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Domingo, 6 de noviembre de 2005

ARQUITECTURA > EL MONUMENTAL PROYECTO PARA AGGIORNAR MILáN

Milando al futuro

Tres de los arquitectos más grandes y espectaculares del momento ganaron el concurso internacional para alzar una nueva Milán en el agujero dejado por el traslado de la histórica Feria Internacional a las afueras. El resultado: City Life, un proyecto que se propone refundar la ciudad como no sucedía desde hace más de 500 años, convirtiéndola en “la sustancia construida del futuro” y mostrando cómo la globalización se puede volver arquitectura.

Por Gustavo Nielsen

“A Milán siempre le faltó algo”, dice mi amigo Daniel Massei. Y pienso que tiene razón. Milán tiene historia italiana, tiene el Duomo, tiene sus exposiciones internacionales, pero le falta algo. Para empezar, no tiene sol. Eso, que no es un problema para Londres, es fatal para una ciudad italiana. Pero lo que le falta de sol lo compensa con lo que le sobra de dinero: Milán es una gran capital económica. Quizá por eso Milán también tiene la Fiera, una gran Feria Internacional levantada como una ciudad posmodernista. La construyó en los ’70 el arquitecto Mario Bellini, y ahora acaba de mudarse de Milán a Rho-Pero, a algunos kilómetros de donde estaba. Los dueños del negocio argumentan que la feria anterior les quedaba chica. La nueva Fiera se inauguró en marzo de este año y no cambia demasiado a la ciudad, salvo porque deja un gran agujero urbano. ¿Con qué pensaron rellenarlo los milaneses? Con la ciudad del futuro: City Life.

El futuro llegó hace rato

Las operaciones de shock en ciudades degradadas obedecen a muchas razones, aunque todas sean de orden económico. Pensemos en Bilbao. Una ciudad industrial con un río contaminado. Por comparar, nomás, como Barracas con el Riachuelo. Y vino Guggenheim de la mano de Frank Ghery, con una de sus mejores obras. También vino Calatrava con uno de sus bellos puentes. Y un sector que era pura basura urbana quedó convertido en un diamante. ¿Qué pasa alrededor? Todos comienzan a arreglar sus construcciones, y aparecen proyectos muy hermosos como las estaciones de subte de Sir Norman Foster. Y alguien limpia el río.

La novedad crea una zona restaurada, casi por simple asentamiento. La obra actúa como un detonante de belleza para la ciudad. Si eso nuevo es tan lindo, no podemos dejar el resto degradado. Los terrenos pasan a valer más y los inversores no tienen duda alguna: es un negocio. Pero un negocio que, inusitadamente, eleva la calidad de vida.

El concepto de “detonante urbano” lo inauguró un arquitecto italiano miembro del Team 10, el grupo que se opuso al urbanismo modernista. Mientras Le Corbusier señalaba a las ciudades como máquinas en donde las funciones (trabajar, dormir, recrearse) debían estar bien separadas unas de otras y unidas solamente por carreteras, Giancarlo de Carlo hablaba de la ciudad de la coexistencia, como la que existe desde el Medioevo. Una ciudad en la que trabajo, dormitorio y recreación están mezclados. Ejemplos de la ciudad moderna hay muy pocos; el más paradigmático quizá sea Brasilia, de la que hablaremos en otra nota.

Giancarlo de Carlo es creador de varias universidades inscriptas dentro de ciudades como Urbino o Pavía. No universidades al estilo de “Ciudades Universitarias” como la Facultad de Arquitectura de aquí, a la que hay que arribar después de un largo viaje en colectivo, sino como la Facultad de Ingeniería en San Telmo, por ejemplo. Una actividad fuerte concentrada en un edificio con presencia que congrega bares, casas de fotocopias, lugares de venta de apuntes, mesitas en las veredas y llama a nuevos centros universitarios como la Universidad del Cine de Antín y el Museo de Arte Moderno. Todo eso utilizando el viejo casco de San Telmo, no un descampado sin personalidad. La universidad puede ser un gran detonante urbano de actividad; le puede cambiar la cara a una ciudad. Da vida. Y la vida renueva.

De nuevo Milán

Veo a mi amigo Daniel Massei y, una vez más, hablamos de Milán. “Algo fuerte, algo que la cambie”, dice Massei que le hace falta a la ciudad. Y entonces le muestro la película de City Life. Dura cinco minutos, con música de jazz cantada por un clon berreta de Billy Holliday. Massei dice: “Uau”. Dice: “No sé si tanto”.

City Life

¿Qué hacemos con Milán? ¿Llamamos al Guggenheim, a Ghery, a Calatrava? Bueno. Pero también a otros. Llamamos a concurso privado y elegimos a varios. Y los juntamos. Y les pedimos algo desde cero. Primero, porque tenemos un gran predio, el agujero urbano que dejó la vieja Fiera, más otro tercio que podemos expropiar. Segundo, porque tenemos el dinero necesario: tres billones de dólares (solamente los terrenos valen setecientos millones). Tercero, porque tenemos los inversores, y son todos privados.

