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Sábado, 3 de agosto de 2002

POLéMICAS

La camiseta argentina

El caso del alumno del Colegio Nacional de San Isidro que esgrimió motivos ideológicos para rechazar su puesto como escolta de bandera, desató una polémica alrededor del colegio, los símbolos patrios y las formas de resistencia en esta etapa del capitalismo tardío. A continuación, Daniel Link, autor de la nota original, responde.

 Por Daniel Link

El pasado domingo 21 de julio, Radar publicó unas hipótesis mías de análisis cultural, algunos de cuyos resultados provisionales han venido sido expuestos en diversas jornadas de reflexión, o fueron publicados en Futuro, Radarlibros, Radar, las secciones de opinión de Página/12 y, más extensamente, en BazarAmericano.com, el sitio en Internet de la revista Punto de Vista. El episodio publicado el 21 de julio pretendía reflexionar sobre dos formas culturales de entender la economía en el contexto de la actual crisis del sistema capitalista (economía de la necesidad vs. economía del deseo) y, correlativamente, sobre dos formas de política en la actual crisis de las democracias burguesas (la política heroica de la modernidad histórica o sólida y la política apática de la actual modernidad líquida).
Introducía, para una mayor comprensión, un desentendimiento entre la rectora de un prestigioso colegio de Zona Norte y un alumno de quinto año de ese colegio. Me pareció que referirme, en el contexto de un medio masivo de comunicación, a Franz Boas, Alfred Métraux, Georges Bataille, Maurice Godelier, Gilles Deleuze, Richard Stallman, Linus Torvalds, a la novela Marte azul de Kim Stanley Robinson (que, creo, alguno de los alumnos del supracitado colegio ha leído) o, tan siquiera, al libro La ética del hacker que reseñé en Radarlibros el domingo 28 de julio pasado, además de transformar mi intervención en un palabrerío insustancial, habría vuelto más opaco el propósito de interrogar determinadas experiencias culturales y fragmentos de discurso a los que nos enfrentamos a diario (el “que se vayan todos” como manifestación apática antes que heroica) y para los cuales no siempre es fácil encontrar un emblema tan claro como el que relataba.
Jamás se me ocurrió que alguien pudiera interpretar como un ataque mis hipótesis, pero es cierto que nadie controla por completo los efectos de su escritura, sobre todo en una ciudad tan salvaje y al mismo tiempo tan convencida de ser el centro del mundo como Buenos Aires.
Pido disculpas pues, a la rectora mencionada en mi nota (a quien sigo guardando el mismo respeto intelectual y la misma gratitud por su tarea que antaño, y cuya actuación en el exemplum relatado fue la que cualquier persona competente y convencida de su investidura, incluyéndome, habría tenido). Si ella o alguna persona de su círculo de amistades creyó que ponía en discusión sus dichos o sus hechos, que pretendía descalificar una institución en la que he confiado desde siempre, o que estaba incitando a los lectores a tomar partido en contra o a favor de los símbolos patrióticos, tal vez se deba a un defecto de mi prosa del cual debo hacerme cargo. Yo creí que se entendía que estaba hablando de otros asuntos, de cosas (globalización, cultura y política) que nos atraviesan a todos, lo queramos o no, lo sepamos o no, nos gusten o no.
Lo demás quedará para la amable consideración de los lectores. Eso sí, a la palpitante invitación del Prof. Marcelo Adrián Cassinari publicada por Radar el pasado domingo 28 de julio para que nos midamos públicamente o para que analice su puñado de creencias, sólo puedo contestar una cosa: preferiría no hacerlo.

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