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Domingo, 8 de enero de 2006

ENTREVISTAS > JORGE SABORIDO ANALIZA LA REVISTA CABILDO

La derecha siniestra

Nacionalista y católica, crítica con la Iglesia por su tibieza, y posicionada a la derecha de la Junta Militar que presidió la última dictadura, la revista Cabildo alentó la represión, aplaudió la censura, demonizó a los judíos, invocó la guerra, criticó al Proceso por “flojito” y auspició los levantamientos carapintadas de Seineldín. El historiador Jorge Saborido, dedicado al estudio de diversas publicaciones de derecha, explica la ideología del más rancio pensamiento de la derecha argentina.

 Por Angel Berlanga

“Demasiado antiguo todo”, concluye el historiador y catedrático Jorge Saborido en sus estudios sobre el ideario de la revista Cabildo durante la dictadura. Por entonces hasta a las jerarquías del Proceso les parecía demasiado: los textos de esta revista nacionalista y católica se ubicaban mucho más a la derecha, eran mucho más reaccionarios, y estaban mucho más a favor de matar que el mismísimo Jorge Rafael Videla. Mesiánicos, antisemitas, justificadores del terrorismo de Estado: en esas líneas persisten desde los números que siguen apareciendo por estos días, en lo que denominan su “tercera época”, dirigida por Antonio Caponnetto, un sujeto que ya en 1978 declaraba que “el pacifismo es anticristiano” y que las argumentaciones a favor de los derechos humanos eran “un peligroso mito”. “Como la tía loca que vive en el altillo por impresentable –escribió Sergio Kiernan en este diario, en torno de la edición de noviembre–, Cabildo dice a los gritos lo que los conservadores susurran o piensan.” En el último número, entre otras encantadoras pruebas de amor a Cristo, se justifica la confesión de capellanes a los torturadores, se tilda a quienes participaron de la marcha gay de “sodomitas y apátridas”, se insta a luchar aunque haya que derramar la propia sangre, se critica por derecha al gobierno y a la Iglesia y hasta se cometen unos versos de homenaje a “quienes cayeron en combate, por Dios y por la Patria, en pugna franca y abierta, contra la invasión marxista”. Hace unos años una expedición encontró, congelados, en Siberia, los restos de un mamut muerto hace 27.000 años: si los científicos pudieran, además de configurar la secuencia genética del paquidermo, acceder a los pensamientos de esta especie extinguida, quedaría en evidencia que el bicho razonaba menos rancio, más a favor de la vida, que esta gente.

“Cabildo apoya la represión, la idea de que hay una guerra de nuevo cuño en la que todo vale, en la que pueden cometerse excesos lamentables pero inevitables”, dice Saborido, que analizó en varios ensayos –uno de ellos publicado este año en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla– las posturas ideológicas de esta revista que, en contrapartida, criticaba el liberalismo económico del Proceso. “Me interesa la historia de las ideas políticas de derecha –dice–; es más: en los años ‘76, ‘77, compré algunos números de Cabildo. Empecé por esta revista y luego decidí ampliar el campo de investigación a otras publicaciones de la prensa católica durante la dictadura.” Este profesor de Historia Social de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UBA y de la Universidad de La Pampa –que dialogó con Radar antes de partir hacia España, donde dará una serie de conferencias– tiene avanzados sus análisis sobre el quincenario Criterio (muy cercana a la jerarquía eclesiástica de la época y en sintonía con el perfil liberal de la dictadura) y está comenzando el correspondiente a Esquiú, un semanario que “apoyó fervorosamente a los militares”, y en cuyas páginas los funcionarios firmaban artículos. “Para Cabildo, los militares hicieron lo que tenían que hacer: proceder a extirpar el mal –agrega Saborido–. Con posterioridad dijeron que tendrían que haber puesto la pena de muerte: juicios rápidos y matar con luz y taquígrafo. Es lo máximo que podían aceptar.”

¿De dónde salen?

–Bueno, es un nacionalismo integrista que tiene raíces muy claras en términos del pensamiento tradicionalista europeo. No son venidos de Marte; el que los lea por primera vez puede decir: “Epa, ¿de dónde salieron éstos?”, pero hay una línea de pensamiento contrarrevolucionario que arranca, diría, con la misma Revolución Francesa, en contra del liberalismo político. Luego toman de aquí ciertas características del nacionalismo vernáculo, la reivindicación de las tradiciones hispánicas (reniegan de la Independencia), de la figura de Rosas, el cuestionamiento a lo que se llama la línea Mayo-Caseros. Más adelante entroncan con el período que arranca a principios de los ‘30, la época de Uriburu, y después, algunos –los menos– adscribieron al peronismo –rescataban ese costado de “ni yanquis ni marxistas”–, pero la mayoría tomó distancia, debido al carácter “plebeyo” del movimiento.

