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Domingo, 22 de enero de 2006

CINE 2 > LA NUEVA DE COSTA-GAVRAS

El crimen de buscar trabajo

Están las películas europeas que abordan el problema del desempleo en su propio territorio de manera seria, y hasta con cierta gravedad, como la francesa El empleo del tiempo, la belga Rosetta o parte de la filmografía de Ken Loach, y está The Full Monty, que hace de todo el asunto una comedia dramática. Y por otro lado, está La corporación, última película de Costa-Gavras, que no se parece ni a una ni a otras.

En La corporación, el protagonista es Bruno Davert (el actor José García), un hombre de la industria del papel que fue puesto “en disponibilidad” por la empresa para la que trabajó quince años debido a una operación de “reducción y traslado” y que, al empezar la película, lleva dos años buscando un nuevo trabajo. Alienado por la vida doméstica, agotado por las quejas de sus hijos –a quienes el recorte dejó sin cable– y herido en su orgullo al ver a su esposa trabajando en dos puestos mal pagados, se le ocurre un plan: eliminar a todos aquellos que se han postulado para el mismo trabajo en el que él parece haber puesto sus últimas esperanzas. Uno por uno. A sangre fría.

Basada en la novela The Ax, del neoyorquino Donald Westlake, pero adaptada por el propio director y Jean-Claude Grumberg (su colaborador en Amén, su película anterior), todo en La corporación hace sospechar que fue concebida como una mordaz sátira sobre el capitalismo salvaje; si es así hay que decir que la mordacidad se va quedando por el camino a medida que se la van engullendo sus apuntes de trazo grueso. Hasta cierto punto, es posible abstraer algunas incongruencias, pero la película termina acorralada por su afanosa necesidad de enviar algún mensaje de importancia. En segundo plano, la pantalla queda cooptada por una serie de publicidades de erotismo berreta, que promocionan, por ejemplo, celulares con lencería (la publicidad televisiva, cuando se la menciona, y la televisión en general, parecen ser hiperviolentas). ¿Conclusión? Las megacorporaciones, los medios, el sexo, la violencia y el crimen quedan indisolublemente pegoteados pero no hay nada que indique cuál es exactamente el factor aglutinante, y todo termina por parecer una canción escuchada mil veces. Pero la gran intriga es qué hacer de ese protagonista que a todas luces no es un absoluto un cretino pero que no tiembla (no demasiado, no lo suficiente) cuando decide salir a matar por un trabajo. Todo tiene, sin embargo, sus momentos de humanidad: Davert conoce, en su misión criminal, a tipos que merecen morir y tipos que merecen otra oportunidad (probablemente más de lo que la merece él) y descubre, también, cierta humanidad en quien menos lo espera.

Y la otra gran, inevitable intriga es quién va a filmar la versión hollywoodense de esta novela norteamericana convertida en algo tan improbable como una comedia negra y francesa sobre el desempleo.

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