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Sábado, 20 de julio de 2002

Las tres mosqueteras

Cine Hijas de la tradición más osada del dibujo animado, pensadas como un corto para estudiantes universitarios en estado cannábico y devenidas uno de los dibujitos más populares de los últimos años, ahora Las Chicas Superpoderosas llegan al cine con una delirante mezcla de animé, lisergia, sexo y vanguardia para contar el origen de Bombón, Burbuja y Bellota. El estreno en Estados Unidos no recaudó lo esperado. ¿El motivo? Parece que la película es buena, demasiado buena.

Por Mariano Kairuz
Es una de las películas de dibujos animados más felizmente extrañas que hayan llegado al cine en bastante tiempo. Uno hasta podría preguntarse cómo es que el Cartoon Network y la Warner autorizaron los varios millones de dólares de presupuesto de algo que se ve y se siente, en cierta manera, tan poco comercial. Aunque parezca validado por el éxito televisivo de una serie que ya lleva cinco temporadas. Porque en la película de Las Chicas Superpoderosas están los elementos básicos de los episodios catódicos de entre diez y veinte minutos de duración –su inusual paleta de colores, los múltiples cruces e influencias que configuran su superpoderosa gráfica retro–, pero potenciados con cierta carga de oscuridad y violencia. En una historia que funciona a modo de preescuela de la serie, presentando a varios de sus personajes desde su origen, Bombón, Burbuja y Bellota –las tres superheroínas en edad preescolar– son por momentos pura destrucción. Y en otros, puro egoísmo. Será por eso que las Chicas Superpoderosas son tan encantadora e irresistiblemente humanas.
Según John Kricfalusi, padre de “Ren & Stimpy” (esos monstruos del dibujo animado que revitalizaron el género en la primera mitad de los noventa), 1965 marca el momento en que la animación dejó de ser hecha por animadores y pasó a ser escrita por (malos) guionistas, obligados a saturar la pantalla de los sábados a la mañana. Fue entonces que los animadores y dibujantes fueron desplazados de sus puestos creativos y convertidos en “esclavos de ejecutivos con un coeficiente intelectual 30 puntos más bajo que el de ellos”, lo cual terminaría redundando en nefastas historias de escasa inspiración visual, personajes poco interesantes y chistes verbales subnormales; en palabras de Kricfalusi, mucho Scooby Doo y compañía. El Cartoon Network (paradójicamente, el nuevo hogar de las tradicionales producciones televisivas de Hanna-Barbera) vino a cambiar un poco el panorama: entre sus frecuentes presentaciones de cortometrajes de nuevos animadores, cada tanto se produce algún descubrimiento brillante. Y acá es donde entran en escena dos veinteañeros salidos de CalArts, la prestigiosa escuela artística de California: Genndy Tartakovsky, un inmigrante ruso llegado a Estados Unidos a los siete años de edad; y Craig McCracken, uno de sus compañeros de clase, obsesionado con los superhéroes. Este último había participado en festivales de animación con un corto”de pequeños y violentos chistes” llamado No Neck Joe (“Joe sin cuello”), acerca de un chico literalmente carente de cogote y “chistes tontos sobre los niños que lo patotean y un vampiro que intenta morderlo y no puede, y unas jirafas que se burlan de él”. Ambos serían convocados por el canal para trabajar en una serie titulada “Dos perros tontos”. Una vez instalados en el Cartoon, mientras el radical Kricfalusi ponía en práctica sus alucinaciones más deformes sobre un personaje clásico como el Oso Yogui, Tartakovsky y McCracken desarrollaban sus respectivas creaciones, destinadas a convertirse en dos de los programas más emblemáticos de la nueva etapa de la animación televisiva disparada por la señal: “El laboratorio de Dexter” (1996) y “Las Chicas Superpoderosas” (1998).
Tartakovsky y McCracken parecieron hacerse eco de los reclamos de Kricfalusi: sus historias no se escriben sino que los guiones tienen la forma de storyboards (especie de historieta): “No tenemos guionistas, no creo en los guiones. Si querés trabajar en ‘Las Chicas Superpoderosas’, si vas a escribir, también tenés que dibujar. Hay muchas cosas que se pueden decir sin palabras; se puede decir tanto con imágenes”.
