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Domingo, 21 de mayo de 2006

PERSONAJES > MURIó SHIN SANG-OK

Las mil y una de Sang-ok

El mítico director coreano comparado con Visconti, que fue secuestrado por Corea del Norte para filmarlas películas que siempre soñó Kim Jong-il, el gobernante cinéfilo que hoy es enemigo de Bush.

 Por Sergio Di Nucci

Simultánea o sucesivamente, hasta que la muerte detuvo su carrera hace una semana, Shin Sang-ok fue un gran director de cine neorrealista surcoreano, un megalómano, un bon vivant, un ambiguo disidente, un industrioso director de megaproducciones norcoreanas con profusión de monstruos y efectos especiales. Pero la posteridad lo recordará siempre por su vida de superacción. Y, por sobre todas las cosas, por haber sido secuestrado por el hijo del dictador Kim Il-sung para obligarlo a filmar en la Corea comunista, convertirlo en director estrella del régimen, e ilusionarse con obtener una Palma de Oro en Cannes o un Oso de Plata en Berlín.


En los años ‘50, en la posguerra civil coreana, Shin Sang-ok era el equivalente surcoreano de Vittorio De Sica o del Luchino Visconti de entonces: un neorrealista por convicción, bien conocido en Occidente. Gracias a él, los coreanos vieron en pantalla grande el primer beso con labios coreanos. Eran en verdad labios de coreanas. Flower of Hell (1958) muestra escenas de erotismo light entre mujeres, que fueron tomadas como un golpe certero al patriarcado milenario. Shin Sang-ok había nacido en 1925 en la provincia de Hamyong, hoy en territorio norcoreano. Estudió pintura en la Universidad de Tokio antes de dedicarse al cine en Corea, aunque se nutrió de las técnicas cinematográficas japonesas. Participó en más de 120 películas. Las más logradas –en la opinión del propio director– se realizaron durante la década del ‘60, el decenio liberal previo al férreo período dictatorial del general Park.


En 1978, en un viaje a Hong Kong, agentes norcoreanos raptaron a la mujer de la que se estaba divorciando, la actriz Choi Un-hui. Era algo así como una Ana Magnani, una Silvana Mangano, o mejor, una Claudia Cardinale: toda una pin-up girl coreana. La orden provenía de Kim Jong-il, el cinéfilo hijo del dictador y actual gobernante de la nuclear Corea del Norte. Shin viajó a Hong Kong y consiguió que lo secuestraran también. Pero no se encontró directamente con su esposa sino que lo enviaron cinco años a un campo de reeducación. Después de escribir muchas cartas de perdón al dictador, lo invitaron a un banquete y ahí le presentaron a su ex, que desconocía la suerte del pobre Shin.


“Ahora puede filmar lo que desee”, le dijo Kim Jong-il con modales versallescos. Filmó entonces lo que querían los Kim, padre e hijo: monstruos que se alimentan con hierro y acero, se convierten al comunismo, y adoctrinan a obreros y campesinos. Justamente de eso trata Bulgasari (1985), la última película que dirigió Shin antes de escapar de Corea del Norte, donde estuvo por ocho años. Kim Jong-il quería hacer de Shin el Irving Thalberg de Oriente. Por eso enviaba sus films a Cannes o Venecia, aunque sólo terminaban aceptándolos, con pudor, en Moscú o Karlovy Vary.


Los Kim le montaron un estudio que empleaba a setecientas personas. “Nunca me preocupé por el dinero –repitió Shin en entrevistas–, y Kim Jong-il no se inmiscuía en nada, como sí lo hacen los productores de Hollywood. Kim Jong-il me apoyaba mucho, pero nunca visitaba el set.” Los dos hombres miraban films juntos. “Adoraba las películas, todo tipo de películas, pero sus favoritas eran las de aventuras, como Indiana Jones. Y estaba deslumbrado con Elizabeth Taylor.”


Finalmente, el realizador llegó al Festival de Londres con un gran film histórico sobre un embajador norcoreano que se suicidó en público en La Haya, en 1907. A Shin y a su esposa les habían dado relojes de oro para que lucieran ante los occidentales; a la vuelta se los sacaron.


Años después, en los ‘90 y en Viena, se refugiaron en la embajada norteamericana. Pero siguieron diciendo que apoyaban al Gran Líder, para el que filmaron decenas de películas trash. Lo sobrevive su esposa, que está escribiendo unas memorias que no se sabe si serán verídicas o exculpatorias. Hoy sus films de los ‘50 son de culto; los que hizo en Norcorea, un placer culposo en Oriente y Occidente.

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