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Domingo, 4 de junio de 2006

CINE > LAS 6 DIFERENCIAS ENTRE LA PROFECíA (1976) Y LA PROFECíA (2006)

Al diablo con el Diablo

 Por Mariano Kairuz

Algunos ejecutivos de Hollywood no sabrán por sabios, pero sí saben por viejos. La remake de La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976), que se estrena pasado mañana, el día 6 del mes 6 del año 06, sigue al original si no plano a plano, prácticamente escena a escena. Se trata virtualmente de la misma película, apenas aggiornada; casi un reestreno pero pensado para un público que no había nacido hace treinta años ni sabe ni les interesa quién era Gregory Peck. Sus productores la hicieron fácil: el guión es el mismo y lo firma nuevamente David Seltzer. El nene que hizo de Damien, el hijo de Lucifer, en 1976, reaparece en un cameo indiscernible. Así están las cosas en los campos del Señor de las Tinieblas:

111 El nuevo Damien también nace en Roma. Pero esta vez, además, el asunto es previsto en las altas esferas del poder eclesiástico: una escena en el Vaticano nos muestra que su llegada ha sido anticipada y, como pruebas irrefutables, se acumulan imágenes del 11 de septiembre de 2001, del transbordador Challenger, del fatídico tsunami asiático de principios del año pasado y de la guerra en Medio Oriente. Al Papa, que se parece más a Juan Pablo que a Benedicto, vuelve a vérselo recién al final, en su lecho de muerte. Es lo único verdaderamente diferente de esta película en relación con su original: el poder sigue un poco más de cerca a Damien.

222 Se sabe que Damien necesita instalarse en una familia que pueda heredarle medios e influencias para llevar a cabo su obra en la Tierra. Robert Thorn, su padre adoptivo, es exactamente el mismo personaje que protagonizaba la película original, sólo que bastante más joven: Gregory Peck tenía casi 60 años cuando filmó La profecía; Liev Shreiber tiene 39. Ahora no es nombrado embajador norteamericano en Londres, sino su vice; aunque se gana el ascenso enseguida, cuando el diplomático designado sufre una muerte violenta, presunta primera obra de Damien. Y hay un detalle adicional: Thorn es ahora además el honestísimo ahijado del presidente norteamericano (¿el ahijado del Diablo?).

333 A modo de dudoso aporte a la “psicología” de los personajes, Katherine Thorn (Julia Stiles, con casi quince años menos que Lee Remick cuando hizo este mismo papel) tiene ahora sueños diabólicos, con los que parece ir interpretando todo ese extrañamiento y frialdad que le genera su hijo. El nene, como siempre, es de pocas palabras y miradas perturbadoras. Marca de la bestia, signo de los tiempos: las películas no se volvieron precisamente más sutiles con el paso de los años.

444 En el film del ‘76, Mrs. Baylock, la Mary Poppins del infierno, estaba interpretada por una señora inglesa llamada Billie Whitelaw, que tenía unos 44 años pero parecía bastante mayor. Ahora la interpreta Mia Farrow (que tiene 61 pero aparenta menos), como un guiño un poco tonto a El bebé de Rosemary. En cuanto al otro apóstata del Diablo, el rottweiler, se lee por ahí, en Internet, que la película original ayudó a convertirlo en perro guardián de moda. Pero hoy, que ya está diabólicamente de moda, tiene menos protagonismo, y en una escena incluso lo reemplaza un pastor alemán.

555 “El hijo de Satán regresará cuando los judíos regresen a Sión, un cometa atraviese el cielo y el Imperio Romano se levante nuevamente.” Tal era la profecía de la primera película y tal cual se repite ahora. No es una cita bíblica sino un invento del guión, sobre el cual el Robert Thorn de Gregory Peck atinaba a interpretar: “¿El Imperio Romano? ¡Debe ser el Mercado Común Europeo!”. Eran otros tiempos. Esas referencias son reemplazadas por imágenes más vagas, como las de la Israel hipermilitarizada a la que los protagonistas van a buscar las claves para acabar con el demonio.

666 Y no es mucho más lo que cambió entre la película original y su remake. Actores con menos carácter y gracia, una fatídica primera plana de un diario por un link en Internet, unas bolas de billar por un videogame, la manera en que se producen las muertes de un par de los personajes (aunque las circunstancias son básicamente las mismas) y poco y nada más. La profecía (1976) costó menos de tres millones de dólares; La profecía (2006), unos relativamente baratos sesenta millones. Los números no parecen cerrar ni siquiera indexando costos. Pero parece que en Hollywood los presupuestos los recarga el Diablo.

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