yo sé que la emoción de los demás no tiene por qué atravesarme para ser más posta.

La libertad

Uno de los tatuajes que Andrés Calamaro lleva en sus brazos dice sucintamente: 22 de agosto. Es la fecha de su cumpleaños, y también la de la Masacre de Trelew. Una coincidencia que llevó a considerar esa fecha como uno de los tantos títulos posibles para ese disco desaparecido en el aire, el que falta entre El salmón y El Cantante. Calamaro explica todas estas cosas desde detrás de las rejas de la puerta de la casa de Julieta Cardinali, en el barrio porteño de Chacarita. “Este año cumplí 44 años... ¡Dos veces 22!”, apunta con una sonrisa, mientras la gente del barrio lo ve despidiéndose del cronista y sonríe o saluda. A pesar de estar detrás de circunstanciales rejas, Calamaro es más libre que nunca ahora que es El Regresado (la única forma de referirse a él aludiendo al título de su último disco, una costumbre que viene desde El salmón y se continuó con El Cantante). Pero, en realidad, no hace mal Calamaro en buscar casualidades y significados en cada pliegue de la realidad. Porque la existencia de El regreso, por ejemplo, obedece justamente a una gran casualidad.

Cuando volviste de tocar en Cosquín sucedió algo muy raro: como el show se transmitió por radio y luego lo colgaron de Internet, la semana después parecía que todo el mundo lo estaba escuchando. ¿La edición de El regreso tiene algo que ver con eso? ¿Con llevar esa necesidad de los fans que saben cómo bajar música de Internet a todos los que pueden comprarse un disco?

–Bueno, no lo pensé así, en realidad. La verdad es que en un principio la idea no me gustaba. Porque el concierto del Luna no fue pensado para grabarlo. Incluso no llevamos unidades móviles ni nada. Tuvimos la suerte de que lo grabó un canal de televisión pero, como no soy artista exclusivo de nadie, me pareció mucho más honesto y brutal comprarles la producción en vez de cobrar por dejarlos emitir el show. Había un solo concierto grabado, el de la última noche, o sea que ni siquiera pudimos elegir entre distintas versiones, como se suele hacer. Lo que tocamos esa noche es lo que está en el disco. Pero, a decir verdad, yo estaba un poco disgustado justamente porque el Cosquín se había podido ver por tele y escuchar por radio...

No te había gustado eso...

–No, y tenía todas las intenciones de evitar que volviese a pasar lo mismo en el Luna Park. Por eso fui tan árido, incluso hasta con las fotografías. Pensaba que ya era suficiente con esa intimidad multitudinaria. Me gustaba que quedase dentro del Luna Park y que lo vivamos los que lo vivimos. Así que nunca me tomé el trabajo de ver el video, hasta que tres meses atrás viajé unas semanas a España a arreglar unas cosas, y me senté un día para mostrárselo a Javi Limón, que se emocionó muchísimo de ver a una banda tocando El Cantante y a una multitud cantándolo. Cuando a la tercera canción se prenden las luces americanas arriba del público y se ve toda la gente, el Javi se quedó flipado. Así que recién entonces pensé que bien se podía hacer un disco con eso. ¡También me hubiera gustado hacer un disco con el ensayo! Inclusive pensé en hacer un álbum doble, con el ensayo y el concierto (se ríe). Pero, bueno, las fechas son las fechas y hay que respetarlas. Así como no se puede cambiar la fecha del cumpleaños de uno, tampoco quise retrasar la fecha de un disco que hace cinco años que no salía. Un disco que, de pura suerte, se grabó y se filmó.

Fueron tres noches en el Luna, van a ser tres noches en España...

–La verdad que yo me conformo con sufrir menos que en los conciertos del Luna Park, que somaticé de lo lindo. Me dolió desde el pelo hasta la uña del pie. Me quedé afónico, tuve catarro de pecho, me dolió una encía, me puse mal de la barriga... Estaba en la farmacia, buscando Sertal, Buscapina, Ibuprofeno y Amoxidal día por medio. Por supuesto, mi peor día fue el único que se grabó. Pero, sin embargo, me gusta el disco y me gusta el concierto. Como dice Nebbia, nadie es tan importante como uno cree. Ni siquiera los problemas son importantes como uno cree.

Bueno, ya está, ¿no? Volviste a la sala de ensayo, te emocionaste arriba de un escenario, sos un gauchito nuevo... las canciones ya van a venir.

–Me falta disfrutar un poco más del escenario. Y no me voy a poner nervioso si las canciones no vienen. Todos los días escribo un poquito, porque no lo puedo evitar. Pero para mí la música fue una experiencia psicodélica, babasónica, así que es probable que todavía no tenga el alta para todas mis neuronas. Me prendí fuego tratando de escribir mi mejor canción y lo logré, tanto el fuego como la canción. Pero para llorar a la iglesia todavía me faltan veinte años. Mi sociedad con la cocaína ya terminó. A la pelota no la ensuciamos, ¿verdad? Y lo único que un hombre no tiene que ser es ni maleducado ni alcahuete. Ahora, escribir o no canciones... Mirá, aprendí a dar palmas de bulería con más de cuarenta. Así que espero seguir trabajando en Casa Limón, con Juanjo Domínguez, con Litto Nebbia, y espero que el año que viene se tense la cuerda del arco y podamos disparar flechas juntos con otros músicos y colegas, tanto en España como en la Argentina.

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Imagen: Jorge Larrosa
 
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