El concurso se hace durante el 2004 y lo ganan tres arquitectos que apenas si se conocen de los congresos: la famosísima arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid, el multipremiado autor del Museo Judío de Berlín y del Ground Zero de NY (el proyecto que ocupará el cráter que dejaron las torres gemelas), Daniel Libeskind, y el japonés Arata Isozaki. Los reúne un cuarto arquitecto de cepa milanesa: Pier Paolo Maggiora. El Ayuntamiento les paga el viaje y los sienta alrededor de una mesita baja. Pone un mantel tipo Pippo y les reparte unos crayones. Ellos comienzan a conversar como conversamos los arquitectos, con dibujitos. Se ríen; hacen sus garabatos; son felices. Los vemos en el video que el Sviluppo Sistema Fiera y la Fondazione Fiera Milano han decidido grabar para la posteridad. La ciudad que les piden que hagan es la que aún no está sobre la tierra, la que va a venir. Pasan dos meses. “City Life está registrada en este render”, dice Maggiora, sonriendo, hace un click con el dedo y los arquitectos del mundo reunidos en la X Bienal de Buenos Aires pasamos a ver esa película. Dios mío.

La ciudad

En Milán hay sólo dos torres altas: la Velazca y la Pirelli. City Life está compuesta de cincuenta torres más de esa altura, pero de acero y vidrio. El proyecto es un nuevo centro para Milán. Las torres no conforman un entramado urbano: no están dispuestas en manzanas, ni en manzanitas. Son bloques a lo Lugano 1 y 2 pero hipermodernas, ocupando unos 300.000 m2 de suelo. Las calles pasan solas, como autopistas, entre edificios distanciados cientos de metros unos de otros. A pesar de las distancias, las calles son solamente peatonales. Los autos van por debajo de la tierra. Los grandes descampados tienen la misma función que en Brasilia: ver los edificios enteros, poder fotografiarlos.

Salvo por el tema de los autos, el proyecto tiene la lejana ingenuidad de las primeras urbanizaciones de Le Corbusier. Aunque las suyas tenían pasarelas, caminos techados, zonas arbóreas. En City Life no hay nada de eso, por más que los simulacros hechos en computadora nos la muestren llena de gente feliz.

Hay también algunos edificios emblemáticos; el Museo de los Niños y el Museo del Diseño. La diferencia entre ellos y los edificios de viviendas u oficinas es que los ha diseñado uno u otro arquitecto.

La cualidad que Maggiora destaca es que son “edificios livianos”, que simulan no tocar el piso.

Decadencia de una modernidad

Llegamos a la plaza, que se intuye desde todos los rincones de Milán. ¿Por qué? Por sus nuevos “campaniles”, contesta Maggiora. Son el centro emblemático de la intervención innovadora. El paseo virtual del render nos conduce hasta ahí. ¿Qué vemos? Los edificios que salen en la foto. Son tres. Gigantes, cuatro o cinco veces más grandes que la torre Pirelli. Cada uno corresponde, respectivamente, a cada gigante de la arquitectura. Libeskind diseñó el que se inclina; Hadid el que se torsiona e Isozaki el que se apoya. Rodean una plaza enorme y desolada. Albergan el poder de las multinacionales. Representan, según Maggiora, la “sustancia construida del futuro”. Son la globalización vuelta arquitectura. La contemporaneidad vuelta ciudad. “La verdadera garantía de la tradición es el avance.” El proyecto no busca conservación alguna, ni siquiera por sitiarse en una ciudad de miles de años de tradición. “El Duomo de Milán fue construido por venecianos, no por milaneses, y los materiales utilizados fueron de vanguardia, totalmente nuevos para su momento y traídos de afuera”, dice Maggiora. “Hacer esta operación, hoy, es parecido a hacer el Duomo antes. La arquitectura es, a la historia, la representación de la actualidad”, agrega. “Continuidad con el pasado como tradición; ruptura con el pasado como imagen.” Vuelve a sonreír.

Uno de los edificios emblemáticos tiene la columna vertebral retorcida. El otro está definitivamente encorvado. El tercero se apoya sobre muletas. Las tres torres están sufriendo. Se las ve cansadas. Son la modernidad en derrota. Una metáfora de la vejez irremediable, aunque la sonrisa de Maggiora diga que está construyendo cosas recién nacidas. En el 2014, cuando City Life esté terminada, estos edificios serán más viejos que los de la antigua Fiera.

Mario Botta y un final feliz

Al arquitecto Mario Botta también le toca intervenir en Milán, contemporáneamente a los cuatro fantásticos. Su proyecto es más puntual, está referido solamente a la Scala, el célebre teatro.

La Scala fue construida entre 1776 y 1778 por el arquitecto Pier Marini. Trece años después le agrandan la escena. Y a partir de ahí comienzan a venir los agregados feos. Camarines, servicios, talleres. Espacios que se fueron adicionando salvajemente, como si a la Scala le hubieran salido granos.

En el 2001 lo llaman a Botta. Decide hacer una operación de rescate del primer edificio, el de Marini. Su actitud es de limpieza de la historia, una forma de demolición sana. La Scala estaba necesitando máquinas para construir la escena, porque la escena teatral moderna precisa mucho más lugar oculto que antes. Botta, con precisión de relojero, extrajo del viejo edificio todos sus adicionales y le entregó dos volúmenes con estética nueva. El gran poliedro trasero de la escena y un paralelepípedo de base ovalada que asoma hacia arriba: los camarines y los servicios.

Mario Botta ha hecho, así, una operación arquitectónica basada en el silencio. Los edificios que flotan del proyecto anterior son parte de un pecado de soberbia. Ningún edificio flota, ningún edificio es liviano. Botta actúa con lenguaje actual pero con respeto por el pasado, y de la mano de la verdad. No nos vende espejitos de colores. Al referirse a la pesadez de sus bloques, solamente atina a decir: “He venido a traer un poco de gravedad al futuro”.

El final feliz

Con City Life a Milán no sólo le va a seguir faltando algo, sino que ahora le va a sobrar una ciudad entera. Mientras tanto, el fantasma de Marini ha empezado a visitar a Botta por las noches. Para hacerle masajes en los pies.

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