Es muy llamativo cómo coincide el discurso de Cabildo con lo que, cuentan muchos sobrevivientes de chupaderos durante la dictadura, decían los represores en las sesiones de tortura.

–Acá hay una tradición que se remonta a los años ‘20 y ‘30; el historiador italiano Loris Zanatta ha mostrado muy claramente, en un libro magnífico que se llama Del Estado liberal a la nación católica, la transformación que experimentó el ejército como consecuencia del adoctrinamiento de capellanes y demás con respecto a esto de la tradición hispánica, al considerar al ejército como eje constitutivo de la nación y a la democracia como algo accidental y no como un elemento básico. Estas ideas estaban metidas en muchos oficiales que fueron adoctrinados así.

Me refería, más bien, a la terminología: a las coincidencias entre Cabildo y los torturadores en el uso del lenguaje. Y a que personajes como Massera y Camps son presentados afectuosamente.

–Hay un artículo largo del general Adel Edgardo Vilas, el responsable del operativo antiguerrillero en Tucumán, sobre la guerra revolucionaria y demás que no tiene desperdicio: porque es un hombre que copia, que no tiene ideas originales, pero abreva en la fuente del pensamiento contrarrevolucionario de la época y da una visión apocalíptica del dominio del marxismo sobre el mundo, de las conexiones entre el capitalismo y el socialismo. Y Camps, cuando se retira, va a ser un columnista más o menos habitual de Cabildo.

¿En qué años escribe?

–Después de la retirada de Videla, y ya en democracia. Cabildo sigue hasta el ‘91, y luego reaparece a fines de los ‘90. Yo creo que, a través de testimonios y demás, es evidente que ellos tenían alguna vinculación directa con ciertos sectores de la represión dura. No creo que fueran los mentores ideológicos, pero queda claro que coincidían con lo único que unía a las Fuerzas Armadas: la lógica del terrorismo de Estado. En todo lo demás, entre ellas, había matices, discusiones, enfrentamientos... Dicen que era la revista más leída en los casinos de oficiales. Hay mucha gente de las Fuerzas Armadas en la que, apenas se avanza un poco en la discusión, se descubren rasgos de esa formación, la que los vincula con Cabildo.

¿Y qué vinculaciones tenían con la Iglesia?

–Están muy distanciados de la jerarquía. Son muy duros respecto de los documentos del Episcopado, que eran, como sabemos, tibios. Cabildo tiene una visión integrista: son los dueños de la verdad y los demás están equivocados. Teóricamente no cuestionan la infalibilidad del Papa en cuestiones dogmáticas, pero siempre hay un cuestionamiento: ellos sienten que la Iglesia y el Vaticano han sido atacados por el veneno de la modernidad. En aquel momento, por otra parte, el número de obispos integristas era muy limitado. Cabildo tiene palabras durísimas contra Justo Laguna; ni hablar cuando se transforma en una figura mediática. Monseñor Angelelli era, para ellos, directamente comunista. Están posicionados en la extrema derecha de la jerarquía.

¿Qué posturas tuvieron, durante la dictadura, en torno de la censura, los derechos humanos y la libertad sexual?

–Son partidarios de la censura, lo dicen con orgullo. Incluso le hacen un homenaje a Miguel Paulino Tato. Con respecto a la defensa de los derechos humanos, dicen que son la nueva estrategia de la izquierda. Y entonces, en lugar de discutir sobre el sistema, hay que descalificar esa defensa, porque forma parte del marxismo internacional. Respecto de la libertad sexual, qué te puedo decir... (se ríe) Tienen una postura integrista que, ideológicamente, no tiene fisuras. No hay baches en sus argumentos. Son gente con una formación intelectual, son gente culta.

¿Le parece? Si el Proceso se asocia a lo cavernícola, éstos parecen todavía más.

–Claro, en cuanto a su reaccionarismo: en ese aspecto sí. Pero quiero decir: son gente que tiene ideología. Uno puede rechazarla, pero tienen respuestas. A partir de esta visión conspirativa de la historia, de la conspiración judeo-masónica y demás, tienen respuestas para todo. Y esas respuestas, en algún momento, pueden resultar atractivas para ciertos sectores. Esa idea de que el mundo se repartió en Yalta y que a partir de ahí socialismo y capitalismo son dos nombres distintos para cosas muy parecidas, que éste es un proyecto de dominación del mundo. Es más: son traídos a colación los famosos Protocolos de los sabios de Sión. Y aunque se haya probado que son falsos (hasta se sabe quién los escribió), en el nacionalismo se siguen sosteniendo como vigentes: para ellos hay un proyecto judío para dominar el mundo.