En la película, como en la serie, casi la totalidad de los dibujos es de factura manual, con escasos aportes de gráfica digital, recurso modernoso y abusado que de otra manera podría entrar en conflicto con el trazo y el diseño inspirados en la ilustración de tres, cuatro y hasta cinco décadas atrás, en especial la de un momento clave y vanguardista de la animación, que fue el de la United Picture Artists (donde varios de sus adalides habían sido reclutados entre los huelguistas de 1941en la Disney, y dibujantes en general en desacuerdo con las imposiciones estéticas e ideológicas del Ratón). Para dar una idea de su estilo gráfico, de la UPA salieron “Mr. Magoo” y una versión inolvidable del cuento del Dr. Seuss, “Gerald McBoing Boing”. Pero los personajes de las Superpoderosas cruzan más, eclécticas, infinitas referencias.
El trío de nenas protagonistas fue originalmente garabateado por McCracken en su época de estudiante, bajo la hipnótica influencia de las figuras de “Ojos Enormes” de la ilustradora norteamericana Margaret Keane. Y mientras que los movimientos del Profesor Utonio –más que creador, padre soltero de las niñas– se encuentran atrapados por su rectangulosa fisonomía, el villanísimo Mojo Jojo, el simio originado -como las chicas– en el mismísimo laboratorio del profesor, fue inspirado por un personaje de una serie japonesa de los años setenta a lo “Ultramán” y el doblaje norteamericano del nunca bien ponderado “Meteoro”. Pero también hay personajes basados enlaslisérgicas criaturas de El submarino amarillo y una auténtica femme fatale, la señorita Bellum, asistente (y verdadero intelecto detrás) del Alcalde de la ciudad de Saltadilla y portadora de un carácter de bomba sexual y cerebral que se insinúa en una frondosa cabellera, unas piernas dignas de chica-Vargas y un rostro que nunca llegamos a ver. A quien se extraña en la película es a Él, personaje diabólico y sexualmente ambiguo concebido originalmente como el mismísimo Satanás, pero modificado en virtud de una política del Cartoon de no incluir referencias religiosas. En los momentos de acción, la marca es puro animé nipón, ese que, consciente de sus limitaciones, sustituye movimiento por cuadros y colores vibrantes y perspectivas imposibles. Pero es en la concepción de las historias donde confluyen dos favoritos indiscutidos de McCracken:el “Batman” camp de los setenta con Adam West, con su funcionamiento en dos niveles (serio y superheroico para los más chicos, comedia paródica para los adultos) y algo de ese espíritu posmoderno que animaba aJay Ward, cerebro pionero de la animación televisiva con “George de la selva”, “Superpollo”, “Tom Ruedaloca” y los increíbles “Cuentos de hadas fracturados”. En suma: un cóctel explosivo que nació casi casualmente de un diminuto dibujo de McCracken y de un corto que su propio autor jamás imaginó destinado a la popularidad sino más bien como un artefacto de culto “entre losveinteañeros universitarios, que lo verían en sus habitaciones cuando estuvieran totalmente fumados”. Y entonces, la película.
La ciudad de Saltadilla vive tiempos aciagos, con altos índices de corrupción y criminalidad, “sin el color de antes”: la excusa perfecta con que McCracken lleva su osadas elecciones cromáticas a extremos insospechados. De esta manera, buena parte del film transcurre entre grises, colores raídos y algunas disonantes pinceladas flúo. Pero será bastante antes de que Mojo Jojo lleve a cabo su demencial plan para dominar Saltadilla –convirtiéndolo en el Planeta de los Simios–, que, a partir de un infeccioso juego infantil (la mancha), Bombón, Burbuja y Bellota generen en la ciudad una fuerza destructiva que no conoce ni el mismísimo Coyote. Y ahí reside el punto más desconcertante de una película que comenzó a producirse en octubre del año pasado (menos de un mes después del ataque a las Torres Gemelas) y que hoy incluye un momento absolutamente increíble cuando, en medio del torbellino infantil, un auto sale volando y se estrella contra un rascacielos. Las nenas, les había advertido su padre, deberán convivir con sus superpoderes ocultándoselos a un mundo que no está preparado para ellas. Demasiado lindas, demasiado salvajes (y a la vez tiernas, sin edulcorantes). Ojos demasiado grandes e ideas demasiado extrañas. McCracken planea para su nueva temporada televisiva un episodio ópera-rock (“22 minutos de música estilo Tommy yJesucristo Superstar”), pero el debut de la película en Estados Unidos fue comercialmente menos que auspicioso. Demasiado freaks: efectivamente, el mundo –el de las superproducciones vacacionales– no está preparado para ellas.

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