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Domingo, 2 de julio de 2006

PERSONAJES > OSCAR FERREIRO, EL MALO MáS MALO

Soy malo y me gusta serlo

Actuó en la Operación Masacre de Jorge Cedrón filmada en la clandestinidad bajo el gobierno de Lanusse. Ahora, en Montecristo, encarna a un médico relacionado con la apropiación de bebés durante la última dictadura. Durante los 30 años que separan esos papeles, Oscar Ferreiro desarrolló toda una carrera, que en los últimos tiempos ha sacado a relucir un talento tan grande como peculiar: el de interpretar villanos.

 Por Natali Schejtman

Toma 1: Alberto Lombardo está sentado en su tenebroso despacho, hablando con su socio y ex yerno Luciano y tomando una decisión sobre la reapertura del restaurante del que es dueño. Mira hacia un punto fijo ubicado en algún lugar cercano al piso y, en una pausa, lustra con índice y pulgar las comisuras de su boca bien abierta, con tanto ensañamiento que parece querer esfumarlas con los dedos. Toma 2: Lombardo habla con Luciano y, en tren de decidir qué hacer con el restaurante, encoge su labio superior hasta que se ven las nacientes de los dientes y muerde con ellos el labio inferior, por unos segundos.

Una sola escena alcanza para ver algunos de los tics del indiscutible villano de Montecristo, Alberto Lombardo, que son muchos: mirar de reojo las uñas de su mano entrecerrada, frotarse la frente con un solo dedo y, enseguida, inspeccionarlo con los ojos; morderse el puño... “El de los puros lo fuimos dejando”, explica Oscar Ferreiro, mirando una caja de habanos que hay sobre el escritorio. “Era muy obvio...”, dice con una sonrisa que, lamentablemente, cuesta creer amistosa.

Ferreiro tiene historia en esto de encarnar al malo. Sus trabajos más visibles lo demuestran: a fines de los ‘90 fue Luciano Salerno en la novela Ricos y famosos, un político-empresario mafioso que evocaba a Alberto Yabrán (con suicidio y todo) y a todos los tipos de malos menemistas. El año pasado fue Lebonian, un canalla del servicio de Inteligencia del que intentaban sobrevivir Diego Peretti y Luis Luque en la película Tiempo de valientes. Ahora, en la era K llegó el momento de Alberto Lombardo: un empresario que oculta un pasado como médico durante la dictadura y una relación con la apropiación de bebés: “El libro propone la vida íntima de este tipo que también quiere personas. No es un malo de telenovela que hace sólo maldades. Esto es ejemplificar lo más claramente posible qué es un malo”, explica Ferreiro, con ademanes cálidos y entusiastas. Pero cuando describe a su personaje no evita esa musicalidad tanguera-sensual-amenazante que caracteriza su manera de hablar, acentuando algunas sílabas, dosificando las palabras con gesto sobrador cuando sabe que está diciendo algo polémico y regulando el volumen y los silencios de su monólogo con habilidad radiofónica. Ahí deviene villano: “Lombardo es... un hombre de negocios. Eficaz... muy buen tipo, que quiere a sus hijos como la puta madre, es muy leal con sus amigos, no traiciona nunca a nadie. Así es Lombardo. Yo creo que al lado tuyo vos tenés muchos personajes como éste. Los malos no tienen cara de malos, ni andan diciendo ‘Yo soy malo’. El es un convencido: un nazi, cree en la raza superior. Cree que hay gente para mandar y gente para ser mandada y que, si alguien sobra, hay que sacarlo, porque, por favor, estamos hablando de cosas mucho más serias que la vida de un tarado”.

Vuelto en Ferreiro, menciona que Montecristo y su entramado con los años ‘70 lo enfrentan a una revisión personal de la época. A comienzos de esa década, cuando tenía unos 25 años, Ferreiro fue uno de los protagonistas de Operación Masacre, de Jorge Cedrón. La película, que tenía a Julio Troxler interpretándose a sí mismo, fue filmada en la clandestinidad (durante el gobierno de Lanusse) y exhibida en barrios y villas de Capital. El rodaje se llevó a cabo bajo una ola de rumores y a conciencia del riesgo que se corría (Troxler, menciona Ferreiro, fue asesinado poco tiempo después). En ese momento, él tenía muy mezcladas las cosas: “La política me interesaba, yo no militaba, pero también me interesaba mucho la experiencia del cine. Nunca creí en el cine revolucionario. Yo creo que las revoluciones no salen del cine ni de los teatros, por lo tanto toda esa cosa del Cine Liberación la tomaba con pinzas. Creo que el tiempo demostró que es así: después, los muchachos se convierten en señores burgueses que toman champagne y hablan por televisión”.

Aunque una película como Operación Masacre (y sus condiciones de filmación) esté ubicada en las antípodas de un melodrama masivo de televisión de aire, Ferreiro cuenta que al personaje de Alberto Lombardo también le toca algo de la reelaboración de los años de plomo que él mismo llevó a cabo en todos estos años: “Uno vive lo que vive y hoy me toca recordar esas cosas. Eso me obliga a repensarlas a la luz de los hechos”.

Después de algunas otras incursiones en cine y en televisión, llegó el momento de pedirle a la productora Martha Reguera que, en lugar de galán, le diera al malo: “Es el que más se ve, el más divertido, sobre todo en el melodrama. Hitchcock decía: un melodrama es tan eficaz como eficaz sea el retrato del malo. Si el malo no mueve, ¿el bueno qué hace?”. Despreocupado por las reacciones que despierta en la calle (antes era peor: ahora, dice, “la gente comprende que es tu laburo”), tampoco hace demasiado hincapié en el lugar común de pedir que no se confunda persona con personaje. En cambio, desafía a llevar a su temerario Lombardo a la cotidianidad de todos: “Este es un malo más clásico, de estirpe, de los primeros contrabandistas de este ispa. Y ahora nosotros no vivimos en ningún paraíso: hay gente como ésta que tiene intención de voto, mami”.

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Imagen: Nora Lezano
 
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