¿Percibe algún arraigo de estas ideas, hoy?

–Yo creo que no. El discurso es demasiado antiguo: es muy difícil asimilarlo al mundo moderno. Uno puede ser muy crítico con el mundo moderno, pero esto cruje por todos lados, no se sostiene. Hasta Aldo Rico se les hizo “demócrata”... Ellos siempre van a apelar al Ejército, “el tronco constitutivo de la nación”. Pero hoy el Ejército no tiene ni para sacar los tanques.

Luego de la dictadura, apostaron sus fichas a Seineldín.

–Tras un apoyo inicial al Proceso, Cabildo exigía que se fuera más a fondo en cuanto a educación, a confrontaciones en política exterior, a economía. La guerra de Malvinas fue un corto retorno, con más fuerza, del idilio con la dictadura: “Este puede ser un momento fundacional –dicen–, un punto que marca un antes y un después: el pueblo en su conjunto apoya fuertemente la guerra, podemos llevar adelante nuestra revolución”. Aunque en el primer número tras la ocupación le critican a la Junta que empiecen a llamar a los políticos, en última instancia mantienen la esperanza. Pero cuando se produce la decepción de la derrota militar dicen que “la guerra se perdió en Buenos Aires” y empiezan a reivindicar a la oficialidad media, a “los que pelearon heroicamente en Malvinas y fueron traicionados por la cúpula”. “Mientras la cúpula negociaba, los valientes se mataban, exponían sus vidas.” Ahí empieza a verse una continuidad con Seineldín y su grupo. Eso los lleva a ser prácticamente los voceros de los carapintadas, ya durante el gobierno de Alfonsín. En esta idea de nación católica, Seineldín pasó a ser su líder carismático.

Seineldín vendría a ser como el último

estertor.

–Sí, es su canto de cisne, ese intento de desestabilización de la democracia. En el último número anterior a la asunción de Alfonsín aparece en la tapa la foto de Videla: “Este gran responsable no debe quedar impune”, dice. Y sobre la traición del Proceso, afirma que “tuvieron la ocasión de hacer la revolución y no la hicieron. Terminaron con la subversión armada, pero quedó la subversión cultural. Y ahora resulta que viene ‘El Alfonsín colorado’ –así lo definían–: de su mano viene la socialdemocracia, el marxismo internacional con otro rostro”.

¿Qué posturas tuvo Cabildo en torno de la inminencia de la guerra con Chile?

–Se tiraron de cabeza, también. Otra posibilidad de “momento fundacional”. “Acá podemos arrancar de nuevo, la Argentina se va a justificar como nación”, y demás. El mismo Caponnetto instaba a “aceptar el sacrificio de toda guerra justa para que nuestros hijos no puedan reprocharnos mañana el deshonor y la vergüenza”. Cuando interviene el cardenal Samoré le dedican palabras muy duras. “Al Papa lo respetamos –dicen–, pero no tiene nada que hacer acá.”

¿Qué visión le dio el tiempo; cómo veía aquellos ejemplares durante la dictadura y cómo los ve hoy?

–En aquel momento creía que Cabildo tenía más incidencia sobre la política, que tenía una conexión mucho más cercana que la que realmente tenía con la dictadura. Ahora me queda claro que era un grupo extremadamente aislado; en aquella época pensaba que tenían más significación. Al revisar su discurso uno ve que los militares lo podían utilizar, en su momento, pero todo el paquete es demasiado. Podían compartir aspectos, la visión conspirativa de la historia, el catolicismo de misa diaria, el cumplimiento de los mandamientos y demás, pero es mucho. Demasiado.

¿Usted es católico?

–No. Soy católico de formación, pero no soy creyente. En este momento no. En el primario fui a un colegio de curas en la calle Larrea, el San Miguel; en los ‘70 el colegio tuvo unos conflictos muy serios, e incluso en Cabildo aparecieron un par de artículos acusándolo de que ahí se enseñaba el marxismo. Pero yo no estaba: para esa época ya me había recibido de historiador.

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“En su momento, los militares lo podían utilizar. Podían compartir aspectos, la visión conspirativa de la historia, el catolicismo de misa diaria, el cumplimiento de los mandamientos y demás, pero todo el paquete era demasiado.”

Jorge Saborido

 
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